Entre París y Berlín

By xgomezc

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Tras tener que dejar España para estudiar en la universidad, Valentina llega con toda la ilusión a Milan, el... More

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| Comunicado
Segunda parte

17 | Valentina

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By xgomezc



Hacía ya un par de semanas desde que Alessandro había tenido que instalarse en mi apartamento, y a pesar de que a Carolina al principio no le hizo nada de gracia, creo que ya se está acostumbrando a su presencia.

Adaptarse a su rutina había sido extremadamente fácil, no hacía mucha cosa. Se levantaba e íbamos juntos a clase, después ambos nos íbamos a trabajar, y al volver, lo encontraba buscando algún piso decente. Pero la suerte no estaba mucho de su lado. Él salía de trabajar antes, por lo que algunos días venia a la cafetería a esperarme y así ir juntos a casa.

Nuestras rutinas se habían acoplado bastante bien una a la otra. Mi pequeño apartamento se había convertido en el sitio para quedar y hacer algunas cenas con Bianca y Fabio. Muchas veces cocinábamos pizza o pedíamos un poco de sushi, dependiendo de lo que nos apetecía.

Me gustaba mucho esta nueva rutina. Me gustaba despertar y encontrarme a Alessandro dormido en el sofá cama que teníamos, o despertar y encontrármelo cocinando el desayuno.

Ambos estábamos a punto de terminar la segunda temporada de Manifest; la serie que estábamos mirando juntos. Era una de sus series favoritas, y me gustaba la sensación de poder conocer un poco más las cosas que le gustaban.

Quizás lo más curioso de todo esta situación es que Luca, mi querido amigo y compañero de trabajo, había ocupado el lugar de Alessandro en la residencia, lo que en ese momento lo convertía en el roomie de Fabio. Al principio no se soportaban mucho, y en parte creo que era porque echaba de menos a Alessandro, y ver a otro chico en su lugar le hacía recordar que él ya no iba a volver.

Había lista de espera en la residencia, por lo que al vaciarse un sitio de una habitación, se avisaba al siguiente para ocupar su lugar. Luca venía de una situación un poco complicada con su ex pareja, por lo que el cambio de aire le venia bien.

Sé perfectamente que Fabio aún no se ha acostumbrado, y le va a costar, pero creo que ya se toleran un poco más que antes.

El sábado, nos habíamos despertado temprano, pues decidimos ir de excursión al monte, a pasarlo bien decían. Pero desgraciadamente nos pasó de todo.

Como decidimos hacer un pícnic delante de un precioso lago que había, Alessandro y yo fuimos a comprar algunas cosas que nos hacían falta, lo que fue un completo desastre. Bianca nos había enviado una larga (sin exagerar) lista con los productos.

Lo conseguimos casi todo, lo que era toda una victoria para nosotros.

Cuando llegamos a la sección de quesos, empezamos a discutir. En la lista había puesto "queso". Pero supongo que Bianca no tuvo en cuenta la cantidad de quesos que había.

—Seguro que quiere el queso fundido —dijo con seguridad.

—No es un queso fundido. Se llama cremoso. C-R-E-M-O-S-O —deletree al paso de la letra—. Por si no sabes como se pronuncia.

—Bueno, lo que sea —dijo con una sonrisa—. Mejor tomemos el queso blanco.

Me quedé callada unos segundos con mi típica cara de "¿¿en serio??". Todos los quesos eran blancos.

—¿Sabes qué? Mejor tomemos una de estas bandejas que tienen distintos tipos; cremosos, blandos y todo eso. Ah, y agreguemos también un trozo de Brie —dije poniendo énfasis en la palabra brie, tratando de imitar el acento francés.

—¿Ponemos también un poco de Camembert?

—Sí, para que huela como el culo todo el viaje, no te jode —dije con sarcasmo—. Deja los quesos y vamos a por las aceitunas, que es lo único que nos falta.

Alessandro no tuvo más remedio que aceptar mis exigencias y fuimos al pasillo de las aceitunas. Una vez tuvimos lo que nos faltaba, pagamos y nos dirigimos con las tres bolsas llenas de comida al coche.

