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Las manos me sudan.

Kaile empuja mi brazo y mira hacia la puerta, como si supiera que debo entrar allí. Cierro mi mano en un puño y suspiro antes de golpear.

—Alexis —una mujer de mediana edad me sonríe y me deja pasar —. El doctor te atenderá en unos minutos.

—Gracias —la veo acomodarse tras un escritorio y espero en un sofá, con Kai apostillada a mis pies. Muevo mi rodilla con nerviosismo, sin saber cómo es que logré salir de casa y caminar hasta aquí sin huir despavorida. No estoy segura de qué fue lo que me impulsó.

Reviso mi teléfono para distraerme, notando que tengo un mensaje de Bruno.

Bruno; Dime que has ido al psicólogo y que no lo estás evadiendo...

Alexis: Estoy en la sala de espera.

Bruno: Genial. Luego me cuentas :)

También tengo un mensaje sin leer de mi trabajo, pero lo revisaré tras salir.

Dos voces hacen que alce la cabeza y una chica sale del consultorio del psicólogo, pasando por mi lado. Desde la puerta, Albert me observa.

—Alexis —menciona mi nombre con una sonrisa leve y también mira a Kaile —. Cuando estés lista, puedes pasar —ingresa a la oficina, dejando la puerta abierta.

Con la mano apretada alrededor de la correa de Kaile, me pongo de pie. Me tiemblan las piernas y no quiero entrar allí, porque es mucho más sencillo hablar con él a través de una pantalla, como las últimas semanas, pero contengo la respiración y me apresuro a entrar.

Se siente como quitar una bandita con brusquedad para evitar los pinchazos de hacerlo lentamente.

—Hola —la voz me tiembla y me mantengo en el marco de la entrada, sin moverme más allá. Kaile, sin embargo, lo hace. Parece reconocer el lugar y lo huele antes de moverle la cola al especialista.

—Pasa —señala el lugar, manteniéndose de pie tras el amplio escritorio de madera. Respirando profundamente, doy el primer paso dentro, forzando una sonrisa —. Puedes quitarle la correa a Kaile, si quieres. Ella tiene muy buenos modales.

Aunque respondo que sí, no lo hago. Estar conectada a Kaile mediante una correa me hace sentir segura de alguna manera que, de seguro, él definiría como algo patológico.

Todavía en silencio, me acomodo en el sofá enfrentado a su escritorio y su silla.

—Kai, échate —la dalmata me obedece y se acomoda a mis pies.

El psicólogo me evalúa por varios segundos.

—Viniste, muchacha —sonríe levemente.

—Dijo que debía hacerlo —señalo con algo de confusión —, no quería hacerlo.

—Comprendo —se rasca la barbilla y se deja caer en su silla —. ¿Cómo te sientes?

Debería ser una pregunta fácil de responder. Bien o mal.

—No estoy segura —admito en voz baja —, salir de casa y venir aquí fue... difícil.

—Pero lo hiciste —aprieto los labios y asiento —, es un paso enorme, Alexis.

—Supongo.

—No supongas, lo es —insiste —. ¿Quieres contarme qué tal fue el fin de semana? —sugiere, mientras abre una libreta. Parece dispuesto a tomar notas de lo que vaya a decirle, como en las sesiones telefónicas de la última semana —. Desde el viernes, por favor.

Así que no es una sugerencia, en realidad.

—Los abogados fueron a la casa de Bruno, nos reunimos allí —comienzo —, tuve que... hablar —carraspeo —. ¿Usted lo sabía?

Fuego | SEKS #5Where stories live. Discover now