Drakhan Neé

By _eversinceale_

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«Somos poder, somos fuerza, somos la nación más poderosa que hay, no vengo a fingir que no tenemos un pasado... More

❂ Drakhan Neé ❂
❂ p a r t e u n o ❂
❂ prólogo ❂
❂ capítulo uno ❂
❂ capítulo dos ❂
❂ capítulo tres ❂
❂ capítulo cuatro ❂
❂ capítulo cinco ❂
❂ p a r t e d o s ❂
❂ capítulo seis ❂
❂ capítulo siete ❂
❂ capítulo ocho ❂
❂ capítulo nueve ❂
❂ capítulo diez ❂
❂ capítulo once ❂
❂ capítulo doce ❂
❂ capítulo trece ❂
❂ capítulo catorce ❂
❂ capítulo quince ❂
❂ p a r t e t r e s ❂
❂ capítulo dieciséis ❂
❂ capítulo diecisiete ❂
❂ capítulo dieciocho ❂
❂ capítulo diecinueve ❂
❂ capítulo veinte ❂
❂ capítulo veintiuno ❂
❂ capítulo veintidós ❂
❂ capítulo veintitrés ❂
❂ capítulo veinticuatro ❂
❂ capítulo veinticinco ❂
❂ capítulo veintiséis ❂
❂ capítulo veintisiete ❂
❂ capítulo veintiocho ❂
❂ capítulo veintinueve ❂
❂ capítulo treinta y uno ❂
❂ capítulo treinta y dos ❂
❂ capítulo treinta y tres ❂
❂ p a r t e c u a t r o ❂
❂ capítulo treinta y cuatro ❂
❂ capítulo treinta y cinco ❂
❂ capítulo treinta y seis ❂
❂ capítulo treinta y siete ❂
❂ capítulo treinta y ocho ❂
❂ capítulo treinta y nueve ❂
❂ capítulo cuarenta ❂
❂ capítulo cuarenta y uno ❂
❂ capítulo cuarenta y dos ❂
❂ capítulo cuarenta y tres ❂
❂ capítulo cuarenta y cuatro ❂
❂ capítulo cuarenta y cinco ❂
❂ capítulo cuarenta y seis ❂
❂ capítulo cuarenta y siete ❂
❂ capítulo cuarenta y ocho ❂
❂ capítulo cuarenta y nueve ❂
❂ capítulo cincuenta - final ❂

❂ capítulo treinta ❂

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By _eversinceale_










Dedicado a Nohe, Keysi y Mariana <3











DAERYS





Si había algo que Daerys detestaba con todo su ser, era tener miedo.

Cuando era un niño no había podido evitarlo; se asustaba por cada pequeña cosa; el sonido de la madera crujir a media noche, la imagen de una sombra particularmente grande o las historias que la tía Skyler solía contarles antes de dormir. Hubo un tiempo que pensó que esas eran las peores. Luego creció y empezó a temer por otras cosas. Mientras sus emociones se hacían más complejas, conoció los nervios y la angustia, la incertidumbre y el coraje, pero notó que el miedo se hacía peor.

Era como caer en un estanque sin saber nadar. Dando patadas mientras tu cuerpo se hunde y no puedes hacer nada para evitar sentir que el agua entra por tu nariz y dejas de respirar.

Y lo resentía tanto porque no podía controlarlo.

Despertó por un grito de su hermano, sus manos apretando la sábana con tanta fuerza que sus nudillos se habían vuelto blancos. Su respiración estaba agitada y su vista tardó un poco en enfocarse.

Un segundo más tarde, la puerta estaba abriéndose y Lysander apareció en el umbral, espada en mano, con los ojos dorados bien abiertos recorriendo la habitación.

—¿Qué sucede? —preguntó, dando grandes zancadas por la habitación.

Daerys se quedó en silencio, buscando algo que nadie podía ver salvo él.

Un camino, una especie de sendero brillante con el que estaba familiarizado a la perfección. Lo había recorrido desde que era un bebé, desde que empezó a distinguir voces y figuras, cuando reconoció la voz de su Padre al momento de arrullarlo entre sus brazos, cuando escuchó una voz aguda preguntar: "¿Este es mi hermano?" en la antigua lengua, y cuando abrió sus ojos por primera vez, vio una mirada bicolor y una nariz llena de pecas.

