Drakhan Neé

Von _eversinceale_

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«Somos poder, somos fuerza, somos la nación más poderosa que hay, no vengo a fingir que no tenemos un pasado... Mehr

❂ Drakhan Neé ❂
❂ p a r t e u n o ❂
❂ prólogo ❂
❂ capítulo uno ❂
❂ capítulo dos ❂
❂ capítulo tres ❂
❂ capítulo cuatro ❂
❂ capítulo cinco ❂
❂ p a r t e d o s ❂
❂ capítulo seis ❂
❂ capítulo siete ❂
❂ capítulo ocho ❂
❂ capítulo nueve ❂
❂ capítulo diez ❂
❂ capítulo once ❂
❂ capítulo doce ❂
❂ capítulo trece ❂
❂ capítulo catorce ❂
❂ capítulo quince ❂
❂ p a r t e t r e s ❂
❂ capítulo dieciséis ❂
❂ capítulo diecisiete ❂
❂ capítulo dieciocho ❂
❂ capítulo diecinueve ❂
❂ capítulo veinte ❂
❂ capítulo veintiuno ❂
❂ capítulo veintidós ❂
❂ capítulo veintitrés ❂
❂ capítulo veinticuatro ❂
❂ capítulo veintiséis ❂
❂ capítulo veintisiete ❂
❂ capítulo veintiocho ❂
❂ capítulo veintinueve ❂
❂ capítulo treinta ❂
❂ capítulo treinta y uno ❂
❂ capítulo treinta y dos ❂
❂ capítulo treinta y tres ❂
❂ p a r t e c u a t r o ❂
❂ capítulo treinta y cuatro ❂
❂ capítulo treinta y cinco ❂
❂ capítulo treinta y seis ❂
❂ capítulo treinta y siete ❂
❂ capítulo treinta y ocho ❂
❂ capítulo treinta y nueve ❂
❂ capítulo cuarenta ❂
❂ capítulo cuarenta y uno ❂
❂ capítulo cuarenta y dos ❂
❂ capítulo cuarenta y tres ❂
❂ capítulo cuarenta y cuatro ❂
❂ capítulo cuarenta y cinco ❂
❂ capítulo cuarenta y seis ❂
❂ capítulo cuarenta y siete ❂
❂ capítulo cuarenta y ocho ❂
❂ capítulo cuarenta y nueve ❂
❂ capítulo cincuenta - final ❂

❂ capítulo veinticinco ❂

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Von _eversinceale_







ZEERAH














—¿Alguna vez vas a contarme como te hiciste esa cicatriz?

Zeerah rodó los ojos antes de ignorar la pregunta de Jaekhar mientras regresaban al castillo.

Habían estado en el bosque por un largo rato, terminándose la porción de pay mientras hablaban de viejas historias. Zeerah había copiado las marcas de Jaekhar poco a poco, atrapando su labio inferior entre sus dientes al volcar toda su atención en la tarea; ella no era una artista y aunque Jaekhar mencionó que había hecho un muy buen trabajo, sabía que si Daerys hubiera ayudado desde un principio, todo habría sido más fácil.

Pero ahora estaban de regreso a Gindar, llevando los pergaminos con las marcas del príncipe. Marcas que aún estaban pintadas en su piel y que él se había negado a lavar antes de volver al castillo, por lo que la tinta aún se asomaba por los bordes de su ropa y relucían cada vez más mientras se movía con singular alegría, dando saltos de aquí para allá, rodeando a la bruja mientras caminaban por el bosque.

Zeerah había notado como su energía crecía mientras pasaban más tiempo juntos, pero sabía que no solo se debía al poder que menguaba entre los dos, sino que Jaekhar estaba cada vez más cómodo en su presencia y, desde que habían empezado con las historias, ahora la curiosidad del príncipe dragón no parecía tener un fin. Y ella no sabía como sentirse respecto a eso.

—No —fue su única respuesta mientras pasaban las últimas filas de árboles hasta llegar al gran páramo en el que se hallaba el palacio de las brujas.

