Nadie duerme en Tokio |KageHi...

Od LauArcher

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Hinata se va a Brasil y quiere despedirse. Kageyama se va a Tokio y odia las despedidas. Sus caminos se cruza... Více

Capítulo 1. Finales y comienzos
Capítulo 2. Lo que pasa en Brasil...
Capítulo 3. El ninja y el pibe
Capítulo 4. Si lo quieres tendrás que sangrar por ello
Capítulo 5. Vóley en estado puro
Capítulo 6. Ganadores vs perdedores
Capítulo 8. Hazme volar
Capitulo 9. Mi persona favorita
Capitulo 10. Mientras yo este aquí
Capítulo 11. El mordisco del chacal
Capítulo 12. Terapia
Capitulo 13. Shouyou, Shouyou, Shouyou
Capítulo 14. Suaveyama
Capítulo 15. Arruinador de alegrías
Capítulo 16. Para que hoy no ganen los malos
Capítulo 17. Aprender a vivir pese al miedo
Capítulo 18. A tumba abierta
Capítulo 19. Castillos en el aire
Capítulo 20. Dream Team
Capítulo 21. El escenario mundial
Capítulo 22. Lo que no sabes de tu padre
Capítulo 23. Demasiado bueno para este mundo
Capítulo 24. Brazilian Rhapsody
Capítulo 25. El lado dulce de la vida
Capítulo 26. La grieta
Capítulo 27. Un idiota naranja, un estúpido virgen

Capítulo 7. Un lugar seguro

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Od LauArcher

Aviso 1:

En este capítulo se tratan de pasada temas sensibles, no de forma directa, pero para evitar herir a alguien y no hacer spoilers, en las notas del final dejo los avisos concretando el contenido sensible.

Si estás preocupada/o por el contenido puedes ir primero al final de la página y leer los avisos.

Aviso 2:

A partir de hoy subiré capítulo una vez a la semana, sábado o domingo, hasta finales de septiembre.

¡Gracias por leer y votar!

(el estudio no me deja contestar todos vuestros comentarios pero los leo TODOS y me alegráis mi vida infernal de estudiante esclavizada por las leyes y el Derecho)


A los dieciocho años Kageyama era muy popular entre las chicas.

El día de la graduación, durante el discurso de Hinata, una compañera de clase se le acercó. Estaba nerviosa, sonrojada, pero Kageyama haría lo de siempre. Una reverencia, un lo siento.
Cogería su bombón, ya tenía a otros seis en el bolsillo.

Se llamaba Miko y todos decían que era la más guapa de tercero. A Hinata le gustaba, siempre se sonrojaba cuando ella le hablaba y tartamudeaba como un idiota. La chica le dio a Kageyama un bombón dorado y una carta con un montón de corazones pintados en el sobre.

—¿Podrías dárselo a Hinata-kun? Yo no tengo valor para hacerlo, pero me gusta mucho y las chicas creen que a lo mejor tengo una oportunidad con él.

Kageyama cogió la carta y el bombón.

En el escenario Hinata intentaba explicar algo con un montón de onomatopeyas, y lo estaba haciendo fatal pero todo el mundo aplaudía y le animaba.

Todavía no se había cortado el pelo. Kageyama deseaba que se lo cortase cuanto antes porque llevaba dos putas semanas teniendo sueños con él, sueños muy intensos en los que sus dedos se enredaban en cabellos naranjas y largos y empujaban, suave, hacia abajo, hasta que Hinata estaba de rodillas.

Seguro que todo se solucionaba si ese idiota se rapaba al cero.

Cuando Miko-chan se fue, Kageyama hizo una bola con la carta y guardó el bombón con los otros seis de su bolsillo.

Es por el vóley, se dijo.

Lo hago por el vóley.

—Ey, idiota, despierta—. Se acurrucó sobre sí mismo, atrapado por el sueño, abrigado, calentito... —. Hinata.

Estaba oscuro, pero no había duda de que los ojos que le miraban eran azules. El corazón se le puso del revés, y maldijo todas las semanas que había invertido aprendiendo a meditar y a dejar atrás el pasado y a asumir, aceptar, fluir con la vida.

