Fuego | SEKS #5

Door CasAlvarez13

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SERIE SEKS, LIBRO #5 Alexis y Bruno comparten una noche en un club fetichista que se arruina cuando el pasado... Meer

Sinopsis
Advertencia de contenido
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58- último capítulo
Epilogo

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Door CasAlvarez13

Bruno

Sabe mejor que los cupcakes, pero no puede saber lo obsesionado que estoy con ella, con su olor, su sabor o cada sonido que hace. La escucho gemir contra la mordaza que se ajusta a su boca y sonrío, pasando mi lengua por su clítoris.

La mujer pensó que podría jugar conmigo sin que hubiera consecuencias, así que tengo que demostrarle que intentar ser más inteligente que un sádico trae problemas. Además, necesito averiguar dónde están mis cupcakes.

—Alexis... —digo su nombre con una sonrisa leve mientras se retuerce bajo mi toque. Está sobreestimulada por los juguetes que elegí, pero puede soportarlo —, si no te dejas de mover, ataré tus piernas a las patas de la mesa y miraré tu coño mientras ceno, ¿quieres eso?

Niega levemente. Qué pena. Tal vez otro día lo lleve a cabo.

Clavando mis manos en sus muslos, acerco su culo más al borde de la mesa y sigo lamiendo, hasta que se corre contra mi boca. Su respiración agitada hace que sus pechos se balanceen de forma exquisita y las observo por varios segundos, idiotizado con su cuerpo.

Fricciono mis pulgares en sus pezones antes de atenderlos con mi boca, succionando la delicada piel mientras la escucho jadear. Debería quitarle la mordaza y escuchar mi nombre saliendo de su boquita descarada, pero ya llegaremos a ese punto.

Me voy a tomar mi tiempo con ella, algo que le prometí y que no se pudo dar los últimos meses, tras su regreso. Admito que presionar a Alexis me daba una sensación de terror porque no estaba muy seguro de qué tanto podría soportar, pero lo lleva bien y, por la actitud de mierda que me dio hoy, lo necesita. Lo buscó, así que se lo daré.

—No creas que todo lo que planeé para ti son orgasmos, contadora —le digo con lo que pretendo que sea un tono severo.

La ayudo a ponerse de pie y acaricio su rostro. Me debato brevemente entre devolverle el habla o la visión y elijo quitar la venda. Sus ojos están llorosos, afiebrados por el placer y ponen una sonrisa en mis labios. Sus pupilas dilatadas están fijas en mí, siguiendo cada paso que doy y le señalo nuevamente el almohadón que puse en el suelo. Regresa allí, haciendo equilibrio para ponerse de rodillas sin usar sus manos.

Regreso a la sartén que puse a fuego muy bajo y muevo la carne molida junto con la cebolla y los ajíes. No tengo un repertorio tan amplio como el de ella, pero me defiendo.

Volteando cada tanto, la observo en cada ocasión y me deleito con su expresión calmada. No dudaba de que pudiera estar así sin problemas, pero me manejo con cautela. Sus ojos están entrecerrados y sonrío. Que esté tan relajada es una buena señal, pero tampoco puedo dejar que se salga con la suya. Me desobedeció, se corrió cuando le dije que esperara y no me dice en dónde están mis cupcakes, así que tengo que castigarla. Hubiera sido más indulgente si me hubiera dado la posición de mi comida, pero la señorita eligió el camino difícil.

Tomando lugar en una de las sillas, bebo un sorbo del vino, dejando que el sabor se asiente en mi boca sin quitarle los ojos de encima. El pequeño mando del vibrador que tiene en el coño está sobre la mesa y lo agarro. Suelta un chillido cuando aumento las vibraciones.

Se retuerce sobre la mesa mientras voy hacia los cajones y busco el cucharón de madera con el que golpeé su culo la última vez que terminó sobre la mesa de la cocina. Lo dejo al costado de su muslo y me tomo unos segundos para buscar algunas cosas dentro de mi bolso.

Al menos hice bien en haber ido a casa antes de venir aquí.

—Pequeña contadora descarada... —no puedo evitar que mis manos recorran su piel —, te ves preciosa aquí, ¿lo sabes? —susurro. Paso mi boca por su mejilla y su respiración entrecortada me hace reir mientras le quito las esposas—. Muy bonita... —bajo mis dedos por su pecho brevemente. Luego, tomo la cuerda que traje, asegurándome de dejar una navaja cerca para cortar las sogas en caso de ser necesario.

Tarareando, comienzo a enroscar las sogas a su alrededor, rodeando sus brazos levemente. Subo sus pies al borde de la mesa y los ato junto con sus muñecas, dejando sus piernas abiertas y separadas para mí.

Gime contra la mordaza cuando uso la cuchara de madera por su estómago hasta llegar a su coño.

—¿Debería golpearte, Lex? —pellizco su clítoris y la escucho gritar —. Fui bueno contigo, cielo, ahora debería golpearte un poco —niega levemente —. ¿No? —no me responde, así que la presiono —. Quieres esto, ¿verdad? —asiente ligeramente.

Tomo un pequeño flogger con varias tiras de cuero con el que acaricio sus pechos antes de mover mi muñeca. El cuero hace un sonido exquisito contra su piel, que es acompañado por su grito.

Dejo mi mano en su mejilla por algunos segundos antes de continuar. La estoy presionando más de lo que la presioné alguna vez, así que debo estar más atento que nunca. Si bien no va a dolerle tanto —todos los químicos que produjeron los orgasmos hacen que sea más llevadero — su piel se pone roja cada vez que el flogger golpea su carne.

