Nadie duerme en Tokio |KageHi...

By LauArcher

37.3K 4.1K 12.3K

Hinata se va a Brasil y quiere despedirse. Kageyama se va a Tokio y odia las despedidas. Sus caminos se cruza... More

Capítulo 1. Finales y comienzos
Capítulo 2. Lo que pasa en Brasil...
Capítulo 3. El ninja y el pibe
Capítulo 4. Si lo quieres tendrás que sangrar por ello
Capítulo 5. Vóley en estado puro
Capítulo 6. Ganadores vs perdedores
Capítulo 7. Un lugar seguro
Capítulo 8. Hazme volar
Capitulo 9. Mi persona favorita
Capitulo 10. Mientras yo este aquí
Capítulo 11. El mordisco del chacal
Capítulo 12. Terapia
Capitulo 13. Shouyou, Shouyou, Shouyou
Capítulo 14. Suaveyama
Capítulo 15. Arruinador de alegrías
Capítulo 16. Para que hoy no ganen los malos
Capítulo 17. Aprender a vivir pese al miedo
Capítulo 18. A tumba abierta
Capítulo 19. Castillos en el aire
Capítulo 20. Dream Team
Capítulo 21. El escenario mundial
Capítulo 23. Demasiado bueno para este mundo
Capítulo 24. Brazilian Rhapsody
Capítulo 25. El lado dulce de la vida
Capítulo 26. La grieta
Capítulo 27. Un idiota naranja, un estúpido virgen

Capítulo 22. Lo que no sabes de tu padre

1K 119 260
By LauArcher

Yamagawa guardaba silencio, como casi siempre que iban en coche. En la radio sonaba una música americana, un grupo de nombre impronunciable. La boca le sabía a la tónica que había bebido, un poco amarga en la punta de la lengua. La noche era oscura, el vehículo parecía levitar sobre la calzada mientras la mente de Kageyama viajaba a todos los lugares de su infancia.

Los recuerdos de su padre parecían viejos objetos tapados con una sábana, y ahora él, al ir descubriéndolos, se daba cuenta de que no los reconocía. Estaban distintos. No sabía si era su propia memoria traicionándolo, o es que los recuerdos de un niño no son totalmente reales. Eso decía Miwa a veces. Papá no era tan malo, era casi su consigna. Kageyama no podría decir si su padre era malo o no, él no era juez ni dios. Lo que sí recordaba es que su padre le rechazaba, y fuese o no real, era un sentimiento del que no podía deshacerse.

Mura, ese era su nombre. Kageyama, al final, empezó a llamarle así. Mura. Sin honoríficos, sin nada, muy lejos del papá que usaba cuando era un crío. Sólo seguía refiriéndose a él de esa forma con su hermana, porque sabía que le dolía oírle referirse a él por su nombre propio.

—Piensa en lo que hablamos esta noche —dijo Yamagawa, aparcando frente al apartamento de Kodaira. En un par de días jugaba con los Adlers, y esa fue la excusa para decirle que le llevase allí—. Reconocer los errores ajenos nos sirve para no cometerlos.

Kageyama se desabrochó el cinturón de seguridad.

—Yo no soy mi padre —dijo, serio, mirando al frente. Yamagawa rió por la nariz, soltando el aire.

—No. No lo eres, aunque tengas sus ojos —Kageyama se giró hacia él—. Vamos, vete a dormir. Piensa en todo esto y vuelve el lunes al CAR. Aprovecha que jugáis en Sendai para ir a tu casa. Quizás tu madre tenga cosas de Mura que te apetezca ver. Quizás te ayude a descubrir lo que no sabes de tu padre.

Kageyama asintió con la cabeza. Antes de bajarse del coche se le ocurrió una cosa más.

—¿Qué pasará con la Liga de las Naciones?

—Está en tu mano. Reflexiona sobre ello.

Kageyama subió por las escaleras, como siempre, cargando el peso de su bolsa deportiva sobre el hombro. Eran las dos de la mañana, así que introdujo la llave en la cerradura con cuidado, sintiéndose un poco adolescente. Recordó la primera vez que bebió alcohol, con Hinata, en el Ceskoya. Llevó a casa tan borracho que no fue capaz de abrir la puerta y tuvo que dormir en el felpudo, porque no había nadie al otro lado para abrirle. Su abuelo había muerto hacía mucho y su hermana ya vivía en Tokio. Se despertó con mensajes de Hinata en el teléfono y la decisión firme de que el alcohol quedaría fuera de su vida.

