Luna del inframundo | Hyunlix

By itsjustwine

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En un mundo donde la libertad es la norma y las reglas son pocas, Hyunjin decide ir en contra del camino traz... More

Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34 (Final)
Epílogo
Hola, vinitos❤️

Capítulo 21

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By itsjustwine

El bullicio del pueblo, de las ruedas de las carretas que eran manejadas por caballos, las voces de los humanos y las risas de los niños, sacaban sonrisas del rostro de Minho, quien se ocultaba con la capucha de su capa morada, sentado en un banquito de madera, observando con admiración el trabajo de todas las personas que lo rodeaban. Acostumbraba a visitar el pueblo por las mañanas, a pesar de ser un lugar de constante ajetreo, él sentía tranquilidad.

—¿Por qué Zeus los obliga a casarse? —preguntó Ava, una niña de 13 años que había visto más de una vez a Minho por el pueblo, y gracias a la persistente presencia del dios en el pueblo, ambos formaron una pequeña amistad.

—Quiere que nuestros poderes sean reclamados por la futura generación. Que nuestros hijos hereden nuestras fortalezas. —suspiró él, viendo como la menor lavaba varias fresas en un tazón de madera— Desean continuar con el intachable linaje de dioses.

Ava frunció el ceño.

—A ver... —exhaló Minho, imaginando las dudas de la contraria— Pregunta.

—No tengo preguntas. —negó ella, aún con la frente muy arrugada.

—Ava, sabes que puedes preguntarme lo que quieras.

—Está bien. —sonrió enseguida— El hijo de Zeus va a casarse con el hijo de Helios— el mayor asintió, atento a sus palabras— ¿Cómo piensan heredar sus poderes?

Minho apretó los labios, al ver la incomodidad en la menor.

—¿Entiendes? —prosiguió Ava pero el mayor negó con su cabeza, disfrutando de su incomodidad.

—¿A qué te refieres? —preguntó, fingiendo desconcierto.

La menor hizo a un lado el tazón y lo observó por varios segundos. Minho pudo leer en su expresión lo mucho que luchaba por encontrar las palabras correctas.

—Es decir... —dijo ella— Son hombres.

Aquello provocó una risotada en el contrario.

—Sabía que detrás de tu incomodidad existía algo cruel. —dijo, sacudiendo su cabeza.

Ava se ruborizó, avergonzada.

—No es cruel... —musitó.

—¿No pueden tener hijos por ser hombres? —repitió Minho, arqueando una ceja— Es cruel.

—Es imposible. —refutó Ava, cruzándose de brazos.

—Somos dioses. —sonrió el mayor con picardía— ¿No has escuchado que en el Olimpo no existen reglas?

La menor amplió sus ojos con exageración.

—¿Los hombres pueden quedar... ?

De nuevo la risa atacó a Minho, interrumpiendo a Ava, que se sentía como motivo de burla para el mayor.

—No, cariño. —suspiró él— No pueden.

—¿Vas a responder a mis dudas o continuarás con las burlas? —regañó la menor.

Minho alzó sus manos, rendido ante el tono elevado que estaba usando la contraria.

—Existen las ninfas o alguna otra diosa. —se dignó a responder— Los dioses se ponen de acuerdo y deciden cuál vientre escoger entre ellas.

—¿Sin su consentimiento? —espetó Ava.

—Cualquiera moriría por llevar en su vientre al hijo de un dios. —contestó Minho, evitando reír otra vez.

—No me digas. —resopló ella— Así que cierran sus ojos y elevan el dedo para escoger entre millones de ninfas y diosas, cual de ellas correrá con la suerte de engendrar a sus hijos ... —murmuró, con afincada ironía.

Minho se levantó del banquito y robó varias fresas del tazón de madera.

—¿Y se acuestan con ellas? —prosiguió la menor con sus preguntas— Es infidelidad.

—No lo es, si ambos lo hablan antes. Como también pueden adoptar a un bebé humano. Le entregan sus poderes y lo convierten en un dios, pero sería riesgoso puesto que la mayoría muere en el proceso —sonrió, pero la contraria volvió a arrugar su rostro— No lo entenderás, Ava. —mencionó Minho— Nuestras costumbres son diferentes a las tuyas.

—Por supuesto, sus problemas parecen ser más sencillos que los nuestros.

—Y aun así, no desearías vivir en el Olimpo. —repuso Minho, mordiendo una fresa.

—Créeme que sí. —susurró Ava, llevando una mirada afligida a la entrada de su casa.

El mayor captó el cambio en su semblante, y desvió sus ojos a lo mismo que había robado la expresión suave que antes mostraba.

—¿Pasa algo? —preguntó, ganando una mirada apresurada de la menor.

—Minho... —dijo, bajando la cabeza— Si tuviera la oportunidad de escoger, créeme que escogería vivir en el Olimpo. De esa forma estaría rodeada de riquezas y con eso ayudaría a mi madre.

—¿Tu madre?

Ava limpió varias lágrimas que salían de sus ojos.

—Está enferma.

Minho decidió callar, con un inesperado nudo que empezaba a formarse en su garganta. Quitándole atención a la menor, observó todo a su alrededor. Las sonrisas de los humanos siempre le habían parecido sinceras, aún con lo difícil que les resultaba vivir. No pudo evadir la pena que apretaba su pecho.

El trote de un caballo lo sacó de su mente de golpe, y girando su rostro, vio como Hyunjin bajaba de un salto del lomo de Fengári. El pelirrojo se quitó la capucha de su capa negra y le sonrió de oreja a oreja al verlo ahí.

—Te estaba buscando. —dijo, acercándose a la mesa donde Ava seguía lavando las frutas— Y supuse que estabas en el pueblo, rodeado de humanas.

—Humanos —corrigió Minho pero Hyunjin empezó a reír.

—Claro, humanos, mi error. —farfulló, sonando sarcástico.

—¿Para qué me buscabas? —preguntó el mayor, siguiendo los pasos del pelirrojo que empezaba a caminar con toda su concentración puesta en las mesas donde los humanos hacían sus ventas. Se mostraban hermosas telas, comidas, frutas frescas, zapatos, joyerías, y más. Era un gusto para la vista.

—Necesito tu ayuda. —dijo, pero su mirada fue robada por un dibujo de una preciosa mujer de cabello blanco, que abrazaba a un hombre de cabello largo y dorado. Ella lloraba en su pecho, aquello le recordó a...