Paso mi pulgar por las líneas que marcas sus senos y siento el latido desenfrenado de su corazón bajo mi tacto.

—¿Estamos bien, cielo? —pongo mi mano sobre la suya, hasta entrelazar nuestros dedos —. Un apretón es que debo detenerme, dos es que puedo seguir —le digo. Presiona mi mano una vez y luego otra —. Qué bien —me inclino y beso la punta de su nariz antes de continuar.

Por un rato, no hago más que hacerla gritar. La parte delantera de su cuerpo se enrojece respondiendo al tacto violento y le doy breves respiros para poder centrarme en la cocina. Cuando todo está relativamente cocido, regreso con ella. Está bastante tranquila y confiada en la situación.

Quitar las sogas me lleva algunos segundos y la mantengo de pie para quitarle la mordaza. El cuero dejó marcada sus comisuras y sus labios se mantiene separados levemente. Dejando mi mano en su nuca, bajo mi boca a la suya, disfrutando del beso y de como un jadeo se ahoga en su garganta.

—Date la vuelta —lo hace, tropezando levemente cuando empujo su torso contra la mesa nuevamente. Esta vez, rodeo sus antebrazos con la soga, dejando un tramo de casi un metro entre sus manos y sus tobillos y luego bajo hasta sus piernas. Cuando termino, presiono el pulgar en el juguete anal.

—Bruno...

—Debería probar con uno más grande —murmuro.

Se retuerce cuando me muevo con ella. Me acomodo en la silla y la recuesto sobre mis piernas, separandolas ligeramente para darle un mejor soporte. Su cabello cae casi hasta el suelo y me imagino demasiados escenarios que tendrán que esperar.

Buscando el siguiente juguete, le quito el que llevaba hasta ahora, echando un poco más de lubricante.

—Bruno...

—Seguiré a menos de que desveles la ubicación exacta de mis cupcakes —le ofrezco. Como no responde, me encojo de hombros. Lo cierto es que tengo la polla dura y quiero follarla, pero no puedo permitirle ese grado de insolencia, mucho menos si mi comida está de por medio —. Te sorprenderían los tamaños que elegí, Lex. Por el bien de tu trasero, es mejor que me digas —señalo, mientras el siguiente plug se ajusta perfectamente a su culo. Tiene una terminación circular, con resina brillosa, de color azul. Incluso es decorativa.

—No diré nada.

Sonrío.

—Sigue así y no podrás sentarte por una semana.

—No finjas que eso no te gustaría —se queja en voz baja.

Deslizo mi mano por su nalga izquierda, clavando mis dedos en su carne antes de repartir algunos golpes entre ambas piernas.

—Tienes razón, no voy a fingir que no me la pone dura escucharte gritar y suplicar mientras golpeo tu culo —le digo con lentitud. Su respiración agitada me hace sonreir y suelto una carcajada, tomando la cuchara de madera —. Aunque tal vez use algo más que mi mano —no es que la madera vaya a doler más que lo que puedo causar con mi palma, pero el picor abarca una zona más delgada y, definitivamente, deja otro tipo de marcas. Observo con fascinación como su piel se vuelve más y más roja.

Se retuerce y tengo que poner mi mano en su espalda para que no caiga de mis muslos.

—Nunca más cocinaré para ti —me dice como una amenaza.

Aprieto los labios. En su posición, debería medir sus palabras, controlar esa boca descarada y mantener las tonterías a raya.

—Entonces no tiene sentido que me controle —le respondo. Vuelvo a golpear su culo con la cuchara de madera, hasta que el color rojo tiene el tono agradable que quiero. Tomo su cabello, logrando que su cuerpo se arquee hacia atrás y remuevo la venda que cubría sus ojos, encontrando su mirada llorosa —. Tengo hambre, cielo. Sé una buena chica y dime en dónde están los cupcakes para que podamos cenar en paz.

Aprieta los labios con una vena terca aflorando. No mentiré, me gusta. Me encanta que se sienta lo suficientemente cómoda conmigo como para hacer esto y decido no decepcionarla.

Me encojo de hombros, la pongo de pie y acerco el almohadón con mi pie, señalándolo. Cuando se acomoda, me inclino más cerca de ella. Sus ojos están fijos en los míos mientras le sonrío. Me acerco más, como si fuera a besarla, pero me detengo a último minuto sin siquiera rozar sus labios, antes de caminar hacia el plato de comida que preparé hace unos minutos. Lo dejo sobre la mesa, pincho un bocado con el tenedor y me lo llevo a la boca, sin mirarla. Cuando trago, pongo mis ojos en ella. No parece alterada o molesta, así que decido seguir un poco más.

—Me gusta comer con un espectáculo, cielo —alcanzando el control remoto del vibrador, se lo enseño brevemente —. Sé una contadora bonita y entretenme mientras ceno —subiendo poco a pocos los niveles y la intensidad, la observo, apenas comiendo unos bocados, demasiado obsesionado con las líneas que recorren su piel y el balanceo de sus senos cuando se remueve.

—Bruno, por favor —chilla juntando sus muslos como si eso pudiera evitar algo de lo que le pasa a su cuerpo.

—Separalas, Alexis —demando. Lo hace, resistiendo el impulso de mandarme a la mierda y su mirada ofuscada me hace sonreir —. Deberías estar agradecida, Lex. Estoy intentando ser agradable y darte muchos orgasmos. Tú eres mala y no me dices dónde están mis cupcakes, podría ser mucho menos indulgente.

—¿Indulgente? —resopla la palabra —. ¡Me estás torturando!

