Entre París y Berlín

By xgomezc

5.2K 405 52

Tras tener que dejar España para estudiar en la universidad, Valentina llega con toda la ilusión a Milan, el... More

| Playlist
1 | Valentina
2 | Alessandro
3 | Valentina
4 | Valentina
5 | Valentina
6 | Alessandro
7 | Valentina
8 | Alessandro
10 | Valentina
11 | Alessandro
12 | Valentina
13 | Valentina
14 | Valentina
15 | Valentina
16 | Alessandro
17 | Valentina
18 | Valentina
19 | Valentina
20 | Valentina
21 | Valentina
22 | Alessandro
23 | Valentina
24 | Alessandro
25 | Valentina
26 | Alessandro
27 | Alessandro / Valentina
28 | Alessandro
29 | Valentina
30 | Valentina
| Comunicado
Segunda parte

9 | Valentina

144 13 0
By xgomezc


El viernes por la tarde llegó. Finalmente, había aceptado la propuesta que me hicieron, y no sabéis lo nerviosa que me siento en ese instante. Me había puesto una ropa cómoda pero a la vez elegante. Como siempre, no me quería poner algo básico o algo muy arreglado, así que finalmente opté por un top negro básico con una camisa blanca desabrochada por encima y unos tejanos cortos.

No tenía idea de dónde íbamos a ir. Era totalmente sorpresa para mí. De lo único que era conocedora era de la hora en la que me iban a venir a buscar: las ocho. Y exactamente faltaban cinco minutos.

Mi corazón latía con fuerza, estaba nerviosa.

—¿O sea que no vas a venir con nosotros? —me preguntó mi mejor amiga por décima vez.

Ya le había dicho que los chicos me ofrecieron el plan antes que ellos y como ya les había dicho que sí, me parecía de mal gusto de repente cancelarles el plan, y aún más para ir a otra actividad.

—Caro, ya te he dicho varias veces que no puedo. Que ya tengo un plan programado para hoy que no puedo cancelar.

—¿No quieres? ¿O no puedes?

Esa pregunta me dejó dudando. ¿No podía cancelar el plan, o no lo quería cancelar? Parte de mí no quería cancelarlo, no porque sentía que no debía hacerlo por amabilidad, sino porque en el fondo no quería. Me había autoconvencido de que no era lo correcto, pero la verdad es que no quería. Querría ir con ellos y desconectar un rato.

—No quiero cancelar el plan Caro —dije honestamente.

—¿Qué pasó con el hacer todo juntas? ¿Acaso ya no me quieres? Estás pasando más tiempo con ellos que con tu mejor amiga.

—Sabes que no es así... —traté de decir sin éxito, no me escuchaba.

—Claro que sí —dijo mientras me interrumpía—. Te pasas el día en su habitación. No me extraña que luego haya rumores.

—Eso no es cierto —protesté—. Tú sabes que voy a su habitación porque Fabio me está ayudando con el Italiano.

—¿Sabes? No me extrañaría nada que también hubiera rumores de ti y ese tal Freddy.

—Se llama Fabio. No Freddy.

—Cómo sea.

Negué mirándola. Eso no era justo y ella lo sabía.

No sabía que era lo que le pasaba. Hacía unos días que se comportaba de una forma extraña. Como si no fuera ella. O al menos, como si no fuera mi mejor amiga. Y era extraño. Era extraño sentir como si estuviera en mi contra, que no apoyaba mis decisiones. Pero seguramente todo esto era mi imaginación.

Mi teléfono vibró en mi bolsillo y leí el mensaje que me había llegado.

—Hablamos luego —dije mirando a mi amiga—. Me tengo que ir.

Sin decir nada más salí del apartamento y busqué el coche negro con el que me habían venido a buscar.

Estuve a punto de mandarles un mensaje, no encontraba el coche que me habían dicho hasta que vi que un auto estacionado al otro lado de la acera me hacía luces. No era el coche que me había esperado, era mucho más grande. Yo no entendía mucho de coches, pero si no me equivocaba mucho era de la marca Volvo.

Con cuidado crucé la calle y me subí al coche negro, en los asientos traseros y rápidamente me puse el cinturón.

—¿Acaso tengo pinta de taxista? —dijo mientras me miraba por el retrovisor.

Me costó entender a qué se estaba refiriendo hasta que me percaté de que estábamos solos en el coche.

Él y yo. Nadie más.

Con vergüenza me bajé del coche y me senté de copiloto.