Kageyama Tobio le miraba en la oscuridad y Hinata hacía de todo menos fluir con su maldita vida.

—Mmm —dijo, parpadeando—. Qué.

—Te dormiste.

Oh, Kageyama, gracias por tu sabiduría.

—¿Qué hora es?

—Las tres.

Hinata se sentó, frotándose un ojo. Alguien le había tapado con la manta mientras dormía y tenía las piernas cálidas pese al pantalón corto. Se fijó en el pelo desordenado de Kageyama.

—¿Tú también te dormiste?

—Lo intenté —murmuró— pero no pude. El suelo está duro.

Hinata soltó una risa.
Intentó dormir aquí conmigo.

—¿Por qué no te fuiste a la cama, tonto? —Kageyama no respondió. Tenía cara de estar resolviendo un problema de álgebra—. Podías haberme dejado dormir hasta las ocho, sabes. Ahora tengo sueño.

—¿Querías dormir aquí?

Eh.

—¿No me has invitado?

Borrar, borrar, ¿por qué la vida no tiene un botón de volver a lo anterior como el Word?

—No hay camas para los dos.

Hinata quería que la tierra le tragase. No había remedio para él, siempre aferrándose a cualquier muestra de cercanía de Kageyama.

—Ya, bueno. Pero me quedé dormido.

—Por eso te estoy despertando.

Esto es humillante.

—¿Quieres que me vaya?

—No, idiota.

La confusión de Hinata era ya importante. Este tío es imbécil, ¿quiere que me vaya o que me quede?

—Bakayama, estás actuando raro.

—Eres tú el que actúas raro durmiéndote como un bebé en una casa desconocida.

—Es la casa de tu hermana, no es que me vaya quedando dormido por las esquinas, sabes. Fue un día muy intenso. Te gané dos veces.

—Cállate —murmuró, empujándole un poco—. ¿Quieres desayunar?

—Son las tres de la mañana —Hinata le devolvió el empujón, estirándose como un gato—. No es hora de desayunar.

Kageyama se rascó la cabeza, pensando.

—¿Quieres ver el jardín?

Extraño plan, pero dijo que sí.

La noche era fría, y Kageyama le dio una manta para que se envolviese en ella mientras le mostraba la parte trasera de la casa.

Woa —dijo, casi un suspiro—. ¿Todo esto es de Miwa?

—Era de mi abuelo —dijo Kageyama, avanzando entre lo que parecían cerezos en crecimiento, todavía no más altos que él—. Ella lo reformó y lo usa cuando viene aquí, dice que para estar cerca de la ciudad y tener más intimidad.

—O sea que se trae aquí a los chicos.

Kageyama se giró un poco, con el ceño fruncido.

—Mi hermana no hace esas cosas.

Hinata soltó una risotada y le empujó con las manos en la espalda, para que siguiese caminando.

—Claro que las hace, idiota, ella no es como... Oh, dios Kageyama por favor ¿qué eso de ahí arriba?

Le tiraba de la manga de la chaqueta de los Adlers, zarandeándole mientras señalaba hacia arriba. Ahí, entre los árboles, había una casa de madera. Una de verdad, auténtica, pequeñita y con sus tablas y su ventana y su escalera de mano hecha con maderos clavados en el tronco.

—Es una casa en el árbol —dijo Kageyama, como si no fuese nada, como si cualquiera pudiese tener una casita súper genial en su árbol—. Ey, Hinata idiota, ¿dónde vas?

—¡A subir a la casita, obviamente!

—No seas crío —resopló Kageyama, caminando detrás de él. Hinata iba gritando mientras corría, desbordando emoción, siempre he querido una por favor es real es real. Se anudó la manta como una capa, colocó las manos en las tablas, tanteando que soportasen su peso, y empezó a trepar—. No está hecho para aguantar el peso de...

—¡Bakayama, ven a la casita del árbol!

—Ni siquiera cabemos ahí dentro. ¡Ten cuidado, idiota! —dijo, desde abajo. Hinata le miró a medio camino, le sacó la lengua y siguió subiendo hasta llegar a la casa de madera. No era muy alta, no podía estar de pie sin chocar con el techo, pero sí había espacio para estar sentados.