—Entonces me detendré —con una sonrisa, apago el vibrador. Sus mejillas están rojas y sé que no llegó al orgasmo, así que la dejo en vilo —. Tendrás que esperar a que termine con mi comida, la cena es un momento sagrado y no me permito distracciones —estirando mi mano, acaricio su coño hasta dar con el juguete y arrojarlo a un lado —. Qué pena que me quede sin un espectáculo —finjo decepción mientras llevo otro bocado a mi boca. Sigue el movimiento de mi mano y me detengo antes de morder —. ¿Quieres un poco?

—¿Hay algún truco?

Ladeo levemente la cabeza.

—¿Me crees capaz de jugar contigo de ese modo?

—Sí.

Me río. Muevo el tenedor hasta que está frente a su boca.

—Prueba —ordeno. Sus labios rodean el tenedor y la comida desaparece dentro de su boca. El movimiento de su garganta al tragar no me ayuda ni un poco a controlar lo que pasa entre mis piernas y me apresuro en repartir lo que queda de cena entre ambos. Le doy algunos bocados mientras como los demás y no me preocupo en limpiar las cosas, ansioso por llevarlo a la habitación.

Como está atada y sus manos permanecen tras ella, no puede gatear, así que me inclino cerca de ella y la tomo en brazos.

—¿A dónde vamos?

—A verificar cómo te ves en el espejo de tu habitación —le respondo vagamente. Pateo la puerta del cuarto para abrirla y me detengo frente al espejo. Camino hacia la cama, al mismo lugar donde la vi hoy mediante la llamada, llevando sus dedos a su coño, tocándose mientras yo hacía lo mismo.

Quitándome la camiseta y el cinturón, me dedico a sacar la soga que restringe su cuerpo. Se mantiene de pie frente a mí y la acerco más a mi cuerpo brevemente antes de señalar el suelo. El piso de su habitación es mucho más agradable que el de su cocina, así que no pongo nada entre sus rodillas y la madera.

—Abre esa boquita descara y mojame la polla para que pueda deslizarla en ti.

Traga saliva y obedece, sin usar las manos. Mi chica inteligente sabe escuchar, al parecer, así que sostengo la base de mi pene, apuntando con la cabeza a su boca. Su lengua sube y baja y su garganta me acepta hasta donde ella lo decide. Las pelotas se me ponen azules y no veo la hora de liberarme, como si ya hubiera sido tortura suficiente para ambos.

Cuando estoy a punto de acabar, la dentengo. Sus mejillas sonrojadas son una vista preciosa y la veo a detalle mientras se incorpora. Dejando mis manos en su cadera, la volteo y la deslizo sobre mis piernas, ambos de frente al espejo. Su coño me rodea la polla y pongo sus muslos por fuera de los míos, echandome un poco más hacia atrás para tener una mejor posición.

Rodeo su cuerpo con mis brazos, haciendo que suba y baje sobre mí mientras veo como todo se refleja en el espejo. Acaricio sus pechos, beso su hombro y deslizo dos dedos sobre su clitoris. Cierra los ojos, así que pellizco ligeramente su piel para llamarle la atención.

—Miranos —ordeno —. Si cierras los ojos de nuevo, te azotaré frente al espejo.

Mi advertencia la hace tragar saliva, pero asiente levemente. Me detengo unos pocos minutos después, sin querer que lo que vea sea el reflejo de su rostro mientras acaba, porque la vista real es mucho mejor, así que doy vuelta las cosas, obligándola a montar mi polla frente a mí. Esta vez, puedo ver las mejillas de su culo enrojecidas por mi mano y la cuchara de madera y el plug anal asomándose con un detello azul.

Dejando mi mano en su cuello, continúo. Sus ojos no se cierran esta vez, tal vez asustada por mi idea de que mire sus propios azotes y capturo su boca en un beso antes de llegar al orgasmo. Su cuerpo me aprieta hasta exprimir la última gota de semen en su interior.

No la suelto, demasiado cómodo con la forma en la que su cuerpo se une al mío, pero me recuesto, llevándola conmigo. Se acomoda sobre mí, su mejilla se frota levemente sobre mi hombro mientras arrastro mis dedos por su espalda y respiro profundamente.

El sexo con Alexis siempre me llena más que cualquier actividad sexual que haya tenido en mi vida.

—Me duele el trasero —se queja en voz baja. No puedo evitar la carcajada que sale de mi garganta y me da un golpe leve en el pecho —. Malvado.

—Si, mucho —alcanzo su boca y la beso por varios minutos. Finalmente, salgo de su interior, perdiendo la calidez de su coño y me recuesto de lado, pegado a ella —, me complace saber que te duele el trasero.

—La clase de comentarios que haría un sádico —susurra. Se acerca incluso más a mí y cierra los ojos —. Tienes que dejar de usar mis cucharones para golpearme el culo, Bruno.

—Tomaré tu sugerencia, pero no lo haré. Me gustan tus gritos cuando uso ese cucharón, cielo, y deja unas marcas preciosas —bajo mi mano a su culo, presionando la piel magullada.

Sisea, pero no se aleja. Parece agotada como para seguir discutiendo este sinsentido, así que muevo ligeramente la mano hasta alcanzar el juguete anal y quitarselo.

—No volveré a cocinarte cupcakes.

—Ambos sabemos que eso es mentira —le respondo —. Todavía espero que me digas en dónde están, cielo. Quiero mi postre.

Sonríe levemente y se acurruca contra mí.

—No. Me golpeaste, dije que no te los daría.

—Podría rebuscar en toda la casa —le digo, tratando de no sonar desesperado —. Dime.

—Luego —promete. Observo sus facciones relajadas y agotadas.