El primer recuerdo que tenía de ese mundo era la imagen de Jaekhar.

Su hermano sonriéndole con esos rizos salvajes saltando de su cabeza, con esa mirada bicolor que parecía estar desafiándolos a todos; había sido así siempre. Nunca había tenido problemas con encontrarlo, sin importar la distancia, Jaekhar siempre estaba con él. Como una extensión de su cuerpo y alma.

Así que lo buscó. Y tardó. Atravesó una densa bruma de oscuridad, de distancia, hasta que empezó a ver un centenar de luces lejanas. Como un puñado de estrellas. Siguió buscando hasta que estuvo rodeado de ellas, siguiendo el camino que lo llevó hasta un túnel lleno de imágenes difuminadas.

Jaekhar, corriendo a través de un bosque. Zeerah, a su costado con los ojos dorados encendidos por el pánico. Jaekhar enfrentándose a un montón de criaturas hechas de oscuridad con el filo de una espada radiante. Un risco, luego un lago, una fogata y a su hermano quedándose dormido, sano y salvo.

Daerys soltó un largo suspiro, aferrándose a esa imagen mientras cerraba los ojos.

Estás a salvo...

—Dae, ¿Qué pasa, es Jaek?

La cabeza del príncipe cayó hacia adelante, mientras sus brazos sostenían las piernas que se pegaban a su pecho. Su respiración comenzó a normalizarse mientras asentía.

—Está bien —soltó con un hilo de voz ronco y bajo, su boca se notaba seca. Había estado durmiendo por un rato. Se aclaró la garganta—. Él y Zeerah están a salvo. Tuvieron una... pelea con esas sombras. Lograron escapar.

Cuando no hubo respuesta, Daerys alzó la vista hacia donde Lysander estaba de pie a la mitad de la habitación. Todo estaba oscuro, fuera de la tenue luz de la luna entrando por las ventanas. El Alfa ante él era todo sombras salvo por el brillo plateado de su espada.

—¿Está herido? ¿La bruja?

—Te dije que están bien, acabo de verlo.

Lysander asintió finalmente, parecía apenado. Relajó su cuerpo y enfundó su espada. Daerys notó que no llevaba una pijama, estaba perfectamente vestido, ni siquiera los lazos de sus botas estaban flojos. Él, por lo contrario...

Apretó el agarre de sus piernas contra su pecho. No llevaba mucho encima, un largo camisón blanco y su ropa interior. Extrañamente, se sintió vulnerable. Nadie lo veía así además de los sirvientes en casa. Esperó que la falta de luz cubriera el repentino calor en sus mejillas.

—Sí... yo, perdón. Lo siento. Voy a... —Sander frunció el ceño antes de darse la vuelta de manera incómoda para apresurarse a salir de la habitación. Cuando la puerta se cerró, Daerys rodó los ojos y salió de la cama.

Se vistió con premura y salió al saloncito mientras se ajustaba las mangas. Lo recibió la calidez del fuego de la chimenea y de nuevo la pesada presencia del Alfa que era tan difícil de pasar por alto.

—¿Qué ocurre? —Sander saltó de nuevo en su lugar sobre el sillón, sus ojos parecían tener oro derretido dentro de sus pupilas por el fuego cercano. Daerys lo miró con los párpados caídos.

—¿Puedes relajarte? Es cierto que estamos lejos de casa y aunque trato de entender tu... preocupación, no está ayudando en nada. Me pones más nervioso de lo necesario —dijo con un tono serio, casi aburrido, como si estuviera recitando de memoria el pasaje de un libro.

—Lo siento.

—Deja de decir eso.

—Lo-

Daerys le propinó una mirada intensa y molesta, Sander alzó sus manos en un gesto de rendición.

El príncipe caminó hasta el pequeño comedor solo para descubrir que la tetera estaba vacía. Murmuró una palabra en la antigua lengua que pareció tensar más al Alfa.

—Te conseguiré té —murmuró mientras Daerys se daba la vuelta sobre sus talones con una mueca atemorizante en su precioso rostro—, rápido.

