Luna del inframundo | Hyunlix

By itsjustwine

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En un mundo donde la libertad es la norma y las reglas son pocas, Hyunjin decide ir en contra del camino traz... More

Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34 (Final)
Epílogo
Hola, vinitos❤️

Capítulo 19

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By itsjustwine

Viendo su cansado reflejo por el espejo, Helios abotonaba su camisa blanca con sosiego, al mismo tiempo que infinitas imágenes llegaban a su cabeza, siendo un conjunto de torturantes recuerdos, que aunque en su momento lo llenaron de plenitud, en su pesarosa actualidad eran solo desafortunados episodios de un pasado que, para su desgracia, seguía doliendo.

La ruda entrada de Félix al salón, ganó la sorpresiva mirada de su padre, el cual lo observó con cautela y confusión. El menor sonreía de oreja a oreja mientras se quitaba su capa marrón. Sus mejillas estaban pintadas de un tierno color rosado, aquello lo llenaba de alegría, su hijo se veía mejor que como lo habían encontrado la noche anterior.

De hecho, parecía ser otra persona.

—¿Dónde estabas? —preguntó el mayor.

Sin borrar la sonrisa de sus labios, Félix lo miró.

—En el bosque.

La voz del menor sonaba increíblemente animada, lo que hizo sonreír a Helios.

—Con Changbin. —añadió Félix.

Escuchar eso borró la sonrisa de su padre al instante.

—Te ves feliz. —dijo Helios, dudoso, y con el ceño fruncido.

—Lo estoy. —volvió a sonreír el rubio, lo que ya no le agradaba tanto a su padre.

—Por Changbin... —soltó el mayor, con ironía en su voz.

—Así es.

Helios no emitió ningún sonido. Decidió callar y examinar la actitud de su hijo, pero Félix no mostraba interés en la confusión que se había grabado en el rostro de su padre. Recogía su cabello en una media cola, sin dejar de sonreír, con los ojos fijos en el fuego de la chimenea.

—¿Cómo te sientes? —logró peguntar Helios, lo que sí atrajo la atención de su hijo.

—Espléndido. —suspiró Félix, esta vez mirando al mayor.

—Espléndido... —repitió Helios, sin creer lo que escuchaba— ¿Recuerdas algo del incidente de anoche?

—Nos fuimos de cacería. —contestó sereno, sentándose en un sillón, con la vista clavada en su padre.

—¿Es todo? —insistió el mayor.

—Y caí al mar. —rio Félix, como si aquello no tuviera relevancia.

—Pero, ¿cómo? —la voz de Helios se tornaba áspera.

—No lo sé, padre. —levantándose del sillón, el menor recorrió el inmenso salón para posicionarse frente a una ventana— La caída debió ser muy fuerte— volvió a reír, impacientando al contrario— Recuerdo que Ílios estaba a mi lado. Pudo ser obra de ese animal. Se había comportado extrañamente nervioso minutos atrás.

Atónito por lo escuchado, Helios fingió indiferencia con dicha confesión.

—Changbin piensa lo mismo. —murmuró.

Sonrojado y sonriente, Félix hizo un ligero movimiento de cabeza en forma de afirmación.

—Parece conocerme. —suspiró.

—Por supuesto. —resopló Helios, forzando una sonrisa. De alguna manera, empezaba a crearse una incómoda tensión entre ellos. Aunque Félix demostraba tranquilidad y una misteriosa alegría.

—¿Sabes dónde está Ílios? —preguntó el menor, esquivando la detallada evaluación que su padre le hacía.

—Lejos de ti, al parecer. —respondió, sorprendido consigo mismo por la frialdad de las palabras que le había regalado a su propio hijo.

—Es extraño. —exhaló Félix, confuso.

—Empiezo a creer que no. —prosiguió Helios, mirándolo de pies a cabeza con recelo.

Félix alzó las cejas, mostrándose ofendido con la ruda respuesta de su padre.