—¿Te gusta la pintura? —preguntó una mujer bastante mayor, de cabello canoso y amable sonrisa. Hyunjin se sobresaltó, se había metido tanto en sus pensamientos que olvidó estar acompañado.

—Es hermosa. —dijo con timidez— ¿Quiénes son?

La mayor clavó sus arrugados ojos en la pintura y sonrió.

—El mito del dios del sol y la diosa de la luna.

Minho le echó un rápido vistazo a la pintura pero desvió sus ojos a Fengári, notando como el caballo robaba varias manzanas de otro puesto de comida.

—¿Puedo verla? —preguntó Hyunjin, ignorando por completo que su amigo, y varios guardias más, corrían detrás de su caballo.

La mujer asintió encantada y le entregó la pintura.

—¿Un mito? —repitió el pelirrojo, viendo el hermoso dibujo.

—Es lo que dicen en el reino. —murmuró ella, detallando los ojos maravillados del contrario.

—Es lo que dicen... —susurró él, perdido en el rostro de la diosa que lloraba. Era idéntica a su madrina— ¿Los humanos creen en esto? —volvió a preguntar, mostrándole la pintura.

—Oh, sí... —suspiró— El amor de Selene y Helios traspasó los muros del Olimpo. Más de un corazón fue tocado con su historia. Las niñas desean ser amadas como el sol amó a la luna.

Hyunjin ladeó una sonrisa, entregándole el dibujo.

—Helios y Selene... —susurró.

—Cada dios guarda un secreto y las historias tienden a ser alteradas en beneficio de quien las relata. —dijo la mayor, al ver la confusión en el rostro del pelirrojo— No creas todo lo que dice tu rey.

Aquello dejó perplejo a Hyunjin, quien veía con ojos muy abiertos a la mujer. Sus palabras podían tomarse como traición, pero no parecía importarle en lo absoluto. La mayor solo sonreía.

—¡Hyunjin! —exclamó Minho y el menor lo observó con apuro. Su amigo se hallaba a un lado de su caballo y respiraba con dificultad, sin mencionar que sus mechones morados estaban alborotados ¿había corrido?— Fengári ha provocado un alboroto entre los humanos. Robó más de una manzana, desordenó varias mesas, y levantó la falda de una mujer.

—Ah, pero lo último se lo has agradecido. —soltó Hyunjin con una gran sonrisa y el mayor bajó la mirada para reír.

—¿Para qué me necesitas? —preguntó, entregándole las riendas de Fengári.

—Hay un trabajo que quiero que hagas conmigo. —murmuró— Es un poco... Deshonesto.

La comisura derecha de la boca de Minho empezó a subir, mostrando una oscura sonrisa.

—Hyunjin necesita de mi ayuda y se trata de un trabajo deshonesto... —repitió con misterio en su voz— Esto será divertido.

—Espero. —suspiró el menor— Espero que sea divertido.

Con pisadas fuertes y mentón en alto, Poseidón caminaba por el espacioso pasillo del palacio de su hermano, donde al final del camino, pudo ver a Zeus sentado en su trono, esperándolo, tal parecía.

—¿Qué te trae por aquí?

Poseidón detuvo sus pasos, analizando la dura voz que había usado su hermano.

—También me alegra verte.

—No me malinterpretes —dijo Zeus, con una extraña amabilidad— Hoy se festejará el compromiso de mi hijo con Félix, y debo estar pendiente de los arreglos.

Poseidón forzó una sonrisa, ahora entendía la alegría de su hermano. Había conseguido lo que tanto anhelaba. Un buen matrimonio para su hijo, o mejor dicho, uno beneficioso. Llevando sus ojos a los sirvientes, notó como infinidades de ellos salían con bandejas de comida, y otros decoraban con elegantes telas los inmensos pilares. Todo llevaba combinaciones de rojos y dorados. Parecía el tema de la noche, dejando a un lado la unión de dos grandes dioses, lo que era el tema principal para las bocas de todo el Olimpo.

—No pienso quitarte mucho tiempo. —mencionó, aun fingiendo una sonrisa— Encontré esto en el mar. —agregó, mostrando una camisa manchada de Ícor.

Zeus se levantó de un brinco del trono y arrancó la prenda de sus manos.

—Algo me decía que tenías algo que ver. —continuó Poseidón, al verlo tan nervioso.

—No sé de qué hablas. —siseó el contrario, lanzando la camisa al fuego de la chimenea.

—El hijo de Helios cayó al mar hace algunos días. —añadió Poseidón, con voz baja— Esa camisa es la prueba de que...

—Esa camisa —le cortó Zeus— nunca existió.

Poseidón presionó sus labios, limitándose a callar. Volviendo sus ojos al fuego que consumía la camisa, pensó en el suceso del mar. Indudablemente fue obra de su hermano, pero ¿qué había hecho?

***

Con la llegada del triste alba, los ojos de Helios rastreaban las lágrimas que se esparcían por su inerte rostro. Mientras abotonaba su camisa, con manos débiles, ahogaba varios quejidos de dolor. Las últimas 24 horas fueron de un punzante sufrimiento en el que su llanto traspasaba las paredes de su fría habitación. Mordiendo sus labios, evitó seguir llorando, pero fue inútil. Sentía que moría.

—Helios —la voz de su padre se hizo presente, rescatándolo del abismo, y de sus pensamientos funestos— Déjame ayudarte. —continuó el mayor, tomando la camisa de su hijo, al ver como sus dedos temblaban sin control.

Al terminar de abotonar la camisa del menor, su padre lo tomó con cariño de la barbilla, buscando su mirada. Helios le correspondió, lo que llenó de aflicción al mayor. Su hijo había perdido el brillo en sus ojos. Ya no eran dulces aquellas perlas doradas, estaban vacías, repletas de decepción y desconsuelo.

—Haces esto por tu hijo, no puedes abandonarlo.

—Nunca abandonaría a Félix. —dijo Helios, con voz quebrada— Pero Selene...

—Selene tomó su decisión. —interrumpió el mayor— Y tú debes seguir cumpliendo con tu deber, como siempre lo has hecho.

—Padre... —sollozó el menor, perdiendo el aliento— Estoy cansado de pretender. Quiero... —ahogando el llanto, tomó los brazos de su padre, sintiendo como se ausentaban sus fuerzas— Quiero ser feliz.

El contrario lo sostuvo con firmeza. Odiaba ver en esa condición a Helios. Su hijo se hacía trizas en sus propias manos.

