Entre París y Berlín

By xgomezc

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Tras tener que dejar España para estudiar en la universidad, Valentina llega con toda la ilusión a Milan, el... More

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| Comunicado
Segunda parte

20 | Valentina

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By xgomezc


Dos días más tarde estábamos en la estación de camino a Roma para ir a pasar un par de días en casa de Andrea Benedetti, el padre de Alessandro.

Curiosamente, esta vez no era yo la que estaba nerviosa. Observé al chico que tenía al lado, tenía el pecho agitado, hasta parecía que en cualquier momento le iba a saltar el corazón. Honestamente, sabía perfectamente que nada de lo que dijese lo iba a calmar, por lo que me limité a estar con él.

Pasadas unas largas tres horas, el tren se detuvo en la estación principal de Roma. Para mí, poder tener la oportunidad de visitar una ciudad como esa era todo un sueño. No solía viajar mucho, y a decir la verdad, estos últimos días he viajado más que en toda mi vida. Lo máximo que había viajado en casa, era para ir unos días a Barcelona.

Pero me estaba empezando a gustar la idea de viajar en tren para ir un par de días a otra ciudad.

Bajamos del tren y Alessandro resopló soltando una risa sarcástica.

Delante de nosotros se encontraba un chico, que parecía ser joven, vestido de traje con un cartel entre las manos que ponía nuestros nombres. ¿Ese era su padre?

—Ni siquiera se ha dignado a venirnos a buscar —susurró negando.

—Señor Benedetti —saludó el chico—, señorita Montero. Soy Enzo Ricci —se presentó—. Me ha mandado el señor Benedetti a buscarles. Su padre, me refiero —aclaró mirando a Alessandro. Por su expresión, no le hacía mucha gracia que su padre hubiera mandado a un chico a buscarnos—. Estaré con vosotros estos días, podéis contar conmigo para lo que queráis.

—Gracias Enzo —mencioné y miré unos segundos a Alessandro—. Pero ahora mismo nos gustaría ir hacia su casa y descansar un poco.

—Por supuesto señorita. Viajar en tren siempre es cansado. Tengo aparcado el coche a dos minutos.

No sé porque tenía la esperanza de que no fuese un coche negro. Pero ahí estaba, un Mercedes Benz negro. Era un coche grande, pero era discreto. Las ventanas de atrás estaban blindadas de forma que desde fuera no se podía apreciar el interior.

Enzo guardó nuestras mochilas al maletero y después nos abrió las puertas para que nos pudiéramos sentar en la parte de atrás.

A la media hora, y diez minutos después de abandonar la ciudad, nos adentramos a un pequeño camino rodeado de árboles. El coche se detuvo frente a una gran valla negra, que se abría automáticamente cuando el conductor se identificaba con una tarjeta.

Seguidamente, apareció una gran casa de color blanco con el tejado marrón. Tengo que aceptar que la casa era hermosa. Un pequeño porche con tres escaleras te daban la bienvenida a la enorme casa.

—Enzo, ¿dónde está mi padre? —preguntó nada más bajar del coche.

—Está en una reunión, señor. Me ha dicho que les acompañe a la casa para que se puedan instalar. El señor vendrá para la hora de comer.

—Si es que viene —susurró por sí mismo—. Conocemos el camino, no te preocupes.

Alessandro tomó mi mano y entramos en la casa. Me sorprendí de lo hermosa que era también por dentro. Las paredes blancas y limpias creando un lienzo neutro que da la sensación de amplitud y luminosidad. El suelo de mármol blanco y las amplias ventanas que dejan entrar la luz natural.

Hay que decir que el hombre tiene buen gusto para su casa.

El mobiliario minimalista adorna el espacio con colores simples y neutros, creando un ambiente acogedor y sin complicaciones. La mesa de centro de cristal le da un pequeño toque moderno sin saturar el espacio.

La cocina era igual de simple y estética, con los electrodomésticos empotrados y todos los gabinetes de diseño limpios.

Nos dirigimos hacia los dormitorios, si no me había descontado, había cuatro a demás del principal. Todas presentaban camas con cabeceras simples y ropas de cama en colores suaves. Grandes ventanas enmarcan las vistas tranquilas del entorno.

Dejamos nuestras cosas en la habitación que Enzo nos había indicado anteriormente y en cuando estuvimos instalados fui a descubrir un poco más la casa. Parecía sacada de un cuento. Fácilmente, podría ser la casa de mis sueños.