—Voy a dejar el carro de la compra en su sitio mientras tú vas colocando todo —comente antes de dar media vuelta e ir a dejar el carrito en su sitio.

Lo que no me esperaba fue recibir un mensaje en ese mismo instante, sin recordar nada más, me puse a responderlo. Unos segundos más tarde, me dispuse a seguir mi camino, pero...

¿Y el carrito de la compra?

Di cuatro vueltas sobre mí misma. El carro había desaparecido.

Eso pensaba hasta que vi una cosa similar al carro de la compra rodar a toda velocidad cuesta abajo.

—¡ALESSANDRO! —grité—. ¡El carrito! —dije señalando. Pero no me respondió. Estaba demasiado ocupado recogiendo del suelo algunos productos que se le habían caído —¡Deja las cosas! ¡El carro!

—¡Ve tú! ¿No ves que estoy ocupado? —replicó.

—Pero tú eres más rápido.

Tras mi intento fallido decidí ir corriendo, tratando de no matarme por cada paso que daba cuesta abajo. Incluso corriendo lo más rápido que podía, el maldito queso redondo me estaba adelantando.

—¡Valentina! ¡El queso! —escuché a Alessandro gritar.

—El queso no —respondí gritando—. ¡El carro!

Toda aquella situación parecía estar escrita de una comedia. Me giré unos segundos para ver al chico justo detrás de mí, señalando el queso redondo que parecía alcanzar el carro. Entonces me di cuenta de que el queso también era nuestro.

—¡El queso! —grité desesperada.

—¡Y el carro! —respondió él.

Ambos corrimos como unos desesperados hasta que el carro chocó plenamente con una farola, por suerte no pasó nada grabe. Solo había unas diez personas observando toda la escena que en apenas unos segundos habíamos creado.

Me detuve de golpe, quizás demasiado de sopetón, pues Alessandro se chocó conmigo y acabamos los dos en el suelo.

—¿Se puede saber qué haces? —pregunté casi gritando.

—¡¿Por qué cojones te detienes de golpe?!

—¡¿Por qué estás encima de mí?!

—¡Has sido tú la que se ha parado de golpe!

Lo miré unos pocos minutos mientras se levantaba y no pude evitar reírme por toda la situación.

Él se rio conmigo mientras trataba de ayudarme a levantarme. Recogimos el carro y el queso, pedimos disculpas a la gente por la escena y volvimos a nuestro mundo. Quiero decir, nuestro coche. Que en realidad no era nuestro. Era suyo, pero ya me entendéis.

Después de todo aquello tocaba ir de vuelta a casa y prepararnos para la excursión que teníamos planeada. Nos cambiamos de ropa, pues hacía frío, pero tampoco demasiado. ¡Como odio el entretiempo!

Me puse unos pantalones cómodos y una sudadera ancha. Tomé también una chaqueta por si acaso, pero como la sudadera abrigaba bastante, al final no me hizo falta.

Alessandro, en cambio, se puso unos pantalones anchos de color caqui y una sudadera negra que le combinaba muy bien.

Metimos todo lo necesario al coche; un mantel, algunos platos y vasos de plástico, la comida, etc. Y seguidamente pasamos a buscar a Fabio y a Bianca.

Fabio se pasó todo el viaje quejándose de lo "horrible" que era su compañero de habitación. Aunque era bastante normal. Luca, al contrario que Alessandro, era bastante desordenado. Lo que al inicio podía hacer enojar a Fabio, quien estaba acostumbrado tenerlo todo siempre ordenado.

Al llegar aparcamos el coche en el parking y tuvimos que caminar unos diez minutos antes de llegar a nuestro objetivo. No estaba muy lejos, pero con el viento que hacía parecía que estuviera más lejos.

Cuando estuvimos ubicados delante del lago, me quedé maravillada por las vistas que nos proporcionaba. Esos maravillosos rayos de sol dorados descendiendo sobre el parado. El mismo que estaba lleno de flores silvestres de colores vibrantes que iban desde la flor purpura hasta la flor más blanca.

