Drakhan Neé

By _eversinceale_

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«Somos poder, somos fuerza, somos la nación más poderosa que hay, no vengo a fingir que no tenemos un pasado... More

❂ Drakhan Neé ❂
❂ p a r t e u n o ❂
❂ prólogo ❂
❂ capítulo uno ❂
❂ capítulo dos ❂
❂ capítulo tres ❂
❂ capítulo cuatro ❂
❂ capítulo cinco ❂
❂ p a r t e d o s ❂
❂ capítulo seis ❂
❂ capítulo siete ❂
❂ capítulo ocho ❂
❂ capítulo nueve ❂
❂ capítulo diez ❂
❂ capítulo once ❂
❂ capítulo doce ❂
❂ capítulo trece ❂
❂ capítulo catorce ❂
❂ capítulo quince ❂
❂ p a r t e t r e s ❂
❂ capítulo dieciséis ❂
❂ capítulo diecisiete ❂
❂ capítulo dieciocho ❂
❂ capítulo diecinueve ❂
❂ capítulo veinte ❂
❂ capítulo veintiuno ❂
❂ capítulo veintidós ❂
❂ capítulo veintitrés ❂
❂ capítulo veinticuatro ❂
❂ capítulo veinticinco ❂
❂ capítulo veintiséis ❂
❂ capítulo veintisiete ❂
❂ capítulo veintiocho ❂
❂ capítulo veintinueve ❂
❂ capítulo treinta ❂
❂ capítulo treinta y uno ❂
❂ capítulo treinta y dos ❂
❂ capítulo treinta y tres ❂
❂ p a r t e c u a t r o ❂
❂ capítulo treinta y cuatro ❂
❂ capítulo treinta y cinco ❂
❂ capítulo treinta y seis ❂
❂ capítulo treinta y siete ❂
❂ capítulo treinta y ocho ❂
❂ capítulo treinta y nueve ❂
❂ capítulo cuarenta y uno ❂
❂ capítulo cuarenta y dos ❂
❂ capítulo cuarenta y tres ❂
❂ capítulo cuarenta y cuatro ❂
❂ capítulo cuarenta y cinco ❂
❂ capítulo cuarenta y seis ❂
❂ capítulo cuarenta y siete ❂
❂ capítulo cuarenta y ocho ❂
❂ capítulo cuarenta y nueve ❂
❂ capítulo cincuenta - final ❂

❂ capítulo cuarenta ❂

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By _eversinceale_





✧・゚: *✧・゚:*  maratón 2/3   *:・゚✧*:・゚✧


dedicado a golden karlis lovelace livingstone.

el momento gold rush es la base de nuestra amistad.




ZEERAH



No debió haber venido.

Sabía que probablemente no era una buena idea, que un baile era precisamente el lugar en el que menos le interesaba estar. No después de su último viaje, con toda la nueva información que tenía en su poder. Debería aprovechar la ocasión para ir a la biblioteca y encontrar las respuestas que le faltaban.

Pero era muy difícil decirle que no a su prima.

Mucho más cuando se había pasado los días anteriores buscando un vestido para ella, esforzándose con el resto de las brujas para decorar el gran salón y lograr que mucha gente asistiera. Mel había puesto mucho empeño en la primera celebración que Gindar tendría después de la caída de su reinado, así que no pudo negarse.

Pero debió haberse preparado mejor. Suponer que no solo estarían las demás integrantes de su aquelarre, sino todos esos invitados. Antiguas familias que en algún tiempo se habían aliado con las brujas cuando eran poderosas, aquellos lores y ladies con sus familias numerosas que no habían partido tras el declive del continente. Ahora, al presenciar que la magia había vuelto o estaba en su camino a restaurarse, estaban más que interesados por reafirmar dichas alianzas.

Y ahora que había entrado en el salón, sentía como su corazón se entrujaba en su pecho; había un centenar de ojos sobre ella y Zeerah quería salir corriendo.

Pero las puertas se cerraron a sus espaldas y el estruendo causó que se encogiera en su lugar. La canción que sonaba había terminado y los músicos también parecían expectantes, como el resto de los invitados.

Al otro lado del salón, se encontraban los príncipes. Incluso ellos la estaban mirando como si fuera la pieza faltante para que la celebración realmente comenzara. Daerys parecía nervioso al costado de su hermano, Sander mirándola sobre su hombro con curiosidad y Jaekhar...

Bueno, era difícil interpretar la expresión en el heredero. Pero sus ojos brillantes estaban sobre ella y no se apartaban.

Zeerah comenzó a sentir como su corazón latía de manera desbocada y puntos negros aparecieron en su visión. Debía salir de ahí, alejarse lo más pronto posible, ir de vuelta a las sombras, como siempre había sido...

