Drakhan Neé

Autorstwa _eversinceale_

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«Somos poder, somos fuerza, somos la nación más poderosa que hay, no vengo a fingir que no tenemos un pasado... Więcej

❂ Drakhan Neé ❂
❂ p a r t e u n o ❂
❂ prólogo ❂
❂ capítulo uno ❂
❂ capítulo dos ❂
❂ capítulo tres ❂
❂ capítulo cuatro ❂
❂ capítulo cinco ❂
❂ p a r t e d o s ❂
❂ capítulo seis ❂
❂ capítulo siete ❂
❂ capítulo ocho ❂
❂ capítulo nueve ❂
❂ capítulo diez ❂
❂ capítulo once ❂
❂ capítulo doce ❂
❂ capítulo trece ❂
❂ capítulo catorce ❂
❂ capítulo quince ❂
❂ p a r t e t r e s ❂
❂ capítulo dieciséis ❂
❂ capítulo diecisiete ❂
❂ capítulo dieciocho ❂
❂ capítulo diecinueve ❂
❂ capítulo veinte ❂
❂ capítulo veintiuno ❂
❂ capítulo veintidós ❂
❂ capítulo veintitrés ❂
❂ capítulo veinticuatro ❂
❂ capítulo veinticinco ❂
❂ capítulo veintiséis ❂
❂ capítulo veintisiete ❂
❂ capítulo veintiocho ❂
❂ capítulo veintinueve ❂
❂ capítulo treinta ❂
❂ capítulo treinta y uno ❂
❂ capítulo treinta y dos ❂
❂ capítulo treinta y tres ❂
❂ p a r t e c u a t r o ❂
❂ capítulo treinta y cuatro ❂
❂ capítulo treinta y cinco ❂
❂ capítulo treinta y seis ❂
❂ capítulo treinta y siete ❂
❂ capítulo treinta y ocho ❂
❂ capítulo treinta y nueve ❂
❂ capítulo cuarenta ❂
❂ capítulo cuarenta y uno ❂
❂ capítulo cuarenta y dos ❂
❂ capítulo cuarenta y tres ❂
❂ capítulo cuarenta y cuatro ❂
❂ capítulo cuarenta y cinco ❂
❂ capítulo cuarenta y seis ❂
❂ capítulo cuarenta y siete ❂
❂ capítulo cuarenta y nueve ❂
❂ capítulo cincuenta - final ❂

❂ capítulo cuarenta y ocho ❂

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Autorstwa _eversinceale_










Maratón final 4/6

ZEERAH









Si hubiera podido describir lo que estaba sintiendo, Zeerah diría que era como si estuviera ardiendo.

Pasó su vida siendo cuidadosa del fuego; y no tan solo de verlo arder en las hogueras, sino cuando escuchó aquellas historias sobre las criaturas en el cielo que exhalaban llamas y lo que ocurrió en la tierra donde el rey dragón reinaba.

Después de escuchar lo que le había ocurrido a una de sus brujas en Goré, comenzó a temer del fuego porque le recordaba a sus enemigos cruzando el mar. Enemigos... eso era lo que le habían dicho desde entonces. Se lo creyó, enfrentó esa realidad durante años hasta que ellos llegaron.

Hasta que él llegó.

Entonces lo vio moverse. La forma en que sus brazos se alzaban, la silueta de su cabello rizado, el brillo de su sonrisa... se dio cuenta de que su suposición era verdad, los Akgon eran fuego. Habían nacido de él. El príncipe heredero era como una llamarada que siempre estaba ardiendo. Era cálido y devastador, pero sobre todas las cosas... era poderoso.

Aun así, Zeerah nunca le tuvo miedo. No cuando descubrió lo que era arder a su lado.

Pero en ese momento, la bruja de verdad estaba quemándose y su dolor comenzaba a escalar niveles inimaginables.

Zeerah gritó.


(...)


Minutos antes, frente a la cabaña a mitad del bosque, las brujas del clan de Lanzer y Misah, una antigua que ahora se atrevía a considerar su amiga, Zeerah se encontró rodeada.

Era difícil ver sus rostros debido a la escasez de luz, pues la estrella que la había estado acompañándola, parecía haber desaparecido. Era el fuego mágico de Misah lo que estaba iluminando el claro y era una luz tenue, puesto que estaba reservando la mayoría de su poder para el ritual que estaban apunto de hacer.