—¡Kageyama esto es lo más genial que he visto en mi vida! ¡Si no subes ya perderás un montón de puntos por cagón!

Unos segundos después, la cabeza de Kageyama aparecía por la pequeña entrada de madera, su ceño fruncido, su pelo despeinado y sus manos, impulsándose.

—Es peligroso —dijo, casi un murmullo, golpeando con la mano el suelo de la cabaña, sin dejar la rama en la que estaba apoyado—. Pesamos mucho entre los dos.

Hinata se puso de cuclillas y saltó tres veces, haciendo que el suelo se moviese un poco, pero la casa parecía estable.

—¿Ves? Venga, ven. ¿Tienes esto desde siempre?

Empezó a fisgonear las cosas que había por allí. Tenía una caja cerrada, y Kageyama se adelantó hasta él, que intentaba abrirla, y puso una mano sobre la suya.

—No se toca —dijo, sentándose sobre la caja. Hinata abrió más los ojos, riendo.

—¿Qué escondes ahí? ¿El porno?

—No. El porno está aquí —dijo Kageyama, girándose un poco hacia un revistero antiguo donde había un atlas y, detrás, tres revistas de desnudos. Hinata las cogió y les echó un vistazo, un poco impresionado por la sinceridad.

Ah, qué fastidio.

Sólo tiene revistas de chicas.

—¿Y traes aquí a tus novias? —preguntó, fingiendo inocencia, mientras ojeaba la revista. Kageyama se la arrancó de la mano y la guardó en el revistero.

—No tengo novias.

—¿Amigas con derechos?

—¿Te parece que esto es un sitio para traer a una chica?

—Kageyama, no sé qué concepto tienes de las chicas, pero si tú puedes estar aquí, ellas también —Kageyama parecía contrariado—. Quizás necesitas que te dé unos consejos.

—No necesito consejos de un idiota.

—Tú te lo pierdes —dijo, riendo. Colocó la manta en el suelo de la cabaña y se acomodó allí, tumbado, doblando las piernas para caber. Miró hacia arriba. En el techo había pegadas estrellitas fluorescentes, como las que tenía Kageyama en su dormitorio—. Pero cualquier chica estaría feliz de que la trajeses aquí.

—Nunca ha subido nadie, ni siquiera Miwa. Sólo mi abuelo y yo. Y ahora tú.

Hinata miró hacia atrás, donde Kageyama seguía sentado en la caja, mirando una foto llena de polvo. Se la tendió a Hinata y él se sentó, quitando el polvo con los dedos y fijándose bien. Eran un Tobio pequeñito, de unos seis años, muy serio, muy sonrojado y con los ojos como piscinas, abrazado con fuerza a una pelota de vóley más grande que él. A su lado estaba su abuelo, sonriendo y sacando la lengua, abrazándole. Estaban allí arriba, en la casita. La foto estaba un poco movida, como si la hubiesen hecho enfocándose a sí mismos con una cámara antigua.

—No sabía que este era un lugar tan privado —murmuró Hinata, mirándole—. Lo siento.

Kageyama guardó la foto con cuidado en la primera página del atlas.

—Mi abuelo decía que este era nuestro lugar seguro, por si estaba asustado o triste —se detuvo un momento, un par de segundos—. Me gusta... que estés aquí.

¿En serio ha dicho eso?

Hinata rió, emocionado, y le tiró de una pierna.

—¡Bakayama, me has dicho algo tan bonito! Ven al suelo que te abrace súper fuerte.

—No voy a tumbarme ahí, suéltame la pierna, idiota.

Se liberó de su agarre tirando de su mano, pero Hinata le aferró los dedos y Kageyama no intentó escapar de eso. Se quedaron ahí, en la cabaña, Kageyama sentado en su caja y Hinata tumbado en el suelo, con los dedos entrelazados. Hinata arriesgó mucho y arrastró las yemas por sus nudillos, una caricia. Kageyama movió su pulgar, suave, cuando una tabla crujió con fuerza debajo de ellos.

—Idiota, esto va a derrumbarse —dijo Kageyama, poniéndose de pie y soltándole. Hinata resopló, riendo.

