Fuego | SEKS #5

By CasAlvarez13

2.2M 229K 111K

SERIE SEKS, LIBRO #5 Alexis y Bruno comparten una noche en un club fetichista que se arruina cuando el pasado... More

Sinopsis
Advertencia de contenido
1
2
3
4
5
6
7
8
9
10
11
12
13
14
15
16
17
18
19
20
21
22
23
24
25
26
27
28
29
30
31
32
33
34
35
36
38
39
40
41
42
43
44
45
46
47
48
49
50
51
52
53
54
55
56
57
58- último capítulo
Epilogo

37

35.7K 3.6K 1.8K
By CasAlvarez13

Cuatro días.

Ya llevo cuatro días fuera del hospital y sigo sin salir de casa. Le escribí a Bruno pidiendo que no trajera a Kaile al día siguiente de estar de alta, porque necesito tomarme las cosas con calma.

Zaira está viviendo conmigo, prácticamente y debería tener algunos ratos libres así que, tras desayunar, le digo:

—Estaba pensando que podría quedarme sola esta noche.

—¿Por qué?

—Porque tienes una vida —señalo —, y porque debo intentar ser independiente de nuevo — explico —. Además, ya me siento muchísimo mejor —me señalo a mí misma, donde los moretones apenas se notan ya y las marcas en mi piel cicatrizan bien —, ¿qué opinas?

—Me agrada la idea de que quieras avanzar, pero no sé si es una buena idea que te quedes sola —me responde con calma.

—Quiero intentarlo, por favor —le pido.

Aprieta los labios.

—Si el psicólogo dice que sí, lo haremos. Sino, tendrás que soportarme esta noche.

Desde que salí del hospital, tengo sesiones con Albert todos los días y, aunque no he avanzado mucho en cuanto a los recuerdos, me sirve un poco desahogarme con él. Dijo que estaba bien si necesitaba mantener un poco de distancia con Bruno, porque para mi yo de ahora no es más que alguien que vagamente conozco y eso puede abrumarme.

Zaira me ayudó a decírselo, porque yo no pude. Me hubiera dolido ver la expresión que pone cada vez que le digo que no le recuerdo y Zai se lo dijo por mí.

—Llamaré a Albert, entonces —suspiro y le escribo un mensaje al psicólogo, explicándole que quiero estar sola. Mientras aguardo una respuesta, observo a Zaira —. ¿Renunciaste al hospital?

Frunce el ceño.

—¿Por qué crees eso?

—Me resulta extraño que te dieran vacaciones —digo, sin señalar que la conozco lo suficiente para saber que me mintió.

Está de espaldas a mí, poniendo más café en su taza cuando me responde:

—Me suspendieron por dos semanas —carraspea.

—¿Por qué?

Aprieta los labios, volteando hacia mí.

—La leyenda dice que me negué a atender a un abusador sexual y que confundí algunos medicamentos para el dolor con suero. Ups, mi error —dice, mirando al suelo y suspira —. Cuando te encontraron, te llevaron a mi hospital —dice —, pero también lo llevaron a él y... Tenía el rostro destrozado —me sonríe levemente —. Dijeron que estaba demasiado emocional como para atenderte a ti, porque nos conocemos, pero... el otro encargado de urgencias me envió con Victor.

—Zaira, ¿qué hiciste?

Pone los ojos en blanco, restándole importancia.

—Yo no fui la que más lo lastimó, te lo aseguro.

—¿De qué hablas?

—Nik le debía un favor a Bruno.

—¿Qué se supone que significa eso?

—¿Los nudillos de Bruno? —me recuerda —, ¿Contra quién crees que se desquitó?

No digo nada, pero la idea del bombero golpeando a mi padre me genera cosas en la boca del estómago. No sé si son náuseas o mariposas.

—Mi... Victor podría haberlo herido —suspiro.

—No, te lo aseguro —hace una mueca extraña —. Entonces, ¿quieres estar sola?

—Quiero intentarlo y también creo que tú necesitas espacios. No puedes ser mi enfermera todo el tiempo.

—También soy tu amiga —responde mordaz.

—Exacto y mi amiga tiene que tener una vida —suspiro —. No haré nada extraño, dormiré y ya.

Hace otra mueca.

—¿Cuándo verás a Bruno?

—Primero tengo que ver a mi hija, Zai.

Asiente.

—Si, claro, ¿y luego lo verás a él?

—No lo sé. Se siente extraño.

Cuando me pregunta si quiero hablar sobre ello, niego.

—Deberías llamar a Mat y pedirle que traiga a Katia por algunas horas —sugiere.

—Si, eso haré.

Katia no está yendo a su escuela, así que sé que podría venir para almorzar y me siento lo suficientemente bien como para cocinar.

Zaira va a darse una ducha y aprovecho para llamar a Mat.

—¿Ale?

—Hola, Mat —juego con la cadena alrededor de mi cuello —, ¿estás ocupado?

—No, acabo de terminar de vestir a Mila —dice —. ¿Cómo estás?

—Bien... mejor —admito —. Quería... quería saber si Katia puede venir a almorzar.

Preguntarlo de ese modo me hace sentir extraña, jamás tuve que pedir permiso para ver a mi hija y hacerlo me pone nerviosa.

—Claro, si —mi ex suena entusiasmado —. Ella te extraña muchísimo y Kaile también —suspira —. Puedo llevarla en unas dos horas —dice —. Dejaré a Pam y Mila en la casa de mis padres y luego llevaré a Katia.

—¿Estás seguro? Puedo tomar un taxi y buscarla.

—No, claro que no. Estaremos allí en un par de horas.

Un rato después, Zaira está de regreso y se ha secado el cabello.

—¿Katia vendrá? —asiento —. Estaba pensando que la noche del sábado podríamos decirle a Isla, Gemma, Lianna, Cal y Marianne que vengan —sugiere —. ¿Qué opinas?

—No lo sé —suspiro —. ¿Adabel no se lleva bien con nosotras?

Aprieta los labios.

—Ella no está en el país.

—Oh.

—Si... está en Alemania, creo. No estoy muy segura —carraspea —. Entonces, ¿se los digo?

—De acuerdo —le sonrío levemente —. Por cierto, Katia vendrá para almorzar.

—Qué bien —me sonríe —. ¿Necesitas ayuda para darte un baño?

Los primeros dos días tuvo que ayudarme, porque apenas me podía sostener, pero ahora ya estoy mejor.

—No, estoy bien. Gracias por todo, Zai —admito que ando sensible por demás y se me forma un nudo en la garganta.

Rodea la mesa y me abraza.

—No hay de qué —murmura —. Estaré en casa, probablemente y puedes llamarme, ¿sí?

Asiento.

—Gracias.

No se va hasta que salgo de la ducha, por temor a que me pase algo. Después de eso, me pongo un pantalón holgado y una camiseta de manga larga que cubra las marcas que persisten en mi piel. Sé que el moretón en mi rostro es otra historia e intenté cubrirlo con maquillaje, pero dolió bastante, así que no lo intento.