Pero alguien la tomó de la mano. Mel estaba frente a ella con una de sus bonitas sonrisas y le preguntó algo que Zeerah no alcanzó a oír. Pero, lo que si escuchó, fue a alguien toser a su derecha y de pronto el baile se reanudó. La música empezó de nuevo, así como las conversaciones y las risas. Ya casi nadie estaba prestándole atención, pero quienes si lo hacían, al menos trataban de no ser demasiado obvios. Zeerah respiró de nuevo.

—¿Zee? —su mirada volvió a enfocarse en su prima, intentando descifrar qué era lo que le había preguntado, pero Mel no tuvo problemas en ser paciente con ella—. ¿Está todo en orden?

No. Quiso decirle ella. Nada está bien ¿por qué todos están mirándome? Pero se esforzó por asentir y darle una sonrisa. Mel había trabajado muy duro por esto. Podía aguantar unos cuantos minutos ahí por ella. Se escaparía tan pronto como su prima estuviera distraída.

—Si... yo-

—¡Pero mira qué hermosa estás! El vestido te queda de maravilla —Mel se acercó con confianza para arreglarle una parte arrugada y Zeerah batalló contra el sonrojo que se esparció en su rostro—. Supe en cuanto lo vi que era para ti.

Esa había sido otra de las cosas que no pudo negarle. El vestido, el peinado. Mel podía lucir como una chica delicada y moldeable, pero lo cierto es que era una líder nata. Las brujas siempre se mostraron leales ante ella y lograba convencer a cualquiera de estar de su parte. Como a Zeerah, quién se sentía tan fuera de lugar con todo eso: los brillos y los aretes, incluso con sus rizos peinados y recogidos sobre su cabello. Los guantes, quizá, eran la única cosa que no resentía, pero su mano se posó sobre su muñeca por instinto. Desde que sabía el verdadero significado de su marca, no quería que nadie más la mirara.

—¿No crees que es demasiado? —dijo entre dientes, intentado no tapar sus hombros expuestos. Nunca llevaba tanta piel descubierta, se sentía demasiado vulnerable.

—En absoluto, pareces una princesa —Mel le sonrió con amabilidad. Bien, si su prima creía eso, entonces ella lucía como una reina. Ante la idea de la realeza, Zeerah no pudo ignorar a las figuras de pie al el lado del salón, en donde estaba la verdadera familia real.

Como si Mel le leyera el pensamiento, se giró en dirección a los príncipes.

—¿Quieres acompañarme con ellos? Madre dice que-

—No —la palabra estaba fuera mucho antes de que Zeerah pudiera procesarla—. No, quedémonos aquí... por favor —añadió con tono suplicante, su prima pareció un poco decepcionada, pero asintió.

—Bien, no hay problema. Pero no podemos quedarnos aquí paradas, debemos saludar a cuantos invitados podamos y bailar. Zee, vamos, tenemos que bailar.

Zeerah aprovechó su pánico para darle otra negativa a su prima, pero de repente sintió una presencia aproximarse a ellas.

—Estoy de acuerdo, tenemos que bailar —comentó una voz que hizo que Zeerah cerrara los ojos—. Después de todo, es una celebración ¿o no?

Seguro había un hechizo que provocaría que la tierra se abriera, pero Zeerah no lo recordaba y se maldijo por ello. Ahora que la magia estaba regresando, habían muchas cosas que podría hacer para desaparecer de ahí con un solo pensamiento. Pero claro, estaba demasiado oxidada con aquellos conocimientos y flotar en medio del baile no sería nada útil.

—Príncipe —saludó Mel por ella, apartándose para que Zeerah quedara completamente a la vista de él—. Por favor dime que te gusta lo que hicimos. Sé que no es nada comparado a Goré, pero...

—Es perfecto, Mel —Zeerah podía oír la sonrisa de Jaekhar en su tono. No quería, pero tenía que abrir los ojos y esforzarse por actuar como si todo estuviera en orden—. Debo admitir que extrañaba mucho los momentos como este, estoy muy contento.

—Gracias —comentó Mel, riendo un poco.

—¿No lo crees, Zeerah? —el tono de Jaekhar hizo que una chispa de furia surgiera dentro de ella. Abrió los ojos con ganas de comentar algo sarcástico, pero justo cuando iba a hacerlo, sintió como si un balde de agua helada le cayera encima.

El príncipe frente a ella estaba a mil años luz del chico sucio y de cabello revuelto de hace unos días. Alto, imposiblemente elegante, Jaekhar parecía haber sido esculpido en mármol, como si fuera una estatua de un Dios. Zeerah había leído sobre ellas en algún libro. Como en una época antigua a la suya, habían representado a sus deidades en figuras que remarcaban su poder y su enorme belleza.

Jaekhar era poder y belleza.