Las ruinas cubiertas en musgo la recibieron y ella casi sintió el frío y la desolación que emanaban. Pero la cálida presencia del príncipe era demasiado imponente como para lograr ignorarla.

—¿Por qué? ¿Es vergonzoso? —preguntó él, estirando sus brazos, haciendo movimientos circulares con ellos, como si necesitara estar en constante movimiento.

—¿Por qué habría de ser vergonzoso?

—Porque no quieres decirme —Zeerah se giró a verlo y tuvo que detenerse por un segundo antes de apartar la mirada.

Jaekhar parecía de todo menos un príncipe en ese momento.

Con esos pantalones viejos y la camiseta blanca llena de manchas de tinta. La capa cubierta en lodo y rota por los bordes. Los rizos blancos sobre su cabeza estaban revueltos, despeinados y por cada día que pasaba, parecían más largos. Era... eclipsante. La vista de alguien tan extraño, tan radiante en una tierra de magia que había estado moribunda por años. Zeerah nunca habría conocido a alguien así, ciertamente nunca vería a alguien así de nuevo, cuando este príncipe se marchara y regresara a su ciudad dorada llena de dragones.

—¿Tú querrías contarme sobre los secretos de tu reino? —preguntó ella distraídamente mientras reanudaba su caminata en dirección al castillo. Jaekhar tardó un segundo en seguirla y en reanudar sus preguntas.

—¿Por qué? —dijo, regresando a su lado—. ¿Tu cicatriz es un asombroso secreto del que depende el reino entero de las brujas?

Zeerah se frenó de nuevo, antes de cruzar las murallas de Gindar. Una ráfaga de viento atrapó los rizos oscuros de su cabellera, haciéndolos flotar por breves segundos antes de que volvieran a su sitio.

—Eso no es de tu incumbencia.

Jaekhar se quedó quieto de inmediato, como si hubiera estado patinando en hielo y sintiera el momento exacto en el que el hielo se cuarteara. Fue como si una densa nube se hubiera puesto enfrente del sol y Zeerah se reprochó de inmediato por ese arrebato.

Pero ese había sido su respuesta automática por años, el rodearse de espinas, el aislarse, el mostrarse fría para evitar a las demás. Había pasado una vida entera sintiéndose una decepción; cuando su madre murió y ella se quedó bajo la tutela de Arwan. Cuando creció y de pronto todo el mundo estaba esperando algo de ella. Pero Zeerah nunca pudo dárselos.

No supo qué decir ante el gesto estupefacto del príncipe.

Pero Jaekhar en realidad nunca había sido frenado por nada, ni nadie.

—Comparemos historias entonces —dijo este, caminando de espaldas frente a la bruja, reanudando su marcha hasta el castillo—. Yo te diré algo sobre mi y tu me dirás algo sobre ti.

Zeerah no supo porqué, pero de pronto se sintió aliviada.

—Dudo que mis historias sean la mitad de interesantes que las tuyas —murmuró, intentando lucir indiferente.

—Entonces empieza —Jaekhar parecía contento.

—¿Por qué empezaría yo? fuiste tú quien lo sugirió.

—Bueno, entonces empezaré con el día en el que atravesé una ventana por accidente.

Zeerah alzó las cejas, sorprendida.

—¿Atravesaste una ventana?

—Por accidente.

—Podría apostar que no fue por accidente.

—Escucha la historia entonces.

Jaekhar se frenó en la entrada del castillo. Ya habían cruzado la muralla que rodeaba Gindar. Desde ahí se escuchaba el ruido de los caballos en el establo y si ponía más atención, estaba el lejano murmullo de las cocinas. Zeerah no había escuchado tanta actividad desde hacía mucho tiempo.

Suspiró y luchó por no sonreír.

—Más tarde ¿quieres? Tenemos que buscar a tu hermano, enseñarle las marcas —ella alzó los pergaminos en su mano y señaló a la entrada.

Jaekhar rodó los ojos.