—Hijo, dudas del animal que estuvo contigo desde que eras un niño. —repuso el mayor.

—No estuviste en ese lugar, padre.

—Pero no culpo a Ílios.

—No, no culpas a mi caballo, parece que es más fácil desconfiar de los demás. —siseó el menor, con mirada retadora.

—Hago lo mismo que tú —Helios se puso de pie, dando pequeños pasos dirigidos a su hijo— Desconfío de todos, así como tú lo haces de Ílios.

—Es un animal —masculló Félix— No es para tanto.

Su padre lo castigó con el silencio y una intensa mirada, deshaciendo el azul de los ojos del contrario. Aquella simple respuesta lo había llevado a un profundo estado de desconcierto.

—Y pudo ser un accidente, no lo culpo. —agregó el menor, como si de esa forma pudiera quitarle importancia a lo antes dicho.

Helios bajó la mirada.

—Yo tampoco lo culpo. —susurró, siendo intencionalmente sarcástico.

<<Yo también te habría lanzado>>, pensó con amargura, sin ganas de mirar a los ojos a su hijo.

Luego de ese encuentro de palabras con el menor, le quedaron claras dos cosas: Ílios no había sido el culpable de aquel accidente, y el rubio frente a sus ojos se parecía a Félix, pero no sonaba como él.

Había transcurrido una semana, lo que equivale a siete días, ciento sesenta y ocho horas, diez mil ochenta minutos y seiscientos cuatro mil ochocientos segundos. Podía resumirse a una eternidad de completo martirio. Pero ¿qué era el tiempo en el Olimpo? Un tema insignificante para la inmortalidad.

El caso de Hyunjin era diferente, había pasado una semana sin ver a Félix, siete días del suceso en el bosque, ciento sesenta y ocho horas donde la sonrisa del rubio atormentaba su mente, diez mil ochenta minutos sintiéndose traicionado y seiscientos cuatro mil ochocientos segundos pensando en cómo matar a Changbin sin levantar sospechas.

El pelirrojo observaba a Fengári correr detrás de Ílios, por un campo despejado que quedaba bastante apartado del Olimpo y sus dioses. Se hallaba sentado en el pasto, con los codos apoyados en sus rodillas. Su cabello iba suelto, permitiendo que la brisa de la mañana tuviera el control de sus rebeldes mechones. Vestía de negro, con un camisón holgado que mostraba parte de su pecho, y metía dentro de un pantalón de tiro alto. Su mirada era atroz, había perdido toda pizca de luminosidad.

Evaluando el comportamiento de los caballos, le surgió una duda: ¿Por qué Fengári siempre corría detrás de ese caballo blanco? Aquello lo hizo maldecir con desdén, y llevando las manos a su rostro, se quedó varios segundos cubriéndose de los rayos del sol y de la imagen de los animales.

<<Respóndeme algo, perfecto Félix. ¿He corrido hacia ti como Fengári corre hacia Ílios?>>

—Eres un idiota, Hyunjin. —se dijo a sí mismo, con una risa baja. Recordar sus propias palabras lo hacía sentir miserable.

—¿Hyunjin? —la tímida voz de Jeongin, provocó un sobresalto en él, y levantándose del pasto, observó con los labios entreabiertos al rubio que lo miraba— ¿Estás bien? —volvió a preguntar el menor.

El pelirrojo solo asintió. Por supuesto que no estaba bien, en su rostro se veían unas oscuras ojeras y sus ojos habían perdido el brillo. El azul se había vuelto opaco.

—No te he visto en el palacio. —continuó Jeongin, con esa dulce voz que lograba tranquilizarlo— Ha pasado casi una semana...

—Pasó una semana. —le cortó Hyunjin, con voz dura— Siete días, ciento sesenta y ocho horas, diez mil ochenta minutos y seiscientos cuatro mil ochocientos segundos.

Con los ojos muy abiertos, el rubio se limitó a guardar silencio, estudiando el extraño comportamiento del contrario.

