Drakhan Neé

By _eversinceale_

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«Somos poder, somos fuerza, somos la nación más poderosa que hay, no vengo a fingir que no tenemos un pasado... More

❂ Drakhan Neé ❂
❂ p a r t e u n o ❂
❂ prólogo ❂
❂ capítulo uno ❂
❂ capítulo dos ❂
❂ capítulo tres ❂
❂ capítulo cuatro ❂
❂ capítulo cinco ❂
❂ p a r t e d o s ❂
❂ capítulo seis ❂
❂ capítulo siete ❂
❂ capítulo ocho ❂
❂ capítulo nueve ❂
❂ capítulo diez ❂
❂ capítulo once ❂
❂ capítulo doce ❂
❂ capítulo trece ❂
❂ capítulo catorce ❂
❂ capítulo quince ❂
❂ p a r t e t r e s ❂
❂ capítulo dieciséis ❂
❂ capítulo diecisiete ❂
❂ capítulo dieciocho ❂
❂ capítulo diecinueve ❂
❂ capítulo veinte ❂
❂ capítulo veintiuno ❂
❂ capítulo veintidós ❂
❂ capítulo veintitrés ❂
❂ capítulo veinticuatro ❂
❂ capítulo veinticinco ❂
❂ capítulo veintiséis ❂
❂ capítulo veintisiete ❂
❂ capítulo veintiocho ❂
❂ capítulo veintinueve ❂
❂ capítulo treinta ❂
❂ capítulo treinta y uno ❂
❂ capítulo treinta y dos ❂
❂ capítulo treinta y tres ❂
❂ p a r t e c u a t r o ❂
❂ capítulo treinta y cuatro ❂
❂ capítulo treinta y cinco ❂
❂ capítulo treinta y seis ❂
❂ capítulo treinta y siete ❂
❂ capítulo treinta y ocho ❂
❂ capítulo treinta y nueve ❂
❂ capítulo cuarenta ❂
❂ capítulo cuarenta y uno ❂
❂ capítulo cuarenta y dos ❂
❂ capítulo cuarenta y tres ❂
❂ capítulo cuarenta y cuatro ❂
❂ capítulo cuarenta y cinco ❂
❂ capítulo cuarenta y seis ❂
❂ capítulo cuarenta y ocho ❂
❂ capítulo cuarenta y nueve ❂
❂ capítulo cincuenta - final ❂

❂ capítulo cuarenta y siete ❂

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Maratón final 3/6



JAEKHAR






Antes de que despertara, se encontraba soñando.

No era como los sueños que solía tener. Lo que estaba ante sus ojos eran únicamente imágenes, flashes con escenas de su vida y algunas otras como si no le pertenecieran en absoluto, pero que sentía como si fueran completamente suyas.

Jaekhar veía un cielo rojo, un castillo en llamas y un dragón gigante volando a lo lejos.

Pero también veía una aldea gris, un ejército plateado moviéndose en perfecta sincronía, una mujer rubia al final del camino mirándolo con desolación.

Las imágenes eran breves, arrebatadoras, llenas de una ira incandescente que lo estaba consumiendo. Era como si caminara bajo su piel, enroscándose a sus huesos, mezclándose con su propia sangre... Y él la estaba aceptando.

Más imágenes. El trono de su Casa, la poderosa dinastía sentada en el, sus dragones en el cielo, su castillo imponente. Veía lo que era su familia, pero a la vez no. Era como si en cada parpadeo de color, los rostros cambiaran, las figuras ante él se modificaban a cada segundo. En algunas reconocía el rostro de sus tías, los ojos brillantes de su hermana, a sus Padres orgullosos... pero luego aparecían las caras ajenas. Eran familia, podía sentirlo, pero habían habitado en una era anterior a la suya.

Esos no eran sus recuerdos, pero podía reconocerlos como si lo fueran. Una reina, un rey, príncipes y cortesanos. Todos mirándolos con una especie de fascinación combinada con respeto... y con miedo.

