El Recolector: Fuera de la vi...

By YunnuenGonzalez

464 115 2

«Él fue mi Muerte, ahora será mi vida». Callie Elton perdió a sus padres en un accidente automovilístico a la... More

Acerca de "El Recolector: Fuera de la vida"
Compasión
TORRE DE LONDRES
PRÓLOGO
CAPÍTULO 1
CAPÍTULO 2
CAPÍTULO 3
CAPÍTULO 4
CAPÍTULO 5
CAPÍTULO 6
CAPÍTULO 7
CAPÍTULO 8
CAPÍTULO 9
CAPÍTULO 10
CAPÍTULO 11
CAPÍTULO 12
CAPÍTULO 13
CAPÍTULO 14
CAPÍTULO 15
CAPÍTULO 17
CAPÍTULO 18
CAPÍTULO 19
CAPÍTULO 20
CAPÍTULO 21
CAPÍTULO 22
CAPÍTULO 23
CAPÍTULO 24
CAPÍTULO 25
CAPÍTULO 26
CAPÍTULO 27
CAPÍTULO 28
CAPÍTULO 29
CAPÍTULO 30
Anexo
Agradecimientos
La historia de Callie y George no termina aquí...

CAPÍTULO 16

12 3 0
By YunnuenGonzalez

Tras la partida de Beatrix, retomé mi cuenta regresiva a la fecha del regreso de Eliot.

A un mes de esta, hubo una movilización entre los Recolectores que se quedaron en Barcelona. Corría el rumor de que el enemigo iba a traspasar a Europa de un momento a otro, lo que quería decir que la guerra podría llegar a España en cuestión de días, tal vez semanas.

Aun cuando éramos inmortales, los Recolectores no querían que los Iniciados se vieran envueltos en una situación en donde el anonimato se vería amenazado. Sobre todo, porque algunos de nosotros nunca hemos participado en una guerra, no sabíamos cómo actuar.

Para mi sorpresa, y la de Laia, Nicholau planeó sacarnos de Barcelona en caso de que fuera necesario. Iríamos a Islandia, a un refugio que él usaba cuando quería un poco de paz.

Oliver y Théo, cuando supieron que no queríamos ir a ningún lado, nos ofrecieron su protección y nos enseñaron a defendernos en caso de una contingencia.

Por supuesto, no era lo mismo, pero eso era mejor que ser cachorritos abandonados en la calle, sin la protección de nuestros Protectores.

Fuera de eso, no había nada que pudiéramos hacer, más que esperar y rogar que el enemigo no cruzara nuestras líneas de defensa.


Una noche, a una semana del regreso de Eliot, fui a dormir con la idea de descansar un poco. Solo que aún estaba tan ansiosa por la larga espera a que algo sucediera, que di vueltas en la cama por casi una hora. Cada noche que pasaba me inquietaba un poco más ante su pronto arribo.

Me levanté para ir a ver las noticias en la sala, las cuales solo aumentaron más mi ansiedad. Cambié de canales hasta que encontré una película, pero era tan aburrida. Un bostezo largo fue el que me dijo que ahora sí podría dormir sin dificultad. Apagué aletargada el televisor.

Iba de camino a mi cuarto cuando escuché un silbido del viento que me rodeó en un círculo. Me asusté porque no había nada que explicara su origen: las ventanas estaban cerradas y, obviamente, no estaba afuera.

—Audrey —escuché claramente a Eliot a mi rededor, como un furtivo fantasma. Volteé de inmediato a todos lados, buscándolo, pero él no estaba aquí.

Me agité mucho, no entendía qué estaba ocurriendo.

No he vuelto a escuchar su voz desde hace semanas, y mucho menos ver esas imágenes de guerra. Había concluido que Laia tenía razón respecto a que era mi subconsciente quien me mostró todo eso como consuelo por no estar al lado de Eliot. Y, ante su regreso eminente, ya no había necesidad de engañarme a mí misma.

