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Alexis

De niña le temía a la oscuridad. Cuando llegaba la noche era cuando las cosas se ponían feas. Recuerdo mirar por la ventana de mi habitación y tratar de contar las estrellas.

Amaba las estrellas.

Poder verlas significaba que el monstruo no había aparecido, que las podía contemplar por horas hasta caer rendida en el marco de la ventana.

Ver las estrellas significaba sobrevivir. Una noche más.

Solía contarlas. Nunca acababa, ciertamente, pero significaba que la noche siguiente podría volver a empezar. Las estrellas eran infinitas y las noches para contarlas también.

¿Está viva?

Me muevo en la oscuridad que me rodea, sin saber en dónde estoy. El lugar está completamente oscuro.

Mami... ¡Mami!

Katia...

Volteo.

No está cerca y cuando intento llamarla, no puedo emitir ningún sonido. Me llevo las manos al cuello, pero no puedo moverme. De pronto, me doy cuenta de que no soy yo la que se mueve, sino que es el espacio a mi alrededor. Un espacio que cada vez se siente más pequeño.

Intento gritar. Me siento ahogada. Hay voces a mi alrededor, cientos de personas hablando, pero nadie me escucha, nadie me ve.

Me estoy ahogando y nadie hace nada.

El zumbido de las palabras me marea incluso más e intento gritar de nuevo. No puedo, no puedo...

—¡Mami!

Chillo o lo intento, al menos. Parpadeo para ubicar a mi hija entre toda la oscuridad, pero no hay nada. Nada.

Me duele el pecho, me llevo la mano allí, donde un líquido caliente me cubre los dedos. Huele a óxido y a sangre. Huele a podrido, del mismo modo que...

—La enviaste al bosque a morir... —una voz tras de mí me eriza la piel de forma desagradable. Miro a mi alrededor, mareada. Solo veo oscuridad y dos puntos rojos que brillan, lejos, en la negrura. Mis pies están sumergidos en algo viscoso, que huele mal —. La enviaste al bosque a morir —es un siseo molesto y un aroma amargo me llena los pulmones, aunque quiero evitarlo.

—¡Mamá!

—La enviaste al bosque a morir... —repite la negrura de ojos rojos —, pero no te preocupes, pequeña Lexie... pronto le harás compañía.

Arroja algo hacia mí, pero no me toca. El terror me invade, cuando caigo hacia atrás y la superficie bajo mi cuerpo me atrapa. Me retuerzo, pero no puedo huir, ni ver, ni gritar.

Cierro los ojos, las lágrimas caen por mis mejillas y, de nuevo, huelo el óxido.

La negrura de ojos rojos se acerca más. Un halo de luz ilumina el espacio brevemente y puedo ver un rostro que me aterra.

Mamá...

—No te preocupes, pequeña Lexie... —susurra cerca de mi rostro, aunque no logro escuchar sus próximas palabras, porque sus manos hechas de fuego comienzan a quemarme.

...

Me pesan los ojos. Me pesa el cuerpo. Se siente como si alguien se hubiera sentado sobre mi pecho y me impidiera respirar bien.

Intento moverme, pero la sola idea de hacerlo me agota. Tengo frío y algo cálido me toca la mano. Me sobresalto, pero no estoy segura de que mi cuerpo reaccione, porque estoy entumecida.

Fuego | SEKS #5Where stories live. Discover now