—Si tanto insistes en hacer cosas aburridas —dijo, moviendo la mano en dirección a la entrada, haciendo una reverencia—, después de ti.

Zeerah entrecerró los ojos, con cientos de respuestas ante ese comentario picándole la punta de la lengua. Pero no dijo nada, porque había una especie de ardor en su cuerpo cada que se giraba en la dirección del príncipe. Como su poder parecía despertar ante la presencia de él y era cada vez más imponente.

Cada vez era más difícil ignorarlo.

Así que siguió su camino al interior, intentando no estar tranquila de que Jaekhar la siguiera cada vez más cerca.

(...)

Encontraron a Daerys en un segundo piso, admirando desde una barda un patio sin techo que estaba lleno de escombros.

Jaekhar se había separado casi de inmediato cuando notó lo que su hermano estaba admirando; un grupo de brujas estaba limpiando el lugar donde una enorme pared se había derrumbado hacia muchísimo tiempo. Arwan estaba entre ellas, dirigiendo a las jóvenes chicas, otorgando diferentes tareas mientras estas obedecían sin reproche.

Sander estaba entre ellas. Ya no llevaba la capa que había traído desde su llegada a Nivhas. El día soleado había comenzado a calentar la tierra de las brujas. No hacía calor, precisamente, pero la temperatura ya no ameritaba todas esas capas de ropa encima. Jaekhar se aceró cuando notó que estaban intentando deshacerse de todo ese desastre.

Pero Zeerah había seguido su camino hasta el príncipe más joven, quién estaba recargado contra la muralla, mirando desinteresadamente hacia un libro que reposaba sobre la roca. Su cabello blanco atrapaba ocasionalmente un rayo de luz y lo hacía relucir entre todos esos pasillos oscuros. 

Ella tomó un respiro antes de caminar el último tramo hasta Daerys.

—Milady Zeerah, de habérmelo pedido, habría estado encantado de ayudarla a dibujar las marcas —dijo sin levantar la mirada de su libro. Ella casi se frenó por la impresión, aunque si se movió más lento hasta él.

—Lo... viste —intuyó ella, acortando finalmente la distancia, parándose justo a un lado de él.

—Si. Pero no suelo entrometerme hasta que alguien me lo pide. Lamento no haberle sido útil.

—No, no... está bien. Yo... admito que habrían sido perfectas si tu las hubieras dibujado. Pero espero que estos al menos sean... convincentes —Zeerah dejo a un lado, con mucha delicadeza, el manojo de pergaminos enrollados junto al libro que el príncipe estaba leyendo. Atrapó una que otra palabra ininteligible por el rabillo del ojo. El libro no estaba en su idioma.

Daerys la miró primero, con esos arrebatadores ojos azules que le habrían quitado la respiración a cualquiera.

El príncipe era hermoso. Nada comparado con su hermano. Jaekhar era muy atractivo a la vista, eso no era ninguna revelación. Habría llamado la atención de cualquier persona a donde quiera que fuera. Pero Daerys... te arrebataba la respiración. Muy lejos de la complexión alta o los rasgos fuertes, él era todo bordes suaves y elegantes, piel de porcelana y mirada intimidante. Era imposible apartar la vista de él.

—Para ser la bruja quién más parece importarle su tierra, debería pensar mucho más de usted, milady —contestó antes de abrir los pergaminos, no para analizar la forma en la que ella había plasmado las marcas, se dio cuenta, sino para intentar hallar un sentido en esa especie de... idioma. Uno que parecía mucho más antiguo que su propia civilización.

—No soy una lady.

Los ojos de Daerys volvieron a los suyos. Zeerah casi entró en pánico.

—Sé que solo es una... formalidad, pero- no. No tengo ni un poco de sangre real en mi, solo soy una bruja. Preferiría si me llamarás por mi nombre... por favor.

—Solo una bruja —repitió el príncipe como si él intentara encontrar otro significado para la frase. Frunció levemente el ceño—. Eres la bruja que intenta salvar a su pueblo. La bruja que descubrió el poder de mi hermano. La única bruja que parece temerle a su matrona y no desvivirse por ella como el resto.