Daerys detestaba que lo despertaran, detestaba estar agotado, pero sobre todo, detestaba tener miedo. Y admitirlo sería peor. Así que no podía ir a dormir, no ahora que su hermano estaba en quién sabe dónde, enfrentándose a quién sabe qué. Nivhas estaba volviéndolo loco y tal vez, todo sería mínimamente soportable si hubiera un poco de té para consolarlo, pero no.

Ahora solo veía a Sander frente a él, ofreciéndose para cualquier cosa que Daerys le pidiera.

Suspiró.

—Te acompañaré.

—No es necesario, estaré de vuelta de inmediato, puedes volver a la cama.

—No eres mi sirviente, Lysander.

—Considéralo un favor.

—Necesito salir, dar un paseo, lo que sea. Tengo que estar alerta por si algo más le sucede a mi hermano. Solo... vamos, ¿quieres? Hazme ese favor.

Sander lo miró por unos segundos con comprensión antes de asentir. Le abrió la puerta y le ofreció su brazo, Daerys lo tomó.

(...)

Las ruinas del gran palacio de Gindar eran imponentes bajo la luz del sol, pero eran atemorizantes a la mitad de la noche.

Él y Sander ya habían recorrido esos pasillos lo suficiente para saber moverse a través de ellos, pero era diferente cuando no había nadie rodeándolos, sin el más mínimo ruido o la iluminación constante. Ahora solo llevaban una antorcha y Daerys no sentía nada al estar junto a Sander. Como si ese sitio estuviera completamente vacío.

Pasaron por los jardines y el gran salón, admirando las decoraciones para el baile y todo el trabajo que las brujas habían estado haciendo los últimos días. Cuando llegaron a las cocinas, también las encontraron vacías. Aunque el horno aún tenía unas brasas calientes y por las mesas había un montón de cosas que se aseguraron de no tocar. Daerys preparó el té mientras Lysander se paseaba entre las mesas, luego se acercó hasta él y le ofreció una taza.

—Toma, creo que aún recuerdo cómo te gusta —murmuró Daerys en un tono bajo, Sander buscó sus ojos después de tomar la taza con sorpresa.

—Gracias.

Daerys asintió, pero no apartó la mirada hasta que Lysander acercó la taza hasta sus labios para dar un sorbo. Sus ojos parecieron brillar ante el sabor.

—Limón.

—Sí. Tu Padre solía hacerlo así ¿verdad? —era raro para Daerys estar inseguro sobre algo; definitivamente era la segunda cosa en su lista de cosas que detestaba, pero la tercera era estar equivocado, así que esperó por la aprobación de Sander.

—Está delicioso —el Alfa dio un largo sorbo que fue suficiente para el príncipe. Daerys asintió una última vez antes de beber del suyo.

Se quedaron en silencio por unos minutos, el único sonido fue el de sus tazas chocando débilmente contra sus platos hasta que terminaron. Daerys pudo sentir su cuerpo comenzar a relajarse y despertarse al mismo tiempo. Como si todo en su mirada se volviera más nítido, más enfocado. Y, para su deleite, Sander pareció ablandarse también.

Daerys alzó sus cejas cuando empezó a sentirlo con más fuerza, a pesar de que este no se había movido de su sitio.

Había bajado sus escudos.

—Fue un verano la primera vez que probaste el té de mi Padre, ¿lo recuerdas? —preguntó el Alfa.

Y si Daerys no hubiera tenido esa excelente memoria suya, habría visto el recuerdo que se proyectaba en la mente de Lysander; un día soleado con un cielo despejado. La casa de la familia de Sander en la tierra de Valle Rakium, rodeada de bosques y lagos. Habían estado buscando hierbas y frutos en el jardín, y Daerys había encontrado un árbol que les dio limones hasta el final del verano. A Sander le había encantado tanto que, cuando regresaron a Dragonscale, Daerys pidió especialmente que nunca faltaran limones en el Krestum.

La imagen de un pequeño Lysander de ocho años se proyectó en su mente, la forma en que le había sonreído con un diente faltante.

Daerys le sonrió, abriendo la boca para contestar, hasta que vio una luz flotar fuera de la cocina seguido de un estallido de risas agudas.