—Eres un dramas.

—Lo digo en serio, voy a bajar.

—Bueno, vale —cedió Hinata al verle desaparecer por la pequeña puerta—. ¿Me enseñas el resto del jardín?

Kageyama continuó el paseo entre hierbas aromáticas y las plantas medicinales. Había un rosal, ahora sin flores, y una huerta llena de verduras de invierno.

Hinata se dirigió a la parte derecha del jardín y pasó los dedos por unas hojas que reconoció con facilidad.

—¿Por qué cultiva tanto hipérico?

—¿Eso? —preguntó Kageyama. La farola cercana a la casa les daba una suave iluminación—. Dice Miwa que es buena para la depresión.

—¿Tiene depresión? —preguntó.

—Miwa no. Mi madre —contestó Kageyama. Cogió la regadera apoyada junto a un ficus y regó un pequeño matorral medio seco.

—Oh. ¿Está yendo a terapia?

—Sí.

—Eso es importante, sabes. La terapia es muy útil para...

—No sirve para nada —le cortó Kageyama—. Yo también fui, pero la psicóloga era idiota.

Hinata frunció el ceño. Kageyama estaba ahora enderezando el palo guía de una enredadera.

—¿Por qué dices eso?

—Porque criticaba mis rutinas de entrenamiento. ¿Qué sabe una psicóloga de vóley?

—Ya, bueno. Yo sé un poco de vóley y tus rutinas de entrenamiento no son normales —dijo, sin alzar la voz. Kageyama bufó.

—Claro que no son normales, idiota. Un atleta olímpico no es un aficionado.

—Eso ya lo sé, pero una cosa es no ser un aficionado y otra cosa no poder oír música ni hacerte una paja.

—Puedo hacerme las pajas que quiera mientras no sea en esos cinco días antes de un partido.

Hinata resopló. Otra vez estaban en este punto.

—Vale, ¿cuántas te hiciste el último mes?

—No voy a contestarte a eso —dijo, frunciendo mucho el ceño, como si le hubiese pedido que le donase un trozo de hígado.

—Somos amigos ¿no? Podría decirte hasta las posturas favoritas Bokuto con Akaashi. Un spoiler: les va el rollo duro—. Kageyama empezó a toser y Hinata soltó una risa—. Seguro que no era mala psicóloga, sabes. Mi madre también tuvo una depresión, cuando pasó todo lo de mi padre. La terapia le ayudó mucho. Creo que yo también fui, pero no recuerdo mucho de esa época.

Hinata nunca había hablado de eso, ni a Kageyama ni a nadie. Tocó una amapola y después un tallo de valeriana, también eran dos plantas que se usaban para depresiones y ansiedad.

—¿Tu padre murió? —preguntó Kageyama, sin filtro.

—No. Bueno, no lo sé. A lo mejor se murió después —dijo, encogiéndose de hombros—. Se fue cuando Natsu acababa de nacer. Quiero decir, no se fue, mi madre le echó. Yo tenía seis años. Mi madre estuvo algo así como diez meses sin moverse de la cama, dijeron que tenía una depresión, así que vino mi tía de Kioto para cuidarnos.

—¿Le echas de menos?

¿Echo de menos a mi padre?

—No lo sé. Se supone que no debes echar de menos algo malo, además... No me acuerdo de su cara. Sólo del olor de su espuma de afeitar.

También recordaba la mano sujetando con fuerza su pelo, a veces para arrastrarlo, a veces para acercarlo, el peso de sus palabras, crío de mierda, me has jodido la vida, pero eso no se lo quiso contar.

—¿Por eso conoces estas plantas? ¿Por la depresión de tu madre?

—Ah, no. El novio de una de mis amigas de Rio se suicidó. Ella estuvo muy mal, no tenía dinero para psicólogos ni médicos ni nada, y se sentía mejor con estas hierbas. Me regaló un libro muy genial para los malos momentos. Le ayudó a no hundirse. ¡Ahora está súper bien! Terminó sus estudios de biología marina y va por ahí investigando estrellas de mar y me manda un montón de postales bonitas. ¡Ah! Fue ella la que me hizo el pendiente de la oreja.