—Serás feliz con tu hijo. —murmuró, ganándose la mirada del rubio, que seguía derramando incontables lágrimas, las cuales expresaban lo que su boca ya no era capaz.

Helios llevó su atención a la cuna donde dormía Félix, y sin dudarlo, caminó hacia él para tomarlo en brazos. Con cuidado, lo apretó a su pecho y acercó su rostro, pegando una de sus mejillas a la del bebé. La piel de su hijo era cálida.

—Te amo. —susurró, volviendo sus ojos a la carita de su hijo, fue entonces que pudo notar como una sonrisa se dibujaba en la pequeña boquita de Félix.

Verlo así, lo hizo sonreír también.

—Rodo te espera. —dijo su padre, sacándolo de su momento de paz. Helios suspiró, y al dejar un dulce beso en la frente del bebé, lo regresó a su cuna.

—No la hagamos esperar. —contestó con voz gruesa. Limpió sus lágrimas con rapidez y tomó su capa dorada, para luego salir con pasos decididos de su habitación. En ese momento vio entrar a la nodriza que cuidaría de Félix en su ausencia, lo que llenó su pecho de culpa.

Si tan solo hubiera escogido una mejor madre para su hijo, en esos momentos estaría siendo acobijado por ella, y no por una desconocida nodriza.

—Hijo. —insistió su padre, tomando la manija que con tanta fuerza apretaba el menor. Helios cortó con la vista que le daba a la mujer que sujetaba a Félix y caminó lejos de ellos, aun cuando su corazón se había quedado en aquella cuna, en las manitos de su hijo.

Sus piernas empezaron a conducirlo por un largo pasillo, en donde de lejos pudo ver la sonrisa de triunfo en el rostro de Zeus. Con la mente en blanco, y concentrado en sus pasos, Helios luchó por no matar a ese hombre y a Hera, quien yacía a un lado del trono con una mirada juguetona clavada en él, y en su desgracia. El rubio bajó los ojos, siendo víctima de los murmullos y miradas de todos los presentes. Entre tantos comentarios imprudentes que más de uno lanzaba, pudo escuchar como hablaban del nacimiento del hijo de Rodo. Aquello revolvió su estómago. No podía entender cómo Zeus se había encargado de hacerle creer a todos que Félix era hijo de esa mujer y no de Selene.

Aunque en ese momento, resultaba ser la mejor opción. Ponerle una madre decente a su hijo, y no una traicionera como lo era Selene.

Posicionándose a pocos metros de Zeus, el rubio le dio la espalda sin siquiera saludarlo o mostrarle respeto con alguna reverencia. En su interior ardía el odio por ese ser que sonreía con descaro, disfrutando de su desdicha. Helios clavó sus ojos en la mujer que caminaba vestida de blanco, tomando del brazo a un orgulloso Poseidón. Y las lágrimas de nuevo amenazaron con salir.

En varias ocasiones había soñado con su boda, y sabía que las lágrimas harían acto de presencia en semejante momento. Pero no esas lágrimas que ahora se asomaban, sino unas llenas de plenitud y felicidad. Soñaba con ver a Selene caminando hacia él con aquella sonrisa que tanto le gustaba de la diosa. Pero todo se había derrumbado, esa sonrisa, esa mujer, ese sueño.

Rodo fue entregada a él y Helios pudo ver los nervios en el rostro de la contraria, parecía igual de horrorizada que él.

Lo siguiente pasó con una atosigante lentitud, fueron los minutos más eternos y torturantes de su existencia. Sostenía la mano de una desconocida, con la mente navegando por el mar de sus pesares. Deseaba correr a abrazar a su hijo y dormir pegado a la calidez de él. Félix era su refugio, el único que lo llenaba de valentía para cumplir con sus deberes.

Los aplausos se hicieron escuchar, y con ello, el recuerdo de su miserable realidad. Volviendo sus ojos a Rodo, pudo oír como lo invitaban a besar a la novia, entre gritos eufóricos, protagonizados por unos dioses que creían estar presenciando la unión de una pareja que se amaba, lo que no podía estar más errado.

Acercándose a ella, Helios dejó un seco beso, en el que apenas se rozaron sus labios, y dando otro paso, la abrazó a su cuerpo, escuchando de nuevo el alboroto de los presentes.

—Nunca podré amarte. —susurró él, cerca de su oreja— Lo siento.

Rodo lo abrazó de vuelta al escuchar esas tristes palabras.

—Lo sé. —musitó— No espero que lo hagas, solo deseo que podamos ser un buen equipo.

Helios apretó su mandíbula, aunque agradecía la comprensión de la menor, no podía evitar sentir pena por ella. Pero ya todo estaba decidido. Se encargaría de hacer feliz a Félix, dejando a un lado su propia vida.

—¡Padre, estás aquí! —exclamó Félix con emoción, al ver al mayor mirando por la ventana.

Helios se giró para observarlo, de nuevo su hijo se mostraba alegre.

—Te esperaba. —dijo, forzando una sonrisa, haciendo a un lado el recuerdo que lo había atormentado toda la mañana— ¿Cómo te preparas para el día de hoy?

Félix se deshizo de su coleta alta, dejando libre sus mechones largos, y cayó sentado a un sofá.

—No puedo esperar a que llegue la noche. —sonrió.

Helios se quedó callado, sin poder fingir alegría. Su expresión era seria, triste y abatida.

—Padre —dijo Félix, levantándose con premura para acercarse a él— ¿Estás bien?

—¿Qué? —preguntó el mayor, con un hilo de voz— Claro que lo estoy.

Félix se quedó inmóvil, detallando el semblante del rubio.

—No, no lo estás. —insistió— Te ves triste, padre. Habla conmigo.

—Hijo...

—Puedes confiar en mi. —añadió el menor.

—Lo sé. —dijo Helios, con suavidad— Eres mi mejor amigo, por supuesto que confío en ti. Pero debes creerme, estoy bien.

Félix asintió decepcionado, y caminó hasta la chimenea, consciente de que algo hostigaba a su padre.

—¿Es por mi compromiso?

Helios soltó un largo suspiro. Queriendo tomar eso como excusa para gritarle a su hijo que no se casara.

—Tu silencio habla por ti. —añadió Félix— No puedo entenderte, antes apoyabas este compromiso.

—Yo tampoco entiendo, hijo, como de la noche a la mañana empiezas a amar a un dios que parecías despreciar. —respondió con desdén.