—¿Qué? —Sander, que había estado maravillado por la sonrisa del príncipe, comenzó a tensarse.

—No... nada, solo pensé que estábamos solos.

—Estamos solos.

—No lo creo. Tu grupito de admiradoras seguro está discutiendo lo bonito que se ve tu cabello esponjado.

—¿Mi cabello qué?

Daerys no había querido decir eso. Se habría explicado de no ser por todo el ruido que empezó a escuchar por todas partes, como si pronto fuera medio día y no media noche. Los pasillos llenos, la actividad en el castillo, las voces y las risas.

Frunció el ceño y se aproximó a la puerta por donde había escuchado las risas. 

—Daerys —murmuró Sander, pero el príncipe no se detuvo. Había un brillo peculiar desde el pasillo, pareció atraerlo de una forma extraña, como si todas esas voces lo estuvieran llamando... de nuevo.

Esuchaba hilos de conversaciones, risas cada vez más claras y juraría que había una cortina de pelo rubio ondeando sobre una capa negra hasta que-

—Daerys —una mano se cerró sobre su muñeca y de pronto todo estuvo oscuro de nuevo.

Daerys parpadeó.

Se giró a ver a Lysander, solo él dentro de la cocina. Su única antorcha colocada en un soporte, las tazas de té vacías. No había nada, ningún ruido, ninguna persona. Solo ellos.

—¿Qué viste? ¿Es Jaekhar de nuevo?

—No... —Daerys frunció el ceño, dio un paso cerca de Lysander y subió su mano contraria hasta donde él lo sostenía—. Espera, es... —apartó la mano del Alfa y se concentró. Le tomó más de la cuenta, pero ahí, débilmente... el ruido volvió.

Su visión estaba siendo opacada por el poder de Sander.

—¿Qué es?

—Es tu poder, no me deja ver lo que hay en los pasillos.

—¿Qué hay en los pasillos?

Daerys lo miró a los ojos con las cejas alzadas, esperando.

—¿¡Almas?! —susurró de manera alarmada, como si estuviera consciente de que lo pudieran escuchar—. Estás bromeando ¿verdad?

—En todos los sitios hay almas vagando, no es nada del otro mundo.

—¡Lo es para todos lo que no tenemos tu poder!

—¿Por qué estás susurrando?

—¿Por qué quieres ver fantasmas?

Daerys se cruzó de brazos, alzando el mentón de manera orgullosa.

—Porque me da curiosidad.

—¿No podemos regresar a nuestras habitaciones y dejar a los fantasmas para cuando estemos de vuelta en nuestro hogar?

—No es lo mismo, ya conozco a todos los fantasmas del Krestum y algunos no son ni siquiera interesantes. Sobre todo ese Kargem tacaño que solo quería joyas y riquezas.

—Pensé que querías estar alerta por tu hermano.

—Pero si descubrimos un poco más de historia sobre este lugar, tal vez nos de una pista para seguir investigando. Recuerda lo que mi Padre me envió en ese pergamino.

"No todas las sombras son oscuras. Mantente alerta y aprende a ver aquello que es invisible... haz aquello en lo que siempre haz sido bueno. Regresen con un corazón sin grietas."

Sander recordó el día en el que Daerys había estado siguiendo esas mismas voces y las cosas se habían puesto lo suficientemente feas como para que terminara llamándo a dos dragones adultos a través de un océano. El príncipe Lou ocultó un pergamino para que su hijo lo encontrara y tuviera una pequeña pista de lo que les esperaba ahí.

Daerys lo vio en su mirada y en su mente, cómo parecía reconsiderar lo que ambos habían aprendido ese día. Que su Padre siempre lo había sabido y que ellos estaban ahí por una razón. Era su trabajo descubrirlo.

—Bien, si quieres ir por ahí esuchando conversaciones de fantasmas... —Sander tenía el ceño fruncido más pronunciado, como si no entendiera por qué los príncipes Akgon solo buscaban maneras de estresarlo.

—Vamos, no es como si mis aventuras fueran peores que las de mi hermano —Daerys quiso sonar aburrido, pero había una pizca de emoción en su voz que le recordó a Jaekhar.