Todo de blanco, con ese glorioso cuerpo de guerrero bajo la tela cortada a la medida sobre sus hombros, con la caída del pantalón sobre sus largas piernas. Este era un elegido por un Dios para guiar el trono más poderoso del mundo. Este era el heredero. Zeerah sintió como su pulso se aceleraba de nuevo y aquella chispa de ira se convirtió en un centenar de brasas. Pero no podía arder en ese momento, no con la mirada de tanta gente sobre ellos.

—Claro que si, alteza. Una celebración digna de un príncipe.

Jaekhar se rió, Zeerah frunció el ceño.

Estaba molestándola a propósito, eso era claro. Pero ella no podía mirarlo sin sentir rabia. Ahí, de pie, luciendo tan... perfecto. Brillaba con esa aura suya de tranquilidad y diversión que la ponían de los nervios. Zeerah quiso golpearlo.

—Y no sería una celebración digna si no bailara con la chica más hermosa del castillo, ¿no crees?

—Claro. Deberías poner un buen ejemplo —lo reto, casi ofrenciéndole a su prima como si fuera una jugada en un tablero de ajedrez, ansiosa de saber cuál sería el contrataque del príncipe.

—Creo que tienes razón —Jaekhar le tendió su copa al invitado más cercano, del que Zeerah no se había percatado, pero que los admiraba sin una pizca de vergüenza, este la tomó sin reproches.

Bajo la atenta mirada de todos en el salón, el príncipe heredero se dobló en una elegante reverencia y pidió en un tono lo suficiente alto para que todos alrededor lo escucharan:

—Lady Zeerah, ¿me haría el honor de concedereme esta pieza?

El salón volvió a quedarse en silencio. Así como su cabeza.

Las brasas en el interior de Zeerah se convirtieron en llamas, la siguiente más alta que la otra y empezaron a hervir su sangre. Esto no podía estar pasando, no debería estar pasando.

Podía sentir todas y cada una de las miradas en el salón sobre ella. La sonrisa complacida de Mel y el punzante hielo en los ojos de Arwan, y no necesitaba girarse hacia el resto de las brujas para ver sus expresiones ofendidas. Esto debía ser una broma por parte de Jaekhar, una que jamás iba a lograr perdonarle. Sabía que no eran los mejores amigos, pero nunca creyó que pudiera hacerle esto.

Tendría que negarse, de otra manera ella haría combustión y desparecería en una bruma de cenizas antes de que tuviera que afrontar las consecuencias por esto.

Pero, si ella iba a arder... entonces Jaekhar ardería con ella.

Alzó el mentón con el último deje de valentía que le quedaba y mandó todo al infierno, incluyendo las miradas de su aquelarre y la del otro príncipe junto a su caballero.

—Bien —fue todo lo que pudo decir antes de tomar la mano extendida de Jaekhar.

Zeerah casi le da un codazo al príncipe cuando sonrió como si este no fuera la peor idea que hubiera tenido en su vida. Como si el hecho de que su primer baile fuera con ella, una bruja cualquiera y no con la heredera al título de Matrona. Como si ella pudiera ser hermosa.

Jaekhar la condujo a la pista, aún con todo el mundo a su alrededor en silencio, expectante. La multitud se abrió para ellos y Jaekhar caminó entre ellos con el rostro en lo alto, guiando a Zeerah con una delicadeza que ella nunca había asociado con ella. Se posicionaron uno frente al otro y ella solo se permitió una fugaz mirada al rostro del príncipe antes de que le pusiera una mano en la cintura.

—¿Qué haces? —soltó ella en un tonto bajo pero molesto, Jaekhar alzó una ceja.

—Alistándome para el baile —contestó con esos ojos bicolor muy brillantes—. Tu mano va sobre mi hombro.

como —gruñó, pero pudo ver, por una milésima de segundo, como Jaekhar dirigía una mirada nerviosa a donde debería estar su hermano, luego la apartó como si nada, volviendo a su sonrisa tranquila—. No deberías haber hecho esto.

Jaekhar frunció el ceño.

—¿Y por qué no?

—Porque habrá consecuencias y lo sabes.

El príncipe la miró seriamente por un instante antes de acortar la distancia entre ambos con un solo paso.

—No me importa.

Zeerah se sonrojo ante el guiño que le dedicó y como si los músicos lo hubieran estado esperando, la siguiente pieza dio comienzo.

El mundo se fragmentó cuando empezaron a moverse. De pronto, todo era un frenesí de tela y notas musicales y le tomó unos segundos en recordar cómo debería hacerlo, en qué momento debería dar una vuelta y como no tropezarse con sus propios pies. Casi piso a Jaekhar varias veces hasta que él se quejó y ella le soltó un insulto. Y claro que eso también lo hizo reír.

—Deja que te guíe —musitó él a mitad de una vuelta, que los había dejado por un par de segundos demasiado cerca.