En cuanto entró en el pequeño apartamento vio la luz de la cocina, a la derecha, encendida. La puerta estaba entreabierta, así que se descalzó y, con cuidado, entró.

Hinata estaba sentado en la mesa blanca, con la cabeza apoyada sobre los brazos, dormido. Tenía delante un vaso enorme de leche y dos cartones vacíos al lado. Había vertido el contenido ahí, porque era un idiota y le gustaba beber en uno de esos tazones enormes de desayuno. Kageyama se fijó en su ropa. Llevaba el chándal del CAR, no se había cambiado de ropa ni se había puesto el pijama.

Este idiota.

La casa estaba fría, así que lo primero que hizo Kageyama fue encender la calefacción. Después volvió a la cocina, cogió el tazón de leche y lo metió en el microondas para calentarlo. Ni siquiera eso despertó a Hinata. Se acercó a él, un poco hipnotizado por el sueño. Le dolía la cabeza, había sido una noche intensa. Yamagawa había conseguido mover cosas dentro de sí mismo que llevaban demasiado tiempo dormidas. Sin embargo, ahí, con el calor de los radiadores empezando a hacer su magia, con Hinata tan cerca, Kageyama se sentía como un lobo que por fin llega a su madriguera.

Posó la mano derecha sobre su cabeza, hundiendo los dedos en sus mechones naranjas, despacio. Hinata era cálido, hasta el último pelo naranja y loco. Eso no era ninguna novedad. Siempre lo fue, pero antes no podía tomarse el lujo de tocarle sin prisa. Sonrió un poco para sí, observando su movimiento desde arriba. Hinata se apretujó contra sus brazos, giró la cara sin abrir los ojos. Kageyama se fijó en su nariz, pequeñita y pecosa. Linda. Probablemente no le gustaría que se lo dijese. Tampoco conocería las palabras correctas para hacerlo. Dejó que los dedos se moviesen por su cabello, lentos, acariciándolo con mimo, trazando formas aleatorias.

MmmyamaKageyama sonrió más, se mordió la punta de la lengua mientras sus dedos volvían a moverse, repitiendo la caricia— ¿...hora?

—Tarde —murmuró, deteniéndose en un enredo naranja y usando dos dedos para deshacerlo. Hinata ronroneó como un gato—. ¿Has cenado?

Mmno.

—Ve a la cama. Te llevo la leche.

—¿A tu cama? —Hinata seguía con los ojos cerrados. Kageyama detuvo la caricia, sin alejar la mano.

—Sí. Si quieres.

—¿Tú quieres? —susurró, todavía con la voz de estar medio dormido. Kageyama se humedeció los labios, mientras Hinata, buscando más caricias, movía la cabeza hacia su mano. Le recompensó con un gesto más amplio, un recorrido que incluía su ceja y un poquito de su mejilla, para acabar en su oreja, sobre el piercing. Tenía algo con ese maldito pendiente—. Pensé que me odiabas un poquito.

—Qué dices.

—Ya sabes —murmuró—. Novios que me duran un polvo.

Todavía tenía los ojos cerrados. El microondas pitó avisando de que la leche ya estaba caliente, pero Kageyama no se movió.

—Lo siento.

—Da igual —Hinata abrió los ojos y se incorporó. La mano de Kageyama cayó desde su cabello hasta su hombro—. Es la verdad. Además, ¿qué has hecho? ¿Me has pedido perdón de verdad, tú?

—Calla, idiota. Vete a la cama.

—¿Vas a contarme qué pasó con Yamagawa?

—Sí.

—¿Ahora?

—Cuando te metas en la cama y te comas los cereales.

Hinata rió un poco, mirándolo desde abajo. Su risa tenía algo de primavera, un ejército de flores atrapado en su garganta. Kageyama había perdido el control de sus sentimientos, lo sabía. Se había roto la presa y el agua salía por todas partes.