—Do... ¿Dónde están los otros? —pregunté tartamudeando—. ¿Solo somos tú y yo?

Alessandro soltó una pequeña risa y negó.

—Ya te gustaría a ti que solo fuésemos nosotros dos. Yo solo he venido a recogerte.

—Te lo tienes muy creído, ¿no?

—¿Contigo? Siempre cariño.

Puse los ojos en blanco por un segundo y negué.

—Mejor vámonos ya.

Él sonrió de lado. Lo vi de reojo y mi pulso se aceleró.

Me pasé todo el rato que duró el viaje mirando por la ventana. Tratando de no desviar la mirada hacia otra cosa. O mejor dicho, otra persona.

Tras unos largos diez minutos, el motor se detuvo por completo. Lo que me dejaba solo una teoría; habíamos llegado.

Desabroché el cinturón y observé mi alrededor. Estábamos frente a una vibrante y colorida feria. Mis ojos se iluminaron al ver todas las atracciones y toda la gente corriendo de un lugar a otro mientras reían.

—Wow... —murmuré sorprendida sin poder creer que esta feria tan bonita estaba apenas a diez minutos.

El lugar estaba decorado con luces de colores brillantes y banderines multicolores que se movían con el viento. En el centro del lugar había una gran rueda de la fortuna, con sus cabinas girando lentamente mientras brindaba una vista panorámica del lugar. La gran rueda se alzaba majestuosamente sobre todas las atracciones.

Justo al lado, estaba una montaña rusa, con sus vías retorcidas y emocionantes caídas que hacían gritar a todo aquel que subía. Los carritos atraviesan loops y giros inesperados, aumentando la adrenalina en cada curva que daba.

A lo lejos se podía ver una casa embrujada, con sus puertas chirriantes y murmullos escalofriantes. A medida que te adentrabas, los sustos y las sorpresas te mantenían en un suspenso, mientras te encontrabas con los monstruos y fantasmas escalofriantes.

A los alrededores se ubicaban una gran variedad de juegos de destreza y habilidad en los que probar tu puntería, por ejemplo el tiro al blanco, lanzar aros para atrapar patitos de plástico o demostrar tu fuerza en el mazo de la fuerza. Todos ellos con una gran variedad de premios que podías conseguir.

Paseando por la feria también te podías encontrar con una amplia variedad de tiendas de dulces. Todas parecían iguales pero tan distintas al mismo tiempo. Unas te ofrecen algodón de azúcar en todos los colores, con su esponjoso y dulce sabor. Otras venden manzanas acarameladas, cubiertas con ese caramelo rojo que cruje con cada mordisco que le das. Incluso te podías encontrar algún que otro puesto de churros recién horneados, con su azúcar y su canela, que emiten ese aroma tan irresistible. También podías llegar a encontrar esos deliciosos helados de varios sabores y toppings distintos.

Aparte de todo esto, la feria, también contaba con espectáculos en vivo, como esos acróbatas que van saltando de un lugar al otro, malabaristas y artistas callejeros que raramente dejan de sorprenderte con sus habilidades.

Estar ahí era como volver a mi infancia. No podía evitar recordar aquellos tiempos en los que mi abuela me solía llevar a las ferias que había en la ciudad y me compraba aquellos algodones de azúcar que tanto me gustaban.

—¿Vamos? —dijo Alessandro delante de mí.

Estaba tan concentrada con observar todo lo que pasaba, que no me había dado cuenta de que ya no estaba a mi lado, sino a unos metros más a delante.

Caminé rápidamente a su lado y asentí. Me puse a saltar de la emoción.

—¡Vamos! ¡No te quedes atrás! —le grité de la emoción.

Tomé su mano inconscientemente y lo arrastré hasta que un poco más a delante, en la entrada de la feria, nos encontramos a Fabio y a otra chica. Era Bianca, su mejor amiga. La reconocí por la fiesta de la semana pasada. Pero creo que no le agradaba mucho, porque me miraba con desagrado.

Nos adentramos a la feria y en mi cabeza empezó a sonar la canción de "Todo contigo" de Álvaro de Luna.

Lo primero que hicimos fue subirnos a los autos de choque. Nos subimos cada uno a un coche. La partida duró unos cinco minutos, pero la sensación era de apenas un minuto. Iba a toda velocidad, o al menos a la máxima que me permitía el cachivache ese. Choqué casi que con todo el mundo mientras no podía parar de reír de la emoción. Al salir de la atracción me sentí un poco mareada por las mil vueltas que di con el coche, pero me recompuse rápidamente y los arrastré hacia la montaña rusa. Me sentía como una niña pequeña.

