Nadie duerme en Tokio |KageHi...

Per LauArcher

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Hinata se va a Brasil y quiere despedirse. Kageyama se va a Tokio y odia las despedidas. Sus caminos se cruza... Més

Capítulo 1. Finales y comienzos
Capítulo 2. Lo que pasa en Brasil...
Capítulo 3. El ninja y el pibe
Capítulo 4. Si lo quieres tendrás que sangrar por ello
Capítulo 6. Ganadores vs perdedores
Capítulo 7. Un lugar seguro
Capítulo 8. Hazme volar
Capitulo 9. Mi persona favorita
Capitulo 10. Mientras yo este aquí
Capítulo 11. El mordisco del chacal
Capítulo 12. Terapia
Capitulo 13. Shouyou, Shouyou, Shouyou
Capítulo 14. Suaveyama
Capítulo 15. Arruinador de alegrías
Capítulo 16. Para que hoy no ganen los malos
Capítulo 17. Aprender a vivir pese al miedo
Capítulo 18. A tumba abierta
Capítulo 19. Castillos en el aire
Capítulo 20. Dream Team
Capítulo 21. El escenario mundial
Capítulo 22. Lo que no sabes de tu padre
Capítulo 23. Demasiado bueno para este mundo
Capítulo 24. Brazilian Rhapsody
Capítulo 25. El lado dulce de la vida
Capítulo 26. La grieta
Capítulo 27. Un idiota naranja, un estúpido virgen

Capítulo 5. Vóley en estado puro

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Per LauArcher

Nota: juro que es kagehina xD slow burn, pero kagehina


Durante sus años de instituto, hubo momentos en los que Kageyama pensó en confesar.
¿Qué debía decir? Las chicas que se atrevieron con él se perdieron en tartamudeos y cosas sobre sus ojos y él no estaba dispuesto a hacer el ridículo.

Semanas antes de la graduación, recurrió a Miwa. Era la primera vez que llamaba a su hermana por teléfono desde que se fue de casa de sus padres.

—Ay, mi Tobibi bebé ha crecido tanto y me pide consejos de amor —sollozaba Miwa. Kageyama gruñó, pasándose una mano por la cara, convencido de que había sido un error llamarla.

—No me llames así.

—Es que estoy muy emocionada. Vale, ¿entonces estás enamorado?

—Yo no he dicho eso.

—¿Mi bebé bonito está enamorado, cosita linda?

—Miwa, voy a colgar.

—¡No, espera! No cuelgues Tobib... Tobio-kun, voy a ayudarte muchísimo. A ver, ¿qué pasa? ¿Cuál es el problema? ¿Quieres confesarte a alguien antes de la graduación, en plan shoujo?

Kageyama se tumbó en la cama de su habitación, levantando la mano izquierda para mirarse las uñas.

—¿Qué pasa si lo hago?

—Pues él tendría que darte una respuesta.

Frunció el ceño, contrariado.

—¿Cómo sabes que es un chico?

¿Cómo podía saberlo, si nunca se lo dijo a nadie? Había veces que se preguntaba si era adoptado. Si no fuese porque tenía la misma cara que su hermana, estaría seguro.

—Tobibi, podemos fingir que no sé quién es, pero no es mi mejor día, sabes. Ayer ahogué en cerveza todas mis neuronas buenas.

En serio, seguro que era adoptado y casualmente ambos tenían los ojos azules.

—¿Y qué le digo?

—Dile lo de la luna, bueno, está muy visto pero es lo más efectivo.

—¿Qué luna? —Miwa suspiró. Kageyama frunció el ceño—. ¿Qué pasa con la luna?

—Nada, Tobi, no pasa nada. Mira, siendo tú, díselo con naturalidad, como si no fueses a morirte por su respuesta. Quítale presión, en plan, "ah por cierto, me gustas".

—No puedo decir eso, me odiará.

—No te va a odiar, tonto.

—¿Y tú que sabes?

De pronto estaba agobiado ante esa idea estúpida que le robaba pensamientos al vóley.

—Porque soy una chica. Las chicas lo sabemos todo.

—¿Entonces por qué no paran de confesarse conmigo? Si lo saben todo deberían saber que no me interesan.

—A veces queremos ver algo donde no hay nada. Nos empeñamos, nos autoconvencemos... —Kageyama se levantó para mirarse al espejo. ¿Qué tenía él que pudiese gustarle a otra persona?—. Confiesa, no seas cagón.

—No soy cagón. Es que Hinata se va a Brasil el año que viene —mierda, ya lo he dicho.

¿Y?

—Brasil está en otro continente —le informó. Él había tenido que comprobarlo en un mapamundi.

—Ya lo sé, idiota. Pero el año que viene es el año que viene.

—Y yo me mudo a Tokio, y debemos entrenar todo el tiempo. 

—Yo también vivo en Tokio, Tobibi. No pienses tanto, ¿o es que no vas a tener una vida por ser jugador profesional de vóley?