Zeerah sentía como le sudaban las palmas de las manos, así que las apretó en puños mientras la antigua daba sus instrucciones. Si hubiera puesto atención, habría tenido una forma de prepararse para cuando el dolor viniera, pero lo único que resonaba en su mente, era el latido de su corazón.

De un momento a otro, las brujas estaban a su alrededor, tomándose de las manos, murmurando líneas de una lengua olvidada ahí fue cuando comenzó a sentir el fuego.

La marca en su muñeca estaba ardiendo.

(...)

Su muñeca ardió tanto, que la vista de Zeerah se nubló por el dolor. Casi se dobló por la agonía, intentando apegar su brazo a su cuerpo para evitar que le siguiera ardiendo, pero cada uno de sus músculos estaba agarrotado. No podía moverse, la magia del ritual la estaba atando de manera invisible y lo único que podía mover era su cabeza.

El calor comenzó a propagarse de inmediato. Estaba sudando segundos después, con los rizos apegándosele a la frente y el dolor intenso de su muñeca trepando por su codo y hombro. Cuando llegó a su clavícula, Zeerah ya estaba apretando los dientes, haciéndose daño.

Desde ahí dejó de sentir el camino del fuego. Solo fue consciente de que su cuerpo entero estaba ardiendo de dolor y el murmullo de las brujas ahora era un sonido fuera del alcance de su consciencia agonizante.

Había cerrado los ojos y todo lo que veía cuando lo hacía era una luz blanca, nada más. Comenzó a gritar después de eso. Una y otra vez sus gritos se tornaban cada vez más desgarradores, pero el ritual seguía y seguía. Comenzó a perder la noción del tiempo. Un segundo se pudo haber convertido en una hora o tal vez era al revés. 

Sentía como si su piel se estuviera fundiendo contra sus huesos, como si su sangre hirviera desde el centro de su pecho y la combustión le estuviera quitando el oxígeno. Fue ahí cuando dejo de gritar porque incluso su garganta parecía estar llena de brazas. Sintió que su corazón le estaba fallando...

—¡Detengánse! —gritó una de las brujas, interrumpiendo el ritual—. ¡Está sufriendo, debemos parar!

Zeerah sintió como su cabeza caía hacía el frente. No sentía el resto de su cuerpo, por lo que no notó que la magia que la sostenía se había evaporado y ella cayó de rodillas contra el suelo, sosteniéndose a penas, su respiración agitada.

—¡Rhea, nunca debes interrumpir un ritual! —la regañó otra bruja. Zeerah no pudo distinguir cual.

—¡No está funcionando! Mírenla, morirá si seguimos.

La otra bruja estaba a punto de contradecirla. Tal vez era Alena, su Matrona, pero la mente de Zeerah estaba tan cansada que solo podía procesar las palabras que decían. Ni siquiera tenía la fuerza de levantar la mirada.

—La joven bruja tiene razón —esa solo podía ser Misah—. Este hechizo es mucho más fuerte de lo que anticipé. El escudo que la protege esta cimentado desde sus propios huesos y al repeler nuestra magia, estamos fundiendo sus defensas. Para el momento que las derribemos, Zeerah estará muerta.

Pasaron unos largos segundos en los que pensó que tal vez se había desmayado, hasta que escucho de nuevo a la Matrona de Lanzer.

—No lo soportará. Es muy joven, es mejor que-

—N-no —la palabra salió a través de un susurro ronco. Las cuerdas vocales de Zeerah estaban destrozadas, pero de alguna manera llamo la atención de las brujas—. Puedo...

—No te fuerces —Misah corrió hasta la morena, sosteniéndola cuando parecía que Zeerah iba a caerse.

—Misah, es solo una niña —le recordó de nuevo. La Matrona parecía estar a punto de negarse rotundamente a seguir con eso. Por su tono, Zeerah ni siquiera quiso imaginarse como sería su estado, como luciría en ese momento para que la voz de la Matrona sonara tan asustada.

Escuchó como Misah intentaba convencerla de que no había vuelta atrás, que tenían que seguir con el ritual, pero Alena se negaba. Ninguna de sus otras brujas dio su opinión. Zeerah quiso poder abrir los ojos para ver cuáles eran sus reacciones. Pero estaba tan cansada...