Pero esto era muy diferente a esas veces: estaba despierta y su voz se escuchaba más viva y demandante que antes.

—¡Déjame entrar! —me ordenó tras un rato de escuchar mi nombre como un eco interminable que pronto me llevaría a la locura.

«¿Qué me está pasando?», pensé sujetándome la cabeza para que su voz desapareciera.

El terrible dolor de cabeza me hizo caer al suelo de rodillas; apreté mi sien con más fuerza para detener la voz que me seguía ordenando lo mismo en medio de visiones borrosas.

Es posible que pasaran segundos, tal vez solo un minuto, pero cuando se siente un dolor de esta magnitud, el tiempo parece detenerse. Por suerte, y de la nada, el dolor cesó. Sin embargo, me había debilitado tanto que caí de lado en el suelo.

Mi respiración seguía agitada.

—Abre tu mente —escuché a Eliot una vez más; solo que ahora su voz estaba cansada..., adolorida.

—Eliot —murmuré con trabajos, mientras que tenía la vista perdida en la sala. Esperé que de un momento a otro su fantasma apareciera para llevarme de una vez por todas a la locura.

La sala se desvaneció entre mezclándose con un escenario gris. Un largo y angosto pasillo avanzaba hacia mí muy rápido. Vi a un soldado con rasgos orientales que se apresuró a abrir una puerta de metal. Hubo un rápido zangoloteo cuando entré ahí, como si alguien me hubiera empujado por atrás. La luz que alumbraba el lugar era muy brillante en comparación a la del pasillo. Ahora me llevaron a sentar a una mesa de metal; sin desearlo, el cuarto giró rápido de un lado a otro para mostrarme los detalles que había alrededor —si es que los había. Todas las paredes estaban vacías y el color grisáceo hacía más deprimente el lugar—, hasta que se detuvo en un enorme espejo en la pared.

Esperaba ver mi reflejo, pero solo vi a Eliot sentado, muy desganado, con las manos esposadas tras su espalda. Llevaba puesto un uniforme negro, algo sucio; su rostro estaba irreconocible por el camuflaje color negro que estaba despintado por el sudor que escurrió de su frente; y tenía rastros de sangre que rodeaba una herida lineal en su mejilla; su cabello era corto; sus ojos oscuros parecían brillar y se comunicaban ansiosos conmigo.

En eso vi por el reflejo del espejo que un soldado se acercó a él y de un tirón le regresó la cara al frente. Me di cuenta de que Eliot me estaba transmitiendo telepáticamente todo lo que él estaba viviendo en ese momento.

¿Cómo lo hacía? No tenía idea, y tampoco iba a analizarlo en este momento porque mis tercos pensamientos podrían cortar la comunicación.

El soldado dijo algo a Eliot que no entendí. Ni siquiera reconocí el idioma que estaba hablando.

—¡Libérame! —ordenó Eliot con voz decidida pero calmada.

—¡Suéltalo! —grité.

El soldado no obedeció y volvió a hablarle en ese agudo y cantarín idioma.

—No te entiende, Eliot —avisé cuando analicé los gestos del soldado que se torcían en confusión—. No puede obedecerte si no conoce el significado de tu orden.

—¡Vaya! Mi Protegida no ha estado perdiendo el tiempo —comentó con tono burlón. Lo que ocasionó que el soldado lo golpeara en la cara; su rostro se movió en dirección del espejo.

—¡Ouch! —se quejó Eliot en silencio con su reflejo.

Me sorprendió que no sintiera dolor, pero sí me sobresaltó el movimiento brusco, tanto que mi corazón latió asustado.

—Ese hombre cree que te estás burlando de él —advertí con falsa tranquilidad.

—¡Hum! Así que, según tú, tengo que hablar mandarín para que me obedezcan.

—¿Mandarín? —repetí, eso me dio una idea de dónde estaba—. ¡Sí!

Eliot soltó un bufido burlón.

—500 años y nunca me tomé la molestia de aprender más idiomas —comentó.

