Luna del inframundo | Hyunlix

By itsjustwine

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En un mundo donde la libertad es la norma y las reglas son pocas, Hyunjin decide ir en contra del camino traz... More

Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34 (Final)
Epílogo
Hola, vinitos❤️

Capítulo 18

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By itsjustwine

La tarde empezaba a desaparecer en el cielo, permitiendo que la oscuridad de la noche emergiera. Montado en su caballo, Hyunjin miraba la luna con devoción, escuchando de lejos las risas de sus compañeros, que peleaban entre ellos por cazar un simple conejo. El pelirrojo llevó sus ojos a Félix, anonadado con la imagen del dios de cabello largo que sacaba varias flechas de los ciervos que perfectamente había matado.

Cerciorándose de que Eros y Changbin se mantenían lejos, Hyunjin se acercó en su caballo hasta el rubio, quien al escuchar los pasos de Fengári, alzó unos tiernos ojos hacia él.

—Sígueme. —susurró el pelirrojo, y clavando los talones en el animal, se perdió en el bosque.

Félix empezó a reír, y mirando de lado a lado, se aseguró de no haber llamado la atención de ninguno de los presentes. Con una pequeña seña, llamó a Ílios, y subiendo con rapidez a su lomo, siguió el camino que el caballo negro había tomado segundos atrás.

Al avanzar en el frío bosque, el rubio tiró de las riendas de su caballo, logrando que el animal frenara sus pasos. Bajando con lentitud y sigilo, Félix cubrió su cabeza con la capucha de su capa marrón y contempló los inmensos pinos que lo rodeaban. Echándole un vistazo a Ílios, percibió la tranquilidad del animal, lo que demostraba qué Fengári no se hallaba cerca.

Con pequeños pasos y vista al frente, Félix siguió buscando entre la oscuridad de la noche, algún rastro del pelirrojo. Caminando en medio de los arbustos, recorrió con sus ojos todos los árboles y troncos que yacían a su alrededor.

Dispuesto a seguir con su búsqueda, retrocedió varios pasos, cuando de repente sintió como tiraban de su capa con fuerza, al mismo tiempo que su cuerpo se debilitaba. Chocando con lo que parecía ser el pecho de otra persona, Félix subió el rostro, descubriendo la dulce mirada de Hyunjin, quien lo abrazaba con fuerza, apoyado al tronco de un árbol.

El pelirrojo le dedicó una media sonrisa y robó sus labios con ímpetu. Lo que empezó siendo un delicado beso, se convirtió en una intensa entrega de lujuria, en el que sus bocas competían por demostrar lo mucho que se habían deseado y anhelado los últimos días.

—¿Luna llena? —preguntó Félix, en medio del beso.

—No me culpes. —murmuró Hyunjin, cerca de su cuello, donde había dejado varios besos— Ansiaba sentirte.

Félix olvidó respirar y jadeante, volvió a besarlo, descarriado con los brazos del pelirrojo que lo rodeaban y lo apretaban a su cuerpo con frenesí.

—Debemos volver... —continuó el menor, sin aliento.

—Es de noche, la cacería terminó. —contestó Hyunjin, tomándolo con posesión de la nuca para reclamar de nuevo su boca.

Félix se dejó llevar por el mayor, disfrutando de sus gruesos labios y las fuertes manos que lo apretaban, uniendo así el calor de sus cuerpos.

—Somos dioses —insistió, perdiendo el aire ante los desenfrenados besos— La noche no es un obstáculo para cazar.

Expulsando un largo suspiro, Hyunjin cerró los ojos y dejó caer su cabeza en el hombro del rubio. Recuperando el control de sus indecorosos deseos y su agitada respiración.

—Tienes razón. —dijo, conectando con la mirada anhelante de Félix— Debemos volver.

El rubio apretó sus labios, cautivado por el cambio de color en los ojos de Hyunjin, que pasaban de un intenso blanco al plácido tono azul.