—Bueno, vale. Pero antes quiero mi beso.

—Qué beso.

—El de reconciliación —dijo, levantando las cejas con su mejor gesto angelical—. Me has pedido perdón. Ahora bésame como si tuvieses miedo de perderme para siempre, o algo.

—Tienes que dejar los manga shojo.

—Vamos, Tobio —susurró, cogiéndole de la camiseta y tirando un poquito hacia abajo. Kageyama tenía que controlar la respiración para no derretirse como un helado en pleno verano, sólo con el sonido de su nombre en sus labios—. Si lo haces bien, tal vez te perdone. Si no pues ya sabes, tendré que buscarme otro novio. Tal vez el siguiente me dure dos polvos, o a lo mejor él no-

Kageyama le sujetó con la mano derecha por la nuca y se agachó hasta su altura, conduciéndole hasta él. Venció la suave resistencia de sus labios cerrados y paseó con su lengua hasta el cielo de su boca. Hinata le agarró por la camiseta con fuerza, tirando más hacia abajo, obligándole a ir más profundo. Kageyama aceptó, porque no había nada que pudiese negarle. Era una evidencia. Le había atrapado. Prolongó el beso el tiempo necesario para recorrer cada rincón de su boca, para acariciar su lengua y tragarse cada jadeo suave, cada respiración.

Cuando se separó, Hinata estaba tan sonrojado que parecía arder. Eso le gustó, y volvió a besarle, más bruto, más desordenado, usando la otra mano para sujetarle la cara y tocarle los labios. Hinata le devolvió un beso igual de indomable, salvaje, casi caníbal, arrancándole una sonrisa.

—De qué te ríes, tú —susurró Hinata, respirando su aliento. Kageyama le pellizcó la oreja.

—Eres bruto.

—¡Oye! ¡Soy buenísimo besando! —dijo, empujándole un poco. Kageyama se incorporó, con una sonrisa de altanería en su cara—. No me mires así, ¡soy el rey de los besos! ¡Todo el mundo que me ha besado se ha quedado muy satisfecho! Podría... Podría montar una academia de morreos, en plan la gente pagaría porque yo les diese un poco de mi lengua mágica. ¡Así que no te quejes!

—No me quejo —dijo, encogiéndose de hombros y girándose a por el tazón de leche, que seguía pitando en el microondas—. Me gusta... tu lengua mágica.

Dijo las palabras con un poco de burla,  y Hinata le lanzó la servilleta.

—¡Ah, Bakayama! ¡Te odio! —dijo, profundamente sonrojado. Se levantó y se acercó a la puerta—. ¡Ya puedes traerme un montón de cereales o no te perdonaré!

—Ya me has perdonado, idiota —replicó, devolviéndole la servilleta en un lanzamiento que atravesó la cocina. Hinata lo cogió al vuelo, se dio la vuelta para salir y entonces... Entonces Kageyama se dio cuenta—. Oi, Hinata.

—¿Qué? ¿Quieres pelea? —respondió, dándose la vuelta con las manos en posición karateka. Kageyama se acercó a él en dos pasos, con el tazón de leche en una mano.

—Tu pierna. Has cojeado.

—Ah, eso. No es nada. Una sobrecarga.

—Déjame verla.

—Pesadoyama, pensé que me ibas a llevar los cereales la cama.

—Bájate los pantalones.

Hinata silbó exageradamente.

—¡Vaya con Virgenyama! —Kageyama le dio un manotazo en la nuca, despacio para no derramar la leche. Hinata gritó un poco pero también se rió—. Vale, vale, ¿pero lo hago con música? Puedo bailarte.

—Solo bájatelos, idiota —murmuró, sin poder ocultar su estúpido sonrojo. Hinata se giró y se bajó los pantalones hasta las rodillas. Llevaba unos bóxers negros que se apretaban demasiado por todas partes, y Kageyama deseó que el dios de la heterosexualidad le poseyese unos segundos para poder centrarse. Se colocó detrás de él y se agachó hasta estar en cuclillas. Dejó el tazón de leche a su lado y buscó la cicatriz. Aparentemente no se veía morado, ni hinchado—. ¿Puedo tocarte?

—Puedes tocarme.