Me despido de Zaira poco después y me quedo sola por media hora, hasta que el timbre suena. Dejo a un lado las cosas que estaba usando para cocinar y me acerco a la puerta. Mi hija está del otro lado y no duda en arrojarse sobre mí. Contengo el siseo de dolor, porque la extrañé demasiado.

—¡Mami!

Le sonrío.

—Hola, cariño —me tiembla la mano cuando le acaricio el cabello. Siento que ha pasado una eternidad desde que la vi y parece que ha crecido. Un ladrido me sorprende y una dálmata se me acerca, ladrando. Se siente como si estuviera reclamándome.

—Espera, Kai. Mamá no te recuerda —la escucho decir a mi hija, antes de entrar a la casa.

Mat, tras ella, me da un abrazo breve y cuidadoso.

—¿Cómo estás, Ale? Luces mejor.

—Me di una ducha.

Se ríe.

La dálmata vuelve a ladrar y la observo. Me mira y ladra de nuevo.

—Creo que te extrañó.

—Así que, al parecer, tú y yo éramos amigas —susurro, tocando sus orejas, que son suaves —. Kaile... eres bonita —ladra, de nuevo, jadeando y entra a la casa, ciertamente familiarizada con el lugar.

Luego, Mat y mi hija hacen lo mismo.

—¿Cómo te sientes? —Mat me sigue a la cocina y su presencia conocida me hace sentir cómoda.

—Mejor —murmuro —, ¿cómo está Pam?

—Aún sigue un poco... —aprieta los labios —, ¿has recordado algo?

—Pocas cosas —suspiro —, recordé... algo de lo que pasó allí y lo estoy tratando con el psicólogo.

—Qué bien —no sonríe, no parece feliz de que lo recuerde, en realidad —, ¿y Bruno?

—¿Qué pasa con él? —pregunto, dándole la espalda para seguir cocinando mientras la perra se echa en la cocina con nosotros.

No tomo el cuchillo porque hablar de Bruno me pone nerviosa.

—¿Lo has visto?

—No.

—¿Por qué no?

—No lo conozco, Mat. No lo... recuerdo —le digo —, y es extraño.

—¿Extraño cómo?

—Me mira así y, no lo sé. Es extraño y ya.

Arquea las cejas. Kaile levanta las orejas.

—Realmente espero que lo recuerdes, él te estaba ayudando a ser feliz —murmura.

—¿Eso crees?

—Todos lo creemos —murmura —. Pam me dijo que ya era hora de que consiguieras alguien que te acompañara en la vida.

Me remuevo, incómoda. No quiero hablar de esto porque la cabeza comenzará a dolerme.

—¿Vas a quedarte a almorzar?

—¿Eso quieres?

—No quiero hablar de Bruno —pido —, ni de lo que sucedió. Solo... solo quoero tratar de estar bien, estar con Katia y ser...

—¿Ser qué?

Trago saliva.

—Mis vacaciones de madre se acabaron, Mat —murmuro —, y necesito recuperar mi vida, regresar al orden —señalo,

—¿Y Bruno no es parte de eso?

—Pues... no —aprieto las manos en puños —. Si todo lo que me dijeron es cierto, Bruno no es el orden. Es el caos.

Me sonríe.

—Alexis, a veces el caos es lo mejor.

—No para mí.

—Eras feliz con él, yo lo vi, todos lo vimos. Bruno conectó con una parte de ti que... que yo no pude, pero... —se detiene por unos segundos —. Nosotros siempre fuimos amigos —me observa —, creo que es algo que deberíamos admitirnos a nosotros mismos, jamás nos comportamos como una pareja y siempre... siempre te he querido y siempre te querré, pero creo que jamás nos amamos —dice.

—Mat...

—No me malinterpretes, Ale. Eres la mejor madre que Katia podría tener y estoy feliz de que ambos seamos sus padres. Ese es nuestro equipo, siempre fuimos un equipo como sus padres, pero jamás fuimos un equipo como pareja —suspira —, ¿no crees?

Aprieto los labios. Llevamos años separados y sé que nuestra buena relación tras la ruptura se sostuvo porque la relación sexual entre nosotros era el problema. Como padre y como amigo, Mat es el mejor. Como novios no pudimos entendernos.

—Es cierto —respondo finalmente.

—Con Bruno, en cambio...

—Mami —Katia se asoma a la cocina, sonriendo —, ¿ya vamos a comer?

—Estará listo en unos minutos —le sonrío, agradecida por el cambio de tema —, ¿por qué no me cuentas qué has hecho estos días? —le pido, deseando hablar con ella.

Siento que se ha construido un muro enorme entre ella y yo y me asusta un poco sentirme así.

—Papá me compró chocolate —me cuenta en tono confidente, mientras Mat la acusa de ser una chismosa.

Mientras la carne se asa, me siento en la mesa con ellos dos y Kaile se me acerca. Deja su cabeza sobre mi muslo derecho y paso mi mano distraídamente por sus orejas. El pelaje es suave y agradable al tacto.

—¿Qué más? —insisto.

—Pam no quiso llevarme al parque —la observo hacer una mueca —, dice que tiene...

—Katia —Mat niega —, acordamos no hablar sobre esto.

—Ella puede hablar de lo que quiera —respondo con un poco de brusquedad.

Mi hija me observa.

—Lo siento, mami, lo olvidé —dice en un susurro ——. ¿Cuándo vas a recordar todo?

Trago el nudo de angustia en mi garganta.

—No lo sé, cariño, pero estoy haciendo todo lo posible para que eso suceda.

Niega.

—No quiero eso —mira a su papá brevemente antes de añadir —: Pam me dijo que no recuerdas las cosas que pasaron porque fueron muy feas, así que no quiero que las recuerdes.

Por algunos segundos me quedo callada.

—Es necesario, titi, aunque no quiera, aunque... duela —carraspeo —, si no recuerdo lo que pasó, la justicia no podrá...

—¡Pero yo se los dije! —exclama.

—Katia —Mathew niega.

Mi hija hace una mueca en desacuerdo.

—No quiero que mamá se acuerde de las cosas feas, mi tía Zai dice que ella pasó por mucho.

Me desinflo. Como un globo pinchado, siento que el aire abandona mis pulmones poco a poco mientras la observo.

—Katia, cariño... está bien. Estoy bien.

Se queda callada, Kaile protesta y Mat permanece en silencio.

El temporizador del horno es todo lo que corta el silencio y termino de preparar la comida mientras intento sonsacarle palabras a la niña.

El almuerzo transcurre en un ambiente extraño, aunque me esfuerzo o quizás todo está bien y yo me siento paranoica.

Cuando terminamos, sirvo el postre. Es flan, nada elaborado, pero los tres lo disfrutamos. Luego, Katia se va a su habitación por un rato.

—Está preocupada por ti —me dice Mat, mientras lava los platos. Insistió demasiado en hacerlo y lo agradezco, porque me siento cansada.