—Puedo hacerlo sola.

—Sé que puedes, pero déjame hacerlo —pidió, con su boca peligrosamente cerca de la oreja de la bruja. Un escalofrío recorrió su columna cuando Jaekhar la apartó suavemente para darle otra vuelta y regresar a su posición inicial.

Continuaron danzando, Jaekhar liderando esta vez; se movía con tanta gracia y soltura que parecía haber pasado toda su vida ensayando para ese momento. Zeerah intentó no pensar en la imagen que estarían dando ante todos. Como la luz que proyectaba él se complementaba con la oscuridad de ella, con ese vestido que parecía hecho a base de una noche estrellada. La tela y gasa oscura, espolvoreada por tintes dorados que atrapaban la luz y la hacían resplandecer.

Zeerah estaba intentando dejar su cabeza en blanco y moverse junto a Jaekhar, pero era casi imposible olvidar que a cada lado estaban las miradas y los susurros; le preocupó qué podría salir de eso.

Las brujas la miraban con recelo, los demás invitados estaban interesados e incluso la familia del príncipe no sabía qué pensar de aquello. ¿Se enojarían? ¿Cómo lo vería Daerys? ¿La noticia de su baile llegaría antes a Goré que los príncipes? ¿Qué le diría su Matrona?

Esto era inaudito. Este tipo de eventos sociales eran peligrosos, la gente podría sacar sus propias conclusiones. El baile había sido en honor de la alianza que Nivhas planeaba trazar con Goré. Más allá de una situación social, era algo político pero..., cuando Zeerah alzó la mirada para reprochárselo al príncipe, se encontró con una mirada suave. Jaekhar solo se estaba divirtiendo, estaba tranquilo, casi complacido.

Eso la enfureció todavía más. Porque ella parecía estar disfrutándolo también. Le molestaba que su cuerpo pudiera seguirle el ritmo de esa manera tan fácil, como si estuvieran coordinados. De que pudiera ser una digna compañera para alguien como él.

Porque Jaekhar era luz, radiante y cegadora como el sol, y Zeerah había pasado toda una vida refugiada entre la sombras y la oscuridad, demasiado temerosa de que alguien más pudiera ver lo patética que era. ¿Cómo habría sido su vida si estuvieran en el lugar del otro?

¿Cómo habría sido nacer del oro, destilando brillo?

¿Qué pensaría él, si hubiera sido un vástago de la oscuridad y no un príncipe de luz?

Zeerah se dejó manipular por la pista, por esas manos que eran expertas. Se dejó mover por el viento, danzar a través del mundo mientras sus pies seguían un camino a ciegas, pero ella estaba bailando y por primera vez en mucho tiempo se sintió liviana.

De vez en cuando sus ojos se alzaban a su alrededor y veía uno que otro rostro con diferentes expresiones; había miradas celosas y pucheros inconformes, muecas encantadas y señales de sorpresa. Se preguntó cuántas de esas personas querían cambiar lugares con ella, se preguntó cuántas estaban enamoradas del príncipe. Se preguntó ¿cómo sería ser una de ellas?

¿Qué pasaría si estuviera enamorada de ese príncipe?

Caos, pensó. Su mundo entero ardería sin fin.

Sería la batalla más grande de su vida, una guerra para la que nunca estaría preparada. Pero incluso el fuego podría ser hermoso. Aniquilador. Pero, qué hermosas eran las llamas; cuantos colores tenían, la forma en la que se movían como si ellas también pudieran bailar en su propia forma. Y algo le decía que siempre la mantendría cálida...

Jaekhar la hizo girar de nuevo y esta vez, cuando sus cuerpos colisionaron juntos de nuevo, ella decidió mirarlo. Su rostro podía ser desgarrador si pasaba por alto toda esa ira que sentía al verlo. Esa nariz recta, esos pómulos altos, la mandíbula fuerte. Todo en él era demasito arrebatador para ser verdad, incluso sus labios parecían una obra de arte; Zeerah nunca había tomado demasiado interés en ese tipo de cosas, pero todo lo que era ese chico le hacía pensar en obras maestras.

Cuando su mirada finalmente encontró los ojos de Jaekhar, se sintió temblar.

La pieza terminó, la música se detuvo abruptamente y ella casi suspiró de alivio. Pero Jaekhar se había quedado quieto, demasiado quieto, y había un ceño fruncido sobre sus ojos salvajes. Hizo un gesto con la mano y los músicos parecieron entenderlo. Otra pieza comenzó casi de inmediato, Zeerah se sorprendió, pero todas las parejas, incluso ellos, volvieron a sumirse en otro baile.