Eso hizo sonreír a Sander. Era una pequeña sonrisa, pero era una, al fin de cuentas.

—Además, soy mucho más lindo que Jaekhar.

Sander le ofreció su brazo.

—Y tú siempre tienes la razón, ¿verdad?

Daerys se sonrojó, pero tomó el brazo del Alfa y lo guio afuera.

(...)

El don de la visión era relativamente nuevo para la familia Akgon.

La princesa Allenya había sido la primera en presentarlo y había sido a través de sueños. Daerys había aprendido mucho de ella hasta el día en que murió, pero su Padre había expandido sus conocimientos todavía más. El don del príncipe Lou era mucho más amplio y fuerte, había ido cruzando más y más límites conforme fueron pasando los años desde su primera visión. En la actualidad, era una de las armas más letales de la familia real y aunque todos en el reino supieran muy bien acerca de sus jerarquías, había quienes juraban que el verdadero poder no residía en Kargem, sino en aquello que pudiera verlo todo... y ese era su consorte.

Pero a pesar de que Daerys había crecido acostumbrado a los poderes de su familia, a la magia, a una tierra en donde todo parecía posible, él siempre se maravillaba con todo. Sobretodo cuando sus padres se percataron de que su don iba mucho más allá.

Donde el don de su Padre encontraba sus límites, el de Daerys tan solo se fortificaba.

Y tenía muchos más enfoques que nunca dejaban de sorprender al príncipe.

(...)

La primera vez en la que Daerys había visto un fantasma, había sido en los jardines del Krestum.

Vio a una hermosa mujer de pelo largo que se movía delicadamente por los pasillos. Su piel era morena, su rostro estaba lleno de pecas, y había algo... diferente sobre ella. Su rostro era familiar, pero no como el resto de la dinastía. Daerys era un niño, habría tenido siete, tal vez ocho años, su hermano había estado entrenando, su hermana estaba tomando una siesta en su cuna, y Frareh estaba hablando con un grupo de consejeros sin prestarle mucha atención.

Así que la siguió.

Escondiéndose detrás de pilares y  tratando de no hacer mucho ruido, caminó detrás de la figura transparente que parecía estar hecha de humo. Ella tarareaba una canción, en una lengua que no reconocía, pero por la cual se sintió enternecido. Cuando dio vuelta en el pasillo, Daerys frenó en seco al ver otra figura similar. Un joven rey de cabello dorado y ojos brillantes. Le tendió una reverencia a la chica antes de reírse y acercarse a besarla. Él parecía mucho más familiar, un rostro que había visto muchas veces en muchas partes. Daerys se quedó quieto hasta que la pareja de fantasmas desapareció en otro corredor.

Frareh lo encontró poco después y lo tomó de la mano para llevarlo a cenar.

Poco después, en una de sus lecciones, su Padre le mostró un retrato de los primeros reyes del Sur. Maekhar y Meerah Akgon posaban triunfantes sobre un lienzo que tenía siglos en el castillo. Ellos habían sido los fundadores de su imperio y eran los ancestros de Frareh; con el tiempo, Daerys se había acostumbrado a encontrarse con todas esas presencias que nunca lo veían, que nunca interactuaban, sino que vivían atrapados en un recuerdo del pasado. 

Padre le había advertido nunca molestarlos, porque no sabía qué tipo de caos desataría si un espíritu no era amigable.

Daerys le obedeció. Ciertamente nunca ignoraría un consejo de su Padre.

Pero eso no le impedía espiar a los espíritus.

(...)

Por La Luz... —exclamó el príncipe cuando salió de las cocinas.

Sander estaba a su costado, pero aunque la tensión había vuelto a los hombros del moreno, no había ningún signo de fascinación. Daerys, por otra parte, tenía los ojos azules encendidos en sorpresa.

Por todas las partes a las que girara, podía ver un montón de almas paseándose por Gindar; brujas, de todas las edades, se movían dentro de sus propios recuerdos. Riendo, hablando, gritando o llorando. Todas estaban envueltas en sus capas negras, rodeadas de magia y hechizos, murmurando conjuros y soltando chispas de poder de varios colores.

Daerys se movió cuando a su costado pasó una bruja enojada que tenía una nube de tormenta sobre su cabeza, soltando truenos por todos lados mientras se movía con premura a ninguna parte.