—Estoy bien.

—No lo estás —señala —, y está bien que así sea. Pasaste por cosas muy jodidas.

—Katia no puede estar preocupada por mi, es una niña, es...

—Es tu hija, Ale. Está bien que se preocupe —carraspea. Me froto el rostro, sin hablar —. ¿Qué tal el trabajo?

—Lans me ha dado licencia hasta que esté bien —murmuro.

—Oh, ¿hablaste con él?

—¿Con Lans? No, envié un correo a recursos humanos. ¿Por qué hablaría con Lans?

Cierra el grifo de agua, todavía de espaldas a mí.

—Siempre pareció tenerte aprecio —responde vagamente.

—Volveré cuanto antes —digo.

—Claro —me mira con expresión tranquila —, ¿qué quieres hacer con Katia?

—¿A qué te refieres?

—¿Cuándo quieres verla?

Todo el tiempo.

—Es extraño tener que plantear visitas con mi hija.

—Ale.. es lo mejor por ahora, hasta que estés mejor y estable —suspira.

No digo nada.

Por otro par de horas, estoy con Katia y Mat se queda cerca, pero no interviene mucho. En sí, tiene una actitud supervisora, mientras nos ve en el patio de la casa. Observo a mi hija y a la perra correr y mis ojos se clavan en el muérdago, lo que me lleva a pensar en Bruno, que dijo que nuestro primer beso fue allí.

No me gusta pensar en él. Usualmente, estoy tranquila. Pensar en él me altera del mismo modo que cambiar la mantequilla por aceite en una receta. Parece que nada sucede, pero lo altera todo. Bruno es como el aceite.

Una mancha de aceite.

Sacudo la cabeza y suspiro, un poco cansada.

—Estaba pensando que podría llevar a Katia al museo —le digo a Mat, poco después.

—Tal vez cuando te sientas mejor —sugiere.

—Claro —Katia está un poco lejos, con la perra —. ¿Ella está bien?

—Es fuerte —murmura —, y no dejaste que le pasara nada.

Suelto una risa seca, amarga.

—El único momento de mi vida en el que parece que fui valiente y no logro recordarlo.

—Eres valiente desde hace mucho, pero tal vez no lo sabías —me reconforta.

Un rato más tarde, comienza a bajar la temperatura y ya me siento algo cansada, por lo que Mat decide irse.

—Kaile se queda contigo para cuidarte, mami —me dice Katia, mientras le ajusto el abrigo.

Miro a Mat, esperando a que diga que no, pero luce de acuerdo.

—Creo que deberías tener al menos a un ser vivo contigo —comenta como si nada.

Suspiro, mirando a la dálmata que parece feliz por nuestra pijamada.

—De acuerdo... —me resigno y los acompaño a la entrada, donde me despido de ambos con un abrazo.

—Me llamas si necesitas algo —Mat me da un abrazo cálido antes de ir hacia el coche con Katia. Los observo desde la casa hasta que el auto se aleja y observo a la perra que mueve su vola animadamente.

—¿Tú y yo éramos amigas? —me acomodo en el sofá y ella se sube a mi lado. Acaricio sus orejas, todavía sin entender en qué momento decidí adoptarla, pero sonrío viendo cómo reacciona a mí —. Qué pena que te haya olvidado a ti también...

Gimotea y se baja del sofá, caminando hacia la cocina, donde comienza a olisquear todo.

Me entretengo por un rato y, cerca de las ocho, decido darme una ducha. Aunque quiero negarlo, la sensación de suciedad me vuelve loca y me estoy dando ducha dos o tres veces al día. No me estoy haciendo daño y eso es lo bueno. También hablarlo con el psicólogo me ayudó un poco.

Cuando salgo de la ducha, Kaile está echada al otro lado de la puerta del baño, como si esperara por mí y por poco tropiezo con ella. Me sigue a la habitación y se queda allí mientras me visto y tomo los analgésicos. También va conmigo a la cocina y me observa en todo momento mientras preparo la cena. Le doy su comida y se echa al lado de la mesa, dándome la espalda. Estiro mi mano y la acaricio tras las orejas antes de ponerme de pie y limpiar las cosas.

Suspiro, sabiendo que mi día ya está terminado y voy a la habitación. Kaile, como lo espero, me sigue y se sube a la cama, como si lo hubiera hecho cientos de veces. Es extraño ver lo familiarizada que está con la casa.

—Mañana te llevaré a dar un paseo, ¿de acuerdo? —vuelvo a acariciar su pelaje suave y me acomodo bajo las sábanas, apago la luz de la lámpara y me quedo mirando la pantalla del teléfono por varios minutos. Desde que regresé a casa, siento que algo me falta, pero no sé qué es. Recuerdo que una vez olvidé ponerle el polvo de hornear a un pastel y no levó lo suficiente y todo el tiempo tenía esa sensación de que faltaba algo en la receta y esto se siente del mismo modo, pero no sé qué es lo que falta.

Suelto un suspiro y dejo el teléfono a un lado para cerrar los ojos e intentar dormirme.

Doy algunas vueltas, sobretodo porque me siento extraña por la compañía canina, pero logro dormirme un rato después, todavía tratando de descubrir cuál es el ingrediente que falta.

...

Luces rojas.

Luces azules.

Luces verdes.

Voces, voces, voces. El ruido en mi cabeza es insoportable y apenas puedo pensar con claridad.

La planta de mis pies está lastimada y no puedo mantenerme erguida. Mi cuerpo está cubierto de sangre, pero no puedo ni siquiera gritar.

—Cielo...

El espacio se reduce a una mancha negra y caigo al vacío. No siento como si flotara, no. La tierra, hojas y mugre a mi alrededor me abrazan y me consumen, como si fuera a ser parte de la composta del bosque.

Bosque...

La tierra se parte en dos y caigo, caigo y caigo, como Alicia en la madriguera infinita del conejo, hasta que mi cuerpo aterriza en una cama. Sin embargo, no es mi espalda lo que golpea contra el colchón, sino mi pecho. Me incorporo, soltando un grito por el dolor en mi piel, todavía cubierta de sangre y veo que, bajo el mío, hay otro cuerpo.

—Bruno...

Tiene las manos esposadas al cabecero de la cama y la sangre de mi cuerpo gotea sobre el suyo, mientras grito con horror, tratando de alejarme de él.

—Cielo...

Mi cuerpo no responde a los comandos y no soy capaz de moverme, por mucho que quiera hacerlo.

La desesperación me consume.

—Lo siento... —estiro mis manos, queriendo soltarlo, pero mis manos son atrapadas por las suyas. La sangre desaparece, evaporada en el aire, como si su tacto pudiera borrar el horror que mancha mi cuerpo.

No digo nada, él tampoco. Sus ojos del mismo color que las tabletas de chocolate están fijos en los míos con una tranquilidad que me perturba e incluso sonríe levemente.