El soldado volvió a golpearlo al momento que le gritaba furioso. Volví a ver el rostro de Eliot tras mi sobresalto, y ahora estaba sangrando del labio inferior. Su herida comenzó a sanar muy lento, pero dejando una cicatriz que desaparecería en un día o dos.

—¿En qué parte de China estás? —pregunté antes de que ese soldado lo silenciara de una vez por todas.

—Beijing... En el búnker del Ministro de Defensa —me respondió muy quedo, bajó su rostro para que el soldado no viera que movía sus labios.

Pero no fue necesaria tanta precaución porque el soldado convenientemente recibió una orden por su intercomunicador personal y salió de inmediato.

Eliot respiró cansado en lo que veía a su alrededor con disimulo. De seguro sospechó que lo estaban vigilando aún.

—¿Aun estás ahí? —me preguntó dudoso. Medio giró su cabeza al espejo.

—Sí. Eso parece una sala de interrogación.

—Sí, creo que lo es. Lamento que tengas que ver... —Fue lo único que pudo decirme porque, sin esperarlo, la puerta se abrió atrabancado y dos soldados entraron y comenzaron a revisar a Eliot de pies a cabeza, al momento que le gritaban para intimidarlo.

Supuse que, tras su soliloquio, creían que traía un comunicador consigo.

Él no se inmutó, sin embargo, yo les grité que lo dejaran en paz. Una vez más no podía hacer nada para ayudarlo.

Eliot siseó para tranquilizarme. Por desgracia, uno de los soldados creyó que le estaba hablando y le dijo algo que sonó muy mordaz; después lo golpeó en el estómago una y otra vez. Eliot se quejó dolorosamente.

—¡Basta! —grité encolerizada—. ¡Por favor, no lo lastimen! —supliqué después, casi lloriqueante.

Eliot siseó para tranquilizarme dentro de su dolor. Respiré profundo y le pedí que no siguiera hablando. No quería que esa golpiza siguiera.

Lo dejaron en paz cuando desfalleció. Tal vez me hizo caso... o tal vez ya no podía aguantar más dolor. No sabía qué estaba pasando con él en ese momento.

¡Vaya ironía! Podía tener una conexión conmigo a miles de kilómetros, pero no se abría a mí por completo. Era como si cerrara solo sus pensamientos para que no descubriera que estaba sufriendo.

Su silencio ya me cortaba como miles de navajas, haciéndome esas heridas mortales que tardan meses en desaparecer.

No podía ver nada, todo era oscuridad. Por un instante creí que Eliot había perdido el conocimiento o que ya había cortado la comunicación y ese silencio era mío.

Deducción que fue desecha cuando Eliot respiró hondo y rio burlón en lo que levantaba la vista para hacer frente a los soldados.

Volvieron a gritarle, y estaban a punto de golpearlo otra vez, cuando fueron interrumpidos por el soldado que lo cuidó antes. Entró, tomó su revólver y amenazó a Eliot con el cañón apuntando a su rostro. Creí que le iba a disparar, pero solo le dio un golpe en la cabeza que logró noquearlo.

El contacto se rompió con un último sobresalto.

Me quedé tumbada en el suelo unos minutos en lo que retomaba el control de mi cuerpo. Mientras tanto, analicé si había visto eso en realidad o solo fue una horrible pesadilla.

Pero el suelo frío y el terrible dolor de cabeza fueron los que terminaron por convencerme. Me levanté como pude y corrí por mis llaves del auto. Tenía que decir a alguien lo que había visto. A alguien que me pudiera explicar qué significaba todo esto. A alguien que me pudiera decir cómo ayudar a Eliot, porque era obvio que me necesitaba.


Toqué el timbre de la casa de Isabel y Oliver. No era muy tarde, así que era seguro que los encontraría despiertos.

Últimamente convivía mucho con ellos, se han convertido en mis consejeros. Lo lógico era que acudiera a ellos en un momento como este.