Entonces.

Vio una estrella fugaz en cielo; el momento fue breve y aunque sus ojos estaban cerrados, juró que vio aquel haz de luz cruzar por la oscuridad. La estela de luz dejó con ella recuerdos. La sonrisa de su madre, los días de playa, el baile con el príncipe, el beso que compartieron bajo el cielo de colores...

Zeerah tomó una amplia bocanada de aire, sintiendo como sus pulmones se llenaban en su pecho. El escozor de resonó por todo su cuerpo, pero sentía una dósis de fortaleza que la estaba ayudando a ponerse de pie. Abrió los ojos lentamente para ver la mirada consternada de la antigua.

—¿Qué...? —Alena parecía asustada, pero Zeerah logró erguirse por su cuenta. Descubrió que todas las brujas estaban arremolinadas detrás de su matrona, viéndola como si fuera una especie de milagro.

—Zeerah —la llamó Misah, haciendo que se girara para verla.

—Necesitamos seguir con el ritual —fue todo lo que la morena dijo, encontrado que su voz, a pesar de lo ronca que podía sonar, seguía siendo su voz.

—¿Cómo es posible que tu...? —solo escuchó la voz de la Matrona cuando se miro sus manos. Las puntas de sus dedos estaban en carne viva, pero como si fuera niebla, sus heridas se curaron como si el tiempo volviera atrás. Zeerah se maravilló, ese poder, esa bendición no era magia de una bruja. Era de un Dios.

—Tenemos que intentarlo de nuevo —dijo con convicción, alzando la barbilla—. Esta vez no se detengan.

Zeerah se puso de pie, con una confianza renovada. Se posicionó en su sitio y extendió su brazo al frente, con la marca del eclipse ante las brujas.

—Está es mi encomienda, voy a cumplirla.

Sobre ella, otra estrella fugaz cruzó el cielo, pero nadie la vio más que ella.

Misah se puso frente a ella y comenzó el hechizo de nuevo.

(...)

A unos varios kilómetros de donde una bruja estaba ardiendo, había un príncipe de luz peleando contra su oscuridad.

Décadas atrás había dos seres similares, solo que en esa ocasión estaban peleando en bandos diferentes.

(...)

Las barreras de Zeerah eran fuertes, casi impenetrables, erguidas con el amor de una madre que moría poco a poco, pero que había usado hasta la más mínima gota de su magia restante para proteger a su hija de las garras de su hermana. El inmeso dolor de esta bruja estaba acabando con ella, pero Zeerah sabía a qué consecuencias se atenía. Las brujas a su alrededor no se rindieron y ella encontró consuelo en las imágenes de su mente.

Los recuerdos de su madre, la confianza en los ojos del príncipe más joven, el cariño con el que Jaekhar la había sostenido.

Pensó que nunca volvería a amar tanto desde que perdió a su madre, pero cuando ese muchacho de luz apareció en su tierra, decidió que nunca más dejaría que la oscuridad ganara de nuevo.

Peleó por él. Ardió por su príncipe.

Y si al final se desvanecía de ese mundo, entonces pelearía para asegurarse de que nunca más estuviera en riesgo.

(...)

Jaekhar había enfrentado a cientos de oponentes en su vida, pero nunca pensó que su más grande enemigo sería el mismo.

Pero oh, como adoraba un buen reto.

Descubrió que para el Otro no habían sido falta todos esos años de prácticas y ejercicios. Jaekhar se pasó sus diecinueve años perfeccionando su habilidad para destrozar a cualquier enemigos que se le pusiera enfrente, pero su propia sombra lo había desarmado por completo con solo palabras. Esa era la ironía.

Y no estaba equivocado.

Jaekhar estaba aterrado. Temía por todas y cada una de las cosas que ese doble le había aventado justo enfrente, por eso se había sentido tan vulnerable, por eso había bajado la guardia.

Pero su hermano estaba en peligro, Sander moriría de no ser por él y ellos no volverían a casa si no enfrentaba a su némesis. Así que utilizó cada pequeño gramo de su fuerza interna y llamó a su luz de nuevo. Tal vez El Otro era terriblemente bueno con sus palabras, pero Jaekhar era aún mejor evadiendo los golpes.