El menor retrocedió un paso, pasmado con las palabras de su padre.

—Lo siento. —susurró Helios, frotando sus ojos con brusquedad— Perdóname.

—Debo alistarme para la celebración de mi compromiso. —dijo Félix, entre dientes— Nos vemos.

Helios se quedó de pie, sin mover ni un solo dedo, viendo como su hijo salía hecho una fiera del salón, al mismo tiempo que la culpa volvía a oprimir su pecho. Félix tenía razón, él había aceptado unirlo a Changbin, y ahora, quería con todo su ser impedir esa boda.

De nuevo el palacio estaba de fiesta, con innumerables dioses vestidos de seda y terciopelo, todos luciendo los tonos rojos y dorados que se mezclaban en el gran salón. Hyunjin no fue la excepción, lo que asombró a más de uno. El pelirrojo vistió los colores de la celebración, cuando la mayoría esperaba verlo de negro, como acostumbraba a asistir.

—¡Vaya! —soltó Minho, incrédulo, al distinguirlo entre la multitud. Hyunjin tenía una capa dorada y el resto de su traje de cuero era de un color carmesí. Llevaba su cabello recogido en una media coleta, con varios mechones sueltos que caían en su perfecto rostro— Casi parece que apoyas este compromiso. Pensé que vestirías de un color opuesto, demostrando tu descontento con esta unión.

Hyunjin sonrió, contemplando como el mayor se robaba el aliento de más de una diosa. Su amigo también vestía los colores, pero a diferencia de él, relucía más el dorado, llevando apenas algunos detalles en rojo.

—Es la idea —dijo el pelirrojo, al tenerlo cerca, para así evitar ser escuchado por alguien más— Pretendo que piensen que estoy a favor de este compromiso. No quiero levantar sospechas. —finalizó, guiñando un ojo, y Minho empezó a reír.

—¡Gracias a todos por venir! —la gruesa voz de Zeus, resonó por todo el salón, acabando con las risas y las conversaciones que los dioses mantenían— Me llena de felicidad anunciar el compromiso de mi hijo y Félix. —dicho eso, empezó a aplaudir, invitando a todos a hacer lo mismo.

Hyunjin alzó sus manos, aplaudiendo con fuerza y lentitud, haciendo que sus palmas chocaran a destiempo, lo que tensó a Hera, que lo miraba con suspicacia. El pelirrojo le sonrió, gozando ver la rabia en su rostro.

—Con esta unión, se formará el linaje de una generación poderosa. —continuó Zeus, mermando el alboroto— El Olimpo será protegido y justamente manejado por estos herederos al trono. —al decir eso, señaló las puertas de su lado izquierdo, donde a los segundos apareció Changbin, tomado del brazo por un sonriente Félix.

El rubio sonreía, y de nuevo parecía ser la sonrisa de alguien más, lo que inquietó a Hyunjin, quien enderezando su cuerpo, levantó el mentón, observando de pies a cabeza a Félix, con total disimulo. De nuevo el menor se robó la atención de todos. Vestía de dorado, con una capa roja que caía al piso, donde se apreciaba nuevamente el dibujo de la flecha, el sol y una media luna.

Media luna... ¿Tendría algo que ver con lo que su madrina le había confesado?

Changbin vestía todo de rojo, con la imagen del trueno grabada en su espalda. Era el único que lucía un solo color, lo que provocó un bufido de parte de Hyunjin. Estaban claras las intenciones del hijo de Zeus de sobresalir entre la multitud.

—Disfruten de la velada. —dijo Zeus, haciendo señas con sus manos a los músicos, quienes de inmediato dieron inicio a la primera melodía de la noche.

Hyunjin se giró con rapidez, al notar como Félix acercaba sus labios a los de Changbin. Quería evitar ver cómo terminaría eso, puesto que ya había visto bastante de esos besos en los últimos días.

De lejos pudo ver a Helios, tomando de una copa dorada, rodeado de varios dioses, entre esos se hallaba Ares, riendo con fuerza de alguna broma de Afrodita. Pero el padre de Félix no mostraba ninguna partícula de interés en el tema que sostenían. Se mostraba incómodo.

—Hyunjin.

El pelirrojo volteó al escuchar su nombre, encontrándose cara a cara con la dulce sonrisa de Jeongin. El hijo de Apolo se veía angelical, lo que era habitual en él.

—Te ves muy bien. —dijo Hyunjin. Y no mentía, se veía increíblemente bien.

Jeongin se sonrojó, aún sonriendo.

—Tú también. —respondió con timidez.

—¡Miren nada más al hijo de Hades! —soltó Chris con una voz escandalosa y copa en mano— Siento envidia. —murmuró— Que bien te lucen los colores de esta celebración.

—Oh, ¿eso crees? —preguntó el pelirrojo, ladeando su cabeza y el mayor asintió, sonriendo grandemente. Hyunjin se dispuso a decir algo más cuando sus palabras fueron robadas por Félix, quien empezaba a saludar a todos los dioses presentes, acercándose cada vez más a ellos— Quisiera saber qué opina el futuro príncipe del Olimpo. —dijo, al momento que todas las miradas se volvían a él, como si fuera una clase de imán.

Félix observó a todos con detenimiento para luego mirar al pelirrojo que lo observaba con una media sonrisa.

Y el silencio reinó.

—Dime, Félix. —continuó Hyunjin— ¿Crees que me lucen los colores de tu celebración? —preguntó nuevamente, dando una lenta vuelta que hacía bailar su capa.

Félix detalló el atuendo del mayor sin decencia alguna, sintiendo como Changbin estrujaba su mano con fuerza, pero eso no lo hizo finalizar con la inspección que le sostenía al pelirrojo. Parecía hechizado por el cuerpo esbelto del mayor, eso sin mencionar el azul de semejantes ojos que en ese preciso momento se habían clavado en él con atrevimiento, solo en él; sin vergüenza alguna, adueñándose de su aliento, el mismo que había perdido segundos atrás, debilitando sus piernas y secando su garganta. Todo eso lo había logrado la simple pero a la vez potente mirada de aquel dios que yacía firme ante él.

—Te ves... —tragó saliva— Te ves bien. Gracias por venir, Hyunjin. —consiguió decir, sonriendo con ternura e indiferencia.

Indiferencia, de nuevo Félix le era indiferente.

Hyunjin frunció el ceño, incómodo con la reacción del rubio. Por un momento pensó haber movido algo en él, pero Félix seguía igual de frío y distante.