Mientras esperaba muy impaciente, rogué que no hubieren salido a hacer una recolección porque estaban tardando demasiado en atender la puerta.

Volví a tocar el timbre con más desespero, y otra vez no hubo respuesta. Ya iba a patear la puerta cuando escuché a Oliver a lo lejos que demandaba un poco de paciencia.

—¡Abre rápido! ¡Algo le pasó a Eliot! —grité. Escuché sus pasos acelerados.

—¿Qué sucede? —me preguntó cuando entré buscando a su Protectora.

—¡Necesito hablar con Isabel!

—Está en la sala de juegos con los demás.

Corrí con Oliver siguiéndome confundido por mi actitud.

—¡Isabel, necesito tu ayuda! —demandé, entrando al cuarto.

Ahí estaban todos, excepto Laia, quien de seguro estaba en su casa durmiendo, y Jean, quien seguía en la guerra.

—¡Tienen a Eliot! —solté sin más.

—¡¿Qué?! —exclamaron todos descoordinados.

Les relaté todo lo que vi sin revelarles que él y yo podíamos entablar una comunicación a distancia.

—¿Cómo sabes que ha sido atrapado? —me preguntó Catarina muy curiosa.

—¡Eso no importa ahora! —espeté con desespero.

No sé por qué miré a Oliver. Tal vez quería que, de todos ellos, él me creyera sin dudar. Pero me desconcerté con su mirada que aún trataba de entender mis palabras.

Tuve mucho cuidado de dar detalles del lugar, los soldados y del mismo Eliot. Pero creo que fue lo peor que pude haber hecho porque Nicholau ya estaba haciendo gestos de incredulidad. No tuve otra opción más que confesarles el secreto de Eliot, si es que quería su ayuda.

La respuesta más lógica no se hizo esperar. Todos se relajaron y, sencillamente, rieron e hicieron bromas a mi costa.

«No puedo creer que la muerte sea escéptica», pensé.

Me mantuve lo más seria que pude y dejé que terminaran de burlarse, muy a pesar de mi impaciencia. Porque cada minuto que se desperdiciaba con esa estúpida burla, era uno menos para el bienestar de Eliot.

Théo, al darse cuenta de mi actitud, retomó la compostura y se mostró incómodo. Los demás callaron poco a poco.

—¿Es verdad todo eso? —me preguntó Isabel.

Le asentí tan seria como una estatua. Entonces, se miraron unos a otros con tardía sorpresa.

—Sé que es difícil de creer... ¡Ni yo misma lo hice cuando sucedió la primera vez! Pero, bueno, no pueden culpar a Eliot por ocultarles esto —hice gestos con las manos para recordarles su reacción.

Callaron por un largo rato, hasta que Oliver rio entre dientes como si hubiere analizado algo y su conclusión fuera irónica.

—¿Qué es tan gracioso? —cuestionó Isabel.

—Se llegó a decir que Anne Boleyn era bruja.

Había una posibilidad de que los demás no estuvieran muy familiarizados con la historia de los Boleyn, como lo estábamos Oliver y yo por ser ingleses, pero esa creencia fue la prueba fehaciente a la extraordinaria habilidad de Eliot.

Me reprendí por nunca haber recordado eso, y no haberlo relacionado con lo que he vivido durante las noches en estos dos años.

Tenía sentido esa acusación renacentista. ¿Podría ser que la inusual unión que tenían los hermanos Boleyn los hizo susceptibles a esa habilidad? Un lazo que los unió como si fueran uno, y que todo mundo catalogó como hechicería.

El comentario de Oliver hizo que los demás estuvieran más asertivos a mi demanda de ayuda.

—¿Por qué te preocupas por Eliot? Sabes que nada puede...

—¡Hacernos daño! —interrumpí a Théo con fastidio—. Sí, sí, sí. ¡Ya lo sé, pero...!

—No lo creo tan descuidado para dejarse atrapar —comentó Catarina.

—¡Y no lo es! —concordé con eso muy segura—. Pero...