­—Lukya... este sitio de verdad era magnífico —susurró, siguiendo la mirada hacia un grupo de mariposas de fuego que volaron en una dirección distinta.

—¿Qué es lo que ves? —preguntó Sander, sus ojos solo para él.

—Magia como nunca antes la había visto. En... muchos estados, con diferentes formas y colores. Este era un reino muy, muy poderoso...

—¿Y nada te dice qué pudo haberlo destruido?

Daerys sintió como sus hombros caían. Aún rodeado de todas esas almas y recuerdos, la sola idea de que no eran más que vestigios, logró soltarle una oleada de tristeza. Esa era una de las cosas que no adoraba tanto de su poder. Ver algo que seguramente ya no pertenecía a su mundo.

—No. Todas lucen tan acostumbradas a esta vida, como si no pudiera haber otro camino para ellas. Se ven seguras y fuertes y... —Daerys estaba dando la vuelta hasta que se topó con la imagen de Sander, la única figura de carne y hueso a demás de él. Rodó los ojos y lo tomó de la mano, entrelazando sus dedos.

—¿Qu-ué? —Lysander había sido tomado por sorpresa, Daeys pudo ver cómo se calentaban sus mejillas a pesar de la falta de luz.

—¿Quieres verlo también, o no?

—Ah —murmuró, aún más apenado, como si hubiera insinuado otra cosa—. Sí.

Daerys le dio un apretón a su mano, sintiéndose encantando por la forma en la que ponía nervioso a un chico veinte centímetros más alto que él.

—Mantén tus escudos abajo —dijo antes de que cerrara los ojos para concentrarse más, ordenándole a su poder que se moviera, encapsulando también a la figura de Sander. Como si los rodeara con una burbuja transparente para que pudieran verlo todo.

Cuando abrió sus ojos, Lysander tenía la boca abierta.

Daerys vio la forma en la que su rostro se iluminó, sus ojos atrapando los colores que ahora también podía ver. La forma de su hermoso rostro cambiando con diferentes expresiones, sus rizos proyectando sombras sobre su cabeza, su cuello moviéndose al admirar todo lo que se había revelado frente a él.

Un mundo distinto se había pintado sobre el anterior. Parecía tan diferente y lejano, pero había sido el mismo.

Daerys y Sander lo contemplaron, todas esas personas que alguna vez pertenecieron ahí, las cosas que habían sido posibles con todo ese poder, con toda esa magia. Era tan terrible reconocer que cuando el poder de Daerys se fuera, ese castillo volvería a las ruinas, al polvo, a las sombras. ¿Cómo, si ese mundo había estado hecho para la luz?

Brujas, cientos y cientos moviéndose por todas partes; de todas las formas y tamaños. Un mar de colores diferentes, desde su tez, hasta los tonos de su cabello, hasta el brillo de su magia. Lo único constante era el negro. Capas y capas que ondeaban por doquier.

Daerys puso leve atención a uno que otro rostro, a pocas conversaciones y a las figuras que creaban los hechizos de las brujas. Sander tenía esa mueca de concentración que Daerys siempre había apreciado, aún si nunca se lo había dicho. Se empezaron a mover, hacia los jardines, hacia los salones, intentando investigar una multitud que nunca se detenía, que siempre estaba cambiando.

Una hora más tarde, estaban en un corredor superior que daba al jardín principal del palacio, cercano a donde Daerys había estado el día que Zeerah lo encontró repasando un libro. Sander no lo había soltado y Daerys empezaba a sentir que el té se desvanecía de su sistema. Empezaba a tener sueño y a recargarse débilmente contra la figura del Alfa. Estaba seguro de que si le pedía que lo cargara de vuelta a la cama, Sander lo haría sin cuestionarlo.

Pero de repente escuchó finalmente un nombre con el que ya estaba muy familiarizado.

"Arwan, te juro que solo estás exagerando"

Daerys se giró con rapidez hacia la voz, buscando hasta que sus ojos encontraron una figura delgada de una chica que identificó de inmediato.

Pálida y con los mismos ojos brillantes, reconoció a la Matrona de Gindar.