Daerys señaló levemente el grupo de brujas que se aglomeraban en torno a Arwan en el patio de abajo.

Zeerah se quedó completamente quieta ante las palabras de Daerys. Se dio cuenta de que él estaba hablando con un tono muy bajo, que esas palabras no eran una conversación casual para él, era privada, dirigida solo para ella.

—Y creo... que también eres la más poderosa de todas.

—Eso es mentira —contestó demasiado rápido como para sonar creíble. Zeerah se arrepintió de inmediato. No por el tono asustado con el que habían saltado esas palabras, sino porque Daerys alzó una ceja, como si hubiera comprobado que tenía razón.

Daerys dobló los pergaminos y los metió dentro de su capa, pero su libro permaneció sobre la muralla que rodeaba todo ese balcón. Puso sus brazos detrás de su espalda antes de seguir hablando.

—La primera vez en que te vi, llevabas esos caballos contigo. Los detuviste con tu magia. Sander y yo lo sentimos. Y esa onda de poder ha continuado desde entonces. Empezó débil, aunque ha crecido durante estos días, pero a pesar de que he visto como las demás brujas sienten como su poder despierta... parece que el tuyo nunca estuvo dormido. No del todo.

Zeerah se sentía de piedra. No quería moverse, no quería exhalar el aire que tenía en sus pulmones. Tenía miedo de apartar la mirada. Pero se obligó a relajarse.

—Lo viste... ¿o lo sacaste de mi mente?

—No suelo meterme en la mente de los demás y tampoco tengo que recurrir a mi poder para ver lo que a simple luz se oculta. Tan solo he prestado atención —dijo sin inmutarse. Zeerah no sabía si estaba enojado o tranquilo, ni siquiera se mostraba victorioso por obtener esas reacciones de la bruja.

Se encontró nerviosa de un momento a otro. Supo que si intentaba cambiar de tema, él lo sabría antes de que ella intentara hablar. Dijo lo primero que le vino a la mente.

—No pedí por esto.

Daerys se irguió.

—Ninguno de nosotros pide y aún así se nos otorgan las cosas. ¿No es irónico?

Entonces el príncipe sonrió. No abiertamente, como su hermano. No de una manera radiante, como Mel. Ni siquiera desconcertantemente, como la Matrona. Daerys sonreía con los labios cerrados, alzando las comisuras de sus labios tan imperceptiblemente, que no parecía que estuviera sonriendo en absoluto. Pero era un gesto sublime, eso desató una sonrisa de ella.

—No voy a decirle a nadie, si eso es lo que te preocupa —dijo el, regresando a su posición casual contra la muralla. Sus ojos se dirigieron de nuevo hacia abajo, así que Zeerah lo imitó.

—Incluso aunque se lo dijeras a alguien, no creo que las cosas cambiarían mucho —murmuró, encontrándose con la imagen de Jaekhar y Sander, con las camisetas arremangadas, sosteniendo un par de viejos picos. Estaban destruyendo los grandes escombros de piedra para poder transportarlos mas fácilmente fuera del castillo.

—Las cosas cambian cuando lo necesitan. Ya sea cuando alguien lo impone o cuando finalmente el mundo las hace ceder, a eso, muchos lo llaman destino.

—Entonces ¿crees que es el destino quién ha hecho que todo esto suceda?

—¿Que suceda qué?

—Su llegada.

Zeerah apartó la mirada de abajo para regresar su mirada hasta Daerys.

—Tal vez. Pero, sea lo que sea lo que haya originado esta alianza, planeo cederle mi confianza.

Ella no lo descubriría hasta después, pero en ese momento, el príncipe Daerys Akgon le estaba ofrenciendo su amistad. Y aunque Zeerah no lo supiera, estaba apunto de aceptarla.