—Contadora descarada —susurra, confundiéndome más. Sus manos están sueltas ahora y recorren mi cuerpo. Se inclina y me besa, muerde levemente mi labio inferior antes de que algunas gotas calientes caigan sobre mi hombro y me aleje para ver qué es.

Entonces, una lluvia de sangre nos cubre.

Bruno desaparece.

Grito.

Vuelvo a estar sola.

Las hojas y la tierra comienzan a rodearme nuevamente, atrapandome, ahogándome y consumiendo el aire, hasta que ya no queda más y el olor oxidado a la sangre y la putrefacción del ambiente son lo último que huelo.

...

Mi propio grito me despierta. El sonido está acompañado por los ladridos de Kaile, que está a los pies de la cama, con sus patas delanteras sobre el colchón. Las sábanas están empapadas de sudor y todavía puedo sentir la sangre chorreando por mi cuerpo y la tierra bajo mis uñas.

—Fue una pesadilla —digo —, solo fue un mal sueño. Tengo que calmarme.

Salto de la cama, tambaléandome y sollozo. Al parecer, hay cosas que no han cambiado. Dormir en esta cama siempre ha sido un problema y tal vez ni siquiera me he curado de eso. Intento mantenerme erguida mientras voy al baño y me humedezco el rostro, pasando una toalla húmeda por mi cuello, lo que alivia un poco la sensación hormigueante de asco.

Me estremezco ante el recuerdo de la pesadilla y cierro los ojos.

Las lágrimas caen y ni siquiera intento contenerlas mientras camino hacia la sala de estar y me siento en el sofá. Kaile me sigue. Creo que si está a más de veinte centímetros de mí estaría exagerando. Enciendo el televisor, queriendo distraerme para olvidar el mal sueño, pero no puedo. El reloj marca que apenas estamos llegando a la medianoche y suelto un suspiro entrecortado, que no ayuda. Kaile empuja su hocico contra mi muslo, gimiendo y trato de contenerme, pero es imposible.

Sé que podría llamar a Zai. No es tan tarde y ella podría venir, pero también sé que debo aprender a controlar esto por mi cuenta, porque no tendré siempre a Zaira para que me ayude. Busco mi agenda y, todavía con las manos temblorosas, comienzo a escribir lo que soñé. Revivirlo me asusta, pero debo tenerlo presente para poder decírselo al psicólogo, porque me da miedo que signifique algo. Dicen que los sueños son manifestaciones del inconsciente y necesito entender por qué demonios imaginé que ataba a Bruno a una cama, bañados en sangre. ¿Habré heredado algún gen psicópata de mi padre y por eso quiero hacerle daño? ¿Es eso? ¿Estoy igual de loca que él?

Hago a un lado mi escritura cuando las lágrimas me impiden ver con claridad y Kaile me observa brevemente antes de alzar sus orejas y acercarse a la puerta, moviendo la cola. La ignoro, porque de seguro está pasando algún gato de algún vecino y me acurruco en el sofá, sin ánimos de hacer nada.

Sin embargo, no se detiene. Insiste oliendo e incluso rasca la puerta antes de que me ponga de pie y me acerque a la puerta con temor. ¿Qué hay del otro lado que le interesa tanto? Me inclino hasta poder ver por la mirilla, notando el mismo auto que vi durante la semana, que estoy segura de que le pertenece a algún vecino, pero que, ahora, me confunde. Tiene los vidrios un tanto polarizado y no puedo ver si hay alguien dentro, pero la duda se despeja cuando la puerta se abre y una figura masculina baja de él.

Bruno.

¿Qué hace aquí?

La dálmata parece incluso más excitada por verlo y comienza a ladrar, aunque le chisto para que deje de hacerlo. Me sorprende verlo aquí y admito que hay una pequeñita parte de mí que se relaja al verlo, porque la pesadilla me dejó bastante mal.

Por varios minutos, espero. Creo que en algún momento va a acercarse y tocar el timbre, pero no lo hace. Se apoya contra el coche y lo noto más delgado, con la barba mal recortada, incluso desde aquí. Observa la casa con detenimiento y me da la sensación de que puede ver más allá de la puerta, que sabe que estoy aquí y que puede verme, pero sé que es una locura.

También sé que debería dejar de ser una cobarde y abrir la puerta para saber qué demonios quiere. Llevo mis dedos a la llave y la giro silenciosamente, antes de apretar los labios y detenerme.

Kaile ladra nuevamente y Bruno parece escucharla, porque clava sus ojos en la puerta con el ceño fruncido. Lo veo dar varios pasos hacia la entrada, pero se detiene. Parece dudar y eso me hace dudar a mí también, todavía curiosa por saber qué hace aquí a mitad de la noche. Le doy la segunda vuelta a la llave, con la respiración contenida.

Antes de que pueda abrir la puerta lo suficiente, Kaile pone su hocico y la abre del todo, saliendo disparada hacia él. Mis dedos se aferran a la madera, incapaz de moverme. Aunque se inclina un poco para tocar a la dálmata, no quita sus ojos de mí y me doy cuenta de que solo llevo un pijama estampado con cupcakes que tengo hace años, para nada bonito.

De todos modos, ¿por qué debería importarme lo que él pueda pensar de mi atuendo de cama?

—Alexis —murmura mi nombre con tono contenido, sin moverse —. No...

—Bruno —mencionarlo trae a mi memoria la última pesadilla.

—No sabía que estabas despierta —dice, dando algunos pasos en mi dirección. Frunce el ceño y supongo que es evidente el llanto en mi rostro —. ¿Qué sucede?

—Nada —carraspeo, pero algo en mi interior se desmorona y confieso —: Tuve una pesadilla.

Se acerca más, mirando tras de mí, pero no dice nada. Kaile se acerca a nosotros, sentándose y empujando mi mano con su nariz.

—¿Estás bien? —asiento levemente —, ¿por qué abriste la puerta? Es peligroso.

—¿Zaira te llamó? —conjeturo.

—¿Zaira? —pregunta con confusión —. No, ¿por qué...?

—Ella no está, creí que quizás... —me detengo.

—¿Zaira te dejó sola?

Niego.

—Yo se lo pedí, necesitaba... necesitaba probarme a mí misma que podía estar sola, pero... —me muerdo la lengua, sin continuar. NIego, tratando de aclarar mi mente y vuelvo a mirarlo —. ¿Por qué estás aquí? Si Zaira no te llamó... —mi cabeza une las piezas y haber visto el auto aquí varias veces me hace llegar a una sola conclusión —: Vienes aquí todas las noches.

Luce avergonzado o preocupado, no estoy segura.

—Lex... —se lleva la mano a la nuca, luciendo un poco nervioso —. Lo estoy intentando, estoy... me pediste espacio y yo...

—Vi el coche —susurro —, creí que era una coincidencia, que era de algún vecino, pero... eras tú.

Su expresión se descompone, tal vez mi tono de voz no ayudó.