—De seguro tenía una asignación y... —me interrumpió Nicholau.

—¡Demonios! ¡Déjenme terminar!... Eliot no habla mandarín, por lo que no puede ordenarles que lo suelten...

—Él sabrá liberarse —aseguró Nicholau.

—Lo hará, pero ¿qué creen que va a suceder si alguno de esos soldados se le pasa la mano en su «interrogatorio»? —marqué con mucho sarcasmo a esa palabra que definía incorrectamente la golpiza que le estaban dando cuando se cortó nuestra comunicación.

Todos hicieron gestos de que yo exageraba.

—Voy a ir a ayudarlo...

—Sabes la situación en la que estás con Laia y ¿quieres ir por él? —me interrumpió Nicholau para recordarme mi otro problema.

—¡Sí!... y sé que no puedo ir sola, es por eso por lo que necesito que alguno de ustedes me acompañe.

—No podemos, Audrey —me dijo Théo y, por supuesto, me indigné por la negativa. Era mi amigo, por ende, estaba obligado a ayudarme.

Busqué el apoyo de Oliver, pero literalmente me estaba ignorando.

—¡Creí que eran sus amigos! —reclamé enojada; sobre todo con Oliver.

—¡Y lo somos! —aseguró Isabel—, pero tenemos recolecciones que hacer y... y tenemos que proteger a Laia.

—¡Dejen que alguien más las haga!

Ninguno pareció interesado por esa sugerencia. Bien sabía que los Recolectores se tomaban muy en serio su trabajo, pero nunca creí que fuera más importante que el anonimato de su amigo. Además, solo necesitaba a uno, los demás podían cuidar a Laia.

Pero su silencio y esas miradas que se turnaban para ver quién se atrevía primero a volverse a negar, me convencieron de que solo estaba perdiendo mi tiempo rogando por algo que jamás se me otorgará.

—¡Bien! ¡Lo haré sola! —avisé molesta.

Salí para no seguir perdiendo el tiempo; sin embargo, Oliver me alcanzó cuando estaba buscando las llaves de mi auto en mi pantalón.

—Creí que eras su amigo —reclamé en un susurro lleno de coraje, no quería que me escucharan los vecinos.

No me contradijo, nada más apretó muy fuerte los labios y me miró por mucho tiempo. En otra ocasión lo hubiera esperado a que me respondiera, pero aún tenía claro que no había tiempo para eso, por lo que abrí la puerta y me dispuse a subir a mi auto. Oliver me detuvo.

—Llama a Rory —aconsejó con seguridad.

Le hice gestos de que eso era lo último que haría. Estoy consciente de que al ser su novia era su obligación ayudarlo, pero por alguna razón Eliot decidió contactarme en su lugar.

Solté un bufido irónico por esa sugerencia.

—Sé que la odias, pero ella puede ayudarte.

No le respondí y me subí al auto. Oliver dejó que me marchara.

Durante el camino a casa, pensé en la manera de ir yo sola. Solo que no tenía idea de cómo llegar hasta China con una guerra de por medio. Estaba atada de manos por falta de contactos.

Por lo visto, y aunque odiara hacerlo, iba a tener que hacer caso de la sugerencia de Oliver y pedir la ayuda de Rory.

- - -

Foto de Alan Fikz en Pexels.

Continue Reading

You'll Also Like

6.2M 599K 53
[PRIMER LIBRO] Victoria Massey es trasladada al internado Fennoith tras intentar envenenar a su padrastro con matarratas. Después de la muerte de Ad...
4.3K 175 19
payasa de la deep web
8.5K 854 60
¿Eres cinefilo? ¿Te gustan las series? ¡Eres uno de nosotros! Prepara tu canasta de dulces y palomitas, siéntete cómodo, apaga las luces y prepárate...
1.2M 145K 199
Este es un fanfiction. El trabajo original, así como los personajes pertenecen a la autora china Meatbun Doesn't Eat Meat. Datos de la obra original ...