Ambos regresaron su vista hacia abajo, donde Jaekhar estaba diciendo algo que hacía reír a las brujas a su alrededor. Mel llegando con una bandeja llena de bebidas. Zeerah casi sonrió de nuevo ante el curioso pensamiento: brujas y Akgon conviviendo tranquilamente. Pero antes de que pudiera hacer cualquier otra cosa, escucho pasos a su espalda.

—Zeerah ¿Dónde te habías metido? te he estado buscando desde el almuerzo.

Arwan caminaba hacia ellos. Sus manos entrelazadas sobre su abdomen mientras se acercaba. Ese día tenía el cabello sujeto por una trenza que afinaba los rasgos rudos de su rostro. Sus ojos parecían completamente grises, pero ese día lucía menos pálida de lo normal.

Todo dentro de Zeerah le pidió que corriera o que bajara la cabeza. Pero su parte coherente la obligó a mantenerse justo ahí.

—Matrona —ella dip una corta reverencia, sintiendo a Daerys girarse para encarar a la bruja líder.

—Oh, príncipe. Que agradable es encontrarlo también, pensé que estaría en la biblioteca.

—Por mucho que me guste el silencio, milady, a veces encuentro que puede ser muy aburrido.

Zeerah noto la verdad oculta en las palabras de Daerys: Ya no iba a estar solo. No después de esos ataques en la biblioteca. Tal vez no volvería a ese sitio, no sin la presencia de su hermano o el otro chico Alfa. Pero supo que no le habían hablado de eso a Arwan.

—Me parece bien. Aunque sí Zeerah lo esta interrumpiendo, puedo llevármela para que continúe con su lectura.

La morena se sintió enrojecer. Estaba acostumbrada a que Arwan la considerara inservible, pero enfrente del príncipe... Casi quiso usar su poder para flotar muy lejos de ahí.

—En absoluto —se apresuró a contestar Daerys—. Zeerah es una de mis compañías favoritas actualmente. Odiaría< que ella piense lo contrario.

Eso pareció descolocar a la Matrona. Arwan parpadeó un par de veces antes de decir:

—Eso es maravilloso —sin ningún atisbo de felicidad—. Entonces me causa mucha pena molestarlos, pero estaba buscando a mi sobrina. Es imperativo que discutamos sobre la celebración que estamos por tener.

—¿Una celebración? —Daerys estaba haciendo un trabajo excepcional por fingir que ese era el tema que más le interesaba en el mundo. Zeerah se notó tan sorprendida que dejo de importarle su miedo por Arwan.

—Un baile, príncipe. Lo discutí con mis brujas y ellas están más que dispuestas a honrarlos con este festejo. Hemos iniciado con los preparativos esta mañana.

Zeerah estaba familiarizada con eso. Arwan lo había mencionado la noche en la que había llegado de su viaje a Lanzer, pero no pensó que sería casi de inmediato, teniendo en cuenta de que el palacio aun era un puñado de ruinas y que no había muchos cambios en el clima, por no mencionar la escasez de comida. Pero no iba a cuestionar la decisiones de su Matrona justo en ese momento.

—Esa debe ser la noticia más amena que he escuchado después de esta mañana, milady —comentó el príncipe, despertando de inmediato la curiosidad de Zeerah. ¿Qué se habría dicho en la reunión que Arwan había tenido con los hermanos? Lo guardo para más tarde.

—Me alegra oír que esta igualmente emocionado. Las invitaciones empezarán a enviarse mañana —murmuró distraídamente, mirando hacia abajo, como si pensar en regañar a sus brujas por no estar trabajando—. Por eso quería hablar contigo Zeerah. Tengo una encomienda para ti.

Zeerah ya presentía lo que se venía para ella.

—¿Si?

—Necesito que entregues personalmente nuestras invitaciones para nuestras hermanas brujas del Oeste. Espero que puedas salir mañana a primera hora.

Zeerah apretó la mandíbula, pero se obligó a asentir. Sintió la mirada de Daerys, pero el príncipe supo no decir nada respecto a eso.