Kageyama ya le había tocado la pierna, como un millón de vidas atrás, en la casa de Miwa. Entonces no había pasado nada entre ellos, entonces no había tenido la epifanía más apoteósica probando su boca, entonces no le había tenido arrodillado ante él, abrasándole la sangre.

Deslizó los dedos desde la parte trasera de la rodilla, siguiendo la línea de músculos que conocía bien. Le gustaba la anatomía, tenía algunos libros. Había aprendido un poco de fisiología deportiva, porque quería cuidarse, quería conocer su cuerpo, entender lo que dolía, lo que molestaba. Trazó el femoral, con tiento, buscando alguna expresión. Hinata tenía pecas por todas partes. Era...

—Estoy bien, Dramayama.

—Estás muy bien —murmuró, ausente, tocando la carne sobre la rodilla, ahora con las dos manos. Subió un poco más, hasta encontrarse con el dobladillo del bóxer, y Hinata rió suave.

—¿Estoy muy bien? ¿Quieres decir que estoy muy bueno?

Kageyama se fijó en dos lunares donde el calzoncillo empezaba a estorbar.

—No estás mal.

Retiró un poco la tela hacia arriba para observarlos bien. No era justo para ellos no dedicarles atención, así que los acarició.

—Ah, Pornoyama. Pensé que ibas a valorar mis heridas.

—Estoy valorándolas.

—Estás metiéndome mano.

—Puedo hacer dos cosas a la vez —murmuró, subiendo más el calzoncillo mientras con la otra mano tocaba la zona de la cicatriz. La piel estaba suave. Hinata pareció tensarse—. ¿Te duele ahí?

—No.

Apretó un poco más fuerte y volvió la tensión.

—Mientes como la mierda.

—No me duele. Es una molestia. Tengo la musculatura sobrecargada. Le he mandado un mensaje a Ennoshita, está en Tokio. Mañana me va a dar un buen masaje y tal vez me ponga una de esas vendas geniales para prevenir.

Kageyama no estaba convencido. Siguió tocando el muslo, amasando la cicatriz con mucha suavidad, deshaciendo la tensión en el cuerpo de Hinata. Le gustaba la mezcla de su piel, suave, delicada, las pecas castañas, el músculo fuerte. Lo único que no estaba bien ahí era su cicatriz.

—Vi la fotografía —susurró, usando los pulgares para tocar el extremo más bajo—. Del día que te la hiciste. ¿Qué pasó después?

—Bonito tema de conversación, pero hoy te toca a ti contarme qué ha pasado —replicó, mirándole desde arriba—. Y mis cereales. Y la leche. Y tal vez puedes quitarte los pantalones para que estemos en igualdad de condiciones, ya sabes.

—Idiota, esto es más importante —se quejó, deslizando los dedos más arriba—. Se trata de tu pierna. No puedes jugar al vóley sin ella.

—¿Tan mal lo ves que ya quieres amputar?

—Eres idiota.

—Medicoyama es muy aburrido. Quiero que vuelva Pornoyama.

Kageyama bufó, este tío es idiota, y como represalia definitiva acercó la cara hasta su culo, sobre el calzoncillo, y le mordió en una de las nalgas. Hinata gritó como si le hubiesen pegado un tiro, y le miró desde arriba, con el ceño fruncido y gesto de escándalo.

—¿Qué? —preguntó Kageyama, sonriéndole con maldad—. ¿Nunca te han mordido el culo?

—¡No, obviamente! —gritó, intentando atraparle. Kageyama se estaba divirtiendo más que probablemente en los últimos tres años de su vida. Pues a mí me gusta morderte el culo, pensó, inmovilizándole con las manos en sus caderas y volviendo a moderle, esta vez con más fuerza. Hinata convirtió el grito de queja en un jadeo—. Dios, Tobio. T-tenemos que hablar, me estás distrayendo.

Tu culo lleva distrayéndome desde los quince.

Sin pensar, bajó un poco de la tela del bóxer para descubrir media nalga. Después mordió, esta vez de verdad, sus dientes contra la carne dura, músculo suave contra su cara. Usó la lengua para ayudarse, un poco emocionado.