Soltando sus manos y separando sus rostros, actuaron con forzada indiferencia, la cual empezaba a arder en sus pechos. Alejando sus pasos, a caminos opuestos, subieron a los caballos y retomaron el camino que conducía a los demás dioses.

Al ver de lejos como Changbin guardaba su espada en la funda, Félix dirigió su atención al cielo, donde la tristeza lo invadió. La luna llena había desaparecido, con ella el regocijo de su alma y la libertad de su espíritu. Debía volver a ser el dios perfecto, y forzar una intacta postura para permanecer al lado del hijo de Zeus.

La debilidad de su cuerpo se ausentó, haciéndose presente la fuerza de sus poderes que habían regresado a él como despiadadas lanzas que no eran bienvenidas. Deseaba rotundamente ser un simple humano, y vivir en la calidez del pecho de Hyunjin. Cerrando los ojos, rechazó la tristeza que amenazaba con desarmarlo en llanto. Era un dios, el hijo de Helios, uno de los dioses más poderosos del reino, tenía que seguir firme en su deber, o por lo menos, parecerlo.

—¡Ahí estás! —la voz de Changbin, hizo que el rubio abriera los ojos para mirarlo. Simulando una dulce sonrisa, caminó hasta el castaño, tirando de las riendas de Ílios para que lo acompañara, pero el caballo se negaba, y con fuerza luchaba por no moverse de lugar. Félix arrugó el rostro y observó al caballo con detalle, fue cuando pudo darse cuenta que Ílios observaba el camino que Hyunjin y Fengári habían tomado para separarse de ellos. Aquello lo llenó de una atosigante pena.

—¿Qué ocurre con Ílios? —preguntó Changbin, acercándose al caballo, lo que enseguida provocó que el animal soltara un relincho y se apartara más de ambos.

—No lo sé. —contestó Félix, consternado con los nervios del caballo— Daré un paseo con él.

—Es buena idea. —sonrió el mayor.

El rubio asintió y lo vio marcharse. Luego de acariciar a Ílios con ternura, empezó a dar pequeños pasos que el caballo sí obedeció, y juntos se adentraron nuevamente al lúgubre bosque.

Al cabo de varios minutos y una pacífica caminata, Félix se quitó la capa marrón, dejándola en el lomo de Ílios, y se acercó al borde de un acantilado, maravillado con la vista de aquel lugar. El agua del mar era cristalina, y podía escucharse el violento sonido de las olas chocar con las piedras. Sonriendo, repleto de calma, llevó sus vidriosos ojos al cielo, donde se mostraba una media luna.

—¿No es gracioso, Ílios? —preguntó con voz suave— Cuando hay luna llena, mis poderes son arrebatados, volviéndome frágil como el cristal, tan vulnerable y expuesto al peligro. Aun así... —con un suspiro, su rostro se iluminó— Me siento tan lleno como la luna. Me siento libre, pleno y dichoso. —bajando la mirada al mar, su sonrisa fue apartada por una aguda nostalgia— En cambio, al ver esta media luna, tristemente, logro identificarme con ella. Consciente de lo poderoso que soy, me siento como una simple mitad. Un engaño, una farsa. Un dios que sonríe de día y llora de noche. Un dios que no falla una flecha, pero le falla a sus emociones. —anegado en lágrimas, clavó la intensidad de sus ojos al cielo— Soy una media luna, medio dios, medio Félix.

El frío abismal del viento, fue la única respuesta que obtuvo el rubio que se hallaba en un estado de trance, observando la luna. Cuando de pronto, sintió como su espalda era despiadadamente traspasada por algo filoso. Con la boca abierta y las lágrimas saliendo sin control de sus ojos a causa del punzante dolor, Félix bajó la mirada a su pecho, descubriendo la punta de una flecha dorada qué había atravesado su piel. Temblando de dolor y perdiendo el aire, fue girando su cuerpo lentamente, con el temor incrementándose en su ser. Necesitaba ver el rostro de su atacante, aunque aquello lo aterrorizaba, pero no lo consiguió. La flecha fue sacada de su cuerpo sin piedad al momento que pateaban su espalda, logrando tirarlo al mar.