—Eres bueno con los números. —susurró.

—Soy un idiota, en eso soy bueno, en ser un completo idiota. —refutó el pelirrojo, llevando sus ojos a los caballos.

Jeongin evitó reír ante la amargura del mayor, y dirigió la mirada a lo que Hyunjin veía con tanta dedicación. Fengári jugaba con un precioso caballo blanco. Saltaban entre ellos y corrían por todo el campo, como si gozaran de energía infinita.

—Es hermoso ese caballo blanco. —murmuró, maravillado con el animal— ¿Es tuyo?

—No. —masculló el mayor, cortando con la atención que le daba a Ílios— Es un intruso.

De nuevo el rostro de Jeongin se arrugó, pero en sus labios se podía captar la lucha que llevaba por no reír.

—Ahora que estás aquí —mencionó Hyunjin—, quería hacerte una pregunta.

El rubio se acomodó derecho y sonrió, viéndose expectante.

—¿Sabías cómo terminaría el torneo? —preguntó, haciendo que Jeongin riera— Claro que lo sabías, ves el futuro. —añadió el pelirrojo, al verlo reír.

—De hecho, no. —respondió el contrario— No lo sabía y tampoco veo el futuro.

Hyunjin cruzó sus brazos y achicando los ojos, miró con detenimiento al menor, buscando indicios de alguna broma.

—¿Te estás burlando?

Jeongin volvió a reír con más fuerza y llevando una mano a su boca, lo observó con timidez. El pelirrojo sonrió también, le resultaba imposible mantenerse serio con la inocencia de aquel dios frente a sus ojos. Fingiendo desinterés, lo observó de pies a cabeza. El menor vestía un camisón blanco, con tirantes en el pecho. Su pantalón era marrón, y llegaba a la altura de su cintura. Los mechones de su cabello lacio, caían varios centímetros por debajo de sus orejas.

—No he desarrollado ese poder y realmente no estoy seguro de querer hacerlo. —contestó Jeongin.

Hyunjin soltó una risita al escucharlo.

—¿Estás bromeando? —insistió— Tu poder es uno de los mejores del Olimpo.

—No es como lo veo. —musitó el menor, bajando la mirada— Vivir de esa forma sería abrumador. Saber siempre lo que me depara el futuro, me mantendría preparado para todo. ¿Quién puede ser feliz así?

Alzando ambas cejas, mostrándose enormemente sorprendido, Hyunjin empezó a reír.

—¡Cualquiera puede ser feliz así! —exclamó con emoción, provocando de nuevo la risa en el rubio— Evitarías el dolor y te protegerías de la traición. —agregó el mayor, al momento que su expresión cambiaba a una más oscura.

Sin dejar de mirarlo, Jeongin sonrió con dulzura.

—Y eso no es vivir. —susurró, ganándose la mirada de Hyunjin— Además, existen personas y situaciones por las que vale la pena el sufrimiento.

El pelirrojo negó con su cabeza, volviendo sus ojos al suelo.

—Por ejemplo, prefiero sufrir por amor, a nunca conocerlo. —continuó Jeongin, con voz suave y sonrisa afable— Desearía llorar por alguien a quien amo, a llorar porque nunca amé.

Hyunjin permitió que el silencio se apoderara del momento. Seguía mirando los ojos del rubio, pensando detenidamente en su confesión, la cual parecía haber salido desde lo más recóndito de su ser.

—Puedes ser capaz de ver cómo será tu futuro al lado de la persona que amas y decidir si es conveniente para ti o no. —replicó, con voz débil— Si no traerá nada bueno para ti, puedes amar a otra persona que sí te dé tu valor.

—Ahí está el problema, Hyunjin. —sonrió el rubio— De ambas formas sufriremos. Nadie, ni siquiera mi poder, nos salva del daño. —suspiró— Imaginemos que veo mi futuro al lado de la persona que amo, y ese futuro trae consigo una agobiante tortura, ¿crees que evitaré conocerlo? ¿Que rechazaré mis días de felicidad a su lado, solo por evadir el dolor? Prefiero amarlo y sufrir, a estar en los brazos de alguien a quien no amo.