¿Qué estaba pasando? Zeerah intentó buscar los ojos del príncipe una vez más, pero este baile era mucho más rápido, la formación cambió a través de la pista, dos filas se formaron y de pronto ella estaba moviéndose de un lado a otro, rodeando personas, bailando brevemente con parejas que cambiaban. Un ciclo que se repitió hasta que ella volvió a los brazos de Jaekhar.

Zeerah no recordaba cuándo había aprendido a bailar así, pero sus pies la estaban guiando. Su respiración se volvió entrecortada cuando el intercambio de parejas ocurrió una vez más, pero entre todas las expresiones divertidas del resto de las parejas, ella trataba de no perder aquella figura de luz.

Se alejaban y luego volvían a acercarse, pero como ella, Jaekhar no le quitaba la vista de encima.

Seguían bailando y Zeerah lo miraba y se sentía extrañamente celosa de las chicas que apreciaban su turno, añorante de que volvieran a estar frente al otro y aliviada cuando las manos de Jaekhar volvían a su cuerpo, con una mirada indescifrable en sus ojos. Había brillo y destellos y todo era dorado, como si estuvieran ardiendo.

Caos, definitivamente. Eso sería en lo que se convertiría su vida si ella se dejaba seguir sintiendo, si no dejaba de acercarse más y más conforme siguieran bailando. Estaba cubierta en llamas, tremendamente furiosa, como el sonrojo en sus mejillas, como la respiración entrecortada, como ese alivio se asentaba en su pecho cuando regresaba con él...

Pero cuando acabó la pieza, con todas las parejas agotadas, con los aplausos de los invitados, a través de todo ese clamor... Zeerah sintió que ese fuego en su alma no iba a apagarse en un futuro cercano.

Porque ella estaba enamorada del príncipe.

(...)


JAEKHAR


No podía dejar de mirarla. Nunca había visto algo más impresionante.

Zeerah siempre le había recordado a la noche, a la oscuridad. Y no solo porque, desde el momento en que había llegado a Nivhas todo parecía estar bajo una eterna capa de nubes, con toda esa lluvia y el fango en sus botas. Sino que ella acarreaba esa oscuridad con ella, nunca había fallado en notarlo. A donde quiera que Zeerah iba, siempre se escondía en las sombras, o detrás de alguien, bajando la cabeza, rezando por no ser notada.

Y eso nunca había tenido sentido con ella. Lo confirmó cuando fueron pasando más tiempo juntos y se dio cuenta de que Zeerah era quién más brillaba en esa tierra. La única consternada, quién tenía más poder que las demás, aquella que había sido opacada por un hechizo en su muñeca que se suponía que tenía que protegerla.

Jaekhar había conocido a muchas mujeres valientes, pero nadie como Zeerah... y estaba eclipsado por ella.

Tal vez no debió soprenderle tanto como lo hizo, pero descubrió que estaba enamorándose de Zeerah. No fue algo que descubrió de repente, en realidad, había sido algo gradual. Lo que le hizo caer en cuenta, fue la expresión en el rostro de Daerys cuando terminó de bailar con ella. Ese pánico le confirmó sus sospechas.

Él se había enamorado.

Lo cual era lo más irónico de su vida, porque Zeerah era una bruja. Eso desató que varias cuestiones comenzaran a emerger en su mente; ¿Padre siempre lo supo, por eso los había enviado ahí? ¿Estaba rompiendo una regla? ¿Esto causaría problemas?

Una parte de él aseguró que todas estas preguntas ya habían estado en su cabeza incluso antes de bailar con Zeerah, pero aún así había optado por ignorarlas todas.

La verdad es que todo rastro de preocupación se había evaporado justo cuando la vio entrar al baile.

Ahora, acaba de dejarle muy en claro a todos los invitados de la Matrona, que estaba interesado en ella. Que lo propio y más honorable, habría sido bailar con su hija, tal vez dar un brindis en honor de sus anfitrionas antes de bailar con la bruja con la que el aquelarre entero estaba resentido... Tal vez debería disculparse, tal vez Daerys lo regañaría nada más tuviera un tiempo a solas con él, tal vez había perdido la oportunidad para pactar la alianza.

Pero, enserio, todo ello no parecía asustarle ni un poco.

Así que miró a Zeerah de pie frente a él. La música se había reanudado, pero en un tono mucho más relajante y ya no había ninguna otra pareja en la pista. La bruja si que parecías asustada. Tal vez por eso estaba a reacia a moverse sin él, temerosa de afrontar las consecuencias. Pero cuando echó un vistazo, no encontró ni a su pequeño hermano, ni a Sander. Tampoco había rastro de la Matrona.

No supo si eso debería aliviarlo o no.

—Tengo que salir de aquí —la voz ahogada de Zeerah pareció mas un lloriqueo que otra cosa. Jaekhar se sorprendió cuando supo exactamente qué hacer.