Vería dragones, escamas y fuego. Oro, plata y bronce. Se movía con la misma destreza, balanceaba el golpe de su espada con la misma fuerza y contaba con la fuerte convicción que siempre lo había rodeado.

Era Jaekhar, pero al mismo tiempo no lo era.

Se veía en el espejo y de pronto sus ojos bicolor se tornaban oscuros. Su cabello rizado se alargaba, lacio y fino como la seda. Y su rostro no era el suyo; similar, pero tan... cruel.

Y esta tremendamente furioso.

(...)

Despertó a la mitad de un grito.

Su cuerpo estaba ardiendo, pero no había llamas a su alrededor; en realidad no había nada a su alrededor más que oscuridad. Y lo estaban rodeando, no solo en el sentido figurado. Jaekhar podía sentir como unos lazos lo aprisionaban contra el suelo, sujetando sus brazos contra su pecho, sus piernas entrelazadas mientras el poder de la noche se enroscaba sobre ellas como si fuera una enorme serpiente.

Se esforzó en deshacerse de las ataduras, empujó con toda su fuerza, pero los lazos no estaban cediendo. Su cuerpo estaba entrando en combustión, sentía el escozor de las marcas sobre su piel, pero no veía ni un solo atisbo del brillo que las acompañaba.

Era como si la oscuridad fuera tan absoluta, que estaba logrando tragarse hasta el más mínimo destello de luz.

Lo intentó de nuevo; esta vez, gritó con más fuerza cuando empujó. Sintió el sudor recorrer todo su cuerpo, el calor lo envolvía mientras más se esforzaba. Y aunque consiguió moverse unos cuantos centímetros, los lazos de oscuridad no lo soltaron. Lo lazos tan solo se enroscaron con más fuerza.

Gritó de nuevo, atrapado en los más profundo de su frustración.

Entonces una puerta fue abierta y una luz azul pintó toda la estancia, Jaekhar pudo contemplar todo lo que estaba a su alrededor.

Reconoció el salón del trono de Gindar a pesar de que no había vuelto a poner un pie en el desde su llegada a Nivhas. Como aquella vez, lucía abandonado, con musgo entre las grietas de las paredes, el polvo arremolinado en cada esquina. Él se encontraba en el centro de la sala, con los tentáculos oscuros de las sombras atándolo a la vez que gruñían ante la presencia de la luz.

Escuchó un gemido a su izquierda. Se volvió en esa dirección tanto como las ataduras le permitían, solo para descubrir a Lysander en el mismo estado; atado a un pilar, pero con muchas más sombras rodeándolo, apegando su columna a la piedra, con su cuello expuesto donde uno de los lazos oscuros parecía acariciarle con la promesa de cortarle la garganta si se movía un solo centímetro.

—Sander —exclamó Jaekhar con una voz rasposa y seca. Sintió como todo su cuerpo estaba igual de rígido, débil—. San...

Tosió, sintiendo como sus propias ataduras se ceñían ante su llamado. Pero Lysander encontró su mirada, a pesar de la complejidad de su postura. solo podía contemplarlo por el rabillo del ojo, pero fue suficiente para que Jaekhar viera el hilo de sangre que corría desde la boca de su mejor amigo. Sander era grande, pero no más que el príncipe. Si las sombras estaban teniendo problemas para sujetarlo, tenía que ser porque...

Le costó, pero se obligó a mirar hacia atrás.

Daerys estaba al pie de una plataforma, completamente inconsciente, parecía como si lo hubieran botado ahí cuando regresaron del bosque.

Su estado no mejoraba al de Jaekhar. Lucía enfermo, el brillo sobre su piel indicaba que estaba sudando como el y aunque su pecho subía y bajaba suavemente, indicando que estaba con vida, había algo terriblemente aterrador el ver a su hermano de esa manera. Pero lo peor era quién estaba de pie ante él.

—Príncipe —saludó Arwan desde su trono. Debido a la escasez de luz, Jaekhar no podía alcanzar a ver todo su rostro—. Es un alivio que despertaras, estaba empezado a pensar que esto se tornaría aburrido.