El pelirrojo tragó grueso, odiando que Jeongin tuviera razón.

—No hay escape para el sufrimiento que conlleva el amor. Y por ese lado, somos igual de débiles que los humanos, amamos ciegamente, aún cuando nos hacen daño. —agregó el rubio.

—Y eso nos convierte en idiotas. —siseó Hyunjin, desviando la mirada.

—Sí —afirmó el menor, entre risas— Unos completos idiotas.

El pelirrojo sonrió, y subió una suave mirada al rostro de Jeongin, notando de nuevo como se sonrojaba al reír.

Las fuertes pisadas de Ílios y Fengári, provocaron que ambos dirigieran su atención a ellos. Los caballos corrían con fuerza hasta Helios, quien se hallaba a varios metros, con sus brazos extendidos para recibir al caballo blanco con cariño. Hades se encontraba a un lado del rubio, y al ver a su hijo, levantó uno de sus brazos, invitándolo a acercarse.

—Yo debo irme ya. —dijo Jeongin, y Hyunjin volvió su mirada a él— Gracias por la plática.

—Gracias a ti, por tu visita. —sonrió el mayor.

Jeongin le guiñó un ojo y se alejó, seguido por los atentos ojos de Hyunjin, quien al verlo desaparecer en el bosque, giró el rostro a su padre y caminó desganado hasta ellos. Lo último que necesitaba era ver al padre de Félix en ese lugar.

Helios acariciaba a Ílios con cariño, y Hyunjin observó con recelo al animal, mientras que a él lo miraba Hades, bastante extrañado.

—¿Sucede algo? —preguntó el rubio, dedicándole rápidas miradas a ambos.

—¿Puede hablar? —preguntó Hyunjin, sin quitarle atención a Ílios.

Helios hizo una notable mueca de confusión al escuchar esa pegunta.

—No me mires así, vive en el Olimpo, rodeado de dioses. —añadió el pelirrojo, lo que provocó que Hades abriera la boca, perplejo. Su hijo había perdido la cabeza.

—Lo que no lo hace un dios, es un simple animal.

—Es lamentable. —soltó Hyunjin, entre dientes, dando a conocer su enfado.

Helios observó a Hades para luego volver a mirar al menor.

—¿Quieres hablar con Ílios?

—Me encantaría hacerle un par de preguntas. —afirmó Hyunjin, con una odiosa sonrisa.

—¿Quieres interrogar a un caballo? —insistió el rubio, y Hades exhaló con fuerza, sin creer que estaban teniendo esa conversación.

—¡Sí! —exclamó el menor— Necesito saber por qué me ha seguido una semana entera, sin mostrar ni la mínima intención de separarse de mi.

—¿Te molesta la compañía de un caballo? —volvió a preguntar Helios, arrugando su rostro.

—Tengo suficiente con Fengári. —farfulló Hyunjin, al mismo tiempo que su caballo negro soltaba un relincho.

Helios se limitó a callar, examinando el semblante del pelirrojo. Más que enfadado, parecía dolido.

—¿Es Ílios lo que te molesta? —preguntó con suavidad, y el pelirrojo agachó la cabeza, al momento que Hades clavaba sus ojos en Helios.

Hyunjin no respondió, permanecía con los brazos en jarra y una vacía mirada fija en el suelo. La pregunta del mayor bailaba en su mente, al mismo tiempo que el recuerdo de Félix y Changbin en el bosque estrujaba su estómago.

No hizo falta escuchar al pelirrojo para entender lo que pasaba. Helios supo que algo más ocurría, al sentirse identificado con la mirada inerte que mostraba Hyunjin.

—¿Cómo se encuentra Félix? —intervino Hades, con una palpable intención de cortar con el incómodo silencio que reinaba en medio de ellos.

—Espléndido... —murmuró Helios.