Se aferró a las ardientes imágenes que descansaban junto a su corazón; la vista del Krestum ante el atardecer. Daerys riendo junto a Sander. La felicidad de su hermana cuando la hacía girar en el aire. Y por último, el recuerdo de sus padres cuando le otorgaron ese anillo y lo nombraron heredero.

Sentía que algo le hacía falta, pero de momento, eso fue suficiente. Su espada de luz chocó contra la espada de oscuridad una y otra vez, pero no se rindió.

(...)

Años atrás Catherine había protegido a su pueblo; dejó a su hija y caminó a enfrentar a su jurado enemigo. Este la esperaba en la costa. de pie sobre una montaña de cuerpos que había mandando a matar solo para hacerla sufrir.

Su cabello blanco se movía contra el viento y en su rostro había una mueca de satisfacción que la hizo querer destrozarlo hasta no dejar ni una sola ceniza.

Sus ojos alguna vez habían sido hermosos, verdes, brillantes. Ahora tan solo reflejaban el estado actual de su alma: completamente negra.

Catherine alzó la mano y dejó que su poder saliera de ella.

Hubo una explosión de luz.

(...)

Jaekhar recibió una herida en el brazo izquierdo.

La espada de oscuridad le había cortado sobre el bicep y su el dolor se presentó de manera tan intensa que tuvo que apartarse del Otro antes de seguir peleando.

Cuando admiró la herida, su sangre se fue tintando rápidamente de negro. Venas de color oscuro comenzaron a emerger del corte, como si fuera un veneno poderosos. Eso lo asustó, pero no le daría la satisfacción al reflejo oscuro que lo veía con una sonrisa sádica.

Se lanzó a la pelea de nuevo, solo para encontrarse mareado.

Por la Luz...

Comenzó a sentirse débil y las imágenes que en algún momento atravesaron su mente sin aviso, regresaron; toda esa guerra, la sangre, la perdición de su casa. El miedo estaba regresando y amenazaban con destruir su sanidad de nuevo.

Así que se permitió pensar en ella.

Sentada frente a él en ese claro, trazando las curvas de sus marcas sobre su piel. La sensación de su cuerpo contra el suyo mientras volaban al lomo de Riskhar. La intensidad de sus ojos cuando lucía molesta. El arrebatador olor de su cabello cuando lo dejaba suelto. Lo bella que había lucido el día del baile...

Eso le dio la fuerza para seguir; Jaekhar sintió un nudo en su garganta, sufriendo por su pérdida. Nunca lo admitiría de nuevo, pero iba a extrañarla para toda la vida.

Con una lágrima cayendo por su mejilla, aporreó su espada de nuevo.

(...)

Vaerys era el hijo perfecto.

El más sabio, el mejor peleador, el más apto para tomar el trono. Habría sido un rey excelso si no hubiera muerto. El reino entero afrontó un tremendo duelo cuando la corona anunció su deceso.

Pero ellos no sabían la verdad.

Él había volado a Nivhas con sus hombres, había matado a todos esos campesinos y habría tomado la corona de las brujas por la fuerza. No necesitaba a toda su nación para derrotar a los clanes por si solo, con su dragona habría sido suficiente.

Él no venía por su hija, ni por Catherine. Venía por la vida de las dos.

Un susurro en su mente lo había obligado y él había obedecido.

Pero el poder de Catherine llegó primero.

(...)

Fue ahí cuando la tierra de Nivhas comenzó a marchitarse.

Poco después el castillo de Gindar cayó. El poder desapareció y la plaga comenzó.

(...)

—Vamos príncipe dragón, levántate —Jaekhar gruñó cuando el Otro usó el vehstry para dirigirse a él. Eso era demasiado.

Logró taquearlo, llevándolos a ambos al suelo. El príncipe se sentó a horcadas sobre su doble, mientras este seguía diciendo una y mil cosas que ponían al heredero al borde.

Pero Jaekhar se encontraba fortalecido. La imagen de Zeerah le había dado la fuerza que necesitaba para seguir. Su doble había quedado aprisionado debajo y el príncipe no perdió ni un segundo en darle el primer puñetazo.

Golpe tras golpe, se miró deformar su propio rostro. La sangre negra emanaba en borbotones y el Otro se estaba riendo.

—Oh, vamos ¿esto es lo mejor que tienes? —el Otro estaba histérico, así que Jaekhar comenzó a golpear con mucha más ira.