—¿Quieres un baño, descarada? —paso mi mano por su piel, sin ocultar lo mucho que me gusta tocarla. Asiente levemente, pero no se mueve ni siquiera un centímetro —. ¿Debo llevarte?

—No, iré en un minuto —promete. Pasan varios sin que se mueva, más allá de su respiración profunda, que mueve su tórax.

—Vamos, cielo. Te llevaré.

Está agotada, es evidente. Lo que pasó fue más de lo que ambos veníamos haciendo y, con todo lo que está pasando en su vida, no esperaba que esto pasara desapercibido.

Se queja levemente cuando camino con ella hasta el baño, dejándola de pie al costado de la bañera mientras el agua se calienta a una temperatura agradable. Uso el duchador para mojar su cabello, observando cómo las gotas de agua caen por sus mejillas, dándole una apariencia inocente.

Parpadea y me observa antes de sonreír levemente. No me atrevo a preguntar sobre su encuentro con el abogado de Victor, sin ánimos de arruinar el buen ambiente. No me demoro mucho en limpiarnos a ambos y el vapor llena el baño cuando salimos de la ducha.

Paso una toalla por su piel, fascinado por las lineas rojas que van a colorear su piel por otro par de horas.

—Te gusta marcarme, ¿verdad? —su pregunta me hace subir la mirada a su rostro, notando su expresión.

—Sí —no le miento o disfrazo la verdad. Paso la toalla por sus muslos, sin dejar de observarla —. ¿A ti te gusta?

Sé la respuesta, pero quiero estar tranquilo de que ella pueda admitirselo a sí misma.

—Sí —susurra finalmente. Me inclino con una sonrisa leve y la beso antes de envolver su cuerpo en la toalla para ir hacia la habitación, mientras otro trozo de tela cuelga de mi cadera.

—¿Quieres comer algo más? —le ofrezco mientras la veo tomar un par de bragas y una camiseta con el rostro de alguna cantante.

Niega levemente.

—Los cupcakes están en la alacena sobre el refrigerador —me dice finalmente. Le sonrío, pero no corro tras la preciada comida.

—Vaya, así que necesitaba darte un baño para obtener esa información —murmuro, pensativo.

Se ríe suavemente. Se sienta en el borde de la cama y mueve sus pies por la madera.

—¿Vas a ir a comerlos o no? —cuestiona.

Finjo meditarlo.

—Depende, ¿el postre te incluye a ti de algún modo?

Se pone de pie, clavando su dedo en mi pecho desprovisto de ropa.

—Basta, Bruno. No creo que pueda soportar que me toques de forma sexual por algunos días.

Le sonrío, subido a mi ego por su comentario.

—Esa es una buena forma de subirme la autoestima, cielo —le digo. Tomo su mano y camino con ella hasta la cocina, donde todo permanece hecho un desastre —. Sin toques sexuales —le prometo.

Alexis mira todo con una mezcla de horror y vergüenza. Sé lo que representa su cocina, lo mucho que ama este espacio de la casa y no demoro mucho en arrojar todo dentro de mi bolso, poner el almohadon en la silla y los trastes en el lavavajillas.

—Todo listo —robándole un beso, voy hacia el lugar donde escondió el tesoro y sonrío. Dejo los cupcakes en la mesa y caliento agua para un café mientras la observo. Está pensativa, abrazando sus muslos sobre una de las sillas —. ¿Si te ofrezco uno de mis cupcakes me vas a decir en qué estás pensando? Es una oferta muy generosa.

Me sonríe con suavidad.

—Estaba pensando en... todo. Nada en especifico —promete —, pero realmente tienes que estar interesado en lo que pienso para sacrificar un cupcake.

Me río y le acerco la bandeja.

—Todo el mundo cree que soy un glotón, cielo, debo limpiar mi imagen.

Toma uno, analizando el glaseado que cubre la masa antes de morderlo.

—Es tu culpa que todos crean eso —me acusa.

—Por eso una chica tan buena como tú tiene que ayudarme —le guiño un ojo, observando su expresión tranquila —. ¿Tienes planes para mañana?

Niega levemente.

—Apenas el jueves tengo sesión con Albert —me responde. El agua hierve y se pone de pie para verterla sobre el café antes que yo.

—¿Y qué tal eso?

—Bien —responde vagamente. Hay algo que no me está diciendo, pero espero a que lo haga. Suspira brevemente y regresa, dejando ambas tazas entre nosotros —. Isla cree que la hipnosis de Albert no va a funcionar y tiene razón.

—¿Por qué?

—Porque, aunque Albert no me pone tan incómoda, no sé si podría relajarme a su alrededor lo suficiente como para que pueda recordar —admite.

Bebo un sorbo de café.

—Ya te lo dije, cielo. Si quieres...

—No —me interrumpe.

Hablé con ella sobre intentar hacer una escena que la llevara a algún espacio mental parecido al de la hipnosis, pero está rotundamente negada a eso. La idea de ponerla en esa situación me duele, pero sé que no podrá cerrar todo esto hasta saber qué demonios le pasó y, en realidad, sé que hay más posibilidades de que consiga algo antes que el psicólogo, sin desmerecer todo lo que hizo por ella.

—Deberíamos intentarlo.

—No, Bruno —responde con determinación —. Suficiente con todo lo que has tenido que ver y escuchar, no quiero...

—No me molesta, Alexis —le digo con tono suave —. Cielo, si tengo algún tipo de herramienta para ayudarte, deberíamos aprovecharlo.

—No quiero —susurra —. Lo intentaré con Albert, si no funciona, veré qué más puedo hacer.