Hades y Hyunjin se miraron mutuamente, con la viva expresión de perplejidad.

—Sí, puse la misma cara cuando escuché eso. —añadió el rubio, apenado— De hecho, pasaba por aquí para llevarme a Ílios a casa.

—¿Luego de una semana? —Hades arqueó una ceja.

Mostrándose tenso, Helios suspiró.

—Al atardecer se dará inicio a unos juegos de tiro con arco a caballo. —respondió, con desánimo— Félix competirá, por eso ha preguntado por Ílios.

—Claro. —resopló Hyunjin— ¿Cómo supiste que estaba aquí?

—Al no estar con Félix, supuse que se encontraba con Fengári.

Hyunjin arrugó más su frente, con el vigor en su mirada.

—¿Por qué? —insistió.

Helios le echó un vistazo a Hades, pero el pelinegro resultaba tener la misma mirada que su hijo.

—Porque he notado la cercanía de estos caballos. —logró decir, forzando una calmada sonrisa.

Hyunjin asintió. Estaba claro que Ílios y Fengári no disimulaban su extraña complicidad.

—¿Irán al torneo? —preguntó Helios, al mismo tiempo que subía al lomo del caballo blanco.

Hades sacudió su cabeza, y puso toda su atención en el pelirrojo, quien en ese preciso momento parecía estar considerándolo. Su frente estaba arrugada y solo miraba el pasto, absorto en sus meditaciones.

Con una leve sonrisa, que resultaba maliciosa, Hyunjin alzó la vista a Helios.

—Nos veremos allá. —dijo, con firmeza.

Caminando alrededor de la muchedumbre que aclamaba a los dioses que competirían en los juegos, Selene observaba maravillada las dianas que habían organizado para dicho torneo. Aquellos encuentros amistosos entre los dioses era algo agradable de ver. Podía sentirse un poco de paz en medio de tanta desgracia que albergaba el Olimpo.

—¡Selene! —esa voz contrajo su estómago, y borrando su dulce sonrisa, clavó una mirada atroz en Eros, quien la miraba juguetón— Que bueno verte.

La diosa no respondió, continuó mirándolo con desdeño.

—Me alegra ver a Félix recuperado. —añadió el castaño, aún sonriendo, pero Selene se mostraba confundida, lo que alegró más al contrario— Supongo que estás enterada del trágico accidente que padeció Félix, ¿no es así? Ya ha pasado una semana de dicho suceso.

—¿De qué hablas? —preguntó Selene, con frialdad.

—De cuando Félix cayó al mar. —respondió radiante.

Selene despegó sus ojos del contrario y empezó a buscar a Helios entre todos los presentes, pero su mirada fue despiadadamente robada por Félix. El rubio tomaba con fuerza la mano de Changbin y lo miraba con una dulzura que desconocía. La cercanía de sus rostros resultaba repulsiva e inesperada.

—¿Tuviste algo que ver en esto? —la voz de Selene sonaba gruesa, saturada de desprecio.

Eros sonrió y posicionándose a su lado, llevó sus ojos a lo que la diosa veía. Félix y Changbin demostraban su amor en público, sacando sonrisas y aplausos de los dioses que los rodeaban.

—No sabes cuánto disfruté escuchar el frágil corazón de Félix siendo traspasado por una de mis flechas. —susurró, cerca de ella— Pero no hay nada que puedas hacer, querida Selene. Tu pregunta ha confirmado mi sospecha...

—No sé a qué te refieres con eso. —musitó Selene, perdiendo el aire— Pero aléjate de Félix.

Con una risita baja, Eros se acercó más a su oreja.

—También sabías que tu ahijado mantenía una relación con Félix a escondidas. —prosiguió— Lo que significa que ambos traicionaron al rey del Olimpo, burlándose de su propio hijo; el heredero de la corona.

Volviendo una aterradora mirada al rostro de Eros, Selene se acercó más a él, deseando deshacerlo entre sus manos.