Avanzábamos poco a poco, hasta llegar al borde del lago de aguas cristalinas que reflejaban a la perfección las nubes blancas y él coló azul claro. En la orilla, unos hermosos y grandes árboles, ofreciendo un pequeño refugio a los exploradores.

Nos sentamos ahí, en la sombra de uno de aquellos grandes árboles. Colocamos el mantel y nos sentamos un buen rato a comer. Después, mientras Fabio y Alessandro dormían la siesta, yo me puse a leer un rato mi lectura actual "La chica de nieve" del autor Javier Castillo. No llevaba muchas páginas, pero de momento me estaba gustando mucho. A su vez, Bianca, se puso a dibujar las vistas que teníamos. No sabía el talento que tenía para eso hasta que vi el dibujo, casi acabado, que había hecho.

Al rato, los chicos ya se habían despertado y Fabio se fue a explorar un poco mientras nosotros recogíamos todos los restos de la comida y nos sentamos a descansar un poco y a acabar de disfrutar de aquel día. Alessandro, apoyado en el árbol, me tomo de la mano y me sentó delante de él. Con su pecho tocando mi espalda y sus manos rodeando mi cintura.

No dijimos nada, simplemente disfrutamos de aquel magnífico instante.

—¡Corred! —gritó Fabio desde la distancia, disturbando la paz que teníamos en ese momento.

¿Correr? No gracias, estábamos todos demasiado bien para eso.

A medida que se iba acercando mientras gritaba sentimos el impuso de coger nuestras cosas rápidamente y salir corriendo.

Alessandro, con la mochila medio colgando de su hombro, se reía mientras miraba hacia atrás y le decía a su amigo que corriese más rápido.

Bianca, en cambio, no tuvo ningún problema en ponerse a correr y aguantar. Supongo que tantos años de atletismo le servían de alguna cosa.

Yo, en cambio... Es un tema para hablar más a delante.

—Esperad.... Uff.... ¡Esperadme! Ay, que me muero... —susurré con la voz seca y entrecortada.

—Valentina, deja de hablar y corre —dijo Alessandro riendo. Hasta parecía estar disfrutando el capullo.

—¡Ay! Joder... ¡Que me esperéis! —traté de decir una vez más, pero sin éxito.

Tras unos largos minutos me estaba quedando sin aire. Creo que no había corrido tanto en mi vida como en ese instante.

No estaba en forma, esto estaba más que claro.

Finalmente, saltamos la pequeña valla que tenía el parking y nos pudimos parar a respirar. Estaba tan cansada que me senté en el suelo tratando de recuperar todo el aire que había perdido.

—Fabio —empezó a decir Alessandro—. ¿Se puede saber qué hiciste para que te persiguiera una jodida cabra bebé?

Exactamente chicos. Nos estaba persiguiendo una jodida cabra. Ah, pero no de las grandes eh. Más bien una de las pequeñitas, marrones y con manchas blancas. Y también con sus pequeños cuernos.

Empezaba a entender lo que se decía de "estás loco como una cabra".

¡Realmente están locos estos bichos!

—¡Nada! —respondió Fabio.

—No creo que haciendo "nada" te haya perseguido ese bicho —dije con la voz entrecortada haciendo las comillas con mis manos.

—¿Realmente lo queréis saber?

—¡No! —respondimos los tres a la vez.

Tras ese incidente volvimos a casa. No había sido el mejor día, pero al menos habíamos reído. Me había reído con mis amigos. Al llegar a casa, Alessandro, acabó de guardar la comida que había sobrado mientras yo me daba una ducha rápida.

Seguidamente, me puse el pijama y me recosté a mi cama. Estaba tan cansada que si cerraba los ojos me podría dormir en ese mismo instante. Pero en lugar de eso, me dirigí al comedor para no dormirme. Dónde él estaba mirando un partido de futbol. Era un partido importante, según él decía. Los dos equipos de la ciudad se enfrentaban en un partido de Champions. Y sin saber de qué iba el partido, me quedé a verlo. Solo porque era con él.

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