Todo su cuerpo comenzó a arder.

—¡LIBERAME! —ordenó con ira; gritar con la garganta seca era doloroso, pero no le importó intentando desatarse de nuevo—. AHORA. ¡Liberarme en este momento!

—No haré tal cosa —la Matrona parecía aburrida, pero el tono divertido que usaba era lo suficientemente provocativo para hacer hervir la sangre del heredero todavía más.

El príncipe, con el cuerpo plagado de sombras, el cabello húmedo sobre sus ojos se retorcía mientras la piel de su cuello se tornaba roja por el esfuerzo. Pero ni siquiera entonces se podían admirar las marcas.

—Vas a liberarme y alejaras estas malditas sombras, si es que prefieres mantener tu cabeza pegada al resto de tu cuerpo.

—Me pregunto cómo es que tienes el valor de hacer tales amenazas... juzgando tu estado.

Jaekhar gruñó; descubrió que, además de completamente inmovilizado, no había nada a su alrededor que pudiera usar como arma. Aunque ni siquiera una daga o una espada serían de ayuda en ese momento. Las sombras, a pesar de encontrarse más sólidas que la primera vez que se enfrentó a ellas, no eran del tipo de materia que pudiera cortar con el filo del metal.

Necesitaba su luz, pero su fuerza estaba flaqueando y su poder estaba anulado junto con ello.

—Es inutíl, princípe. No hay una salida, no esta vez —Arwan se puso de pie lentamente, caminando entre las sombras. Jaekhar notó que el rayo de luz azul venía desde el interior del castillo—. Si tienes un poco de inteligencia debajo de esa mata de rizos tuyos, dejarías de luchar y entenderías que tu fuerza no te ayudará ahora.

Jaekhar cerró los ojos y volvió a ver todas las imágenes de su sueño; guerra, fuego y metal.

Sintió la necesidad de gritar de nuevo; la frustración lo estaban consumiendo, pero tuvo una idea: fuego, tal vez, sería la clave. Pero ¿Cómo podía crear fuego? Si Daerys conseguía llamar a los dragones, podrían tener una oportunidad para escapar. Necesitaba zafarse de esa prisión de oscuridad y ayudarlo. Tenía que sacar a su hermano de ahí, a Sander. Tenía que protegerlos a los dos...

—¿Sabes? Para serte honesta, dudé que vendrían hasta aquí en primer lugar, pero entonces tu padre, el rey dragón, respondió a mi carta. Y entonces, no solo uno, sino dos príncipes del fuego estaban en Nivhas. ¿Tal vez fue suerte... o fue el destino?

Nuevamente las imágenes. Su hogar, su ciudad dorada, una sonrisa orgullosa, una encomienda por su honor.

Todo eso se desmoronó ante el vistazo de la guerra. Al dolor y la desesperanza. El fuego venía, el aire olía a muerte. Como si la tierra debajo del castillo comenzara a pudrirse. Se sujetó a esa ira y dejó que colmara cada uno de sus sentidos. Él traería esa guerra, esa muerte. Iba destruir esa tierra hasta que solo quedaran en cenizas.

—Me recuerdas mucho a él —susurró la bruja, de pie junto al cuerpo de su hermano.

Jaekhar apretó la quijada con tanta fuerza, que su mandíbula dolió. No hizo ninguna pregunta, estaba seguro de que gritaría de nuevo si abría la boca.

—Al último príncipe heredero que pisó esta tierra. Con tu promesa de guerra y esa mirada de ira en tus ojos... eres tan idéntico a Vaerys —Arwan se movió, ignorando a Daerys como si solo fuera un mueble más dentro de una habitación—. Y sabes como terminó eso.

La Matrona se movió hasta que estuvo frente a él.