—¿Por qué estás tan negada?

—Porque no quiero compartir ese momento contigo, Bruno —me mira con ojos llorosos —, porque, si pudiera, lo mantendría solo para mí.

—Hiciste eso durante años y no te funcionó —le recuerdo. Negando suavemente, está a punto de darme otra excusa que no aceptaré —. No me alejes, Alexis.

—No lo hago, pero tampoco quiero arrastrarte conmigo a ese infierno —responde.

—Somos un equipo —hablo tras unos segundos en los que permanezco callado —. Tú y yo —aclaro —. Estamos más allá de esto, Lex. Te he visto en ese infierno, llorando y sufriendo por lo que pasaste y estabas sola. Dejame ir contigo.

—¿Para qué? —se limpia las lágrimas con brusquedad —, ¿para que también quedes afectado por lo que me pasó? No, gracias.

—Para poder sacarte de allí —estiro la mano, tomando la suya —. Voy al infierno todos los días y salgo de allí, déjame ir contigo y ayudarte a regresar.

Parpadea. Al menos no vuelve a negar.

—Realmente no quiero —murmura tras un suspiro —, y no quiero que sea tu responsabilidad sacarme de allí.

Me acomodo mejor en la silla, buscando una alternativa, como se busca una via de escape en los incendios.

—¿Qué te parece si Albert se hace cargo, pero yo estoy contigo? —le ofrezco —. Estar conmigo te ayudaría a estar más tranquila, pero él haría todas las preguntas.

Traga saliva.

—No lo sé.

—Pero, ¿podrías considerarlo?

Asiente levemente y eso me da un poco de tranquilidad.

...

Nos dormimos casi a la medianoche. Estoy agotado, así que caigo en un sueño profundo poco después que ella, consciente de su respiración contra mi cuello.

No sé cuánto tiempo pasa hasta que se remueve, pero parpadeo, esperando que sus gritos llenen la habitación, pero nada sucede, más que un movimiento para cambiar de posición y suspirar, todavía contra mí.

Admito que, desde que estamos juntos y sé por todo lo que ha pasado, no duermo bien. Estar con ella en una cama se siente fantástico, pero algo me mantiene alerta, esperando sus pesadillas o un despertar agitado. Sin embargo, esta noche al menos, no pasa. Sus pestañas se mueven levemente y no me puedo contener a delinear su boca con mi pulgar.

Me inclino más cerca, asfixiando el reducido espacio entre nosotros y cierro los ojos, volviendo a dormir.

Para cuando llega la mañana, vuelvo a despertarme primero. Esta vez, Lex está al otro lado de la cama, con el cabello revuelto enmarcando su bonito rostro. De nuevo, no puedo quitarle los ojos de encima. La miro por un rato hasta que me siento como un acosador y salgo del cuarto, pasando por el baño antes de ir a la cocina. Caliento agua para preparar café mientras devoro un cupcake y entro a Kaile a la casa. También preparo su comida y decido que Alexis pueda dormir un rato más.

Con el café caliente en una taza, enciendo el televisor para estar seguro de que no hay un apocalipsis zombie en la ciudad. Kaile no duda en echarse sobre el sofá a mi lado y le palmeo la cabeza mientras escucho las noticias matutinas.

A las siete y media, cuando estoy por despertar a Alexis, el timbre suena. Kaile se pone alerta y gruñe, lo que me sorprende bastante, porque suele ser un animal tranquilo. Dejando la taza en la mesa auxiliar del sofá, camino hacia la puerta, mirando por el ojo de buey. Hay un tipo con traje y un sobre de papel madera, que espera.

Aunque no estoy muy seguro de quién es, los breves detalles que me dio Alexis sobre el abogado de Victor me hacen saber que él está aquí. Tratando de no parecer un lunático y decidido a manejar esta situación, abro la puerta.

—¿Se te ofrece algo? —cuestiono con tono tranquilo.

—Necesito hablar con Alexis Tarev —tiene que subir la cabeza para mirarme.

—Ella no está disponible —me atrevo a decir en su nombre —. ¿Quién eres y qué quieres?

—Soy el abogado de su padre —arqueo la cejas, esperando —. Necesito que ella lea este acuerdo.

—Cualquier documento debe pasar por sus abogados —le respondo —, es un poco ilegal que aparezcas en la casa de una persona y la presiones para que acepte un trato —digo, dando un paso hacia él —. ¿No lo saben eso todos los abogados? —lo miro de arriba a abajo, con desprecio. Puedo entender porqué Alexis se asustaría con él, pero a mí no me intimida.

—Solo le ofrezco un trato —me dice —, evitar todo este circo mediatico.

—Estoy bastante seguro de que obtuviste una negativa —señalo —, así que deja de insistir.

Estoy a nada de cerrarle la puerta en la cara, cuando habla:

—¿Debería ofrecerle un acuerdo a la niña? Estoy seguro de que la señorita Tarev...

Actúo por instinto. Salgo de la casa, Kaile tras de mí, enseñando los dientes y ladrando. Mi mano va directo a la patética camisa blanca del abogado y empujo su cuerpo hasta la pared, imponiéndome sobre él.

—Continúa ——lo animo en un gruñido —. Dime que vas a acercarte a Katia y esperar a que no haya consecuencias —insisto.

Al menos parece nervioso.

—Es una menor de edad —sisea —, puedo...