El comedor tenía un gran ventanal, dando acceso a la parte exterior de la casa. Revelando una gran piscina rectangular rodeada de suelos de piedra. El mobiliario exterior, como no podía ser de otra manera, también era sencillo y elegante. Unas pocas tumbonas y unas sillas de exterior que, junto a unas sombrillas, ofrecían el lugar perfecto para disfrutar del sol y de la tranquilidad.

Me fijé en especial con unos cuadros con fotografías que había encima de unos cajones del comedor. En esas se podía ver a un niño pequeño con el cabello oscuro jugando con un señor, que en ese momento debía tener unos treinta y algo años, en un parque mientras hacían un castillo de arena. En otra fotografía salía una mujer con el cabello castaño ondulado que reconocí casi de inmediato, era Elena, la madre de Alessandro. Por lo que podía deducir que el niño pequeño que se veía en las fotografías era él. En esa foto estaban en lo que parecía ser un zoo, pues detrás se podía ver un rinoceronte.

—En estas fotografías debía tener unos cinco años —mencionó tomando entre sus manos uno de esos pequeños cuadros—. Ni siquiera sé porque las sigue guardando.

—Parecíais felices.

—Lo éramos. Hasta que todo se fue al traste.

—Veo que habéis llegado bien —mencionó una voz masculina y sería detrás de nosotros. No reconocía esa voz, por lo que seguramente sabía perfectamente de quién se trataba.

Alessandro dejó el cuadro en su sitio y nos volteamos. Vi a un hombre perfectamente vestido de traje, con corbata incluida. No llevaba barba, pero parecía que cuidaba su físico.

Andrea Benedetti.

Parecía un hombre poderoso, caminaba recto y con pasos firmes.

—Sí. Pero no gracias a ti —dijo modesto a su padre.

—Deberías dejar de ser tan rencoroso y agradecer que he enviado a Enzo a buscaros. Al final, es parte de su trabajo. —Si algo estaba viendo de él, es que no le importaba en absoluto nada.

—Si hubieras sido un mejor padre, nos hubieras venido a buscar tú mismo —espetó—, pero como siempre estás tan ocupado, ni siquiera has priorizado a tu único hijo cuando viene a visitarte. —Andrea abrió la boca para decir algo, pero Alessandro siguió hablando—. Pero no te preocupes, a estas alturas estoy más que acostumbrado.

Su padre parecía no escuchar las últimas palabras que su hijo le soltaba sin descaro, en cambio, me miraba a mí.

—Tú debes ser Valentina, su novia.

—La misma supongo —respondí educadamente.

—Poneros cómodos, la comida se sirve en una hora.

Y de la misma forma en la que entró, desapareció entre los pasillos de esta casa.

Por la poca interacción que tuve con él, pude notar una mala vibra. Y yo en estas cosas nunca me equivoco. Tal como dicen: ojo de loca no se equivoca.

—Siempre hace lo mismo —dijo negando—. Ni siquiera se ha molestado en preguntar cómo estamos. Empiezo a pensar que venir no ha sido una buena idea.

—Vamos a darle una oportunidad, ¿de acuerdo? —Él asintió, pero yo no me acababa de creer mis propias palabras.

Me llegó un olor muy bueno a comida, lo que me llevó a ir hacia la cocina y mirar que es lo que se estaba cocinando. Me encontré al mismo chico de antes, Enzo, con un delantal delante de la encimera. Veo que aparte de chofer también es el cocinero.

Él se percató enseguida de mi presencia y me miró con una sonrisa.

—¿Te gusta el olor señorita Montero?

—Por favor, llámame Valentina —dije—. Pero sí, ¿qué estás cocinando?

—Ahora mismo estoy preparando unos trozos de filete para cocinarlos más tarde. Es lo que el señor Benedetti me dijo que cocinase.

—¿Trabajas mucho para él? —pregunté sentándome en la encimera.

—Sobre todo cuando él está en casa. Lo llev a sus oficinas y lo recojo. Aparte de cocinar las comidas, claro. Por lo demás, si no me pide nada, suelo tener el tiempo libre.

—¿Te puedo hacer una pregunta más personal?

—Por supuesto.

—¿Qué es lo que te hace quedarte trabajando para él?