Desde una mesa bastante apartada, Helios miraba al hijo de Hades, aquel pelirrojo que reía con Minho y Jeongin, al mismo tiempo que aparentaba desinterés por Félix. Aunque luchara por verse calmado, podía verse en los puños cerrados, su mandíbula apretada y la oscuridad de sus ojos, lo mal que Hyunjin la pasaba. Quitándole atención, miró atentamente a todos los presentes, Zeus reía con Poseidón, mientras Hera tomaba de su refinada copa, Eros parecía pasado de tragos, sentado en la esquina del salón con las mejillas enrojecidas, Rodo hablaba con Chris, pero el menor la miraba con recelo.

Y sin darse cuenta, sus ojos estaban buscando a Selene, pero para su desgracia, la diosa no había asistido.

La multitud de los dioses formaban figuras en el centro del salón, en medio de animadas danzas que iluminaban sus rostros con grandes sonrisas. Hyunjin reía al ver a Minho bailar con varias diosas. Lo que le causaba más gracia, era ver como el mayor buscaba con unos inquietos ojos la mirada de Jisung, pero el pelinegro apenas lo notaba, se hallaba en una profunda conversación con Seungmin, en la que no entraba ni la mínima distracción.

El pelirrojo dejó su copa vacía en una mesa y cruzó sus brazos, apoyándose a uno de los pilares del lugar. Fue entonces que pudo ver a Félix, en una oportuna soledad, que atraía el cuerpo de Hyunjin con exigencia. El rubio se veía absorto en sus meditaciones, se mostraba alegre, pero a la vez, agotado. Sus ojos se cerraban a cada segundo y él luchaba por mantenerlos abiertos, forzando a su vez una sonrisa dedicada a todos los invitados que no dejaban de mirarlo, con el frecuente juicio en sus miradas.

Hyunjin caminó hacia él, haciendo caso omiso a los posibles comentarios que pudieran salir de ese lugar al verlos juntos. Que Félix ahora fuera el prometido de Changbin, de cierta forma le daba la libertad de hablarle sin sembrar suposiciones atroces en los presentes.

—Vas a casarte... —susurró, al estar cerca del menor.

Félix se sobresaltó, y retorciendo sus dedos, asintió.

—¿Y qué harás en la noche de bodas? —preguntó el mayor, rodeando el cuerpo del rubio con lentos pasos que consumían la respiración de Félix.

—¿Qué?

—¿Lo disfrutarás? —añadió Hyunjin, sin dejar de rondarlo como a una presa.

Félix se encogió de hombros, con el frío atravesando su piel.

—Sí. —asintió apenado, siguiendo la silueta de Hyunjin, que dibujaba círculos entorno a él.

—¿Te hará sentir libre? —insistió el mayor con sus indecentes preguntas.

Félix tragó grueso, con la garganta seca y el corazón desequilibrado.

—Será una noche perfecta. —afirmó, con voz frágil.

—Oh, entonces, dime. —prosiguió Hyunjin, clavándose delante del menor, sintiendo su respiración entrecortada— ¿Por qué tu cuerpo se tensa con mi cercanía?

Félix deseó retroceder, seguro de que la escasez de centímetros que separaban sus rostros era imprudente, sobre todo en ese palacio, donde festejaban su propio compromiso. El resultado, de su lucha interna en contra de las emociones que le jugaban en contra, fue el brusco rechazo. Sus pies no se movían, sus ojos no dejaban de seguir el precioso azul de la impetuosa mirada del pelirrojo, sus labios lo traicionaban, se abrían sin decoro, tentado a besarlo.

—No lo sé. —contestó con voz ahogada— No sé por qué mi cuerpo reacciona de esta forma tan desvergonzada con tu presencia.

A pesar de que la respuesta del menor podía considerarse como un triunfo para Hyunjin, el pelirrojo arrugó su rostro con perplejidad.

—Yo te diré qué pasará en tu noche de bodas. —articuló el mayor, con una actitud inefable. Y con un ligero movimiento, acercó su boca a la oreja del rubio— Te acostarás con un hombre que pretendes querer frente a toda esta manada de hipócritas, pero pensarás en mi y anhelarás sentirme. Cerrarás los ojos y verás mi rostro, desearás sentir mis manos y recordarás el calor que nuestros cuerpos desprendían mientras nos entregábamos a los más recónditos e indecorosos pecados que nos cegaban al estar juntos. El aroma de mi cuerpo congelará tu interior. Verás las llamas de mi habitación irrumpir en las gélidas paredes en las que te estarás entregando a un pobre infeliz que no deseas y que nunca desearás. Escucharás mis gemidos chocar con tu boca, y morirás por ver el azul de mis ojos penetrar los tuyos. —Hyunjin se separó para mirarlo con intensidad, escuchando el dulce sonido de los jadeos ahogados del menor que lo miraba con ansia— Eso, perfecto Félix, eso pasará.

En ese segundo exacto, en el que su cuerpo le correspondía al dios que lo observaba con lujuria, Félix deseó besarlo y perder toda formalidad en sus gruesos labios. Sin embargo, su intachable postura fue más fuerte que su indecente ambición.

—¿Interrumpo algo? —preguntó Changbin, sintiéndose altamente humillado con la proximidad de sus rostros.

Félix se apartó de un brinco, y recuperando el aliento perdido, tragó la vivacidad de su garganta.

—Sí. —contestó Hyunjin, con su acostumbrada sinceridad, sin quitarle los ojos de encima al rubio— Hablábamos de ti.

Changbin enarcó una ceja.

—¿De mi?

—Sí. —volvió a responder el pelirrojo sin vergüenza, aun mirando al rubio que le suplicaba con la mirada guardar silencio— De lo mucho que Félix disfrutará su noche de bodas. —finalizó, con una perfecta curva en sus labios que demostraba lo mucho que había disfrutado ese momento, aunque en el fondo, quería matarlos a ambos.

Haciéndole exageradas reverencias, clavó una última vez sus ojos azules en Félix, y apretando sus dientes, se dio la vuelta para separarse de ellos.

Changbin lo siguió con la mirada, al mismo tiempo que daba pequeños pasos hacia Félix.

—¿Hablabas de tu noche de bodas con ese imbécil? —masculló.

Félix bajó la mirada, captando la rabia en el castaño.

—No sabía que se tenían tanta confianza. Parecen ser... —Changbin se detuvo varios segundos antes de continuar— bastante cercanos.