—Ven conmigo —la tomó de la mano y la guió hacia la entrada del salón. Aprovechó que Mel estaba enfrascada en una conversación con un grupo de gente para escapar con éxito. Si, algunas brujas notaron como no soltaba a Zeerah mientras salían de ahí, pero siguió sin importarle.

Ambos cruzaron las puertas y no miraron atrás.

(...)

Zeerah se tranquilizó cuando se encontraron solos en una terraza no muy alejada del baile.

El atardecer estaba arrojando sus últimos destellos de luz solar, pero había sido un día cálido, la temperatura no descendería hasta después de un rato.

Zeerah apoyó sus manos contra la barda de piedra que rodeaba la terraza y dejó caer la cabeza entre sus brazos. Jaekhar no quiso interrumpirla, pero eso no significaba que pudiera apartar la mirada. Se recostó contra la pared de atrás y admiró como los hombros de la chica, descubiertos ante la intemperie, se pintaban con los mil colores en el cielo.

Pasaron unos minutos en los que Jaekhar se quedó embobado con la imagen, hasta que ella dio un respingo.

—Estoy muerta —anunció con resignación. Jaekhar se irguió, quedándose quieto hasta que la bruja se giró. Tenía una expresión angustiada.

—¿Por qué? —preguntar no hacia falta, pero aún así lo hizo para que ella ventilara su miedo y le diera tiempo de pensar en como resolverlo.

—Arwan va a matarme.

—No creo que lo haga, con tantos testigos sería difícil para ella.

—Jaekhar, este no momento para bromas.

—Este es el momento perfecto para bromear —exclamo con suavidad ante la expresión exasperada de Zeerah—. Ambos hicimos algo completamente imprudente allá adentro, no solo tú.

Admitirlo era probablemente una forma compartir la carga con ella.

Zeerah se quedó mirándolo por unos segundos, su expresión fue cambiado desde la ira, hasta el nerviosismo. Jaekhar no quería que volviera a darle la espalda.

—¿Por qué lo hiciste? —pregunto ella.

—¿A qué te refieres con eso?

—¿Lo hiciste porque creíste que era algo divertido, que estabas desafiándome? —preguntó ella, acortando la distancia—. ¿O porque querías insultar a tu anfitriona enfrente de todos?

Jaekhar hizo una mueca.

—¡No, no quería ninguna de esas cosas! —saltó, comenzando a temer por las consecuencias, pero ninguna le dio tanto miedo como la que estaba por confesar.

—¡Pues sea lo que sea, hiciste todo eso! —Zeerah apretó sus manos en puños a cada lado de su vestido—. ¡Ambos lo hicimos!

—No tiene porque ser el fin del mundo —dijo más para convencerse a si mismo, que a ella—. Tu Matrona lo entenderá, se lo explicaré yo mismo si quieres.

—¿Qué es lo que vas a explicarle?

—Qué no mentía cuando te saque a bailar —soltó de golpe—. Que eres la chica más hermosa de ese baile.

Y oh, la expresión en el rostro de Zeerah iba a ser algo de lo que el príncipe nunca conseguiría olvidar. La sorpresa, la angustia, el alivio, todo eso al mismo tiempo... antes de que ella cerrara los ojos y le diera la espalda.

—No digas tonterías.

—¡No lo hago! —Jaekhar ahora estaba frenético, colmado de la adrenalina que esa confesión dejó en todo su cuerpo—. Zeerah, estoy hablando en serio.

Se acercó hasta ella, la tomó con delicadeza del codo y la giró suavemente hasta él.

—No estoy jugando ¿si? Es cierto. Lo cual es terriblemente irónico.

Zeerah abrió los ojos y Jaekhar se sorprendió de verlos brillar, como si en cualquier momento pudiera ponerse a llorar. La trajo más cerca.

—¿Irónico porque para ti todo es un juego?

Jaekhar sonrió.

—No, porque te apuesto que tu también estás pensando lo mismo —susurró, porque hablar más alto podría romper la tranquilidad repentina entre los dos—. Qué tu no me soportabas ni un poco hace unas semanas y ahora... henos aquí.

—Tú tampoco estabas encantado conmigo —ella alzó una ceja, batallando por no soltar esas lágrimas. Jaekhar la tomó del mentón con delicadeza y lo alzó hasta él.

—Pero ahora claro que te parezco encantador ¿o no?

Zeerah lo apartó con un empujón que no fue nada fuerte, era tan suave que Jaekhar sintió aquel cosquilleo familiar en sus manos que indicaba que estaba perdiendo el control con su poder, pero volvió a enfocarse enseguida.

—Esto no tendría que pasar —soltó en un tono tan bajo, que pareció como si no quisiera admitirlo. Él asintió.

—No, no debería —Zeerah alzó los ojos de oro ante él—. Pero eso no será excusa suficiente.