—No puedes nada. Nada —siseo —. Acércate a esa niña o a mi mujer de nuevo y estaremos en un juego que vas a perder —lo suelto con brusquedad, empujándolo lejos de la casa. Le arrebato el sobre, leyendo la primera página del acuerdo patético que ofrece y rompo las hojas en trozos más pequeños, arrojando todo a su pecho —. Si te veo cerca de esta casa, de mi mujer o de su hija, tendremos otro tipo de charla, ¿está claro? —cuando no me responde, lo presiono —. ¿Está jodidamente claro?

Asiente, con nerviosismo.

—Me está amenazando, esto...

—Estoy dejando las cosas en claro, abogado de mierda —me acerco más a él —. Tú defiendes a un monstruo —le recuerdo —, pero yo puedo ser peor que la escoria para la que trabajas. Mantente lejos de ellas —no le digo que podría matarlo, no le digo que lo obligaría a cavar su propia tumba si sigue perturbando a Alexis o sugiere molestar a Katia.

Lo veo hasta que se va, prácticamente corriendo. Kaile lo sigue por algunos metros, dispuesta a estropear su estómago con esa carne podrida, pero le chisto para que se acerque. Lo hace, recelosa. Tiene el mismo sentimiento de protección que yo y es evidente que Alexis despierta algún instinto que no tuvo que mostrar hasta ahora.

—Vamos —en la casa, cierro la puerta con llave y suspiro, pensando en cómo voy a decirle a Lex lo que acaba de pasar, sin arruinar su mañana. Cualquiera diría que fui un idiota entrometido por tomar la decisión de romper esos papeles y no dejarla ver al abogado, pero lo hice porque sé que su postura es llegar al juicio y destrozarlo allí.

Además, ya se está enfrentando a muchas cosas y poner un límite a esto no va a quitarle todo el valor y lo que mejoró los últimos meses.

Camino hacia la habitación con Kaile a mi lado, como si estuviera igual de ansiosa por ver a Alexis y entramos al cuarto donde ella todavía duerme. Poniendo mis brazos sobre el colchón, me inclino y beso su mejilla, sonriendo levemente cuando se aleja de mí.

Kaile salta al colchón, llenando su rostro de lamidas que hacen que Lex se retuerza.

—Kai... —se queja —, es temprano.

—Buenos días, cielo —pasando mi mano por su brazo, me acuesto a su lado en el colchón. Pongo mi bícep tras ella y la acerco a mí —. Levántate y brilla.

—Puedo brillar mientras duermo.

Me río.

—Vamos, Lex, ya es tarde —le digo, bajando mi mano hasta su culo. Se queja por lo bajo —. ¿Quieres que llame a tu papá y le diga que no puedes ir a trabajar porque te follé demasiado?

—Qué gracioso —se incorpora un poco y me observa, somnolienta —. ¿Por qué estás molestando desde tan temprano?

—Porque puedo —respondo con burla —. Preparé café, así que podrías vestirte y encontrarte conmigo en la cocina —me incorporo tras plantarle un beso rápido y le toma un par de minutos aparecer frente a mí. Se recogió el cabello, luce más despierta y se mojó el rostro.

—Hola —susurra. Kaile llama su atención con gimoteos y ella se inclina para mimarla —. Está muy inquieta, ¿qué sucede?

Le acerco la taza de café.

—El abogado de Viktor vino a verte —le digo con lentitud —, tocó el timbre hace un rato.

Algo de pánico cruza sus ojos.

—¿Está aquí?

—Le dije que se fuera a la mierda —admito —. Vino con un acuerdo. Lo rompí —añado.

No se enfurece.

—Vendrá todos los días, ¿verdad?

—No lo sé —confieso —, no lo creo —carraspeo —. Busca ponerte nerviosa, así que no debes darle el gusto.

Asiente levemente.

—Debería prepararme para ir al trabajo —me observa —. Sé que no debo hacerle caso o dejar que su manipulación me afecte —dice en voz alta, aunque parece más un pensamiento para sí misma.

—Por supuesto que no —le ofrezco una sonrisa leve. Se toma un sorbo del café y me mira —. Al único tipo que vas a dejar para que juegue con tu cabeza y te manipule es a mí, ¿verdad?

Sus ojos se entrecierran levemente.

—No lo sé, después de cómo me trataste anoche...

—¿Te refieres a darte muchos orgasmos?

—Hablo de los golpes en mi trasero, aún duelen.

—Pobrecita —me burlo. Estirando mi mano, tomo su muñeca para acercarla —. ¿Quieres que bese los golpes por ti? ¿Eso te haría sentir mejor?

—No —levanta el mentón con orgullo —, y he decidido que no cocinaré más para ti.

—Cielo, sé inteligente. No digas tonterías —le advierto con una sonrisa —, o estaré todo el día las formas en las que puedo torturarte.

Se inclina levemente, quedando entre mis piernas. Deja sus manos en mi pecho, acariciando con suavidad la piel y me observa con expresión relajada.

—Tal vez sí te cocine algo.

Sonrío más.

—¿Lo ves? Entraste en razón rápidamente —aprieto mis manos en su culo y responde con un golpe en mi pecho —. No me agredas, Alexis.

—Duele —se queja con un resoplido —, pero seguramente lo disfrutas, sádico depravado.

Su comentario me hace reir y pongo mis manos en su rostro para besarla. Le muerdo un poco el labio inferior, hasta que chilla.

—Perdón, cielo, pero me llamas sádico y debo hacerle honor al nombre.

—Tonto —se aleja de mí y desaparece por el pasillo hacia la habitación, donde se demora un rato. Voy tras ella y me visto rápidamente mientras Alexis se maquilla, inclinada sobre una cómoda donde hay un espejo pequeño. Me pongo tras ella, observando las ondas que forman su cabello y acaricio las puntas antes de besar su coronilla.