Caer fue tormentoso, el tiempo pasó con una lentitud asfixiante, el frío de la noche chocaba con sus mejillas, congelando su piel, y las lágrimas se desprendían de sus tristes ojos como si se despidieran de él. Félix se abrazó a su cuerpo y recibió el golpe del agua, para luego sumergirse en la profundidad. Lo siguiente fue oscuridad, silencio y soledad.

Exhalando con una exagerada fuerza, Minho se dejó caer al pasto y apoyó su espalda a un tronco. Cerrando los ojos, se permitió descansar de lo que había sido una larga tarde de cacería, la cual había resultado incómoda, por la presencia de su egocéntrico hermano mayor.

—Estoy exhausto. —suspiró— ¿Ya podemos volver? —con ojos cansados, observó a Hyunjin, pero el pelirrojo parecía ignorarlo, miraba a Fengári sin siquiera parpadear.

—¿De qué estás cansado? —intervino Jisung— No has cazado nada.

—Mira, muñequito. —siseó el mayor— No me provoques.

—Somos una vergüenza. —murmuró Jeongin, atando los cordones de sus zapatos— ¿Qué dirían los humanos de nosotros?

—Créeme, a ellos no les importa lo que hagas. —burló Seungmin, limpiando su espada— Y habla por ti, yo soy un excelente cazador.

—Debería importarles. —añadió Chris— Somos sus dioses.

—Y los hemos olvidado. —repuso Seungmin— En el Olimpo solo pelean por el trono mientras los humanos luchan por sobrevivir a las pestes o tener un plato de comida.

Todos guardaron silencio con esas palabras. Sintiendo pena por esas personas y vergüenza por su propia ignorancia.

—¿Y qué ha hecho nuestro rey? —preguntó Hyunjin, ganando la atención de todos— Robar la corona y entregársela a su hijo, el cual, por cierto, será igual o peor que él.

—Siempre dije que Hades debía reinar. —dijo Minho, entre risas.

—Lo que dices es traición. —murmuró Jeongin, abriendo los ojos de par en par.

—¿Y qué harás? —preguntó el contrario, levantándose del pasto— ¿Vas a correr a decirle a papi?

—Cállense los dos. —masculló Seungmin.

De nuevo todos callaron, observándose unos a otros con recelo, a excepción de Minho, que le sonreía a Jeongin en modo de burla. De repente, un brinco nervioso de parte de Fengári, hizo que todos se sobresaltaran con sus ojos puestos en el animal. Hyunjin se acercó a él y trató de calmarlo con caricias pero Fengári se disparó al galope, entre relinchos fuertes, perdiéndose en medio de los árboles.

—¡Espera! —exclamó Hyunjin, corriendo detrás del caballo.

Los demás dioses siguieron al pelirrojo, sin entender el extraño comportamiento del animal.

Luego de un largo recorrido, Hyunjin frenó sus pies, viendo como Fengári se acercaba al caballo blanco de Félix. Ílios saltaba nervioso en el borde de un acantilado y asomaba su cabeza al vacío. Con el corazón acelerado, el pelirrojo clavó sus ojos en Changbin, quien también se hallaba en el lugar, observando lo mismo que el caballo.

—¿Pasó algo? —preguntó Jisung, acercándose al castaño.

—No encuentro a Félix y por el comportamiento de su caballo, empiezo a creer que cayó al mar.

—¿Qué? —preguntó Hyunjin, casi sin voz, viendo como el castaño vestía aquella capa marrón que muy bien conocía.

Changbin giró su rostro hacia él y arrugando su frente, miró con seriedad a todos.

—Es hijo de Rodo, ¿no es así? —dijo Eros, fijando sus ojos al mar— Saldrá con facilidad.

—¿Cuánto tiempo llevas mirando sin hacer nada? —preguntó Minho, dirigiéndose a Changbin y éste lo fulminó con la mirada.

—¿Se ha caído o alguien lo ha lanzado? —intervino Chris.