—¿Para qué?

—Para detenerme —dijo sin apartar la mirada de ella. El príncipe tragó saliva—. Para que ya no sienta todo esto... porque es nuevo para mi, pero lo siento y no puedes pedirme que pare porque no sé como hacerlo.

—¿Cómo... cómo te sientes?

Jaekhar abrió la boca para decirlo, pero no se encontró con ninguna palabra para explicarlo. Nunca había sido bueno con eso. Así que solo... lo demostró de otra manera.

Terminó con la distancia entre ambos y presionó suavemente sus labios con los de ella.

Nada sobre Jaekhar era suave, ni siquiera su relación había sido algo que él pudiera catalogar como suave, pero trató de serlo justo en ese momento.

Sus manos fueron lentas, delicadas y recorrieron los brazos de Zeerah mientras la mantenía cerca. Aún así, esperó por el rechazo. A que ella lo apartara e incluso lo abofeteara por el atrevimiento. Pero nada de eso sucedió, al contrario, se apegó todavía más y continuó ese beso con la misma ternura con la que lo había empezado.

Y todo en la vida de Jaekhar había sido altura y velocidad, escamas y espadas, pero en ese momento, a pesar del fuego inicial entre ellos... todo se había apaciguado. Era como llegar al destino después de un viaje desenfrenado. Cómo si después de un ardua lucha, hubiera vencido.

Ahora todo cobraba sentido.

Era ella, siempre había sido ella. Desde el primer momento en que se miraron con intensidad. Todo había guiado hasta esto, a Zeerah.

Jaekhar se apartó, un poco reacio, pero tenía que ver su reacción. Cerciorarse de que no estaba invadiendo su espacio.

Zeerah se quedó en el mismo punto en que la dejó, con los labios entre abiertos y las mejillas sonrosadas. Sintió un vuelco en el pecho. Entonces ella abrió los ojos y volvió a esperar por la ira, el rechazo, el empujón... Pero en sus ojos solo había brillo.

Finalmente dejó escapar esas lágrimas.

Ella reaccionó entonces, parecía avergonzada por ello, pero Jaekhar tan solo se apresuró a limpiarlas con su mano, tratando de mantenerse suave contra la piel tersa de su rostro.

—Hey, ¿de verdad soy tan bueno besando como para hacerte llorar?

Zeerah se sorbió la nariz.

—No lo arruines.

—Si, lo siento —pero Jaekhar estaba sonriendo y ella no tardó en sonreírle también.

—Esto no tendría que haber pasado —repitió, pero extrañamente, se rió tras su comentario; el príncipe creyó que había sido un sonido encantador—. Acabas de echarlo todo a perder.

—¿El qué?

—Mi plan sobre odiarte hasta el final de los tiempos.

—Ah, ese plan estaba perdido desde la primera vez en la que me pediste que me quitara la camiseta... ¡auch! —Jaekhar fingió una mueca de dolor cuando Zeerah lo pellizcó.

—¿Esto te hará todavía más insufrible?

—Puedes seguir fingiendo que me odias, si eso te hace sentir mejor.

La bruja lo fulminó con la mirada antes de besarlo de nuevo. Se apartó tras unos segundos.

—Si, podría ser.

Jaekhar se recargó contra su frente y ambos permanecieron ahí duante varios minutos, procesando todo aquello. Lo que pasaría ahora, la explicación que le darían a la Matrona, la decisión que Jaekhar debería de tomar. Antes de que la noche terminara de instalarse alrededor de ellos.

—Tal vez tu Matrona no se moleste tanto si extiendo mi visita.

Los ojos de Zeerah se abrieron con renovado brillo. Frunció el ceño casi de inmediato.

—¿De qué hablas?

—Podría quedarme más tiempo —explicó el príncipe, recargándose contra la barda a su costado—. Enviar a Daerys y Sander de vuelta a Goré. Yo me quedaría unos meses más. Ayudaría con la reconstrucción del castillo e iniciaría tratos comerciales entre nuestros continentes.

Su hermano seguro intentaría matarlo al principio, pero entendería. Jaekhar lo haría entender. Y tal vez, si lograba arreglar las cosas en Nivhas y conseguir finalmente esa alianza... tal vez Zeerah quisiera regresar a casa con él.

Pero ella lo miró como si estuviera loco.

—Eres el príncipe heredero. Tu familia quiere que vuelvas a casa, no puedes-

—¿Retrasarlo un poco? Claro que si. Frareh no quiere que tome el trono de inmediato y Daerys puede cubrir mis deberes como príncipe en mi ausencia.

No había nada que quisiera más que regresar a Dragonscale, pero por ella, por quedarse un tiempo más a su lado, lo suficiente para convencerla de irse... lo haría. Pero quizá esta era la verdadera razón por la que sus padres lo habían enviado ahí, para que pudiera encontrarla. Y... había algo, una segunda opción que nunca había admitido, ni siquiera en su mente.