Ciertamente no se trabaja de un fantasma, era más bien un recuerdo con el que se movía una de las entidades del castillo. Daerys se detuvo, jalando el brazo de Lysander hasta que este siguió la línea de su atención. Ambos contemplaron un pasillo lleno de figuras transparentes, hasta que el príncipe modificó su poder. Todo se desvaneció, hasta que solo quedó ese recuerdo ante sus ojos.

Junto a una joven Arwan que no podía tener más de trece años, había una chica que tenía un rostro totalmente maravilloso. Daerys lo admiró como solía admirar una obra de arte: fascinado y conmovido por la belleza que casi logró arrebatarle un suspiro. La chica se veía mayor, aunque no por muchos años. Su cabello era largo y ligeramente rizado, trenzado con bonitos moños. Llevaba una capa puesta, pero no era del mismo tono oscuro que llevaba el resto de las brujas.

"No lo hago. Estás completamente... distraída estos días. Te la vives fuera del palacio, faltas a nuestras reuniones y tu madre ha empezado a preguntarme a dónde has ido. Estoy quedándome sin excusas."

"Te he dicho que no tienes que mentir por mi."

Ambas caminaban tomadas del brazo, se movían por el pasillo con sigilo, advirtiendo constantemente que nadie las siguiera, como si estuviera prohibido deambular por ahí.

"Lo sé. Pero aun así... Es como si te estuvieras desvaneciendo... ya no te veo nunca."

Ante eso, la hermosa chica se detuvo para encararla. Tomó a Arwan de los hombros. Delgada y con esa mueca totalmente infantil, Daerys encontraba casi extraño reconocer que la Matrona alguna vez fuera tan frágil y suave como una niña.

La chica le sonrió con una mueca que revelaba comprensión. Pasó sus manos por el rostro de Arwan.

"Lo siento. De verdad. Te lo compensaré, ¿de acuerdo? Mañana, en el baile, no me separaré de ti. Tanto que para el final de la velada, me odiarás. ¿Qué dices?"

Arwan intentó hacércelo difícil. Mantuvo el gesto estoico durante unos segundos antes de que finalmente cediera ante la sonrisa de la chica.

"Bien, bien ¡sí! Aunque no podría."

"¿Qué?"

"Odiarte."

"Entonces es un trato."

La chica le volvió a sonreír con dulzura. Luego le dejó un beso en la frente antes de voltear atrás, fijándose una última vez que no viniera nadie por el pasillo, antes de correr en dirección contraria, tapando su cabeza con su capa.

Arwan se quedó varada en el pasillo, con solo la  luz de la luna iluminando su pequeña figura. Su rostro redondo e infantil se notó aún más sensible cuando se quedo sola. Suspiró, con una mueca triste, murmurando para sí:

"Sería imposible odiarte, Catherine."

Después de eso, el recuerdo se desvaneció.

(...)

—¿Qué ha sido eso? —escuchó a Sander preguntar cuando soltó su mano.

Daerys se movió, dando unos cuantos pasos mientras parecía descansar. Estaba exhausto. Con el uso de su poder y la falta de sueño, su cuerpo empezaba a protestar.

—Era la Matrona ¿no? ¿Quién era esa chica? ¿No será la madre de Zeerah? —preguntó el moreno mientras el príncipe se recargaba contra la pared.

—No... —suspiró Daerys, normalizando su respiración—. La madre de Zeerah era más joven que Arwan. Ella era otra persona. Pero está... muerta. El recuerdo se materializó porque era un fantasma.

—¿Sabes quién era?

—No. Pero... Catherine, ese era su nombre. Al menos tenemos eso. Podríamos buscar en los registros y-

—Daerys, estás... pálido.

—Tengo un poco de sueño.

—¿Un poco? No has dormido nada. Vamos, regresemos a la habitación.

—Pero, tenemos-

—Mañana será un nuevo día.

—Lysander-

—Daerys.

—¿Por qué...?

—¿Qué?

—¿Por qué todo da vueltas? —Daerys hizo su intento de fruncir el ceño, porque todo a su alrededor estaba derritiéndose. Las imágenes se deformaron hasta que no hubo nada más allá que oscuridad y él estaba inconsciente.

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