—Cuando te encuentres libre, buscame para que pueda darte las instrucciones para tu viaje, por favor.

—Si, Matrona.

Arwan les sonrió forzadamente a ambos antes de regresar por la dirección en la que había venido, dejándolos nuevamente solos.

—¿A dónde... —empezó el príncipe, pero Zeerah se apresuró a tomar el libro de la muralla y luego la mano de Daerys para jalarlo suavemente consigo.

—Ven, tengo que darte algo.

(...)

Zeerah guió con premura a Daerys por el castillo hasta que se encontraron en un pasillo lleno de puertas que estaba muy cerca a donde los príncipes mantenían sus habitaciones, solo que en esa ala del palacio, era donde dormían las brujas.

Daerys encontró difícil memorizar en la puerta que le correspondía a la morena, puesto que todas eran idénticas, pero la de ella tenía una especie de rayón peculiar junto a la manija.

Entonces ella la abrió y lo dejó pasar antes de cerciorarse de que nadie los hubiera seguido, cerrando tras el príncipe. Daerys tenía las cejas alzadas cuando se giró de vuelta.

—Lamento eso —Zeerah se movió hasta la cama poniéndose de rodillas para sacar algo de abajo.

Daerys aprovechó esos segundos para observar el entorno; la habitación era de la misma piedra que todo el castillo. No había suelos de mármol o diseños en las paredes como en la habitación que les habían cedido a ellos. Ahí solo parecía una de las tantas habitaciones que un palacio solía tener reservadas para la servidumbre. Por fuera, las puertas habían estado tan juntas, que supuso que todas las brujas en Gindar dormían en sitios similares.

La pequeña estancia solo tenía una cama, un viejo escritorio y un armario. Nada más. Ninguna señal personal que distinguiera esta habitación como de Zeerah. Nada en las paredes, nada junto a la cama, y sobre la almohada, solo había un viejo libro delgado que parecía ser una vieja novela para niños.

—¿Esta es tu habitación? —preguntó él, porque por un momento pensó que tal vez habían irrumpido en una ajena.

—Si —fue todo lo que ella dijo a través de una exhalación. Un crujido y ella había sacado una caja larga y pesada que parecía contener al menos diez libros de distintos tamaños y épocas—. Aunque casi nunca paso mi tiempo aquí. Pero... si Arwan va a mandarme lejos, no me arriesgaré a dejar estos aquí.

Daerys dio un paso al frente, mirando hacia abajo en donde la bruja sacaba poco a poco los libros y los posicionaba sobre la cama uno sobre el otro. El príncipe tomó uno para examinarlo.

—"Los Antiguos Dioses" —leyó en voz alta, pasando sus manos por la portada desvencijada y los bordes golpeados. Alcanzó el siguiente—. "La Gran Conquista del Sur, Richard Tolero"... Nunca había oído de estos libros ¿Dónde los conseguiste?

Zeerah regresó el cajón de madera debajo de la cama, levantándose y limpiando su vestido. Uno de sus rizos le cayó sobre la frente.

—Son.. viejos. Como muy viejos. Los... robé. Se habrían destruido con el tiempo. Son de los niveles más bajos de la biblioteca. Arwan no nos dejaba leerlos porque decía que no servían de nada.

—Un libro siempre es útil —respondió Daerys y Zeerah casi juró que estaba molesto.

—Por eso los saqué. Esos no son los únicos. Tengo más en el bosque, pero estos... son importantes. No quería arriesgar a que se mojaran o se lastimaran más. Por eso los tenía aquí. Pero si me voy...

—¿Te irás?

—Arwan quiere que entregué las invitaciones al Oeste. Me tomará días ir y regresar.

—¿A dónde?

—Lanzer. Es a donde ella fue. Habría podido mandar la invitación por correo, pero si no lo hizo así... me imaginó que no se habrá marchado en buenos terminos con las brujas de ahí. Supongo que lo descubriré pronto.

Daerys alzó una ceja antes de preguntar:

—Pensé que Gindar era el único sitio donde había brujas.