—Empiezo a creer que fue su caballo. —masculló Changbin— Este estúpido animal venía trayendo conductas extrañas.

Apretando sus dientes, Hyunjin caminó hasta el borde del acantilado, escuchando de fondo como todos debatían la caída de Félix. Con el miedo incrustado en su pecho, detalló las violentas olas del mar, cuestionándose si sería prudente lanzarse, lo que resultaría descabellado, puesto que no podía tocar al menor sin causarle más daño.

De un empujón, Changbin lo hizo a un lado y, sin la necesidad de pensarlo, se tiró al vacío. Todos asomaron sus cabezas al agua donde segundos después el cuerpo del castaño se sumergió, al momento que el dolor y la rabia invadían a Hyunjin. Se sentía impotente, un completo inútil.

Transcurrieron minutos eternos, donde todos tenían sus preocupados ojos fijos al mar, donde solo veían suaves movimientos del agua y sus olas.

—¡Ahí están! —exclamó Seungmin, señalando a Changbin. El castaño había salido a la superficie cargando en su hombro a un inconsciente Félix.

—Bajemos a la orilla. —dijo Jisung y todos corrieron en dirección a sus caballos para dirigirse con rapidez al lugar mencionado.

Hyunjin subió al lomo de Fengári y le hizo señas a Ílios para que lo siguiera. El caballo obedeció de inmediato y se fue al galope, a un lado del caballo negro.

La llegada a la orilla resultó rápida, pero torturante para el pelirrojo. Los latidos de su corazón lo habían llevado a un atosigante estado de aturdimiento. Al bajar del caballo, y ver la terrible imagen de Changbin acostando a Félix en la tierra, sus piernas perdieron las fuerzas. Con la debilidad de sus pasos, quedándose sin aliento, se unió al grupo de dioses que hablaban alarmados de la condición del rubio.

Las voces se escuchaban lejanas, Hyunjin no lograba entender ni una sola palabra. Se hallaba absorto en sus pensamientos, viendo como Félix dormía, con los largos mechones de su cabello alborotados alrededor de su pálido rostro. Su torso estaba desnudo, y su pantalón empapado.

—¡Jisung! —llamó Changbin, exaltado— Revísalo.

El pelinegro se acercó de inmediato al cuerpo de Félix y buscó rastros de heridas o indicios de algún ataque, pero no encontró nada.

—No veo nada alarmante. —murmuró, confundido.

—¿Qué dices? —preguntó el castaño— ¿¡Y por qué no despierta!?

—¡No lo sé! —contestó el menor, airado— Pero no hay heridas, aunque su piel pudo regenerarse rápido.

—¿Félix se había quitado la camisa? —preguntó Seungmin extrañado, pero Chris y Minho solo alzaron sus hombros, sin tener repuestas.

—No. —susurró Hyunjin— No lo hizo.

—Pudo perderla por la fuerza de las olas. —añadió Jeongin.

—O al caer. —opinó Eros, de brazos cruzados.

—Hay que llevarlo con su padre. —intervino Jisung y todos se miraron aterrados.

—Helios va a matarnos. —farfulló Changbin, sin dejar de mirar a Félix.

—¿Por qué lo haría? —preguntó Minho— Has dicho que fue culpa de Ílios.

—¿Y de quién es la culpa? —soltó el castaño entre dientes.

—No lo sé. —increpó Minho.

Changbin se quedó callado, observando con desprecio al contrario. Sus ojos grises ardían de rabia y desesperación.

—Yo sería incapaz de ocasionarle algún daño, si acaso a eso te refieres.

—No he dicho nada. —sonrió Minho, con frialdad.

—¡Basta! —exclamó Hyunjin— ¡Debemos sacar a Félix de aquí!

El silencio los golpeó a todos y cabizbajos, asintieron, como si de unos niños se tratara. Changbin tomó al rubio en sus brazos y caminó hasta su caballo. Hyunjin permaneció inmóvil, viendo como el castaño se alejaba con Félix, y todos lo seguían.