—Además... No soy el único en la línea de la corona —susurró mirando al suelo—. Ni siquiera he sido coronado como heredero oficialmente.

Zeerah no dijo nada. Esperó unos segundos por su respuesta, pero cuando no la obtuvo, levantó la cabeza. Ella casi parecía... decepcionada.

—¿Di algo? —pidió y ella finalmente frunció el ceño.

—¿Estás hablando en serio?

—Pues claro que si, yo-

—No. No lo estás —soltó ella, con la ira que tanto había aprendido a admirar—. Esto, todo lo que eres, todo lo que representas..., es mucho más grande que tus sentimientos.

Zeerah le puso el dedo sobre el pecho y el turno de Jaekhar para fruncir el ceño.

—Eso... No, no puedes decirme qué es más importante. Puedo tomar mis propias decisiones, y-

—enfatizó la chica— le hiciste una promesa a tus padres.

Las marcas de Jaekhar habían comenzado a escocer, pero antes de que la furia perdiera contra su control, Zeerah sacó algo de entre los pliegles de su vestido y se lo extendió.

—Te enviaron aquí por una razón —continuó con ferocidad—. Me has hablado sobre ellos, sobre los hombres que te criaron y lo maravillosos que son. Lo que ambos hicieron por tu pueblo y el poder que tienen.

Zeerah dejó caer el anillo dorado en su palma mientras él se quedaba completamente quieto, ni siquiera se atrevió a enrollar sus dedos sobre aquel pequeño pedazo de hogar, no creyó que volvería a verlo.

—¿Es que no lo comprendes? —susurro la bruja, tornando su voz suave—. Tú siempre fuiste el heredero, esta misión... no fue para trazar una alianza con Nivhas, tu reino no la necesita, siempre lo has sabido. Te enviaron aquí con otro propósito, algo mucho más grande de lo que crees. Y... ya lo has encontrado.

Ante eso, las marcas en los brazos de Jaekhar cobraron vida. La estancia en la que estaban se llenó de luz blanca que hizo que los ojos bicolor del príncipe se tornaran en plata, que el vestido de Zeerah brillara como si de verdad estuviera hecho de estrellas.

—Tienes que volver a casa —musitó con tristeza—. Ese es tu deber.

Jaekhar se quedó en silencio los segundos siguientes, intentando buscar las palabras correctas. Ella tenía razón. Y su anillo estaba de vuelta con él. Como un ciclo completo. Las marcas comenzaron a perder brillo mientras entraba en desesperación.

—¿Tú quieres que me vaya?

—Serás un rey, no importa qué es lo que yo quiera. Importa lo que tú debes hacer —Zeerah se abrazó cuando la primera corriente helada de la noche arribó a su alrededor.

Jaekhar se quitó la chaqueta de su traje y se la puso sobre los hombros antes de que pudiera negarse.

—¿Y qué es lo que tú harás?

Zeerah lo miraba desde abajo, con una expresión triste pero decidida.

—Proteger mi hogar. Seguir ayudando a que esta tierra regrese a su antigua gloria, aprender más acerca de la magia... —se pasó la mano por la muñeca, Jaekhar no necesitaba saber que debajo del guante, estaría ese tatuaje que retenía el verdadero potencial de su poder—. Aquí es donde yo pertenezco.

Eso no debería haberle dolido tanto como lo hizo, pero Jaekhar sintió algo parecido a un puñetazo en el centro de su alma.

Abrió su mano, en donde seguía el anillo de Frareh y luego la cerró de nuevo.

—Entonces, si cada quien tiene su propio camino... ¿eso en dónde nos deja a nosotros?

Nosotros —dijo ella, exclamando la palabra con cierta ternura que calentó el pecho de Jaekhar, tomando las manos del príncipe entre las suyas, dejando otra pequeña cosa entre sus dedos—. Nosotros vendremos después.

Cuando Zeerah apartó las manos, Jaekhar contempló otro anillo, este mucho más pequeño. Una delgada argolla de plata con una pequeña piedra en el centro. Un anillo de bruja. El que le había pertenecido a su madre, porque Zeerah nunca había tenido uno propio.

—Después —dijo el, sin apartar la mirada de las joyas—. ¿Eso cuando será? ¿Cuándo sea Kargem o cuando seas la última bruja en el mundo?

Zeerah sonrió y Jaekhar se maravilló ante ello.

—No lo sé. Solo... después —la bruja se encogió de hombros y recargó la cabeza en el hombro de Jaekhar—. Es una promesa.

Ante eso, el príncipe sintió la tremenda necesidad de besarla de nuevo.

Así que lo hizo.

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