—Debes comportarte. —añadió el castaño, sintiendo temor con aquella mirada— No puedes romper tu promesa, eso traería muchas desgracias.

—Deja a Hyunjin y a Félix en paz. —masculló la mujer.

—Oh, Selene... —suspiró Eros— Yo solo los he salvado.

—¿Salvado? —repitió ella, sin aliento.

Sonriendo de oreja a oreja, Eros asintió.

—La luna no tiene permitido enamorarse del sol. —susurró, haciendo una mueca de burla— ¿No has aprendido de tu propio dolor?

—La luna siempre amará al sol, sin importar lo que hagas. —repuso Selene, masticando cada palabra— Y por eso tu estúpida flechita no tardará en perder el efecto que ha producido en Félix.

Abriendo los ojos con sorpresa, Eros empezó a reír.

—Tienes razón. —dijo, con una escalofriante emoción— Tendré que acabar con la luna, así no podrá irrumpir en los sentimientos del sol.

—Más vale que te controles. —increpó Selene, consumida por la rabia— Te quiero lejos de mi ahijado.

—¿O qué? —replicó— ¿Vas a contar lo que le hice a Félix? Eso no sería prudente. Estarías rompiendo varias promesas. Además, correrías con el riesgo de que tu secreto sea revelado a todos los dioses. ¿Sabes lo que significa eso?

Horrorizada y con la dura certeza de que no podía defenderse ante eso, Selene se alejó del castaño, con pasos inseguros, sin rumbo alguno. El rostro de Hyunjin a la lejanía, logró detener sus temblorosas piernas y, afligida, detalló al pelirrojo que yacía sentado a un lado de Minho, esperando que dieran inicio a los juegos.

Hyunjin observaba impaciente a los jugadores y sus caballos, entre esos, pudo ver a Jeongin, que reía con su padre Apolo mientras acomodaba varias flechas en su carcaj. Eros estaba a varios metros, concentrado en la montura de su caballo. Sin buscarlo, y luego de una asfixiante lucha por evitarlo, dio con el rostro de Félix. El rubio se dejaba cargar por los brazos de Changbin para ser montado al lomo de Ílios, como si no pudiera hacerlo por su propia cuenta.

Apretando la mandíbula y maldiciendo para sus adentros, decidió ignorar aquello, o por lo menos tratar de no verse afectado, de no sacar a la luz el tormento que vivía en su interior.

—Apostemos. —dijo Minho, rescatándolo de su mente.

—Jeongin ganará. —contestó, sin siquiera pensárselo dos veces, y el mayor, boquiabierto, le echó un vistazo a Félix.

—Sí. —murmuró, despreocupado— Jeongin ganará.

Hyunjin intentó sonreír, agradecido con la opinión de su amigo, pero sus labios apenas pudieron moverse.

De repente, el ruido del trote de los caballos retumbó en el campo, con ello, el entusiasmo de la multitud que gritaba los nombres de los jinetes. El pelirrojo no se molestó en observar la competencia, solo deseaba salir de ese lugar. Alejarse nuevamente del Olimpo, y de aquel nombre que varios dioses coreaban.

¡Félix! ¡Félix! ¡Félix!

Para él, Félix podía pudrirse.

Levantándose con apuro de su asiento, le sonrió a Minho y caminó lejos de todos, con gigantescos pasos que demostraban lo mucho que necesitaba desaparecer. Empezaba a quedarse sin aire, y su corazón nuevamente se volvía su enemigo, latía con tanta violencia que lograba fatigarlo.

Por otro lado, Ílios corría con fuerza por el inmenso campo, pero algo lo hizo reaccionar de inmediato. La figura de Hyunjin alejándose, provocó qué el animal frenará con tanta brusquedad que Félix fue expulsado por los aires, dando varias vueltas al caer en el pasto. El caballo corrió detrás de Hyunjin sin mirar atrás, como si aquel accidente que le había ocasionado al rubio no le importara en lo absoluto.