—Solo que esta vez no tienes la ventaja —cuando estuvo cerca, el príncipe tuvo un completo vistazo a su rostro. La cara de la bruja estaba intacta del lado derecho, pero del izquierdo... su piel se estaba tornando negra. Como si su sangre se hubiera corroido con veneno—. Vaerys fue quién cometió una traición y destruyó a Catherine en el proceso. Pero ahora... fue una bruja quién traicionó al príncipe.

Guerra, sangre, traición. De repente se encontró sintiendo una implacable sed de sangre. Veía a la Matrona y tan solo podía pensar en formas de matarla, una cada vez más violenta que la anterior. Se imaginó el castillo de Gindar en llamas, sus botas entre las cenizas y los cuerpos calcinados. Quería ver todo arder.

Arwan dio un paso más cerca. Las sombras hicieron sitio para que la bruja pudiera tener el rostro a solo unos centímetros del de Jaekhar, pero mantuvieron sujeto al príncipe.

—El rey que no fue coronado, así es como lo llaman ¿verdad? A Vaerys —Arwan pronunciaba el nombre con tanto odio, que su rostro lucía mucho más grotesco—. Esa vez tu Casa sufrió una gran perdida.

La bruja le dio la espalda y Jaekhar contempló que la piel de su nuca estaba tornándose oscura también. Lo miró sobre su hombro con una sonrisa desagradable.

—Supongo que la dinastía Akgon esta por ver al siguiente.

Jaekhar vio rojo. Había tanta sangre cuando cerraba los ojos y eso le causaba satisfacción excesiva. Quería ser él quien reclamara cada una de las vidas en esa tierra y hacerse una corona con sus huesos. Quería dejar a Arwan para el final, para que contemplara todo lo que había hecho y regocijarse con su ira.

Pero entonces... Un par de ojos dorados, una cascada de rizos negros y un atisbo de piel morena. Jaekhar sintió una apuñalada en el pecho; el solo recuerdo de ella le escoció tanto como cuando Arwan le reveló el verdadero papel que su sobrina había tenido en su vida. Y aunque reconocío que su furia estaba tornándose cada vez más profunda... no podía pensar en otra cosa que no fuera su traición.

Arwan comenzó avanzar de vuelta hacia su hermano. Jaekhar esperó que se acercara hasta Daerys, que le pusiera sus manos encima, esperando que eso desencadenara finalmente la fuerza para soltarse de sus ataduras... pero la bruja parecía no poder acercarse a su hermano. Como si una barrera invisible se lo estuviera prohibiendo.

—Resultó que tu hermano es el más peligroso de ustedes —dijo sin apartar la vista del cuerpo de Daerys—. Estoy segura de que eso no te lo esperabas.

Todo se borró de la mente de Jaekhar. La sensación del miedo hizo que el fuego de su ira se apaciguara a un montón de brazas.

—¿Qué pasa con mi hermano?

—Está durmiendo. Trata de enviarle un mensaje a tu Padre. Esta tratando desesperadamente de cruzar mis barreras, pero no puede —murmuró con una suave sonrisa. No estaba del todo contenta, pero al menos estaba teniendo una pequeña victoria—. Mis sombras se lo están haciendo muy difícil...

Si Daerys estaba luchando con su mente... ¿Por qué Arwan no podía acercarse a él? ¿Qué se lo estaba impidiendo?

—Despiértalo entonces —comandó el príncipe.

Arwan lo miró irritada.

—No puedo —reconoció. Sus manos cayeron a sus costados, apretándose en puños—. Hay algo que olvidaron contarme, mi príncipe. Hay una... bendición puesta sobre ustedes. Tal vez eso lo hace más valiosos, pero por el momento... es un dolor de cabeza.

Jaekhar sintió la ira arremolinarse de nuevo en el centro de su estómago, como si el miedo se hubiera convertido en combustible que necesitaba para seguir luchando.

—No puedo cruzar esos muros, los que esta bendición usa para proteger la vida de tu hermano... y la tuya. Así como no puedo atacarlos. La única forma que tengo de llegar a ustedes es por mis sombras. El poder oscuro es la contraparte del tuyo. La única forma de luchar contra la luz es con la oscuridad —algo sobre ese pensamiento hizo reír a la bruja de manera irónica—. Es como si esta pelea hubiera sido orquestada por los mismos Dioses.