La piel sobre sus nudillos se hizo trizas pero el dolor había pasado a segundo plano. Solo quería que esa cosa se muriera de una vez.

Le propinó el golpe de gracia, pero antes de que pudiera regocijarse en su victoria, una explosión surgió de un momento a otro.

Jaekhar salió disparado hacia adelante. Tuvo la vaga sensación de proteger su cabeza antes de que se estrellara contra un pilar.

Su visión se tornó borrosa y algo pitaba en su oído; todo vio vueltas y cuando la imagen de sus ojos logró aclararse un poco, encontró a Daerys, varios metros más allá acurrucándose sobre su mismo. Parecía un niño. Jaekhar gritó o al menos lo intentó. Iba a ponerse de pie cuando una de las sombras tomó a su hermano del pie y logró enroscarse sobre su piel.

Las defensas de Daerys por fin habían caído.

—¡No! —gritó Jaekhar, sintiendo punzadas de dolor por todo el cuerpo mientras intentaba ponerse de pie. Por el dolor ardiente en su pierna, supuso que algún hueso estaba roto.

Hubo otra explosión y entonces se dio cuenta de que no veía a Arwan en ninguna parte...

—Jaek —Era Sander, frente a él, con sus brazos rodeando su abdomen. El príncipe soltó un sollozo de alivio cuando su cuerpo colisionó contra el de su amigo en un abrazó. Inmediatamente se apoyó en su mejor amigo y ambos hicieron su camino hasta Daerys.

Jaekhar se soltó en el último minuto y a pesar del dolor cegador de su pierna, invocó su espada de luz y cortó el tentáculo de oscuridad que se aferraba a su hermano. Daerys soltó un jadeo de dolor, pero Sander ya estaba acomodándolo entre sus brazos.

—¿Cómo está? —preguntó el heredero, acercándose entre cojeos.

—Pálido, completamente blanco —la mano de Sander tocaba la frente de Daerys, buscaba alguna herida, sangre, lo que fuera. Pero habían sido las defensas del pequeño príncipe lo que lo había dejado agotado. Y por como Jaekhar se sentía, sabía que el también estaba al borde del colpaso.

Su espada desapareció de su mano. Ahí iba su última gota.

—Estará bien, solo necesita descansar —dijo el príncipe, sin dejarse caer a su lado. Sander alzó la mirada consternada—. Tienes que sacarlo de aquí. Ahora.

—No voy a irme sin ti.

—Es una orden, Sander.

—Estás demasiado herido. Tienes que venir conmigo, regresaremos cuando estes fuerte y traerás esa guerra hasta aquí.

Los ojos dorados de Sander estaban encendidos con furia.

Daerys estaba entre sus brazos, inconsciente, pero vivo. Él estaba herdido, Jaekhar no sabía a que grado, pero estaba lo suficientemente entero como para sacar a su hermano de ahí antes de sus heridas fueran el menos de sus problemas.

Guerra...

Hubo una explosión más, esta vez sobre sus cabezas.

Habría muerto, de no ser porque Arwan estaba frente a ellos, sosteniendo con su poder un gran bloque de concreto sobre ellos. Pero no había sido para salvarlos. La Matrona lanzó ese bloque con mucha facilidad y luego se giró ante ellos, como si las explosiones tan solo estuvieran retrasándola para llegar a ellos.

Jaekhar se puso frente a su familia.

—Oh, príncipe, es inútil. Tan solo ríndete y te prometo que haré que su muerte sea rápida.

Un lado de su rostro ya estaba completamente oscuro. Sus ojos grises eran lo único que se mantenía igual. Cuando alzó sus manos, descubrió que el resto de su cuerpo ya estaba sucumbiendo a la oscuridad.

Otra explosión saltó a las espaldas de la bruja y esta gruñó.

Les dio la espalda a los príncipes y Jaekhar frunció el ceño. ¿Habían llegado con ayuda? ¿Sus padres...?

Segundos después, algo se asomó por el agujero en el techo, la luz azul del castillo iluminó entonces al dragón que parecía tener una sonrisa cínica entre sus rasgos al entrar.

Oh, claro que habían venido a salvarlo.

Solo que no eran sus padres. El dragón era Riskhar y en el lomo estaba Zeerah.

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