—No te estoy acosando —se apresura a decir —. Yo solo...

Trago saliva, esperando a que diga algo más, pero no lo hace.

—¿Quieres pasar? —le pregunto con voz temblorosa. Parece dudar —. No... no logro dormir luego de tener...

—Lo sé —carraspea. La forma en la que se contiene me abruma, pero sé que lo hace porque yo se lo pedí. Mira brevemente a Kaile y sube sus ojos a mí, de nuevo —. No sabía que ella estaba aquí.

—Katia la trajo hoy —le explico.

—¿Viste a Katia? —me sonríe levemente, luciendo feliz por eso.

—Mat la trajo hoy —respondo. Miro hacia la calle, todavía sin haber sacado los pies de mi casa, un poco escondida con la puerta y vuelvo a mirarlo —. Entonces, ¿quieres un café?

Me observa por varios segundos.

—¿Realmente vas a dejarme entrar? —ladea levemente la cabeza.

Abro más el espacio de la puerta, en una respuesta silenciosa y él entra a la casa, sin decir nada. Cierro tras él, con Kaile todavía pegada a mi pierna y camino hacia la cocina, con él tras de mí.

—¿Viniste todas las noches? —le pregunto mientras bato el café y sé que la valentía me la da el hecho de estar de espaldas a él, sin tener que ver sus ojos. Kaile se echa a su lado, cómoda a su alrededor.

—¿Importa? —la retórica llega llena de dolor y lo miro brevemente —. No quería que te sintieras presionada, Alexis —no digo nada y él suspira —. ¿Quieres contarme sobre tu pesadilla?

—¿Solía hacer eso, hablar contigo sobre mis pesadillas?

—A veces —murmura —, con el tiempo. Al principio no lo hacías, luego... sí —carraspea.

Cuento hasta diez antes de hablar nuevamente.

—Era sobre ti —confieso —, la pesadilla.

—¿Sobre mí?

—Estaba... estaba en la cabaña —comienzo —, y la tierra me tragó —decirlo en voz alta me hace sentir ridícula —, se sentía como caer por una madriguera —dejo de batir el café, todavía de espaldas a él —, y caí sobre una cama. Estabas allí, atado y yo... yo te había atado —el tono trémulo en mi voz me altera —, y comenzó a llover sangre —me niego a contar más detalles —. Oh, Dios, sueno como una loca —jadeo.

La silla hace ruido cuando la arrastra al ponerse de pie y sus pasos se sienten familiares. Se detiene tras de mí.

—¿Soñaste que me atabas? —pregunta con una emoción que no puedo distinguir en su voz.

—A veces... a veces temo que algún gen psicópata se me haya heredado —admito en susurros —, ¿por qué, si no, soñaría con hacerte daño?

—¿Por qué crees que me estabas haciendo daño?

—¿Por qué otro motivo te ataría a una cama? Eso no tiene ningún tipo de sentido —no me responde y lo observo. Su expresión me resulta ilegible y no sé qué está pensando —. ¿Alguna vez intenté hacerte daño?

—No, jamás —la sinceridad en su voz me calma un poco —, pero... —aprieta los labios, incapaz de decirme algo.

—¿Pero? —lo presiono.

Niega, sin hablar. Se acerca más y, lejos de tener una sensación acorralada como creo que será, su cercanía me tranquiliza.

—Deja que yo termine con esto, no deberías estar de pie mucho tiempo. Todavía te estás recuperando —señala una de las sillas, a la que camino.

—Estoy mejor.

—Lo sé.

—¿Espiarme te lo dijo? —el comentario sale con un poco de veneno, no sé por qué.

—Zaira fue —responde, sin inmutarse —. Ten —termina con el café y me pasa una de las tazas, con la cantidad justa de azúcar —. Kaile y tú parecen llevarse bien —murmura.

—Se metió en mi cama sin permiso —le digo —, se mueve por la casa como si...

Resoplo. Bruno sonríe y bebe un poco de su café.

Nos miramos en silencio por varios segundos.

—Solíamos discutir por eso. En broma, claramente. Disfrutabas de que Kaile durmiera contigo y yo fingía enfadarme porque era divertido escucharte discutir conmigo.

Lo dice con nostalgia, como si esa vida no nos perteneciera más y, en cierto modo, así es. Ya no soy esa mujer que él quiso.

Nos observamos por bastante tiempo. Nuestras miradas parecen comunicarse entre sí, aunque no emitimos sonidos.

—¿Quieres más? —señalo su taza vacía.

Niega.

—Debería irme.

Trago saliva. Debería asentir y abrirle la puerta, pero quiero que se quede. Tal vez soy una mujer egoísta por querer pedírselo, sabiendo que no le daré lo que espera de mí, pero desde que lo vi por la mirilla de la puerta, algo en mí se calmó, como si su presencia pudiera apaciguar a los monstruos, obligarlos a quedarse en una esquina, incapaces de atacar.

Vuelvo a tragar saliva, sin dejar de mirarlo.

—Es tarde —susurro —. Podrías... podrías quedarte —me observa, confundido por mi sorpresa y es algo lógico, porque lo he alejado toda la maldita semana y pedirle esto ahora es ilógico —. No... no quise pedirte eso, lo lamento. Tienes razón, es tarde. De seguro quieres ir a tu casa y dormir en tu cama y...

—Me quedaré en el sofá —dice.

No sé por qué asiento. Tampoco sé por qué busco una manta y se la ofrezco, antes de quedarme en la habitación, sintiéndome desdichada, porque tener a Bruno cerca abre la herida que intenté cerrar durante toda la semana y, de pronto, estos metros y paredes entre nosotros se sienten como kilómetros.

Apenas resisto hasta la una de la mañana. La madera bajo mis pies está fría mientras camino fuera de la habitación y me detengo a varios pasos del sofá.

No dice nada, pero está despierto. Veo sus ojos por la luz lunar que ingresa por la ventana y no los quita de mí mientras acorto la distancia. No sé qué decir, pero quiero decir algo, solo para romper el silencio mortal en la habitación.

—Viniste todas las noches —digo, todavía algo fascinada por esa información.

Se mueve, incorporándose para mirarme. Se quitó la camiseta y ahora puedo ver un enorme ave fénix que cubre su pecho. Una emoción extraña me recorre.

—Deberías dormir —el tono de voz es bajo, ronco.

En silencio, me acerco más, hasta que no puedo avanzar sin chocar contra el sofá y tomo coraje de alguna reserva para mover la manta. Sin decir nada, me acomodo a su lado, acurrucándome contra él, sintiéndome mal, porque sé que esto es confuso, que parece qie juego con sus sentimientos y los míos, pero, en este momento, su cuerpo me da la paz que necesito tras una pesadilla.

No dice nada. No objeta mi decisión, ni mi intromisión a su espacio personal. Tampoco me toca, más allá de poner su brazo a mi alrededor, por encima de mi ropa y la manta.

—¿Qué significa? —trazo una de las líneas del ave fénix, notando como su piel caliente se eriza.