—Mierda —dijo Hinata, más un gemido que una palabra. A Kageyama le encantó el sonido. Quería otro igual. Iba a volver a morder, pero Hinata se giró y su boca acertó en el hueso de la cadera. Tampoco era mal lugar. Lo lamió y mordió, cerrando los ojos. Sintió la mano de Hinata en su cabello, tirando suavemente—. Tobio, estúpido. Q-quiero mis cereales.

—¿No quieres esto? —preguntó, suave, abriendo los ojos para mirarle. Entonces se dio cuenta de que estaba muy sonrojado. La visión era bonita. Hinata le acarició la cabeza. Se notaba nervioso.

—Sí, pero no así, en plan loco en la cocina. No lo has hecho nunca.

—¿Y qué?

—Que quiero que no lo olvides.

—Tampoco había hecho lo del tren —murmuró, frunciendo el ceño. Hinata se sonrojó el triple, y le dio un golpe más fuerte con la mano abierta, sobre la cabeza—. ¡Au, idiota!

—¡Lo del tren fue un arrebato! Me volví loco, ¿vale? No me controlé.

—No tienes que controlarte conmigo.

—Claro que sí —murmuró, arrastrando los dedos por su cabello. Kageyama sentía la calidez de la piel de su cadera contra la mejilla—. Eres un inocente chico virgen, y yo un dios del sexo.

—Tú eres imbécil.

—¡No niegues la evidencia! —exclamó. Kageyama se puso de pie de golpe. Tiró de sus calzoncillos hacia arriba hasta colocarlos en su sitio y después le lanzó una mirada de amenaza. Hinata volvió a colocar sus manos en posición karateka—. ¿Q-qué?

Sin mediar palabra, Kageyama le cogió como si fuese un saco de patatas. El pantalón, por las rodillas, quedó colgando en el aire, y Hinata empezó a gritar como un loco. Kageyama, sin soltarle, avanzó hacia la habitación. Le lanzó contra la cama sin delicadeza, y Hinata se giró y se quedó sentado, mirándole con más sonrojo que otra cosa.

—Voy a por la leche y los cereales. No te muevas.

—¡Bueno pero ponle un poco de cacao!

Kageyama volvió a la cocina, recogió el tazón olvidado, echó cacao a la leche y lo removió despacio, pensando, un poco abstraido. Hinata le hacía evadirse de todo. De Yamagawa, de Spring 90, de los Juegos Olímpicos. Pero...

—Toma —le entregó la bandeja con los cereales y la leche. Hinata estaba dentro de la cama, tapado con las mantas—. Y ya puedes mover tu culo de dios del sexo. Ese es mi lado.

—¿Qué? ¡No! ¡Es el mío!

—Hinata, muévete.

—No ¡y no empujes, que tiras la leche!—. Kageyama se sentó en los pies de la cama, se deshizo de los vaqueros y se quedó en calzoncillos. Le miró desde allí, mientras Hinata le sacaba la lengua y atacaba la leche con cereales—. No te preocupes, Tobio. El lado izquierdo no está tan mal.

—Mejor que pienses eso, porque vas a dormir en él.

—No lo creo, sabes —murmuró, comiendo una cucharada de cereales gigante.

—Ya verás como sí.

Comió dos cucharadas más y después le miró. Había encendido la lampara de la mesita, y la luz era tenue.

—¿No te metes dentro?

—Estoy esperando a que acabes con la leche. Entonces podré sacarte a patadas de mi lado.

—¡Eres maligno! ¿Así quieres seducirme?

—Come rápido.

Hinata se ralentiza adrede. Tardaba media puta hora con cada cucharada.

—Entonces, Tobio —dijo, con la boca tan llena de cereales que Kageyama tuvo que hacer un esfuerzo importante para entender algo—. ¿Hubo terapia?

—Ya te dije que eso se acabó.

—¿Chicas?

—¿Qué chicas? —preguntó, un poco molesto. Quería lanzarle algo—. Estoy contigo, idiota.

—Ya, bueno. Otros estuvieron conmigo antes y, ya sabes, también con chicas.