Apretando con fuerza las riendas de Fengári, pudo notar como Ílios seguía a su lado, no se había apartado de él ni un segundo. Con una triste sonrisa, acarició al caballo blanco con ternura y subiendo al lomo de Fengári, tomó las riendas de Ílios para invitarlo de nuevo a galopar a su lado.

Con apresurados pasos, Perséfone entró a la fortaleza, viendo de lejos a su esposo, quien yacía de espaldas, sentado en un sofá con los ojos penetrando el fuego de la chimenea. Deteniéndose, se permitió varios segundos en silencio, acomodando las palabras en su cabeza.

Levantándose con lentitud, Hades dejó una copa plateada en la mesita que se hallaba frente a él, y girando su cuerpo, fijó una mirada inerte en la pelirroja. Con débiles e inseguros pasos, caminó en su dirección, sin desviar su atención de ella.

—Perdóname. —susurró el pelinegro, apenas audible, y cayendo de rodillas frente a ella, abrazó su cintura, hundiendo el rostro en su abdomen— Perdóname...

Arrodillándose también, Perséfone acunó el rostro del mayor en sus manos, exigiendo su mirada.

—Te amo —sonrió Hades— Lo único que sé hacer es amarte.

Sonriendo también, la pelirroja dejó salir varias lágrimas.

—Eso lo sé. —susurró— Como también sé lo mucho que te amo.

Llevando una mano a la mejilla de la menor, Hades dejó suaves caricias.

—Perdóname. —musitó, pero Perséfone sacudió su cabeza.

—Solo debo agradecerte.

Ladeando su cabeza, Hades sonrió, provocando infinitas emociones en el interior de la pelirroja. Ver a ese hombre sonreír con tanta inocencia, la hacía sentir dichosa.

—¿Has hablado con Deméter? —preguntó el pelinegro, y ella frunció los labios.

—¿A qué se debe tu pregunta?

Riendo bajo, Hades tomó sus manos, invitándola a levantarse con él.

—Pensé que acabarías con mi vida. En cambio, has sido comprensiva. Algo demente... —burló— Pero eres mi esposa, hace años perdiste la cordura.

Perséfone empezó a reír y dando un paso hacia el rostro del mayor, besó sus labios. Hades sonrió en medio del beso, y envolviendo la cintura de la pelirroja en sus brazos, la atrajo hacia él, estrechándola con dulzura a su cuerpo.

El escandaloso sonido de las puertas, logró que ambos giraran alarmados en dirección al ruido, fue entonces que vieron entrar a Hyunjin, con el rostro saturado de preocupación.

—Madre. —saludó el menor, al momento que sus ojos se endulzaban— No sabes lo mucho que me alegra verte aquí.

Perséfone se separó de los brazos de su esposo y corrió para abrazar a Hyunjin con fuerza.

—Algo malo pasó... —susurró el pelirrojo, hundiendo su rostro en el hombro de su madre.

—¿De qué hablas? —intervino Hades, uniéndose a ellos.

Hyunjin alzó la vista al pelinegro y tomó con fuerza la mano de Perséfone, quien lo miraba atenta.

—Félix cayó al agua. —contestó con voz temblorosa— Realmente no sabemos qué pasó, pero fue encontrado en el mar y... —pasando una mano por su cabello, guardó silencio para recuperar el aliento— No despierta, está inconsciente, él...

—Hyunjin, escucha. —lo atajó Hades, tomando el rostro del menor entre sus manos— Félix es un dios, estará bien.

—No. —refutó el pelirrojo— No ha reaccionado, padre. Helios se lo ha llevado a casa y Félix no ha despertado. Siento que algo muy malo está pasando y yo... —soltando la mano de su madre, se apartó de ambos, al sentir como volvía a perder el aire— Y yo no pude hacer nada para ayudarlo, no pude, no hice nada.

Dedicándole una rápida mirada a su esposa, Hades pudo captar la inquietud en su semblante.

—¿Félix se encuentra con Helios? —preguntó el pelinegro, volviendo su mirada al menor.