—Significa que a veces necesitamos que el fuego nos consuma para así poder resurgir de las cenizas —responde finalmente.

Lo observo, alzando un poco el rostro para mirarlo a la cara.

—Esto...

Parece quebrarse. La máscara de tranquilidad que mostró hasta ahora se deshace y una mirada rota encuentra la mía.

—Por favor, Lex, por favor. Solo por hoy, no pienses, no... —aprieta los labios y se calla —. Una tregua, solo quiero esta noche y me iré por la mañana. Necesito... —se mueve levemente —, te necesito. Necesito tocarte, sentirte contra mí al menos por un par de horas —acaricia mi mejilla levemente, en un toque fantasmal —. Por favor... —repite.

Observo su rostro, tratando de mantener a raya todas las emociones que no puedo explicar ni entender, pero me veo a mí misma diciendo:

—Me abrumas como no tienes idea, Bruno —murmuro —. Intento no pensar en ti, en nosotros, en lo que sea que pasó, pero es... es tan difícil —jadeo —, y a veces solo quiero dejar de hacerlo, pero estás allí y por mucho que lo intento... eres como esas malditas manchas de aceite que no se pueden quitar por mucho que lo intente.

No entiendo por qué demonios eso lo hace sonreír, no comprendo por qué parece tan emocionado por esa pequeña confesión, pero parece estar a punto de romper a llorar cuando se acerca un poco más, de ser eso posible. Estamos tan juntos, tan pegados en el reducido espacio del sofá que la acción parece irrealizable.

—Lo sé —responde solamente.

—¿Qué es lo que sabes?

—Que piensas en mí como una mancha de aceite —sonríe levemente —, no es la primera vez que me lo dices.

Mi corazón late con tanta fuerza, que estoy segura de que puede sentirlo. Mi rostro y el suyo están a escasos centímetros y podría besarlo. Él podría besarme, también, pero no lo hace. Se limita a observarme, como si pudiera ver algo más allá de mis ojos.

—Creí que estando lejos de ti podría sanar —murmuro —, pero... —me llevo una mano al pecho, apenas encajándola entre nuestros cuerpos —, se siente vacío y lo odio.

Su nariz roza la mía. Estoy segura de que me besará, pero no lo hace. Esta vez, por debajo de la manta, me acerca más a él y me sorprende la comodidad que tiene mi piel a su alrededor, no hay estremecimientos, ni alteraciones negativas. El hormigueo en mi columna es el mismo que baila en mis papilas gustativas cuando como algo con chocolate.

—Comprendo por qué quieres mantenerme lejos —murmura. Su aliento cálido golpea mis labios —, pero las cosas no tienen que ser así, Lex.

—Lo sé —mi voz se quiebra.

Las ideas se parten en mi cabeza y me siento terrible, por cómo compiten el deseo de aferrarme a él y empujarlo lejos de mí en este proceso.

—No tienes que hacerlo sola —insiste. Aleja un poco su rostro de mí y me observa —. Ni siquiera los grandes chef trabajan solos, tienen un equipo, un suschef que está allí para ayudarlos.

El comentario golpea algo en mi mente y se siente como si alguien me pellizcar el cerebro, lo que carece completamente de sentido. También viene acompañado de un olor a costillas de cerdo con barbacoa y miel y una risa desgarbada, mientras le pido que se ocupe de la ensalada.

¿Es en recuerdo?

Sacudo levemente mi cabeza, convencida de que estoy volviéndome loca y Bruno no habla más, no me presiona más que con sus brazos alrededor de mi cuerpo mientras intento dormirme, atrapada entre sus brazos, con mi mejilla pegada a su tatuaje del ave fénix, aquel ser mítico que debe prenderse fuego y convertirse en cenizas para poder resurgir.

...

Cuando despierto, estoy sola.

Una parte de mí se siente decepcionada, pero también sé que no hubiera podido manejar el despertar con Bruno. Encuentro una nota en la mesa justo al lado del sofá y la leo, todavía algo atontada.

Cielo,

No quería irme sin despedirme, pero debí irme al trabajo y creí que necesitabas dormir un poco más. Dejé café en la cocina y Kaile ya comió. Está en el patio trasero.

Estoy a una llamada de distancia por si necesitas algo.

Firmado: La mancha de aceite de la que no te puedes deshacer.

El último renglón me hace reir y la releo al menos tres veces en mi camino hacia la cocina, donde encuentro el café que solo debo calentar. Me froto el rostro y mientras espero para beber el líquido, reviso mi teléfono, notando que tengo una llamada perdida de Zaira.

La llamo mientras me acomodo en una de las sillas y bebo un sorbo de la cafeína.

—¡Ale! —suena un poco agitada.

—Hola —respondo —. Lamento no haber respondido, acabo de despertar, ¿cómo estás?

—Muy bien, apenas estoy dejando el hospital —responde —, ¿qué tal pasaste la noche? ¿La soledad te sentó bien?

Aprieto los labios.

—Bueno... EN realidad no estuve sola —admito —, tuve una pesadilla y me fui al sofá, Kaile comenzó a ladrar y...

—Oh... —la comprensión se filtra en su voz y es evidente que ella sabía sobre Bruno —. Lo viste.

—Vino todas las noches —suspiro —, ¿verdad?

—Sí —me responde en un susurro —. Lo siento, amiga, pero... —la oigo suspirar —. Siempre, siempre estaré de tu lado, pero también comprendí por qué él necesitaba hacer eso, por qué quería estar cerca, no te enojes.

—No estoy enfadada —murmuro —. Abrí la puerta y charlamos un poco —relato —, y sabía que no podría dormirme, así que lo invité a pasar y tomar un café.

—Estuviste a solas con él.

—Sí —me observo las uñas, todavía un poco moradas por las cosas que pasaron —, le... le dije que podía pasar la noche aquí —bebo otro poco del café, con las manos temblándome un poco —. Mi plan era que él durmiera en el sofá, pero...

—Oh, ¿él fue a la habitación?

Niego.

—Yo fui al sofá —admito en voz baja —, quería... quería estar con él y yo... —cierro los ojos por unos segundos —, dormimos juntos. Solo dormir —aclaro rápidamente.

—Así que supongo que ahora están desayunando felizmente.

—Él se fue —digo —, dejó una nota, pero se fue— continúo —. Creo que, en el fondo, ambos sabíamos que despertar juntos sería... contraproducente.

—Comprendo... —no parece muy de acuerdo con mi idea, pero no me contradice —, ¿esto significa que volverán a estar juntos?

—No lo sé. Él... cuando está lejos me siento vacía, pero cuando está cerca me siento alterada.

—Así se siente amar a alguien, Ale.

Me quedo callada por varios segundos.

—Siento que es injusto —contengo la respiración —, no quiero jugar con él, Zai, no quiero ilusionarse y luego...