Esta no era muy grande, pero lo suficiente como para pasar miedo en toda y cada una de las caídas que tenía. Me pasé el rato gritando, creo que dejé a Alessandro sordo (en mi defensa él también gritó bastante). Las subidas y bajadas daban mucha impresión, y aún más si estás en la primera fila, como fue nuestro caso.

Tras estar en la montaña rusa hicimos una pequeña pausa en la que aprovechamos para comprar un poco de algodón de azúcar de color rosa y otro de color azul. De mientras probamos de ganar algún premio en los minijuegos que había disponibles. El primero que probé fue el del baloncesto, pero mi puntería era tan pésima que apenas logré hacer un punto de los cuatro que podías conseguir. Como creo que podéis imaginar, no conseguí ningún premio. Ni siquiera uno pequeño.

Después nos fuimos a los dardos, esta vez fue Alessandro quien puso su puntería a prueba. Y anda que no le fue bien, ganó un premio mediano que me dejó escoger. Mi parte más infantil eligió un pequeño peluche de Stitch. Me encantaba ese personaje, cuando vi el peluche tuve claro que no me iba a ir sin conseguirlo.

Tras haber probado los dardos, fuimos a probar el juego de los patitos de goma, pues a Fabio le hacía mucha ilusión probarlo, y a pesar de que no sacó la mejor puntuación, se divirtió un buen rato pescando aquellos patitos de goma mientras intentaba encontrar el que le iba a dar más puntos.

La noche iba avanzando sin darnos cuenta. Parecía que el tiempo se había detenido, pero no era así, porque el tiempo no se puede detener. Eran ya casi las once de la noche. ¿En qué momento había pasado tantas horas?

Eso es lo que pasa cuando realmente te lo pasas bien. Que tienes la sensación de detener el tiempo. No notas el paso de las horas y cuando miras el reloj... ¡Pum! Te das cuenta qué han pasado como tres horas o más.

Finalmente, y para acabar la noche, fuimos a la misteriosa casa embrujada. La fachada de la casa era una mezcla de colores oscuros y sombras misteriosas que le daban ese toque escalofriante. Al acercarte poco a poco, mientras avanzas en la cola, se pueden escuchar las puertas oxidadas chirriar. La luz de la entrada parpadeaba intermitentemente que parecía que en cualquier momento se iba a apagar.

—Esto no da miedo —dijo Alessandro antes de entrar—. Ya lo veréis.

Recordad esta frase para el final.

Una vez fue nuestro turno para entrar, nos adentramos en un mundo de penumbras y pasillos estrechos que te dificultaban el caminar, la niebla artificial se arrastraba por el suelo y las luces parpadeantes creaban ese ambiente tenebroso. Para no hablar de la música, que no ayudaba mucho a no pasar miedo.

En cada rincón de la casa se podían ver decoraciones espeluznantes, que a pesar de ser de plástico se veían muy realistas. Había unos sorprendentes efectos especiales que te hacían gritar cada vez que aparecían. Estatuas de monstruos, murciélagos colgando y telas de araña decoraban todas las paredes y techos de la casa. Los espejos hasta te hacían dudar de si realmente estabas ahí. En un segundo estaba tu reflejo y en el otro habías desaparecido del espejo.

Los sustos estaban garantizados con los actores disfrazados que aprovechaban cada oportunidad que tenían para pegarte un susto del cual te costaba recomponerte. Hasta algunos se escondían para esperar el mejor momento y asustarte.

—¡BUU! —gritó un actor disfrazado de zombi a mi lado.

—¡TU PUTA MADRE! —grité sin poder controlarme—. ¡QUÉ SUSTO, CABRÓN!

Lo siento, soy de España. Gritar insultos cuando nos asustan es nuestra mayor pasión.

En ese momento Alessandro no podía parar de reírse. No sabía que le hacía tanta gracia. Porque a mí no me la daba. Pero la risa se le quitó fácilmente, cuando el mismo actor que me asustó a mí también lo asustó a él.

—¡Che spavento! —gritó con su acento italiano.

Esta vez fui yo quien se rio. Y fue él quien me miró diciendo que no hacía gracia.