—Ni yo. —soltó Félix, aclarando su garganta— Tampoco sabía que existía tanta confianza entre nosotros.

El castaño exhaló con evidente molestia, y tomando la mano del menor con posesión, lo atrajo a su cuerpo. Félix sonrió, fingiendo calma, pero aquello había sido arrebatado por Hyunjin.

Sentado en una esquina, apartado de todos, Jisung evaluaba el comportamiento de Seungmin con Chris. Se había mostrado bastante alegre mientras conversaban, hasta que el hijo de Poseidón se vio atraído por una diosa de cabello negro que lo miraba descaradamente. Chris se despidió del menor agitando una de sus manos y fue a bailar con la mujer. En ese preciso momento, las comisuras de los labios de Seungmin bajaron, mostrando una apenada línea fina.

—A Seungmin le gusta Chris. —murmuró, escuchando de fondo las risas de Minho.

—¿Qué dices? —Jeongin buscó lo que tenía tan concentrado al pelinegro, viendo de lejos como Seungmin observaba disimuladamente a Chris bailar.

—¿Por unas simples miradas? —intervino Minho, sentándose a un lado de Jisung— No puedes hablar así de los dioses.

—No son simples. —refutó el pelinegro— Los ojos de Seungmin hablan por él.

—No seas ridículo. —resopló el mayor.

—Escucha, eres el dios del amor. Necesitas entender estos temas. —añadió Jisung, con emoción— Hay momentos en los que las palabras no son necesarias... —susurró, lo que hizo que Minho girara su rostro para mirarlo— Tienes que ser un buen observador, y conocerás todos los secretos que guardan los ojos. —añadió el pelinegro, volviendo su mirada al mayor— De esa forma serás capaz de desnudar el alma. —musitó, perdido en la profundidad de los ojos oscuros de Minho.

—¿Qué hacen? —preguntó Seungmin, al ver la extraña cercanía de aquellos dioses que juraban odiarse.

Ambos se separaron con apuro, fingiendo sentir desprecio el uno por el otro.

—¿Qué hacemos nosotros? —preguntó Jisung, haciéndose el ofendido— ¿Qué hacías tú?

—¿Qué? —Seungmin arrugó su frente.

—¿Qué hacías mirando a Chris? —añadió Minho, y Jeongin empezó a reír.

—¿Tengo prohibido mirarlo? —replicó el menor.

—Pero lo mirabas como si... —Jisung apretó sus labios— Como si...

—Habla ya. —masculló Seungmin.

—Nosotros imitábamos tu forma de mirar a Chris. —interrumpió Minho, lo que Jisung agradeció. Parecía una buena escapatoria.

—¡Claro! —exclamó el pelinegro— así mirabas a Chris.

—Que extraño... —susurró Seungmin— No recuerdo haber tenido el rostro de Chris tan pegado al mío. Ustedes pudieron oler sus propios pecados con la cercanía de sus bocas.

Ruborizado, Jisung se preparó para decir algo más pero optó por alejarse a paso veloz. Minho hizo lo mismo, planeando salir del palacio por varias horas, pero sus ojos se encontraron con los de Hyunjin. El pelirrojo desde la lejanía le hizo pequeñas señas que enseguida pudo entender.

Había llegado el momento de su deshonesto plan.

La música se hacía más alta, los dioses bailaban con mejillas sonrojadas a causa de tanto alcohol. Las telas se movían inquietas en el salón, descubriendo los pasos de las parejas que eran protagonistas en la pista de baile. Félix caminaba con elegancia por el inmenso piso, ignorando las sonrisas y miradas que los presentes le lanzaban. Se sentía ahogado, y no se trataba de la multitud que abarcaba el lugar, había perdido el aire desde su encuentro con Hyunjin.

Alejándose de todos, se encerró en una habitación que habían apartado para su propio uso, ya que él y sus padres habían sido invitados a pasar la noche en el palacio de Zeus. Con la excusa de que debían formar lazos más estrechos entre ellos.

Abriendo su camisa, pasó ambas manos por su cabello y se sentó frente a la chimenea, recuperando el control de su débil respiración.

—Aquí estás —dijo Helios, entrando con sigilo. Sabía que su hijo se encontraba alterado.

—Padre... —soltó Félix, en un suspiro.

—¿Te sientes bien? —Helios se apoyó a la puerta cerrada, mirando con cautela el rostro del rubio que era iluminado por el fuego.

—Me siento... —Félix arrugó la frente, al sentir como su pecho ardía con cada palabra que pronunciaba— cansado.

Helios se dispuso a decir algo más, cuando el recuerdo de la reacción de su hijo en horas anteriores, lo hizo callar.

—Pero debo seguir firme. —añadió el menor, levantándose del sillón.

—Espera. —Helios se acercó a él, para acomodar su camisa— Hijo, ¿quieres casarte?

Rodando los ojos, Félix se separó de él.

—No empieces. —siseó.

Helios abrió la boca para refutar pero una sombra en el balcón logró desconcentrarlo por completo.

—Sí, quiero casarme, padre. —volvió a decir Félix— ¿Has escuchado bien? Deseo casarme con Changbin.

Aquello fue suficiente para que Helios lo observara, atónito.

—Debes pensarlo bien.

—No hay nada que pensar. —repuso, airado y el mayor se limitó a escuchar— Antes deseabas esta boda, ¿Por qué ahora te entrometes? ¡Esto no te incumbe!

—¡Por supuesto que me incumbe! —atajó Helios, elevando la voz— Eres mi hijo y me importan todas las decisiones que tomes en tu vida.

—¡Pero si nunca he tomado una! —empezó a reír el menor, incrédulo— Todas han sido tomadas por mi.

Helios respiró hondo, debía calmarse o esa pelea terminaría muy mal.

—Te estoy dando la oportunidad de tomar una decisión. —murmuró, con suavidad— Te estoy permitiendo rechazar este compromiso.

—Padre, escucha. —Félix llevó una mano a su pecho, sintiendo un punzante dolor— Estoy tomando esta decisión porque es lo que anhelo. Deseo casarme con Changbin, quiero vivir a su lado, quiero estar con él. —al decir eso, varias lágrimas mancharon su rostro, lo que sembró en Helios la duda. El comportamiento de su hijo era extraño. Su cuerpo parecía rechazar sus propias palabras.

—¿Por qué? —preguntó el mayor— ¿Por qué quieres estar con él?