La chica se llamaba Camila y era de Porto Alegre. Hinata no le contó que estuvo con ella en Ilha Grande cinco días aprendiendo a bucear en apnea, que fue la primera chica con la que se acostó y que le volvía loco su pelo afro.  

—¿El libro está en portugués?

—En inglés. ¿ Quieres que te lo preste?

Kageyama sacudió la regadera, terminando de ahogar unos geranios, claramente abstraído de lo que estaba haciendo.

—Sí.

—¿Pero entiendes inglés?

—Idiota, ahora soy un jugador de proyección internacional. Pero no es para mí, es para Aki.

Huh, vale. Mañana te lo puedo dar. Lo tengo en la mochila, es como que me da suerte.

—Mañana vuelvo a Tokio. Pero cuando vayas por allí puedes llamarme.

Ha dicho que puedo llamarle.

Vale, esa comida con Kenma podía tener una fecha muy pronto. ¿Era un amigo un poco miserable? Sí. ¿Kenma lo entendería aunque pondría cara de asco? También.

Oi, si voy a Tokio ¿podré quedarme en tu apartamento represor donde están prohibidas las pajas?

—No, idiota, no hay cuarto de invitados.

Huh, menuda mierda. Yo quería dormir cerca de Nishida y Takahashi.

—¿Para cagarte encima si te los encuentras por el pasillo?

Kageyama le dedicó una sonrisa maligna, y Hinata le dio un empujón fuerte, desequilibrándole.

—¡Eso era antes! Ahora soy súper adulto.

—Un adulto que grita de emoción cuando ve una cabaña en el árbol.

—Las cabañas en el árbol no tienen edad, Viejoyama.

Volvieron a entrar, y Hinata tenía las piernas congeladas. Eran casi las cuatro y empezaba a estar claro que ahí nadie dormiría. Se sentaron otra vez bajo el cobijo del kotatsu.

No quiero que esta noche se acabe nunca.

—Estás tiritando. Seguro que mi hermana tiene algún pantalón de tu talla.

—¡No pienso ponerme ropa de tu hermana!

—¿Por qué? No tengo la culpa de que mi ropa te quede enorme.

—Te odio —murmuró, sonrojándose mientras se abrazaba las rodillas.

—Pues entonces muere de frío.

—Ah, en serio, ven de una vez y dame calor, como esa gente que se pierde por las montañas. ¿O prefieres que me dé una hipotermia?

Kageyama bufó.

—Eres idiota —dijo, pero se acercó hasta que sus brazos quedaron pegados y se quedó allí, esparciendo su olor por todas partes. Hinata aprovechó la cercanía para volver a cogerle de la mano, palma contra palma, y luego entelazó sus dedos, tarareando.

Kageyama, otra vez, no huyó.

Creo que voy a morirme de amor, y se suponía que yo esto ya lo había superado.

Hinata.

—¿Mmm? —La mano de Kageyama estaba suave, incluso en los puntos de la palma donde la pelota formaba callos. Me encanta, me encanta, me vuelve loco.

—Si vienes a Tokio puedes dormir en mi habitación.

¿Hah?

—¿No está prohibido?

Idiota idiota pero di algo sexy en serio odio mi cerebro ahhh

—Nadie dirá nada, y puedes darle tú el libro a Aki. Tiene ganas de conocerte.

—Eso es que le has hablado de mí —dijo, sonriendo, todavía nervioso.

—De lo idiota que eres.

Los dos sonrieron. Hinata estaba en shock. ¿De verdad le había invitado a su habitación? Relájate, no empieces a volverte loco y hacerte ideas que luego te llevas el palo.

Oi, ¿y qué le pasa a Igarashi-kun? —preguntó en un susurro. Apoyó la cabeza en su hombro y le pareció que Kageyama  contenía la respiración—. ¿Está triste?

—Sí.

—¿Te lo ha dicho él?

Kageyama se tomó su tiempo.

—Dormimos pared con pared y le oigo llorar por las noches.

Hinata susurró un oh lleno de pena, porque no había cosa que le diese más lástima que un chico llorando. Tal vez una persona anciana llorando. Oh, sí, vale, mejor no pensar en eso o acabaría ahogándose en su charco de lágrimas como cada vez que veía una noticia de un abuelo abandonado.