Hyunjin solo asintió, sin mirarlos.

—Iré a verlo. —acercándose de nuevo a su hijo, Hades le dio pequeñas palmadas en el hombro— Hablaré con Helios.

El pelirrojo lo miró, siendo incapaz de responder.

Hades giró su rostro al yelmo que reposaba en un sillón y volvió sus ojos a Hyunjin.

—Sabes que hacer. —dijo y echándole un rápido vistazo a Perséfone, caminó hasta las puertas de la fortaleza, donde desapareció.

Tras un corto tiempo, en el cual Hades había recorrido gran parte del Olimpo convertido en sombra, evitando así levantar los prejuicios de los dioses, por fin se encontraba delante de la puerta del palacio del dios del sol. Acomodando su largo cabello detrás de sus orejas, percibió la llegada de su hijo. Hyunjin yacía a un lado de él, usando el yelmo de oscuridad, el cual lo ocultaba de la vista de todos y le permitía traspasar las paredes sin siquiera ser escuchado. Con una leve sonrisa y consciente de la presencia de su hijo, Hades anunció su llegada, dando pequeños golpes a las puertas, las cuales fueron abiertas a los minutos.

Asomando la cabeza, Helios frunció el ceño al ver al pelinegro frente a su palacio a tardes horas de la noche. Hades evadió la risa que empezaba a causarle ver la confusión en el rostro del rubio.

—Helios, supe que Félix tuvo un accidente.

Abriendo más la puerta, el rubio arrugó su frente.

—¿Puedo saber qué hace el rey del inframundo preguntando por mi hijo?

Soltando una risa baja, Hades levantó las manos, buscando calmar al menor.

—No vengo a robar su alma, si eso es lo que te preocupa. —se mofó— Vine a saber cómo se encuentra.

—Oh... —la dura expresión de Helios, se suavizó— Adelante, pasa. —haciéndose a un lado, lo invitó a entrar al palacio lo que Hades agradeció con un ligero movimiento de cabeza.

Hyunjin entró también, y maravillado con el interior de aquel elegante palacio, siguió las figuras de Helios y su padre, quienes caminaban juntos con perfecta sincronía. Sus largos mechones negros y amarillos se movían de lado a lado con cada paso que daban, eso lo hizo sonreír.

Abriendo una puerta con delicadeza y evitando hacer algún ruido, Helios hizo una pequeña seña con su mano para permitirle a Hades entrar. Hyunjin no esperó ni un segundo más, cuando atravesó una pared, lo que de inmediato lo llevó a una cálida habitación que iba iluminada por las suaves llamas de la chimenea. El papel tapiz que decoraba las paredes estaba bañado de flores ornamentales en tonos dorados. Las puertas de un inmenso balcón que regalaba una hermosa vista al cielo, yacían cerradas, con unas cortinas turquesas que caían al piso, reposando a cada lado. La habitación estaba impregnada del dulce aroma del rubio, aquel que muy bien conocía.

Dirigiendo sus ojos a la cama que se hallaba en el centro, pudo ver a Félix dormido. Aproximándose más al menor, detalló como varias sábanas arropaban su cuerpo. Habían acomodado su largo cabello a un lado, bañando el blanco de la almohada de su precioso tono amarillo. El color había regresado a sus mejillas, se veía mejor que como lo había visto en la orilla. Aquello oprimió su pecho, llenándolo de calma y a la vez de culpa, al recordar que no pudo hacer nada.

—¿No ha despertado? —preguntó Hades, sacando al pelirrojo del tormento de su mente.

Helios tomó asiento en el borde la cama y, decaído, observó a su hijo.

—No, pero despertará pronto. Lo veo con mejor semblante.

Hyunjin sonrió. El rubio opinaba lo mismo que él, eso lo llenaba de esperanza.

—Helios. —la voz de Hades sonaba seria, lo que provocó que Helios y el pelirrojo voltearan a mirarlo enseguida— ¿Qué fue lo que realmente pasó?