—¡Porque lo amo! —gritó encolerizado, soltando espesas lágrimas— Lo amo... —llevando una mano a su pecho, soltó un quejido de dolor— Lo amo...

Helios palideció.

—Eres idéntico a mi hijo... —susurró, rígido, incapaz de moverse de lugar— Pero, ¿lo eres?

Una risa baja salió de Félix con aquella pregunta, y alzando su vista, sonrió con amargura.

—Pues tú te pareces a mi padre, pero no te comportas como él. —masculló, y terminando de acomodar su camisa, limpió las lágrimas de su cara con violencia, para luego salir de la habitación.

Desde las afueras del balcón, Minho observaba a Hyunjin, quien permanecía al otro extremo, petrificado, con la espalda apoyada a la pared y unos ojos vidriosos fijos en la luna.

—Hyunjin... —susurró el mayor, evitando ser escuchado por Helios, quien seguía dentro de la habitación, caminando de lado a lado.

El pelirrojo apretó el yelmo en sus manos y cubrió su rostro con rapidez, evadiendo la mirada de Minho, desapareciendo por completo del juicio de su amigo. De un salto, se tiró de la altura de aquel balcón y caminó con pasos grandes por el pasto húmedo, sin rumbo alguno, pero con la intención de alejarse del palacio.

—¡Hyunjin! —llamó Minho, caminando torpemente detrás de él— No puedo verte, por favor, quítate el yelmo. —insistió pero el menor solo se alejaba.

Minho detuvo sus pasos, porque la oscuridad de la noche y la ausencia de su amigo empezaban a impacientarlo.

—¡Hyunjin! —volvió a gritar, y a los segundos el rostro del pelirrojo apareció delante de él, provocando un sobresalto de parte del mayor— Hablemos. —pidió Minho, detallando el rostro inexpresivo de su amigo.

—No hay nada de qué hablar. —contestó Hyunjin, con firmeza— Ama a Changbin, ya está claro.

—No, escucha. —prosiguió Minho— ¿Ustedes mantenían una relación?

El pelirrojo desvió sus ojos de la palpable evaluación que le hacía su amigo.

—Pensé que ibas a secuestrarlo para molestar a Changbin. —mencionó el mayor— Pero al ver como tu expresión alegre moría con cada palabra de Félix, supe que se trataba de algo más.

—Bueno... —resopló Hyunjin— Ya lo sabes.

—Creí que se trataba de un capricho... —musitó Minho— Pero es amor.

—¡Pero ya lo escuchaste! —exclamó el menor, elevando sus brazos— Ama a Changbin. Quiere estar con él, vivir a su lado. —se repitió, como si de esa forma pudiera convencerse de que aquello sí había salido de los labios de Félix, y no se trataba de una repugnante pesadilla.

—No, Hyunjin... —Minho agachó su cabeza, pensativo— Hay algo mal en él.

—¿¡Lo escuchaste o no!? —gritó el pelirrojo, al momento que sus ojos se inundaban en lágrimas.

Minho, pasmado e increíblemente roto por el dolor que su amigo trasmitía, asintió con pesadumbre.

—Sí, lo escuché.

—Entonces, no estoy loco. —empezó a reír— Escuché bien. —susurró para sí mismo, maldiciendo en su interior.

—¡Hyunjin! —la dulce voz de Jeongin, los hizo girar sus rostros con apuro.

El pelirrojo pasó una mano por sus ojos con brusquedad y forzó una tierna sonrisa para el rubio que corría en su dirección.

—Ya casi dan inicio a la última pieza de la noche. —dijo Jeongin, una vez frente a él— Desearía bailarla contigo.

Hyunjin estudió la inocencia del rubio que sonreía con dulzura. Sus ojos brillaban y siempre irradiaba la misma paz con su presencia. Una paz que necesitaba más que nunca.

—Sería un honor. —contestó, entregándole el yelmo a Minho.

Extendiendo uno de sus brazos, invitó a Jeongin a tomarlo, lo que el menor hizo maravillado, y juntos, se adentraron al palacio, con los ojos de Minho siguiendo sus pasos.

Erguido frente al rostro de Jeongin y siendo el tema de conversación de los dioses que no disimulaban la emoción que les causaba dicho acontecimiento, el pelirrojo se percató del prejuicio en las mirada de más de uno. Se habían esparcido los rumores de que Hyunjin salía con el hijo de Apolo, pero nunca habían visto tanta cercanía como la que estaban demostrando esa noche, lo que, evidentemente, había provocado emoción en los presentes.

Varias parejas conformaban un círculo en la pista del gran salón, entre ellas, Hyunjin pudo ver de reojo a Félix, de nuevo con aquella sonrisa dedicada a su compañero. Con el estómago contraído, el pelirrojo se concentró en los ojos de Jeongin. No quería arruinar la noche del menor, no quería hacerlo pagar por sus propias desgracias. Por lo que tomando sus manos con firmeza, repasó los pasos que su madre Perséfone le había enseñado desde que era un niño. Siempre lo había preparado para los futuros bailes a los que sabía que asistiría, y esos recuerdos seguían guardados en su mente.

De pronto, la melodía empezó a sonar y los dioses contuvieron el aliento, anonadados por las perfectas siluetas que formaban figuras en el piso del salón. Todos se movían sincronizados, siendo un espectáculo para la vista de la muchedumbre que los rodeaba escupiendo críticas, o soltando buenas opiniones acerca de las finas telas de sus vestidos, y la agilidad de los pasos de cada uno.

Jeongin se dejaba llevar por su pareja, confiando plenamente en Hyunjin. Entre las risas, el encuentro de sus miradas, y el roce de sus manos, el menor disfrutaba de la melodía que había servido como cómplice para que esa noche por fin se hallara cerca del dios que había despertado tantos sentimientos en él.

Con la música llegando a su fin y los aplausos resonando en todo el salón, Hyunjin le aplaudió a Jeongin con cómicas reverencias, y éste le correspondió el gesto con una radiante sonrisa, tomándose el atrevimiento de acercarse más a su rostro. El pelirrojo pudo captar las intenciones del menor, y queriendo rotundamente rechazarlo, se quedó estático, evitándole tal humillación al rubio, ya que todos los ojos estaban puestos en ellos.

—Jeongin... —susurró Hyunjin pero el menor lo ignoró y unió su boca con la de él, en un tierno y corto beso.