—Pues qué estúpidos —le salió solo, y se sonrojó un poco nada más decirlo. Hinata sonrió como un idiota y se le escurrió la leche por la barbilla, tosió y escupió un puñado de cereales por todas partes—. ¡Mi cama! ¡Deja de escupir como una puta regadera!

—¡Que me estoy ahogando!

—¡Ahógate en tu lado! —Kageyama le arrebató los cereales y después, aprovechando que estaba tosiendo indefenso, intentó moverle hacia el otro lado. Hinata hizo fuerza, le arrastró y Kageyama acabó tumbado sobre él. Se miraron durante unos segundos que parecieron horas—. Tienes cereales en la cara.

—Quítate de encima de mí para que vaya a lavarme —murmuró, sonrojado. Kageyama apenas le dejó terminar, y posó la boca sobre su barbilla, llevándose con él un cereal solitario. Después hizo los mismo en la mejilla. Hinata jadeó con fuerza y volvió a hablar—. ¿Q-qué te dijo Yamagawa-san?

Kageyama estaba lamiendo un poco de leche de su mandíbula. Se detuvo para mirarle a los ojos.

—Me habló de mi padre.

—¿De tu padre? —. Con todo el pesar de su corazón se levantó de encima de Hinata, gateó por la cama hasta sus pantalones y sacó algo del bolsillo trasero. Una fotografía. Se la tendió a Hinata. Era un recorte de una foto más grande, y aparecían en el medio Yamagawa con la camiseta del Karasuno y el padre de Kageyama, Mura, con la sudadera de Shiratorizawa. Estaban abrazados por los hombros, como dos amigos de toda la vida. Mura miraba para la cámara,  y Yamagawa le miraba a él —¿Yamagawa jugó en el Karasuno?

—Mi padre le arrastró al vóley cuando eran niños. Después Yamagawa no pudo entrar en Shiratorizawa, y mi padre sí. Tenían un proyecto. Mi padre... Mura lo llamaba dream team.

Pero fue tu abuelo quien te enseñó a jugar. ¿Te habló alguna vez...?

—No. Nadie me habló de esto. Parece que mi padre no era muy bueno —dijo, observando el gesto de Hinata analizando la fotografía—. ¿Te has fijado en la camiseta de Yamagawa-san?

—Jugaba con el diez. Pero no entiendo... ¿Qué tiene todo esto que ver contigo?

Kageyama sacó otra cosa del bolsillo del pantalón y se la tendió. Era una libreta pequeñita, con anillas, del amaño de un yen.

—La escribió mi padre viéndome jugar. Eran anotaciones, se las enviaba a Yamagawa para que me ojease. De niño iba a mis partidos, pero no me dijo nada.

—¿Qué? ¿Y por qué?

—No le gustó lo que vio —lo dijo casi en un susurro—. Ya sabes.

—No, no lo sé. Eso es lo que dice Yamagawa, pero esta historia es extraña. ¿Si tan amigo era de tu padre, por qué no te dejó ir a su funeral?

—Fue mi decisión, Hinata.

—Yo te habría arrastrado de los pelos.

—Tú no eres él —Suspiró y le quitó la fotografía de las manos—. Me dijo que mi padre tendría más cosas entre sus recuerdos. Mañana iré a Sendai.

—¿Vas a casa?

—Tengo que hablar con mi madre. A lo mejor si veo sus cosas, encuentro algo que...

—Tobio, no me gusta nada de esto. Hay algo turbio. ¿Por qué te cuenta esto ahora?

—No lo sé.

—¿Te pidió algo?

Kageyama apretó los labios.

—Lloró... acordándose de mi padre. Me pidió un abrazo.

Hinata parecía alarmado. Le cogió del antebrazo.

—¿Te hizo algo? ¿No te haría nada raro, verdad?

—No, idiota, sólo me abrazó. Después volvió a estar como siempre. Me dijo que no le hablase de él a mi madre, que no se llevaban bien. 

—¿Y te dijo por qué tu padre dejó de jugar?

—Me dijo que por mi madre. Por mi hermana, también. Se casó joven, Miwa nació y él se tuvo que poner a trabajar y acabó dejándolo.

—¿Y qué pasa con tu abuelo?

—Tenían métodos distintos. Chocaban... Eso dice Yamagawa.

Hinata extendió la mano.