Apretando su mandíbula, Hyunjin notó como la expresión de Helios cambiaba a una más sombría.

—No lo sé. —murmuró— Changbin dijo que Ílios se encontraba nervioso, pero ese animal es incapaz de hacerle daño a mi hijo.

Hades asintió, observando a Félix con detenimiento.

—¿Sospechas de alguien? —continuó con las preguntas.

Helios negó con su cabeza.

—Pero llegaré al fondo de todo esto. —contestó con firmeza.

—¿Su ropa llevaba alguna mancha de ícor?

El rubio miró con preocupación a Hades y se encogió de hombros.

—Ni una sola. —dijo, vacilante— Dicen que perdió su camisa en el mar.

Hades hizo un lento movimiento de cabeza en forma de afirmación. Aquello no pintaba nada bien.

—¿Qué piensas de todo esto? —preguntó Helios, al ver la fría expresión del pelinegro.

Hades alzó ambas cejas y le dedicó una leve sonrisa.

—Que en definitiva, algo no está bien. —respondió, lo que de inmediato tensó a Hyunjin.

—Será mejor que me vaya. —añadió Hades— Es tarde y tanto tú como Félix, necesitan descansar.

Helios asintió, viendo como el pelinegro abría la puerta para salir.

—¡Hades! —lo llamó con apuro, y el mayor volvió sus ojos a él— No le digas nada de esto a Sel. No hay que preocuparla.

Arrugando su rostro, Hyunjin observó a Helios por varios segundos, para luego desviar la mirada a su padre. Hades agachó la cabeza, mostrándose dudoso, pero al echarle un rápido vistazo a Félix, asintió, con una pequeña sonrisa.

—Gracias. —el rubio le correspondió con una tímida sonrisa y Hades salió de la habitación.

Una vez fuera del palacio, y adentrados en el bosque, Hyunjin se quitó el yelmo y observó inexpresivo a su padre, quien también lo miraba con complicidad.

—¿Algo no está bien? —repitió el pelirrojo.

Hades soltó un largo suspiro y miró con tristeza a su hijo, lo que automáticamente le hizo entender a Hyunjin que nada estaba bien.

—Vayamos a casa. —dijo el mayor, al ver el cansancio en el rostro del pelirrojo, pero Hyunjin sacudió su cabeza.

—Me quedaré un rato en el campo de flores.

—¿Estás seguro? —dudó Hades, dejando caer una mano al hombro del menor, pero éste solo asintió— Bien, pero vuelve a la fortaleza pronto. —ordenó el pelinegro, y al darle pequeñas palmadas, se perdió en los arbustos, donde Hyunjin lo vio desaparecer.

Apretando el yelmo, sintiéndose nuevamente impotente y lleno de dudas, el pelirrojo caminó hasta un árbol, con la imagen de Félix inconsciente en la orilla atormentando su mente. Apoyando su espalda a un tronco, se dejó caer al pasto. El tiempo empezó a correr, mientras él batallaba con el aturdimiento y la pesadez de la incertidumbre. Debió negarse cuando Félix le pidió volver con los demás. Deseaba regresar el tiempo y abrazarlo con más fuerza a su pecho, para así convencerlo de quedarse a su lado. Dejando detrás las obligaciones y las estrictas reglas que lo privaban de su libertad. Abatido por los recuerdos y la culpa, empezó a cabecear y al cabo de escasos minutos, cayó rendido, alejándose de la calidez de los recuerdos que compartió con Félix.

El amanecer se había asomado, con penetrantes rayos de luz que golpeaban el rostro de Hyunjin. Aunque aquello no causó que el pelirrojo abriera los ojos. El sonido de unas risas lejanas lo hizo reaccionar, y de un torpe movimiento, se levantó para esconderse detrás de un árbol, cubriendo su cuerpo con el tronco. Llevó el yelmo a su cabeza, cuidando no ser visto ni escuchado por nadie, y esperó que el ruido se acercara más.