Conocer aquel dato le otorgó un atisbo de esperanza. Daerys estaba intentando pedir ayuda, pero las Ateki de Arwan se lo estaban prohibido. El cuerpo de su hermano estaba pálido porque estaba luchando su propia batalla y Jaekhar no sabía cuánto más aguantaría.

—Pero cada hechizo puede ser roto, no importa que tan poderoso sea. Y estoy trabajando en ello —Arwan alzó el mentón, sus manos se extendieron ante ella y sus sombras comenzaron a crecer, arremolinándose a su alrededor—. Sus barreras mentales son fuertes, pero podré con tu hermano. Y Daerys será la primer joya en mi corona, ¿y con el poder de tu hermano? Te destruiré a ti, destruiré a tu padre, destruiré tu reino entero.

—¡ALÉJATE DE MI HERMANO! —oh, la ira había regresado y Jaekhar estaba ardiendo de nuevo.

Con la sola mención de lo que Arwan tenía pensando hacer, con todas esas imágenes y pensamientos intrusivos en su mente, Jaekhar encontró la fuerza que necesitaba para traer su luz de vuelta. Sintió el ardor de las marcas quemar como nunca antes y entonces la estancia entera se llenó de brillo.

Las sombras que lo estaba sujetando se esfumaron y el sintió como su cuerpo comenzó a responderle de nuevo. Sus piernas lo sujetaron y el estaba de pie ante la Matrona.

Su camiseta había desparecido, pero sus músculos brillaban gloriosos gracias a las marcas. En ambas manos aparecieron espadas gemelas, creadas del poder que nacía desde su interior. Jaekhar había prometido guerra y ella estaba apunto de tenerla.

—Oh, eres todo un guerrero —murmuró la bruja, logrando mantener su rostro neutro—. Estas tan convencido que puedes lograr todo lo que quieras. Vaya que si me recuerdas mucho a él, esperando a que todos te obedezcan..., no estás acostumbrado a pelear por las cosas ¿verdad? Bueno —Arwan sonrió antes de dirigir las Atekis hasta él—, pelea por tu vida, entonces.


(...)


Jaekhar se puso en una posición de combate cuando las sombras se arremolinaron en cada flanco; se giró a ver a Sander, que seguía retenido y esta vez parecía inconsciente. Arwan seguía intentando derrumbar los escudos de Daerys y él tenía que deshacerse de las Ateki para llegar a ambos.

Las sombras lo rodeaban como si fueran animales analizando a su presa. No eran corpóreas, estaban viajando con el viento, intentando buscar una brecha en la que pudieran tomar al príncipe por sorpresa.

Pero pronto se darían cuenta que Jaekhar era un guerrero formidable.

Alzó el mentón, sus espadas gemelas de luz listas para recibir el ataque. Ya las había vencido una vez, podría de nuevo, era cuestión de que se atrevieran a dar el primer golpe.

Las sombras comenzaron a solidificarse frente a él, Jaekhar esperó visualizar la silueta de aquella criatura encorvada con brazos largos que había visto en el bosque. Con esas garras, seguro debería atacar primero a los brazos. Deshacerse de las extremidades antes de que intentaran rasguñarlo, esquivarlas si saltaban en su dirección. No había nadie en ese mundo que pudiera salir triunfante de una pelea contra él.

Nadie. Excepto tal vez..., él.

Porque las sombras se amoldaron, creando un cuerpo reconocible. Era exactamente de su misma altura, se erguía justo como él lo hacía. El tono oscuro de la criatura se asemejó al color de su piel y aunque sabía que lo que estaba frente a él no podía ser real... Jaekhar sintió un atisbo de pánico cuando se miró a si mismo.

Las sombras habían creado un doble de él. Jaekhar iba a enfrentarse consigo mismo.

—¿C-cómo...?