—Dame la leche.

—¿Eh?

—Dámela, Boboyama —Kageyama le pasó el tazón. Hinata se bebió los restos como si llevase tres días en ayunas y después se lamió los labios blancos, devolviéndole el tazón—. Voy contigo a Sendai.

—¿Qué? No. Tienes que descansar la pierna.

—Voy a ir contigo quieras o no. Me subiré a tu tren y me sentaré a tu lado, no puedes luchar contra eso.

Kageyama bufó.

—Fingiré que no te conozco.

—Te arrastraré al baño y seguro que me recuerdas.

Kageyama vio el brillo malvado en sus ojos, la sonrisa cabrona, y le empujó contra el colchón, poniéndose encima, inmovilizándole ambas manos por las muñecas, con una sola de las suyas.

—A lo mejor te arrastro yo a ti —susurró, sobre sus labios. Hinata rió, un poco sonrojado. Precioso.

—Pensé que no me conocías.

—No necesito conocerte para morderte el culo.

—Uo, Pornoyama ha vuelto —susurró, echó la cabeza un poco hacia atrás y le miró con un gesto de superioridad que, según acababa de descubrir Kagayama, podría estar entre las diez cosas más eróticas que había visto en su vida—. Sabes, hablas mucho, pero lo que cuentan son los hechos.

—Los hechos —repitió Kageyama, en un susurro.

—Los hechos —reafirmó Hinata. Kageyama cruzó la distancia y le besó, apoyándose sobre él con todo su cuerpo, hundiéndole suavemente contra el colchón mientras su boca le enseñaba los hechos—. Oi, oi, T-tobio... ¿Qué pasó?

—¿Mmm? —murmuró, mordiéndole en la mandíbula.

—En el hotel. Cuando me dejaste, ehm, solo. ¿Qué pasó?

Kageyama apoyó los antebrazos a ambos lados de su cara y se apoyó en ellos para levantarse un poco sobre él, lo justo para mirarle a los ojos.

—Yamagawa-san. Estaba abajo. Justo saliendo de la cafetería.

Hinata gruñó con disgusto.

—En serio, es un pervertido. ¿Te estaba siguiendo?

—No. Estaba con alguien. No sabía cómo contártelo.

—¿Eh? ¿Por qué? ¿Con quién estaba? —Kageyama le miró a los ojos. Hinata intentó levantarse, pero con su peso encima, era imposible—. ¿Con quién? ¿Quieres decírmelo de una vez, Bakayama?

—Joder, ya voy. Es que-

—Dios. Estaba con él ¿verdad? Era él. Está en Japón —Hinata de pronto tenía otro gesto. Uno totalmente distinto, que Kageyama no conocía. ¿Es....? ¿Miedo?—. Me dijo que vendría, me lo dijo, sabía que-

—¿De qué hablas?

—Joao —dijo Hinata, mirándole a los ojos. Los de él brillaban y respiraba demasiado deprisa—. Joao, es Joao, dímelo. ¿Era él? Tobio, dímelo, porque yo no-

—Cállate —susurró, poniéndole una mano en la boca. Quería calmarle, tranquilizarle, que dejase de mirarle así, pero sabía que no tenía las herramientas. Tendría que habérselo dicho antes, así que era mejor hacerlo así, sin más, sin anestesia...—. No era él. No sé qué te hizo ese capullo de tu entrenador pero no era él. Estaba con tu madre.

Continue Reading

You'll Also Like

417K 12.6K 94
Theresa Murphy, singer-songwriter and rising film star, best friends with Conan Gray and Olivia Rodrigo. Charles Leclerc, Formula 1 driver for Ferrar...
168K 6.1K 92
Ahsoka Velaryon. Unlike her brothers Jacaerys, Lucaerys, and Joffery. Ahsoka was born with stark white hair that was incredibly thick and coarse, eye...
583K 21.2K 96
The story is about the little girl who has 7 older brothers, honestly, 7 overprotective brothers!! It's a series by the way!!! 😂💜 my first fanfic...
155K 4.1K 79
Stray Kids is on tour! Ella wins a prize at the concert that ends up turning her entire life upside down. She uncovers the dark secrets to K-Pop and...