—¿Y vas a consolarle?

Por la forma de su respiración sabía que este era un asunto que le preocupaba.

—No sé hacer eso.

—No es complicado. A veces solo hace falta alguien que esté ahí. Mira, vamos a hacer algo —soltó su mano para mirarle de frente, a los ojos—. La próxima vez que llore vas a llamar a su puerta y vas a entrar a darle un abrazo. Vale, quita esa cara, olvida el abrazo. Vas a entrar y a sentarte en algún sitio y estar ahí con él.

—No creo que necesite eso.

—Tú solo inténtalo—. Kageyama asintió y Hinata se alejó un poco, volviendo a enredarse en la manta—. Pero cuenta con mi libro. Es bueno, ya verás. Yo también lo leí.

—¿También estabas triste?

Hinata le sonrió, suave y después se encogió de hombros.

—Un poco al principio, pero después estuve bien. Oi, ¿quieres que veamos el partido ese Adlers vs Jackals que veías con tu abuelo?

Kageyama se pasó la lengua por los labios, pensando.

—En media hora empieza un partido interesante.

Hinata se estiró, acomodándose entre las mantas. ¿Un partido interesante? ¿A las cuatro de la mañana?

—¿Cuál?

Kageyama tardó un poco en hablar, como si estuviese luchando contra las palabras.

—CA San Juan contra CA Paracao.

La mente de Hinata se ajustaba, intentaba interpretar las palabras, tenía sueño, el calor del kotatsu no ayudaba, pero entonces todo se ajustó. Abrió los ojos y le señaló con un dedo acusador.

—¡Estás siguiendo la liga argentina!

—No hagas un escándalo —murmuró Kageyama. Hinata obviamente sí iba a hacer un escándalo. Se imaginó la cara que pondría Oikawa si se lo contaba. ¿Qué emoji utilizaría? Probablemente le mandaría siete audios de cuatro minutos, como la vez que Iwaizumi publicó una foto en Instagram casualmente desayunando dulce de leche y mate.

—¡Yo también la sigo! —gritó. La cara de Kageyama cambió un poco—. Bueno, cuando estaba en Río era más difícil por el trabajo, pero... Espera, ¿cómo ves los partidos? ¿No estaba prohibida la tele y todo eso?

—Nadie prohibió la radio.

Hinata frunció el ceño.

—¿Vóley por radio? ¿Pero eso no es como, no sé, confesarte en balleno?

—¿Qué mierda es el balleno?

—¡Vimos juntos Buscando a Dory!

—No era yo.

—¡Claro que eras tú, Bakayama! ¿Quién iba a ser?

—Sería Miya Atsumu.

—¡Eras tú, pedazo de idiota! ¡Dory hablaba balleno! ¡Por eso digo que sería como confesarte en balleno!

—No me acuerdo de...

Hinata empezó a hablar en balleno.

—Koaaaueyaaamu uoooo iee emuii woooostas iwee muu...

Si el balleno fuese un idioma real y Kageyama lo entendiese, habría oído Kageyama me gustas muchísimo desde los catorce, quiero besarte, quiero acostarme contigo.

—Qué coño.

Kageyama le miraba con el ceño fruncido y la nariz arrugada. Hinata soltó una carcajada, sonrojado por su confesión en balleno, y se abalanzó sobre él, derribándole sobre la manta del kotatsu.

—¡Guerra de cosquillas!

—¡Idiota!

Kageyama intentó quitárselo de encima, pero Hinata estaba muy motivado, recordó que Kageyama tenía una debilidad debajo de las costillas flotantes, una mano en cada lado y ya estaba, justo ahí, Kageyama Tobio, colocador alucinante de veintiún años, deshaciéndose en carcajadas como si fuese un niño pequeño.

La imagen era bonita, pero el sonido era un sueño. Una risa clara, sin filtro, mientras le empujaba sin éxito.

Ojalá siempre te rías así.