—Oh, aquí esta el chico dorado —Su propia imagen estaba sonriéndole. Se situaba orgulloso ante él, despreocupado, confiado. No había rastro de las espadas de luz, ni de las marcas, y el color de sus ojos... negro. Por completo. Como dos abismos profundos que le causaban pánico—. Tan fuerte, tan alto, tan perfecto.

—¿Qué es lo que eres? —Jaekhar estaba perplejo. Las marcas en sus brazos perdieron un poco de su brillo. Si este era el poder de Arwan ahora... ¿cómo iba a poder sacar a su hermano de ahí?

Tenía que ser una maldita broma, tenía que serlo. Un ejército de sombras podría haber sido un gran reto. Pero oh, Arwan de verdad estaba potenciada con el poder oscuro que recién había recibido. ¿Pelear consigo mismo...? Tal vez era posible ganar. Estas sombras podrían adoptar su figura, pero su mente, no, esa era completamente suya.

O eso creía él.

—¿Sorprendido? Qué extraño —se burló su doble—. Vamos, inténtalo. Dame el primer golpe.

—¿Por qué no lo intentas tú?

—Oh no, no lo haré —El Otro Jaekhar sonrió y él se sintió dar un respingo. Comenzó a caminar a su alrededor, Jaekhar se movió con él, manteniendo la guardia en cada paso—. Entrenaste toooda tu vida para esto, ¿no es así? Para "convertirte en el mejor peleador de todos los tiempos".

Había usado un tono de burla, logrando descolocar aún más al verdadero heredero. Jaekhar no estaba acostumbrado a ser la víctima en sus peleas, así que prefirió atacar primero.

Se abalanzó sobre el Otro, usando una maniobra enseñada por su propia tía: un combate con dos espadas. Esta táctica debería darle la victoria en dos movimientos si los ejecutaba con precisión; dio una vuelta, esperando que sus espadas conectaran con el cuerpo del doble, pero sorpresivamente, fueron detenidos por una espada hecha por completo de oscuridad.

Jaekhar dio un paso hacia atrás, confundido. El Otro tenía sus propias espadas gemelas y parecía estar encantando con la expresión en el rostro del príncipe.

Así que Jaekhar volvió a atacar; esta vez, ambos se sumieron a un duelo digno de convertirse en una canción. El príncipe se movía tan rápido como el viento, su manera de combatir era elegante, pero eso no significaba que no fuera violenta. La forma de manejar la espada era tan natural que venía a él con la misma facilidad de dar un puñetazo o una patada, como si el arma entre sus dedos fuera una mera extensión de su cuerpo.

Pero el Otro conocía sus tácticas. Sabía qué golpes usaría, cómo esquivaría, qué tipo de fintas podría usarse para intentar engañarlo. Pero por lo mismo, su pelea se desarrollaba con tanta facilidad. Era como si hubieran estado ensayando durante una vida entera para esto.

Y Jaekhar era el mejor peleador, pero se estaba enfrentando a si mismo.

El filo de sus espadas resonó cuando el príncipe aporreó sus espada derecha contra la del Otro, así que decidió dar un paso hacia atrás, necesitando recuperar el aliento. Pero la criatura frente a él no parecía estar cansada en absoluto.

El pequeño atisbo de pánico en su estómago se transformó en un piquete alarmante.

—¿Necesitas un pequeño descanso? Vamos, tengo tiempo —le dijo el otro y Jaekhar quiso abalanzarse de nuevo. Pero eso sería una tontería.

—Eres solo una alucinación, no eres una amenaza real para mi —exclamó, tratando de convencerse más a si mismo que al Otro.

—Ah si, pero si eres terriblemente odioso —le respondió el doble, haciendo una mueca cómicamente disgustada—. No te das cuenta o- mejor dicho, no quieres darte cuenta que esta no es una pelea que puedas ganar.

—Nunca me tomes-

—"Por sentado" ¿no? —completó el Otro antes de que Jaekhar pudiera terminar—. Vaya, si que eres egoísta. Nunca has tenido que vivir con la idea de ser el segundo en algo, pero es tiempo de que lo contemples.