—No creo que él piense que estés jugando con sus sentimientos, Ale —me responde con su usual tono de voz calmada —, sabe perfectamente por todo lo que has pasado.

Se me llenan los ojos de lágrimas y decido cambiar de tema.

—Vi a Katia ayer, Mat la trajo. Siento que ha crecido otro par de centímetros.

—Sí, está en plena edad de crecimiento —me sigue la corriente —, pero, sobre Bruno...

—Creo que recordé algo, pero no estoy segura —suelto otro resoplido —, tuve algunos destellos de algo, pero...

—¿Sobre qué?

—Sobre Bruno —explico —, comentó algo sobre pasar por esto con alguien más y... nos recordé haciendo costillas de cerdo con barbacoa y miel, no tiene ningún tipo de sentido. Ni siquiera sé si eso realmente pasó.

—¿Se lo preguntaste? —niego —. Bueno, tal vez podrías hablar con tu psicólogo para ver si nos da el visto bueno para contarte más cosas —sugiere.

—Eso haré —le prometo —. ¿Qué tal el trabajo?

—Fue una noche tranquila —asegura —. ¿Qué harás hoy?

—Creo que hornearé algo, siento que en la cocina...

—Lo sé —podría jurar que sonríe —. ¿Qué cocinarás?

Miro el estampado de mi ropa de cama, que todavía visto.

—Creo que haré unos cupcakes.

—Déjame algunos —pide.

Por otro par de segundos, nos quedamos en silencio. Mis ideas se acomodan con lentitud.

—¿Estaría mal si decido...?

—No, no está para nada mal. Hazlo.

—Ni siquiera sabes qué iba a decir —me quejo.

—No tienes que decirlo, lo sé. Soy tu mejor amiga, Alexis, estoy dentro de tu cerebro, sé en lo que estás pensando.

Me río, a pesar de estar nerviosa.

—Eres la mala influencia, Zaira.

—¿De qué serán los cupcakes?

—Chocolate, creo. Haré alguna cubierta de arándanos.

—Estoy segura de que estarán deliciosos —asevera —. Escucha, necesito dormir algunas horas y tú tienes que ponerte a hornear, así que...

—Descansa, Zai.

—Ten un buen horneado.

Sonrío.

—Luego te digo qué tal me fue con los cupcakes.

—Estaré esperando todos los detalles, como siempre.

Cortamos la llamada y me termino el café antes de ponerme manos a la obra. EL cerebro funciona de forma extraña, porque olvidé muchas cosas, pero no las recetas y la fluidez con la que cocino me hace sentir relajada. Mezclo todos los ingredientes antes de llevar los moldes al horno y preparar la cubierta. Una vez cocidos, espero a que se enfríen y aprovecho el tiempo para darme una ducha. Todavía tengo marcas en mi cuerpo, por lo que me decido por una camiseta de mangas largas, pantalones y algo de maquillaje para cubrir mi rostro, antes de terminar la decoración de los dulces. Acomodo seis en una bandeja donde no se volcará, los cubro y miro a Kaile, moviendo mi mano antes de caminar hacia la puerta de la casa, con un bolso pequeño y los cupcakes.

Abro la puerta, bastante decidida. Sin embargo, no puedo salir de la casa. Mis pies parecen negados a permitirme la salida de mi hogar y la calle se siente como un abismo enorme y peligroso, donde podría ser agredida, atacada y en donde la tranquilidad que conseguí en la cocina desaparece.

Regreso al interior. Kaile me observa, atenta y yo le sonrío, pero me siento mareada. Salir de mi casa parece una tarea imposible y la sensación de impotencia me invade.

Miro por la ventana para convencerme de que no estoy siendo acechada por nada más que mi paranoia, pero no intento salir por una segunda vez. En su lugar, me acomodo en el sofá, donde está Kaile, que parece desaprobar mi cobardía.

—No puedo hacerlo, Kai, lo siento —me pongo el cabello tras las orejas y suspiro. Empuja su nariz contra mi pantalón y le sonrío levemente, acariciando sus orejas —. Te mueres por dar un paseo, ¿no es así? Debes aburrirte mucho aquí —susurro. Tomando coraje, busco su correa y la engancho a su collar rosa, con brillos. Estoy segura de que mi hija lo escogió.

Me aseguro de que el gancho esté bien sujeto mientras intento convencerme a mí misma de que es ella la que tiene que salir de casa y no yo, porque me resulta más fácil que ese sea el motivo que me saque de casa. Además, hay un pequeñita parte de mí que se siente más segura con la compañía animal, que me escolta mientras doy los primeros pasos fueras.

Girar la llave me toma unos segundos, por el nerviosismo, pero lo logro y espero a que Kaile tire de mí, de forma desesperada como he visto hacer a todos los perros, pero espera pacientemente a que caminemos juntas, igualando el paso. Olisquea algunas cosas, pero parece más centrada en mí y en la dirección que está tomando nuestro paseo. No estoy muy segura de a dónde vamos, pero mis pies se mueven automáticamente por las calles, hasta dar con mi destino.

El cuartel de bomberos está a varios pasos y me detengo, tomando aire y coraje para recorrer esa distancia. Una vez en la entrada, observo todo con curiosidad, notando a una chica con uniforme, cerca de uno de los dos camiones hidrantes.

—¡Alexis! —me ve y se acerca, corriendo hacia mí, como si nos conociéramos.

—Hola —mis dedos se tensan alrededor de la correa de Kaile, sin moverme.

Su entusiasmo se aplaca un poco cuando nota que la desconozco y sonríe levemente.

—Me llamo Lena, soy paramédico aquí —explica —, también soy amiga de Zaira. Nos vimos algunas veces —explica —, somos... amigas.

—AMigas —repito la palabra con extrañeza, porque siempre creí que Zaira era mi única amiga —. Lo lamento, mi memoria...

—No tienes que disculparte —dice con lentitud —, me alegro de verte bien —murmura y nota la caja en mi mano, mientras acaricia a Kaile —. Veo que no has abandonado los viejos hábitos —no sé por qué el tono me parece feliz —, será mejor que te apresures a dárselos, aunque hoy está de un sorprendente buen humor.

Ninguna de las dos dijo su nombre, pero es algo implícito.

—Yo no... no quise interrumpir —digo con algo de nerviosismo —. ¿Podría dejartelo para que se lo des?

De pronto, me siento un poco cobarde, cuestionando por qué demonios creí que venir al trabajo de Bruno para dejarle cupcakes sería una buena idea.

—No lo creo —sonríe —, si eso cae en mis manos, de seguro me hará correr alrededor de la manzana por siquiera tocar lo que le pertenece —me guiña un ojo y señala una puerta donde se lee la palabra comandante —. Esa es su oficina —dice con naturalidad, asumiendo que no lo sé y es verdad, no lo sé.

—¿Está bien si ella va conmigo? —señalo a Kaile, que está sentada a mi lado.

—Por supuesto, esta es tu casa y la de ella —responde con calidez, antes de que alguien la llame y deba dejarme sola.