Kageyama le derribó, se puso encima y empezó su revancha. Hinata se reía con tanta fuerza que estaba seguro de que podrían despertar a toda la manzana. Pataleó, le pegó en la espalda, pero Kageyama tenía ese brillo malvado en los ojos y se reía mientras le asesinaba a cosquillas, los dos sonrojados y sudando, Hinata estaba seguro de que iba a morir con los muslos de Kageyama aprisionándole, pero no le importaba.

—¡Por favor me voy a hacer pis encima Bakayama!

Kageyama paró, moviéndose de encima de él y sentándose a su lado, con la respiración agitada y todavía sonriendo. Le puso una mano en la cara y Hinata se la apartó de un manotazo, también entre risas.

—Ya has escupido como una fuente, no quiero que también te mees encima.

—Miwa me perdonaría si le explico las circunstancias —murmuró, colocándose los bucles enredados.

Kageyama estiró la mano y le tocó el pelo, y Hinata se quedó congelado, mirándole.

—Te está creciendo —dijo, aún con restos de la sonrisa de antes. Hinata era arcilla derretida. Kageyama tiró un poco de un mechón y cuando lo soltó el cabello se rizó hasta la punta. Sonrió más grande, y Hinata se dio cuenta de que estaba en el mismo punto que cuando tenía quince. Soy el Titanic y Kageyama es mi iceberg, haga lo que haga me iré a pique—. Te queda bien.

—Me dijiste que lo cortase —murmuró, intentando peinarse—. Hace tres años. Me dijiste, córtate el pelo, pero no me lo corté porque lo dijeses ¿eh? Solo que no está bien decir córtate el pelo y ahora oh no, amo tu pelo largo.

—No he dicho que lo ame.

—Se intuye, Bakayama, se intuye.

Hinata se giró en el suelo, tumbándose boca abajo mientras tarareaba una canción, mirando su móvil. Tenía un montón de mensajes de felicitaciones y algo así como un millón de notificaciones de todas sus redes sociales. Twitter, Instagram, Facebook...

Sintió los dedos de Kageyama en la parte trasera de su muslo y soltó el móvil, sorprendido.

—¡Ah, tío! ¿Quieres matarme? —miró hacia atrás y se encontró a Kageyama sentado, con el ceño fruncido y el pelo hecho un desastre, inspeccionando la cicatriz de la parte trasera de su muslo, pasando los dedos por ella—. Cha, Kageyama-kun. ¿Sabes que eso es mi pierna?

—No te caíste —dijo, y alzó la vista para enfrentar sus ojos—. ¿Por qué me dijiste que te habías caído trepando a tu casa?

—Porque me caí.

—Mentiroso —Kageyama bajó otra vez la vista, pasando los dedos por el músculo hacia arriba. Hinata empezó a ponerse nervioso cuando las yemas traspasaron la tela de los pantalones cortos y siguieron subiendo hacia el glúteo.

Oi, qué...

—Esto son los isquiotibiales —murmuró Kageyama, ahora apoyando la mano entera sobre su muslo y alejándose del glúteo, bajando hasta la parte posterior de la rodilla, marcando la trayectoria del músculo. Hinata contuvo la respiración ante la suavidad del roce—. ¿Fue un desgarro? Es una lesión deportiva.

—Te he dicho que me caí.

El corazón le latía como un tren sin frenos a punto de descarrilar. 

—Aquí —siguió, pasando dos dedos sobre la cicatriz—. Está el bíceps femoral. También el semitendinoso...

—Nadie te ha pedido esta clase de anatomía, sabes.

Lo dijo fingiendo indignación, pero estaba nervioso. Ese idiota le estaba poniendo el corazón a mil por hora.

—...Y por esta parte el semimembranoso. ¿Cuál te desgarraste?

—Oi, este es un truco muy malo para meterme mano.

Kageyama no se daba por aludido. Apretó un poco la musculatura sobre la zona de la cicatriz y Hinata intentó darle una patada trasera, pero le inmovilizó la otra pierna con la mano izquierda.

—Te desgarraste el bíceps femoral. ¿En qué grado? ¿Por qué te operaron? ¿Tienes dolor?

Apretó más fuerte, como si quisiese comprobarlo.
Idiota.