—¿Es a prueba de besos? —con curiosidad, miro el labial que se está poniendo y veo el color rosado, más oscuro que su tono natural, que ahora cubre su boca.

—No arruines mi maquillaje —advierte.

Sin hacerle caso, mantengo mi mano en su rostro, pasando discretamente el pulgar por sus labios. Como el maquillaje no se corre, sonrío.

—Qué pena —susurro antes de besarla. Atrapo su cuerpo contra el mueble, disfrutando de cómo se presiona contra el mío y sus manos me recorren los brazos mientras yo hago lo mismo con ella —. Vas a llegar tarde al trabajo si siguen siendo tan provocadora —me burlo, besándola por última vez antes de salir de su habitación.

Lo último que escucho es un insulto.

...

El jueves llega y, finalmente, Alexis aceptó que fuera con ella a ver a su psicólogo. Está inquieta, nerviosa y parece molesta por algo, pero no me dice nada y tampoco se lo pregunto.

Detengo el coche cerca de la consulta, consciente de que Albert nos espera a ambos y Kaile se inquieta en los asientos traseros, reconociendo el lugar. Apago el motor, todavía sin hablar, esperando a que Alexis de el primer paso para salir del coche, pero no se mueve. Sus dedos están aferrados al cinturón de seguridad y su mirada perdida en la calle.

—Deberíamos bajar —dice, pero no hace nada por llevar acabo tal acción.

—Sí, deberíamos. Alberto nos espera —la animo.

Asiente. Con dedos temblorosos, quita el cinturón y abre la puerta.

—Vamos, Kai —baja a la dálmata, que se pone a su lado. El vínculo creado entre ellas todavía me sorprende.

—Alexis —pongo mi mano en su espalda antes de que llegue a la puerta y la detengo. Me mira, nerviosa y asustada por lo que podría pasar en la consulta de hoy —. Todo saldrá bien —le prometo —, Albert va a ayudarte y Kai y yo estaremos contigo.

—Lo sé.

—Si tienes miedo, está bien. Es normal.

—Sí, supongo que sí —respira profundamente.

—Vamos —señalo la puerta y ella abre, saludando a la recepcionista, que nos sonríe.

—El doctor los atenderá en unos minutos —nos dice, señalando los sofás para que esperemos.

—¿Realmente quieres estar aquí? Puedes irte —me ofrece.

—Estoy bien aquí, no te preocupes —me reclino contra el respaldo del sofá.

—Tal vez me largue a llorar —me dice.

—Tus lágrimas no me asustan —le respondo —, ni tu llanto, ni los gritos, ni nada de lo que puedas recordar.

—A mi me asusta —susurra.

—No debería —le digo con lentitud —. Piensa que tienes a un monstruo mucho más grandes y peligroso que el de tus pesadillas dispuesto a ir contigo al infierno y traerte de regreso.

Sonríe levemente y se inclina para darme un beso suave, que se interrumpe cuando su psicólogo carraspea.

—Buenas tardes, Bruno, Alexis —estrecho su mano antes de que entremos a su consultorio —. Hola, preciosa —toca las orejas de Kai, que acepta la atención antes de ir hacia el sofá freudiano, donde Alexis también se sienta —. Puedes quedarte aquí, muchacho —el psicólogo me ofrece una silla, que aleja de la situación, tratando de mantenerme al margen.

Decido no objetar, porque es su consulta y porque solo vine para darle apoyo a Alexis, pero no involucrarme.

—¿Él no puede quedarse aquí? —Alexis parece inquieta por los escasos metros que nos separan, pero Albert niega.

—Bruno está bien donde está —responde —. Cuéntame, ¿ha pasado algo en estos días que deba saber?

Alexis le cuenta las dos apariciones del abogado de Victor y algunas cosas mundanas.

—Todo lo demás está bien —asegura.

El psicólogo asiente.

—Entonces, si te parece bien, podremos intentar ir un paso más allá —mantengo mis ojos en el rostro de Alexis mientras asiente —. ¿Has abierto la puerta, Alexis?

—A patadas —responde ella con algo de vergüenza.

El psicólogo no parece sorprendido. Me mantengo callado, solo observando y escuchando todo mientras el hombre la observa.

—Hemos hablado sobre esto, muchacha, si la puerta no se abre por buena voluntad...

—No, sé que hablamos eso, pero tengo... tengo una teoría —se apresura a decir mi chica —. Cuando... tuve que abrir la puerta, no fue de forma agradable, ni voluntaria. Tuve que... abrirla —carraspea —, Katia me lo dijo.

El psicólogo se rasca la barbilla.

—No prometo que esto pueda funcionar.

—Lo sé, pero necesito intentarlo. Por favor.

El hombre me da un vistazo breve.

—Antes de hacer cualquier cosa, ¿estás de acuerdo conque él esté aquí?

—Sí —le responde con firmeza.

Albert me mira.

—Y tú, muchacho, ¿estás seguro de querer quedarte?

—Si.

Asiente.

—Bien —se pone de pie, buscando algo en los estantes tras su escritorio y deja una grabadora vieja sobre la madera —. ¿Estás de acuerdo con grabar la sesión, Alexis? —asiente levemente —. Bruno, ¿podrías apagar la luz, por favor?

Lex se inquieta.

—¿La luz? Podemos hacer esto con la luz encendida.

—Cuantos menos estímulos haya, mejor —le explica el psicólogo —. Estarás bien, Alexis.

Cuando mi mujer asiente levemente, presiono la tecla. La oficina queda iluminada por la lámpara en el escritorio, pero nada más, ya que las persianas de la ventana están bajas.