—Paga bastante bien por horas, lo suficiente como para no necesitar de otro trabajo. Vivo en una pequeña casa cerca de aquí, lo que me permite ir a mi casa cuando no necesita mis servicios y estar aquí en menos de cinco minutos cuando necesita alguna cosa.

—¿Tienes familia? —pregunté por curiosidad.

Él asintió y me enseñó su fondo de pantalla. Salía él con una mujer rubia y una pequeña niña igual a la mujer.

—Son mi esposa y mi hija. Tenemos también una gata y un perro.

—Qué guay. Yo en España tengo un gato, y sinceramente lo extraño bastante.

—¿Y por qué no te lo traes?

—Porque en el piso en el que estoy no permiten animales —dije suspirando—. Pero al menos sé que está bien cuidado con mi familia.

—Si está con tu familia, entonces va a estar bien.

Asentí ante sus palabras y vi como Alessandro entraba en la cocina. Me bajé de la encimera y me acerqué a él, que no parecía tener muy buena cara. Alessandro abrió la nevera para tomar un poco de agua.

—¿Estás bien? —pregunté tímidamente.

—Estoy todo lo bien que se puede estar en esta maldita casa —respondió secamente.

Estaba de mal humor, no hacía falta hablar mucho más con él para saberlo. Durante la siguiente hora traté de no cruzármelo mucho. A pesar de que no me fue muy difícil, era una casa grande y yo no me moví del comedor, donde me senté e intenté escribir un poco de mi novela "Bajo el cielo estrellado de Nueva York". Pero la inspiración seguía sin llegar. Estaba completamente en blanco.

Finalmente, llegó la hora de la comida. Enzo nos sirvió la comida y se fue a su casa para poder comer con su familia. La comida, a decir la verdad, fue un poco incómoda. Nadie abrió la boca, nadie dijo nada. Fue un silencio absoluto. Al menos hasta que Andrea se puso a preguntar.

—¿Qué tal te va a la universidad hijo?

—¿Desde cuándo te importa qué tal me va en la universidad? —contraatacó molesto.

—Eres mi hijo. Siempre me voy a preocupar por ti.

—Esa es otra de tus mentiras. Nunca te has preocupado por mí, especialmente desde que empecé la universidad.

Otro silencio incómodo.

—¿Qué tal está tu madre?

—¡No te atrevas a preguntar por ella! —dijo alzando la voz—. ¡No tienes derecho a hacerlo!

—¿Y tu querida hermana pequeña? —Estaba claro que lo que quería Andrea era provocar a su hijo, y lo estaba haciendo. Sabía perfectamente que temas sacar para sacarlo de sus casillas. Y lo peor es que Alessandro estaba picando el cebo.

—Que no se te vuelva a pasar por la cabeza mencionarlas.

Alessandro estaba enfadado, estaba cabreado. Mientras que su padre seguía igual de tranquilo.

—No vuelvas a mencionarlas. No nombres a mi madre, y mucho menos a mi hermana. —Se levantó de la mesa de golpe y se fue.

Miré a su padre incómoda y me levanté lentamente para seguir a Alessandro.

Lo encontré en la habitación que nos habían asignado. Pero no parecía él.

Estaba fuera de sus casillas, y no sabía bien si era mejor dejarle su espacio y su tiempo o hablar con él.

En cualquier caso, esta vez me decanté por la segunda opción.

—Todo esto es culpa tuya —dijo en cuando puse un pie en la habitación.

—¿Perdón? —pregunté confundida—. No es mi culpa que tu padre sea un completo imbécil que sabe perfectamente como sacarte de tus casillas.

Alessandro me observó serio. Negó con la cabeza. Algo bueno no venía ahora.

—Si no me hubieras convencido de venir, ahora no estaríamos aquí. Te dije mil veces lo imbécil que era. ¡Y aun así me insististe para venir!

—Pero tú aceptaste...

—Porque tú querías. Yo ni siquiera quería venir.

Esas palabras se estaban clavando en mi corazón. Me dolían. ¿De verdad todo eso era culpa mía? ¿Había venido solo porque yo le había insistido?

Las dudas se apoderaban de mí, el dolor de sus frías palabras que penetraban en mi corazón con facilidad.

Alessandro se acercó a mí. Y por primera vez, me dio miedo pensar en lo que me podría decir.

—Si no fuese por ti. No hubiera venido nunca. Así que gracias por nada.

Desapareció después de estas palabras en mi oído. Y no volví a saber de él en toda la tarde.

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