Eso lo impulsó a atacar de nuevo. Las espadas gemelas desparecieron, Jaekhar las convirtió en una larga lanza que usó con mucha más fuerza contra el doble. Los parámetros básicos del combate estaban siendo descartados en su mente, esta ya no era una pelea justa. Si tenía que jugar sucio, lo haría.

—O tal vez me equivoco —sonrió el Otro, bloqueando un ataque—, si que lo has contemplado ¿no es cierto? No ser suficientemente bueno.

Jaekhar gruñó, dando golpe tras golpe, sintiendo el sudor caerle por las sienes. El doble recibía cada golpe sin inmutarse. Por cada ataque sorpresa que el príncipe daba, ya estaban esperándolo. Su duelo comenzó a salirse de control, ellos se movían por toda la extensión del salón, evitando la parte en donde su hermano seguía sin ser alcanzado por la bruja, o en donde Sander se mantenía inconsciente.

Los miró de reojo, pero esa distracción le costó.

El Otro Jaekhar lo empujó y el príncipe no pudo recuperar el equilibrio en el último momento. Cayó y su doble posicionó su propia lanza de sombra sobre su garganta.

—Estás aterrado ¿no es así? —Jaekhar odió tanto esa sonrisa socarrona que se prometió que no volvería a hacer ese gesto en su vida—. Ese es tu verdadero problema. Tienes miedo de no ganar, de convertirte en una decepción.

La punta de la lanza oscura presionó su piel y Jaekhar la quitó de un manotazo, negándose a reconocer las palabras del Otro.

Se puso de pie. De nuevo estaba en guardia; necesitaba pensar, necesitaba un plan.

—¿Qué harías si te digo que no puedes ganar, que no eres lo suficientemente bueno?

—Cállate.

—Tienes miedo. De no ser el rey que tu padre quiere, el rey que tu pueblo necesita. Tienes miedo de decepcionar a tu familia. Porque tu eres el príncipe que fue prometido, el heredero más poderoso de tu Casa. Hay tanto, tanto peso en ti.

Las palabras encontraron su objetivo, Jaekhar retuvo la respiración.

—Eres tan ingenuo —dijo el Otro, su voz colmada de una convicción que hizo que el príncipe comenzara a dudar—.  Puedes manejar tu espada, hablar como la realeza, pero... ¿de verdad mereces representar a tu reino?

—Mi padre me nombró heredero.

—Pero ¿Cómo esperas que tus súbditos te escuchen? ¿Qué tu corte te respete, príncipe dragón?

Ante esas palabras, Jaekhar sintió que su pecho dolía. Y su cuerpo se tornó completamente débil. La lanza en su mano desapareció.

—Oh, toque una parte sensible ahí ¿verdad? Así es como ella te llamaba —las imágenes en su mente, que solían ser violentas y llenas de guerra, fueron remplazadas por recuerdos dolorosos—. Fuiste traicionado por la persona de la que te enamoraste. Ella te mintió a la cara desde el primer momento y tu lo creíste.

Jaekhar pensó en el anillo, en la forma en lo instruyó en su poder, cuando la acompañó a recorrer la tierra de las brujas porque no quería dejarla sola, no después de descubrir la amenaza de las sombras. Pero sobretodo, no pudo evitar en pensar en sus sentimientos. Sus hombros cayeron.

—De verdad querías convencerla de que se quedara contigo —murmuró el Otro, hablando con fingida lástima—. Lo pensaste, esa noche que pasaron bajo las estrellas. La miraste por un largo rato después de que ella se durmiera y lo único que pensabas era qué podrías hacer que regresara a casa contigo. Vaya, incluso pensaste en hacerla tu reina. Y tan solo unas horas después descubriste que te traicionó.

La mirada en su rostro cuando Arwan se lo dijo, la forma en el que el rostro de Zeerah se quebró fue lo único para convencerlo de que la Matrona no estaba mintiendo. Jaekhar nunca pensó que un corazón roto fuera tan devastador.