Si alguien le hubiese dicho que aquella escena le afectaría tanto, Félix habría optado por ignorarla, pero en cambio, había visto todo de cerca, tan cerca que resultaba asqueroso, repugnante y doloroso. Con la rabia carcomiendo su rostro, el rubio se dio la vuelta, alejándose de Changbin y de los aplausos que eran dedicados a la feliz pareja, pero sus pies se vieron enredados con el largo de su capa, lo que hizo que cayera al suelo, y todas las miradas se clavaran en él.

El silencio irrumpió en el salón, donde Félix deseaba ser tragado por la tierra. De un impulso, Hyunjin dio un paso con intenciones de ayudarlo a ponerse de pie pero sus piernas se vieron interrumpidas por Changbin, que ya se hallaba ayudando al menor.

Félix le sonrió al castaño, fingiendo gratitud, cuando en realidad quería levantarse por su propia cuenta y no agregarle más motivos a las burlas que empezaban a cosquillear las lenguas de los dioses. Quitándose la capa con violencia, la lanzó lejos de él, y caminó a zancadas hasta las afueras del palacio. Fue entonces que pudo recuperar el aliento, pero su pecho ardía, logrando que su cuerpo se retorciera de dolor. Corriendo hasta los establos, se escondió entre las pilas de hierba seca que yacían al final de la profunda oscuridad.

Dejando caer su cuerpo, se hizo un ovillo encima del heno, sintiendo como de su nariz bajaba un líquido. Soltando bramidos en su interior, limpió su rostro con la tela de su camisa, y entrecerrando sus ojos, pudo ver el dorado del Ícor que había manchado su prenda. ¿Qué le pasaba?

El relincho de un caballo, lo hizo reaccionar con temor, y ocultándose más entre la hierba, le echó un vistazo a las patas de un caballo negro que se adentraba al establo.

—¡Fengári! —aquella voz erizó su piel, y supo de inmediato de quien se trataba— Maldición, Fengári, quiero irme.

El caballo volvió a relinchar, alzando sus orejas con inquietud, y llegando hasta el fondo del lugar, donde no pegaba la luz, descubrió la aterrada mirada de Félix. Eso lo hizo saltar emocionado, como si hubiera salido victorioso y el rubio era su premio.

—¡Voy a regalarte y me quedaré con Ílios! —se quejó el pelirrojo, caminando hasta el animal, pero al tomarlo de las riendas, sus ojos chocaron con los de Félix.

—Ílios es mío. —musitó el menor, y Hyunjin se quedó inmóvil y mudo.

Félix se puso de pie, arrugando su rostro a causa del dolor que todavía permanecía en su pecho.

—No le digas a nadie que estoy aquí.

—No iba a hacerlo. —lo atajó el mayor, aun perplejo.

El rubio sonrió.

—Te extraño. —susurró.

Hyunjin abrió los ojos de par en par, horrorizado.

—¿Qué dices? —preguntó, apenas audible y el rubio se acercó a su rostro.

—Tus ojos... —dijo con voz quebrada— Son del mismo color de la luna.

—No... —Hyunjin retrocedió un paso— No, no, no. —soltando las riendas de Fengári, pasó una temblorosa mano por sus ojos— No hagas esto, Hyunjin, no llames a la luna llena. —se dijo a sí mismo.

—¿Por qué no? —Félix frunció el ceño, de nuevo cortando con la distancia de sus cuerpos— ¿Por qué no quieres que haya luna llena?

Hyunjin, boquiabierto, se permitió el beneficio de la duda.

—¿Estás jugando conmigo? —preguntó, ahogando el dolor de su interior.

—¿Por qué jugaría contigo? —cuestionó Félix, al mismo tiempo que el dolor en su pecho se intensificaba.

—¿Por qué? —soltó el mayor, entre risas— Vas a casarte con Changbin y dices amarlo. Todos estos días me has mirado con indiferencia, como si delante de ti se encontrara un desconocido... ¡Un maldito desconocido!

El rubio se abalanzó hacia él, robando su boca, tomando como prisioneros los quejidos del mayor que se ahogaban en sus labios. Hyunjin amplió sus ojos anegados en lágrimas y siendo un completo cobarde, sin mencionar lo débil que lo volvía el rubio; correspondió el beso. Rodeó con sus brazos la pequeña cintura del menor y se perdió en él, sin controlar las lágrimas que aun salían de sus ojos. Se sentía herido y bastante confundido, pero sus sentimientos por Félix lo hacían actuar como un completo idiota.

Apoyándolo a una pared, lo besó con violencia, haciéndole entender al menor lo mucho que lo había necesitado. Félix ladeó su cabeza para recibirlo con mas profundidad y Hyunjin lo cargó a horcajadas, sintiendo como las piernas del rubio se abrazaban a su espalda.

—Escapemos del Olimpo. —jadeó Félix, cerca de los hinchados labios del pelirrojo.

Aquella frase, le resultaba familiar a Hyunjin.

—¿Escapar? —preguntó agitado— Félix, ¿a qué juegas?

El dolor en su pecho lo hizo maldecir, y pegando su frente a la del mayor, sonrió con tristeza. Deseaba decir tanto pero su boca no le obedecía.

—Sólo ... —susurró, con el dolor nublando sus ojos— Escapemos. —dijo al fin.

Hyunjin pudo captar el sufrimiento en su semblante, como si cada palabra que soltaba, era una lanza clavada a su pecho. Algo no estaba bien.

¿Félix se sentía obligado a estar con él?

—Con la llegada del alba. —continuó Félix— Te veré en el campo de flores, y... —tomando una dolorosa bocanada de aire, bajó sus piernas para volver a tocar el suelo— Y seremos libres.

Hyunjin pudo negarse, existían infinidades de razones para rechazar esa descabellada idea. Pero, solo fue capaz de asentir, embelesado con el tono azul de los ojos de Félix, de donde salían lágrimas mezcladas con Ícor. Estaba sufriendo.

—¿Estás bien? —preguntó alarmado pero el menor sonrió, y acercándose, selló sus labios con un beso.

—Nos vemos al amanecer. —al decir eso, se fue corriendo, desapareciendo del establo.

Girando con lentitud, Hyunjin vio la luz que mostraba la salida del lugar, por donde el rubio había escapado segundos atrás, y sin entender la razón, anheló no haberse separado de él.

Deseó haber escapado esa misma noche.

—Fengári... —susurró, y su caballo acercó su cabeza con cariño— Algo atormenta a mi Félix.

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