Pasados varios minutos, su corazón dio un vuelco al ver a un sonriente Félix correr hasta las flores. El rubio llevaba su cabello suelto y se mostraba feliz. Sus mejillas estaban enrojecidas y su sonrisa achicaba los preciosos ojos azules que adornaban su rostro. Hyunjin sintió el impulso de acercarse, pero sus pies se vieron interrumpidos con la presencia de Changbin, quien se unía a Félix igual de sonriente que él.

El pelirrojo se quedó inmóvil, ahogado a causa de la débil respiración y los fuertes golpes que su corazón daba a su pecho. El sonido de la brisa chocando con los arbustos había desaparecido, al igual que el canto de los pájaros y la danza de las flores. Solo podía escuchar los latidos de un frágil corazón que estaba siendo desplomado.

Apoyando su cuerpo al tronco del árbol, pudo ver como Félix tomaba con dulzura el rostro de Changbin y lo besaba con fogosidad. El castaño ubicó las manos alrededor de la cintura del menor y lo acercó más a él, correspondiendo semejante entrega.

Deseando desviar sus ojos de la horrible escena, Hyunjin no conseguía moverse. Se sentía un completo idiota, un masoquista al ver como Félix se entregaba al hombre que le había asegurado que dejaría. Se había burlado de él, y le resultaba repugnante la falsedad de aquel rubio que le sonreía radiante al hijo de Zeus. Usaba la misma sonrisa que le regalaba a él. Era igual que todos los dioses, con sus caretas de hipocresía, con la mentira en sus bocas, con el engaño en sus semblantes.

Aquello era absurdo de imaginar, pero lo estaba presenciando. Era un insulto, un golpe a su orgullo, pero sobre todo, una puñalada a su alma, la cual había sentido que podía confiar sin temor alguno en ese dios de cabello largo.

Respirando hondo y con el corazón abriendo un doloroso agujero en su pecho, giró sobre sus talones y se apartó con inmensos pasos, dejando atrás los débiles sentimientos que lo arrastraban a Félix, todos los recuerdos que había creado con él, y el deseo no correspondido de ser libre a su lado.

Sin percatarse de lo mucho que había corrido, frenó sus piernas al ver el río que conectaba con el inframundo. Quitándose el yelmo con brusquedad, lo lanzó lejos de él y llevó ambas manos a su rostro, luchando por recuperar el aire perdido, pero solo salió una risa nerviosa.

Bajando las manos de su ahora tétrica cara, clavó sus ojos en el caballo blanco de Félix. Ílios también lo miraba, yacía estático frente a él, como si entendiera su pena.

—¿Qué haces todavía aquí? —preguntó el pelirrojo, con voz áspera— Tu dueño ya se encuentra mejor. Corre a buscarlo. —ordenó, señalando el camino que conducía al bosque.

Ílios solo parpadeó, sin despegar sus oscuros ojos de él.

—¿No has escuchado? —continuó Hyunjin— Busca a tu dueño. —masculló.

Fengári se unió al pelirrojo, dándole suaves cabezazos en la espalda, como si tratara de animarlo, pero Hyunjin lo ignoró, su concentración absoluta estaba puesta en el caballo blanco.

—¿Por qué sigues aquí, Ílios? ¡Vete de aquí! —gritó eufórico, lo que provocó un brinco en Fengári, que buscó alejarse asustado. —Por favor... —susurró Hyunjin, casi en un sollozo— Por favor, aléjate de mi.

Ílios continuó inmóvil, todavía mirándolo, y el pelirrojo resopló. Frotando sus ojos con las yemas de sus dedos, caminó hasta la entrada de la fortaleza, con intenciones de encerrarse y desaparecer por días del Olimpo.

El sonido de los pasos detrás de él, lo hicieron voltear enseguida, fue entonces cuando vio que Ílios y Fengári lo seguían. Apretando sus labios, con el fatigante nudo en su garganta, Hyunjin sonrió con pesar. Estaba claro que aquel caballo blanco, no lo quería abandonar como su dueño lo había hecho.

—Miren nada más la lealtad de este animal... —murmuró.

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