—Vamos Kai —me doy coraje a mí misma y camino hacia esa puerta, dejando la correa de la dálmata en mi muñeca para golpear mis nudillos en el vidrio con el protector borroso.

Escucho pasos que reconozco y segundos después, la puerta se abre. Mis ojos quedan a la altura de un pecho cubierto por una camiseta en v de color azul oscuro, que me recuerda al cielo de las noches de verano y subo mis ojos hasta el rostro de Bruno.

A pesar de que lo he visto anoche, este parece otro hombre. Está afeitado, con el semblante descansado y una expresión mucho más relajada.

—Cielo —parece sorprendido de verme aquí.

—Hola —la palabra se ahoga en mi garganta —. Yo...

—Pasa —abre la puerta y señala el interior, pero no me muevo.

—En realidad, yo... estaba horneando en casa y yo... pues... calculé mal la receta y... —pongo la caja con cupcakes entre nosotros, callándome.

—Tú nunca calculas mal las recetas —dice con sospecha, mientras toma la caja, levantando la tapa para descubrir los cupcakes —. ¿Lo recordaste?

—¿Qué cosa?

—Que son mis favoritos —aclara.

—No —admito —, solo... cociné y cuando... cuando quise darme cuenta, estaba aquí como... como si hubiera hecho esto cientos de veces.

—Lo hiciste —asegura —. ¿Quieres pasar?

—No lo sé. Ni siquiera sé por qué vine, en realidad.

Mantiene una expresión tranquila.

—¿Pudiste dormir? —me pregunta, aunque sabe la respuesta. Asiento, de todos modos.

—¿Kaile también es bienvenida? —señalo su oficina.

—Por supuesto —me sonríe y nos da espacio para pasar —. De seguro estás cansada, deberías sentarte —la sugerencia está camuflando una orden mientras me acerca una de las dos sillas que están cerca del escritorio. Kaile parece familiarizada con el lugar y se acomoda en el suelo, mientras yo observo a mi alrededor, buscando algo que me sea familiar.

—No quiero molestarte, de seguro tienes mucho trabajo —me pongo de pie, pero vuelvo a sentarme. No quiero irme en realidad, pero tampoco sé qué hacer.

—Estoy libre —dice con calma, mientras se acerca a una cafetera, sirviendo dos tazas. Deja una frente a mí y recorro el escritorio con los ojos, deteniendo mi vista en una fotografía, que me toma por sorpresa. El pulso se me dispara de sobremanera mientras veo la imagen de mí misma, sonriendo ampliamente, en el centro de la feria de atracciones. La captura parece completamente instantánea, porque, de hecho, está algo borrosa alrededor y llevo al oso de peluche en mis brazos. Bruno parece incómodo por un segundo y carraspea, moviéndose en la silla —. Puedo quitarla si...

—No —susurro. Tomo el cuadro y la observo más a detalle —. ¿Cuándo la tomaron?

—Hace varias semanas —responde —, fuimos a los juegos y ganamos a ese oso deforme que aún tienes.

El momento se siente tan ajeno, tan lejano que no concibo la idea de que solo haya pasado hace algunas semanas.

Bebe un poco del café mientras les pregunto:

—¿Crees que en algún momento lo recuerde?

—No lo sé —suspira —. La parte egoísta en mí quiere que lo hagas, que podamos volver a lo que éramos —confiesa —, pero sé que los recuerdos buenos estarán acompañados por los malos.

Lo observo en silencio, notando la línea negra del ave fénix que tiene tatuada, que se asoma por el cuello de la camiseta, apenas un poco.

—¿Tienes más tatuajes? —cambio el tema de conversación, sintiéndome nerviosa.

Sonríe.

—Siempre encuentras formas sutiles de pedir que me quite la camiseta, contadora descarada —murmura, aunque no hace eso. Cualquier cosa que planee se ve interrumpida por el sonido de la alarma y su expresión se descompone mientras se pone de pie.

—Me iré —digo, saltando de la silla, pero niega, deteniéndose en la puerta de su oficina por escasos segundos.

—Aún no te he respondido —murmura —, sobre los tatuajes.

No dice nada más y yo tampoco, lo veo correr fuera de su oficina y las imágenes en el enorme televisor me muestran como todos los bomberos se mueven con rapidez hacia los camiones, mientras me percato de que, definitivamente, él me vio entrar, me vio hablar con la otra chica y me vio en mi debate interno antes de poder tocar a la puerta. Me esperó, no salió en mi búsqueda para presionarme, sino que esperó a que yo fuera a él y, de algún modo, siento que le debo la misma gentileza, mientras me acomodo en la silla, dispuesta a esperarlo porque, después de todo, me debe una respuesta a mi pregunta sobre los tatuajes.

Me aferro a esa excusa patética, sin dudarlo.

Mis ojos se mueven de regreso a la fotografía de la mujer feliz que, al parecer, fui hasta hace unos días y me digo a mí misma que, de algún modo, me debo regresar a ella, a pesar de que no la recuerde.

El ave fénix cae al fuego para resurgir de sus propias cenizas, con una nueva vida, pero en ninguna de esas nuevas vidas deja de ser un ave fénix y lo único que espero es que esta versión que logre hacer de mí sólo sea mejor que la mujer sonriente de la fotografía, porque no quiero volver atrás.

Mis pensamientos son interrumpidos mientras observo como un hombre camina dentro del cuartel y mi ceño se frunce profundamente mientras lo veo caminar hacia la oficina donde estoy, con la puerta abierta, tal como Bruno la dejó.

—¿Alexis? — el tono de voz sorprendido me hace poner de pie, mientras Kaile se agita, moviendo la cola y camina hacia él animosamente.

—Señor Lans —observo a mi jefe con confusión, lo mismo que denota su rostro mientras me observa de pies a cabeza, sin un poco de reparo —. ¿Qué hace aquí? —cuestiono, agitada y un poco asustada por la sensación acorralada que me invade mientras su cuerpo cubre la entrada a la oficina.

-------------

¿Alguien más quiere meter a Alexis en una caja de cristal?

Continue Reading

You'll Also Like

606K 43.8K 41
En las casi pobladas tierras de Alaska, donde los ríos congelan y la nieve cae sobre los huecos árboles, se encuentra Seward;un pequeño pueblo que es...
219K 16.2K 27
Escucho pasos detrás de mí y corro como nunca. -¡Déjenme! -les grito desesperada mientras me siguen. -Tienes que quedarte aquí, Iris. ¡Perteneces a e...
1.8M 28.7K 6
NUEVA VERSIÓN, REESCRIBIENDO LA HISTORIA. Aina siempre lo ha tenido todo, disfrutando de su plena juventud y amigos. Para Aina, su familia siempre ha...
41.6K 3.5K 15
supercut-ೃ⁀➷ ❝ in your car, the radio up in your car, the radio up we keep tryin' to talk about us i'm someone, you may be my love ❞ 〔 enzo vogrinci...