—Y luego están tus padres... —prosiguió—. ¿Qué es lo que pasara cuando se enteren de lo que has hecho? De que has... fallado.

Jaekhar se apresuró a contradecirlo.

—No. Aún no has ganado. P-puedo lograrlo, nunca hemos perdido una batalla. Vengo de gloria y-

—...que tu hermano murió por tu culpa —el doble habló como si Jaekhar no hubiera hecho ni un sonido.

Esas palabras volvieron a golpearlo sin aviso. Se giró instintivamente hasta donde Arwan seguía comandando a sus sombras para romper las barreras de Daerys. Su pequeño hermano estaba usando su última gota de poder, en cualquier momento la Matrona conseguiría lo que estaba buscando.

El corazón de Jaekhar comenzó a later dolorosamente rápido.

—Estás tan aterrado. Pero no lo estás por tu hermano, o por tu padre, ni siquiera de lo que la gente diga de ti. Estás aterrado por ti. Porque sabes que no vas a ganar. No eres lo suficiente bueno.

—No... no.

—Esta alianza que buscabas pactar se ha resumido a cenizas. Tu primera encomienda como heredero y lo arruinaste —el doble estaba a sus espaldas, hablando muy cerca de su oído, Jaekhar sentía que un nudo se estaba formando en su garganta. Sus palmas estaban sudando—. Viniste hasta acá y fuiste lo suficientemente tonto como para bajar la guardia porque creíste que lo lograrías.

Sander se movió, no supo si fue un espasmo, o estaba despertando. Si veía el estado de Daerys, se lanzaría hasta él sin pensarlo. Las sombras lo matarían.

—No eres el héroe de esta historia. No eres nadie, en realidad. Y vas a morir —sentenció el Otro, regocijándose en esas palabras—, pero antes tendrás que enfrentar todo eso.

Las imágenes volvieron, solo que esta vez no estaban tintadas de guerra. Lo que vio en su mente era una recopilación de todo lo que había causado, del dolor que le traería a sus padres, de la decepción que sería para su familia. Zeerah le había mentido, Arwan lo había traicionado. El poder de ella había creado todo eso y ese sería su fin.

No volvería a casa, no volaría nunca más sobre el Krestum, su hermano no pasaría el resto de su vida con Sander y él... se había enamorado de una chica que lo traicionó. Zeerah seguramente estaba huyendo para salvarse del caos que él acababa de traer a su mundo.

Claro que estaba aterrado.

Pero Frareh una vez le dijo que estaba bien tener miedo.

Y fue Frareh quién le dio ese anillo. Padre fue quién los envió a Nivhas. No vinieron aquí por su ingenuidad. Esta tierra no era un sitio maldito, era el hogar de muchas brujas que nunca se habían rendido, y pesar de que la esperanza se terminaba con cada año que pasaba, con cada parte del bosque que no florecía más... había una bruja que luchaba por buscar una cura.

Daerys lo siguió porque confiaba en él. Su pequeño hermano, quién no se apartaría de su lado, quién lo seguiría a cualquier parte porque eran un equipo. Sander, que lo respaldaría en cualquiera de sus decisiones, quien lo protegería de cualquier amenaza.

No vino a Nivhas a fingir que sus naciones no tenían un pasado tormentoso. Había venido a pintar un presente sobre el.

Jaekhar Akgon era el heredero. El era el príncipe que fue prometido. Y su familia nunca había perdido una batalla.

Las marcas escocieron sobre su piel nuevamente y de un momento a otro, su espada de luz estaba entre sus dedos. Un atisbo de ira se formó en el rostro del Otro, pero rápidamente lo remplazó con una sonrisa burlona.

—Pero, vamos, inténtalo una vez más. Usa tu mejor táctica.

Lo retó con la mirada y algo dentro de Jaekhar se encendió.

—Muéstrame que tan aterrado estás.

Jaekhar se lanzó de nuevo a la pelea.

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