Quiero acercarme, ofrecerle a Alexis algún tipo de consuelo, pero no me muevo del lugar, respetando lo que pidió el psicólogo.

—¿Qué se supone que haga?

—Quiero que te recuestes en el sofá y cierres los ojos —la instruye. Alexis lo hace, dudando un poco y la entiendo, porque la posición vulnerable la inquieta, aunque yo esté aquí. Cuando me mira, le ofrezco una sonrisa leve, tratando de animarla a seguir, aunque tengo el estómago revuelto por lo que podría salir de esto —. Cierra los ojos y respira profundamente.

Observo cómo su pecho sube y baja mientras Albert continúa con sus indicaciones. Se mantiene a una distancia prudente, su voz es baja, pero clara y no hay otro sonido en la habitación. Le pide que tome otra respiración profunda, que libere el aire poco a poco, que sienta cada extremidad, que deje que el sofá cargue con su peso y que mantenga los ojos cerrados.

Poco a poco, observo como Alexis se relaja, como la tensión flota fuera de ella y el psicólogo le da unos segundos de silencio antes de seguir:

—Quiero que visualices una puerta. Cuéntame, ¿cómo es?

No respiro hasta que ella habla.

—De madera, marrón.

—¿Tiene un cerrojo?

—Eso creo.

—¿Puedes abrirla?

Alexis se queda callada por unos segundos.

—No —susurra finalmente —, está cerrada.

—Ábrela, Alexis. No importa cómo —como ella no responde, insiste —. ¿Se abrió?

—Sí.

—¿Qué ves allí?

—Está oscuro, pero....

—¿Pero?

—Huele mal.

—Huele mal, ¿qué más?

—Huele a humo —insiste ella —, y a pintura.

—¿Qué más?

—Hay una sombra —se inquieta —, y hay más puertas.

—Quiero que vayas hacia una de las puertas, Alexis.

—No puedo.

—¿Por qué?

—Porque él está aquí, no me deja pasar.

Respiro de forma entrecortada. El psicólogo, a diferencia de mí, puede mantenerse sereno.

—Tienes un obstáculo, muchacha, vamos a pasarlo. Necesitamos llegar a esa puerta.

—Katia está allí —dice ella —. Katia...

—Llega a Katia —pide el psicólogo —, ¿en dónde está ella?

Alexis no responde. Por algunos segundos, el hombre espera. Se mueve un poco antes de repetir la pregunta, que ella finalmente responde.

—Katia está en mi habitación.

—¿Tu habitación?

—Es mi habitación —responde ella —, es la habitación que me dio papá.

Ni el psicólogo ni yo corregimos la forma en la que llama a su abusador, porque está metida en ese momento.

—¿Qué pasa luego, Alexis? ¿Cómo llegas a Katia?

—La puerta... La puerta se rompe —murmura —, me duele el hombro —como si el dolor fuera real, mueve su mano hacia la articulación.

—¿Cómo está Katia?

—Asustada.

—¿Y tú?

—También tengo miedo.

El psicólogo me mira brevemente antes de preguntarle:

—¿Qué pasa en esa habitación?

Alexis se inquieta.

—Él dice que... dice que va a hacernos daño.

—¿Quién, Alexis? ¿Quién dice eso?

—Papá.

—¿Qué dice exactamente?

—Quiero tocar a Katia, quiere... quiere hacerle daño como a mí. Nadie va a encontrarnos aquí, vamos... —su cuerpo tiembla —, vamos a morir aquí.

Se remueve y yo me pongo de pie, sin poder soportarlo. Quiero acercarme y tocarla, decirle que todo está bien, que todo es una pesadilla, pero le mentiría. Albert me hace un gesto para que me siente y obedezco, sin ánimos.

—¿Qué hay en la habitación, Alexis?

—La cama. Pintura. Una ventana. Huele mal. Todo huele mal y está sucio.

—¿Katia sigue contigo? —pregunta.

—No lo sé.

—¿No ves a Katia?

—Sí, está... está en la cama.

Me tenso.

—¿Ella está sola? —Alexis responde que sí.

La escucho decir cómo es que abre la ventana —usando sus uñas — y cómo antes de eso su padre intenta violar a Katia. Se me revuelve el estómago al escuchar su relato y como todo coincide con lo que su hija declaró, pero llegamos a un punto en lo que sucedió que Katia no sabe y la única persona que puede decir qué pasó en Alexis.

—Estás sola, Alexis, ¿qué sucede?

—No puedo.

—¿No puedes?

—No puedo moverme.

—¿Por qué Alexis?

—Porque él me ató a la cama —solloza.

Mi respiración se corta, la sangre se me hiela y cierro las manos en puños, deseando que su monstruo esté aquí para acabar con su vida patética. Intento mantener la calma, tranquilizar mi pulso, pero nada de eso pasa y la impotencia de no poder hacer nada más que sentarme aquí y esperar me pone incluso más frenético.

Albert me mira brevemente. Por muy profesional que sea, también parece afectado por su relato, porque ambos sabemos lo que él le hizo, pero que ella lo recuerde y lo narre es algo mucho más jodido.

Y, ante mi mirada cargada de enfado, tristeza y demás emociones que no puedo identificar, el psicólogo decide continuar con el interrogatorio, mientras me preparo para que la oficina se transforme en un infierno, el infierno de Alexis.

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El próximo capitulo viene con una advertencia enorme de contenido violento, mención de abuso y situaciones de maltrato físico y verbal. Lo aviso desde ahora. No va a ser "necesario" leerlo, pero es el modo de cerrar esa parte de la historia de Alexis, antes del juicio.

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