—No. Cuando Nivhas era una tierra poderosa, tenía muchos aquelarres. No se llamó "La tierra de las brujas" por nada —dijo con una aire orgulloso—. Con el tiempo, muchas se marcharon y abandonaron sus aldeas. Solo queda nuestro clan... y el de Lanzer. Ellas tienen su propia Matrona. Han pasado años desde que vimos una bruja de ahí.

El príncipe asintió, examinando esa nueva información.

—Pero realmente, te traje aquí por otra razón —dijo, tomando asiento en su cama, quitándose su capa para alcanzar algo dentro del bolsillo de su vestido. Los ojos de Daerys brillaron cuando ella le mostró el libro—. Lo encontré... hace unos días. No sé como llegó a mi, pero lo hallé entre mis cosas. No sabía que era tuyo hasta hoy. Tu hermano me dijo que eras un excelente artista.

El diario cuidadosamente encuadernado casi estaba intacto de no ser por unas partes de la cubierta trasera, pero ahí estaba. Daerys suspiró de alivio cuando lo tuvo entre sus manos.

—Pensé... que lo había perdido. Venía en mi equipaje.

—Lo lamento. Por lo del equipaje, por como los traté cuando llegaron, por haberme quedado con esto aunque sabía que no me pertenecía.

—Lo has devuelto.

—No tenías porque haberlo perdido en primer lugar.

—Eso ya no importa. Agradezco porque me lo dieras de regreso. He tenido esto desde que soy un niño —Zeerah estaba maravillada ante la mueca casi reverencial que el príncipe tenía ante ese cuaderno.

Zeerah habría podido acompañarlo de regreso con al patio después de eso. Luego regresaría para poder esconder todos esos libros en el bosque o para buscar otro sitio en lo que ella regresaba de Lanzer. Pero había algo en el aire... algo que vibraba en su pecho y sabía que no era la magia que despertaba el poder de Daerys.

Se aclaró la garganta y pidió en una voz suave:

—¿Podrías... cuidar de estos libros por mí? Los aprecio demasiado y no puedo ni pensar en que haría Arwan si se entera de que los tengo. Estarán más seguros si los tienes tú.

Daerys pareció extrañado al principio, sorprendido, y ella notó otra diferencia que tenía con Jaekhar; el mayor era metal, sólido e impenetrable. Jaekhar era una espada, pero Daerys era igual de fuerte. Tal vez no un arma, pero su cualidad moldeable lo hacía apto para cualquier cosa. En ese momento, Zeerah notó que el menor era una corona. Elegante, bella y un claro símbolo de liderazgo.

Algo terminó de solidificarse en la mirada del príncipe.

Una amistad.

Y eso habría sido respuesta suficiente para ella, pero Daerys proclamó:

—Los cuidaré con mi vida de ser necesario, Zeerah.

Ella casi suspiró de alivio, o tal vez lo hizo, pero el príncipe no hizo ningún comentario sobre eso.

Había pasado tanto tiempo en el que ella había confiado en alguien de esa manera, que casi se sentía extraño. La única persona a la que ocasionalmente solía contarle cosas, era a su prima. Pero Mel se había convertido en una opción descartable cuando comenzó a crecer y admirar tanto a su madre que Zeerah vivía con el miedo constante de que algún día se pusiera del lado de Arwan.

Ahora estaba confiando en un Akgon...

Pero esto... no se sentía extraño. No para nada.

—¿Quieres que te ayude a llevarlos a tu habitación? —dijo pasados unos segundos. Daerys negó lentamente, dirigiéndose hasta la puerta.

—No, ya tengo ayuda —cuando la abrió, Zeerah se sorprendió de ver a Sander de pie en el pasillo. Tenía una expresión amenazadora en su rostro, como si hubiera estado debatiéndose en derrumbar esa puerta para llegar hasta Daerys.

Esta vez, Zeerah no pudo evitar su sonrisa, una que Daerys le devolvió sin reparos.

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