—No me apetece hablar de eso —dijo Hinata, girándose de golpe. La mano de Kageyama acabó sobre su rodilla—. ¿Quieres ver el partido o me desnudo y me das la clase completa?

Estaba molesto, pero en cuanto soltó la frase se arrepintió. Kageyama quitó la mano de la rodilla como si diese calambre, sonrojándose al instante. Hinata también estaba sonrojado.

Mierda, ya me he pasado. 

Kageyama sacó su móvil, visiblemente nervioso.

—Voy a buscar la radio.

—Ah, no, olvídate de eso —dijo Hinata, sentándose y aferrándose a esa distracción—. Vamos a ver vóley como personas de este siglo, en la tele de tu hermana.

—Solo se retransmite de pago.

—Espera y verás.

Dos minutos y cinco WhatsApp de Kenma después, Hinata tenía un link para ver el partido en calidad HD y en cualquier dispositivo con conexión a Internet. Conectaron la smart TV de Miwa y mientras Kageyama buscaba el partido, Hinata fue a la cocina.

Volvió al salón con dos tazones de leche caliente.

—Toma.

—No puedo beber esto —gruñó Kageyama, cogiendo la taza y mirando su contenido.

—Mira, hoy he ganado y como vencedor tengo derecho a mandar, así que te vas a beber ese tazón de leche, te vas a comer lo que te traiga y vas a incumplir esas normas estúpidas esta noche —Kageyama frunció el ceño y Hinata le dio una sonrisa malvada, puso una mano en su hombro y se acercó para susurrar—. Hasta puedes ir al baño y hacerte una paja.

—Imbécil —Kageyama le dio un empujón que estuvo a punto de lanzar la leche por todas partes, aunque se estaba riendo otra vez, con las orejas rojas y los ojos brillantes. Hinata también se había sonrojado por sus propias palabras, pero la risa tímida de Kageyama merecía el momento.

El partido duró dos horas. Oikawa estaba como Hinata lo recordaba, alto, imponente, clavando esos servicios asesinos de los que Kageyama llevaba la impronta. Hacían algún comentario sobre las jugadas, pero lo disfrutaban en silencio. Por el rabillo del ojo veía a Kageyama emocionado, sin parpadear, sin perderse nada. 

San Juan ganó tres a dos. Unos diez minutos después, cuando acababa de regresar de la cocina con un bote de pepinillos para Kageyama y un sandwich de atún para sí mismo, el móvil vibró.

Gran Rey Toto (audio 1'40’’)

Oh —dijo. Kageyama le miraba con interés y una estúpida fuerza le empujó a añadir—. Es Oikawa-san.

—¿Oikawa-san? ¿Te escribe desde los vestuarios?

Hinata miró el móvil, rascándose la nuca.

—En realidad es un audio.

—¿Y no lo escuchas?

—No tengo auriculares.

Kageyama parecía contrariado.

—¿Para qué quieres auriculares?

Hinata miró el audio. A ver, podía decirle que era privado, pero sonaría ¿sospechoso? No tenía porqué ser sospechoso, ni Kageyama era más que un amigo y aunque fuese su novio podía escuchar lo que fuese con auriculares, pero decidió no pensar.

En fin, Oikawa estaría en los vestuarios con sus compañeros del San Juan, así que no diría nada inapropiado.
Pulsó para escucharlo.

¡Shou-chan, aquí tu colocador más hot!

Ah, mierda.
No había tenido en cuenta el pequeño detalle de que sus compañeros hablaban español o inglés y Oikawa-san, japonés. Podía decir cualquier cosa.

¿Por qué soy tan idiota?
Era tarde para arrepentirse. Oikawa-san ya estaba hablando.

Bueno, pensó Hinata. Un minuto y cuarenta segundos es poco tiempo, ¿no?

Es decir... No es como si se pudiese arruinar a alguien en un minuto y cuarenta segundos.

¿No?


AVISOS DE CONTENIDO.

*Menciones leves sobre depresión.
*Menciones leves sobre suicidio.
*Menciones leves sobre maltrato/abuso infantil.

Notas de la autora.

Siento cortarlo aquí, pero quiero publicar capítulos de 3500-4000 palabras y este tiene casi 5000, ¿dónde está mi autocontrol?

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