En cada habitación por la que pasábamos se podía escuchar todos nuestros gritos. Pasamos por un laboratorio de científico loco hasta un cementerio lúgubre con lápidas temblorosas en la parte exterior de la casa.

Finalmente, acabó la casa embrujada. Lo que significaba que ya no había más sustos imprevistos. A pesar de todos los sustos me lo había pasado muy bien. Creo que de los cuatro, quien más se puso a gritar fue Alessandro.

Sin duda iba a ser una experiencia que no iba a olvidar en los próximos días.

Toda la adrenalina aún estaba en nuestros cuerpos, así que para finalizar la noche fuimos a comprar una manzana caramelizada y nos la comimos tranquilamente en un banco de pícnic que había justo delante de la parada de las manzanas.

—¿Te puedo decir algo? —dijo de imprevisto Bianca mientras me miraba y se sentaba a mi lado.

—Sí, claro.

—¿Sabes? Te había juzgado mal. Tanto en la fiesta de la semana pasada, como hoy.

—No te preocupes —respondí negando—. Si te digo la verdad, creo que yo también te había juzgado mal.

—¿Entonces amigas? —preguntó con una sonrisa.

—Claro que sí —afirmé.

Nos dimos un pequeño abrazo y observé a los chicos antes de volverme a mirar.

—Gracias. Por esta noche. Sin ti, seguramente, no la habríamos pasado tan bien.

—Yo tampoco la habría pasado tan bien. Así que gracias a vosotros.

—Me alegra que Fabio te haya invitado.

Asentí con una sonrisa.

—Yo también.

Y era verdad. Era la primera noche desde que llegué a Italia, que me lo había pasado realmente bien, sin tener que fingirlo. Y eso se sentía bien. No tener que fingir tu felicidad para que los otros se lo puedan pasar bien y que te digan que les estás arruinando la noche.

Y hoy, hoy, ha sido completamente distinto. Esta noche había revivido mi niña interior, la niña que se lo pasaba bien en las ferias con sus abuelos. La niña que no tenía que fingir nada.

Estuvimos un rato hablando y recordando como había sido la experiencia. Sin lugar a duda todos nos lo habíamos pasado muy bien.

Pero había llegado la hora de volver a casa, de volver a la realidad y a la rutina de cada día.

Bianca se fue con Fabio, a pesar de que me habría encantado pasar más tiempo con ella. Yo volví en el coche de Alessandro, quien me iba a llevar de vuelta a mi casa.

Eran casi las doce de la noche, y seguramente Carolina ya estaría dormida, por lo que tendría que ir con mucho cuidado de no hacer ningún ruido que la pudiera despertar.

El viaje de vuelta fue bastante tranquilo, y mucho menos incómodo que el de ida. Alessandro y yo mantuvimos una conversación. Una conversación actual que no fuera simplemente monosílabos. Hablamos del día y de todas aquellas anécdotas que habían surgido en la feria. Que sin duda iba a ser de mis recuerdos favoritos.

Me dejó exactamente en la puerta de casa. Suspiré agarrando mi bolso entre mis brazos y me despedí de Alessandro. Me bajé del auto y fui hacia la puerta de mi casa. El coche no se fue, al contrario, se estaba esperando a que yo entrase en el edificio para poder irse. A pesar de que le había dicho que no hacía falta, él había insistido.

—Zucca —dijo mientras yo intentaba encontrar las llaves de mi casa—. ¿Haces alguna cosa mañana?

—Que yo sepa no. ¿Por qué? —pregunté mirándolo.

—Ya lo sabrás mañana. Te pasaré a buscar hacia las siete, estate lista para cuando llegue.

—Está bien —acepté finalmente. Nunca conseguía descifrar que era lo que tenía en su cabeza, pero hoy me lo había pasado muy bien y estaba segura de que mañana también iba a ser así.

Continue Reading

You'll Also Like

16.3K 4.2K 37
Janelle: La chica que amaba con el corazón roto. *Aviso: Esta historia ha sido editada y han cambiado algunas parte de algunos capítulos, como por ej...
1.1M 189K 160
4 volúmenes + 30 extras (+19) Autor: 상승대대 Fui poseído por el villano que muere mientras atormenta al protagonista en la novela Omegaverse. ¡Y eso jus...
7.7K 551 76
Elsa una estudiante de preparatoria y un joven llamado Jack de su misma clase siempre le hace maldades y todo y un dia Hans pide a Elsa ser su novia...
158K 38.8K 10
Las relaciones con mapaches son difíciles.