Petrificado, Hyunjin acarició a Ílios con dulzura, sin entender ese extraño comportamiento. Clavando sus ojos en Félix, pudo ver como el menor lo miraba con el ceño fruncido, parecía humillado por el rechazo del caballo.

—¿¡Qué le hiciste a ese animal!? —exclamó Changbin, empujándolo con fuerza.

Hyunjin, que no había notado que el castaño se había acercado a él, observó asqueado el hombro que Changbin había tocado con sus asquerosas manos al empujarlo.

—¡Detente! —intervino Félix, corriendo hacia ellos— Está claro que Ílios desea estar con Hyunjin. No es para tanto, buscaré otro caballo. —añadió con indiferencia y una estúpida sonrisa dibujada en su rostro.

Esa sonrisa no provocaba la misma emoción en el pelirrojo. Era detestable y egocéntrica. Pero algo lo había descolocado por completo, Félix actuaba desvergonzado frente a él, como si no le debiera explicaciones de su descarada traición.

Sintiéndose más miserable, Hyunjin recordó que el rubio siempre había estado con Changbin, y que el entrometido había sido él.

—Confío en que buscarás a otro caballo. —consiguió decir, aún con el dolor que se había incrustado en su pecho— Eres experto en eso.

Desconcertado y extrañamente herido, Félix se quedó en silencio, perdido en los ojos de Hyunjin, pero el pelirrojo solo sonrió, y montándose con agilidad al lomo del caballo blanco, clavó sus talones, permitiendo que Ílios lo sacara de ese lúgubre lugar.

La pesadez de otra mañana había llegado, pero el inicio de aquel día se sentía más doloroso que los anteriores. Caminando con lentitud a las afueras de la fortaleza, Hyunjin pudo ver a Selene, de brazos cruzados viendo la luz al final del río, la misma que mostraba el camino al Olimpo.

—¿Escuchas eso? —preguntó la diosa, al percibir la compañía del menor.

Hyunjin se acercó más a ella, y aún en la oscuridad, apoyó su cuerpo a una pared, escuchando los gritos y aplausos que parecían provenir del palacio.

—¿A qué se debe la emoción en el reino de Zeus? —preguntó con sequedad.

—Parece que su hijo va a comprometerse. —respondió Selene, forzando una sonrisa.

Incapaz de articular palabra, Hyunjin solo mostró una pequeña mueca de desaprobación y girando sobre sus talones, buscó volver a la oscuridad de su hogar; el único lugar donde se sentía a salvo.

Tomándolo del brazo, Selene logró detenerlo, pero el pelirrojo no la miraba.

—Es hora de que tú también te comprometas. —mencionó, con voz temblorosa.

Incrédulo por aquellas palabras, Hyunjin se soltó del agarre de su madrina y siguió su camino. De pronto, sus intenciones de escapar se vieron interrumpidas por la impertinente curiosidad, y se detuvo en seco.

—Madrina...

Selene lo observó atenta, aunque su ahijado se negaba a mirarla.

—¿Con quién va a comprometerse el hijo de Zeus? —preguntó el menor, esforzándose por no caer en pedazos.

Selene cerró lo ojos con fuerza y agachando su cabeza, se dejó invadir por la culpa y la tristeza que oprimían su pecho.

—Con el hijo del dios del sol. —musitó, siendo incapaz de mirarlo.

Hyunjin clavó unos vidriosos ojos al suelo, al momento que las comisuras de sus labios empezaban a formar una pequeña sonrisa.

—Ya veo, Félix. —susurró para sí mismo, adentrándose a la tenebrosidad de su hogar, de su mente, y de su alma.

—¡Hyunjin! —llamó Selene— Espera.

El pelirrojo, maldiciendo en su interior, obedeció al pedido de su madrina, todavía sin mirarla.

—¿Sigues interesado en conocer mi historia con Helios? —preguntó, con voz quebrada.

Aquello hizo que Hyunjin por fin la mirara.

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