¿Una vida?

—El vóley es mi vida.

—Algún día el vóley no será suficiente.

Kageyama empezó a colapsar. ¿El vóley insuficiente? ¿Entonces para qué seguir viviendo? Ella no podía entenderlo. Miwa dejó el vóley para no tener que cortarse el puto pelo, por un estúpido novio del que ni recordaba el nombre. Colgó el teléfono.

El vóley era el amor de su vida.
Hinata, su mejor amigo.
Lo había asociado tanto al vóley que su cerebro se había confundido.
Era eso.

Caminaban juntos a casa a la salida de clase, y quedaban a dormir los viernes para ver vóley. Kageyama le enseñó a amasar pan para hacer pizza casera. Hinata era torpe y desastroso y siempre acababa con harina en la nariz y en los labios, y él pensaba en robarla, acorralarle contra la encimera y quedarse con su primer beso, porque lo sabía todo de él, sabía que nadie le había besado antes.

Seguro que era por el vóley, en fin, besar a Hinata era lo más parecido a besar al vóley.
Sí, esa era la explicación más razonable.

Las líneas entre Hinata y el vóley cada vez eran más difusas, no era fácil distinguir donde acababa uno y empezaba el otro.

Fue la única persona a la que llevó a su casa durante su adolescencia. El único al que enseñó el álbum de fotos con su abuelo, y estaba seguro de que esas flores amarillas y un poco feas que aparecieron sobre su tumba el aniversario de su muerte, las había puesto él antes de ir a clase, porque eran iguales que las que plantaba su madre en su jardín.

Vieron juntos las Olimpiadas de Londres, prometiéndose que harían que Japón nunca más quedase fuera de unos Juegos.

—Estaremos allí algún día —susurró Hinata; estaban viendo un partido a las cuatro de la mañana. Kageyama abrió los ojos y se dio cuenta de que al dormirse había resbalado hasta tener la cabeza en su hombro. Hinata le estaba tocando el pelo. La única luz en la habitación venía de la tele—. Te lo prometo, Yamayama.

Entonces tuvo un pensamiento fugaz. Si Hinata era vóley, y el vóley era Hinata, a lo mejor sí estaba enamorado.

Siempre había sido él.
Nunca, jamás, ningún otro.

Kageyama defendió los colores de Japón en los Juegos Olímpicos de Río. Aki estaba allí, pero como suplente. Envió algún mensaje a Hinata, esperando que quisiese quedar, pero no mostró interés.
Es mi mejor amigo. Mi mejor amigo.

Aún no era el momento. Kageyama no se enfadó. Él había hecho lo mismo. Se negó a escuchar lo que Hinata intentó decirle la noche de la graduación, porque por un segundo tuvo miedo de que fuese a confesar. Era absurdo, seguramente era cualquier otra tontería, pero ¿y si necesitaba una respuesta?

El vóley es lo primero. No podemos distraernos.
Este es nuestro sueño, yo he llegado primero a la cima, pero esperaré por él lo que haga falta.

Aunque Hinata dejó de contestarle los mensajes durante un año, pensó que era su culpa. Habría hecho algo mal.

Se me da mal la gente. Espero que siga siendo mi mejor amigo.

Aunque no le contestó al teléfono ni le devolvió la llamada la peor noche de su vida, lo dejó pasar.

Hinata estaba construyéndose, y él tenía que esperar. Eso es lo que hacen los compañeros.
Kageyama ya no quería ser un rey despótico, quería ser un buen mejor amigo.

Me pidió que esperase. Tengo que tener paciencia.
Algún día, cuando los dos seamos fuertes, cuando él cumpla su sueño, a lo mejor...
No debo precipitarme. No puedo ser egoísta. No es el momento.

Ahora volvía a enfrentarse a él. Apoyó la cabeza en la pared, los músculos doloridos del doble entrenamiento, las palabras duras de Yamagawa-san todavía en sus oídos. Eres débil, Kageyama. Miya es más fuerte, y te arrancará la titularidad con los dientes. ¿No querías ser el orgullo de tu familia?

Al otro lado de la pared, como siempre, Aki lloraba.

Hinata entró en los Black Jackals como un náufrago que, después de meses en el océano, alcanza la orilla.

Las cosas eran sencillas. Sus compañeros, Osaka, la residencia. Convertirse en un chacal era como vivir en una fiesta de cumpleaños permanente. Meian les despertaba con música. Hacían carreras a las duchas, y Atsumu ganaba siempre.

Sakusa se convirtió en Omi, y todos reservaban un horario para limpiar bajo sus indicaciones. Era bueno en ajedrez, y podía jugar con él durante horas. Inunaki hacía yoga, se despertaban al amanecer y meditaban en la azotea. A veces se unía Omi y una vez lo intentó Bokuto, pero se tiró un pedo haciendo uttanasana e Inunaki y Omi le empujaron escaleras abajo prohibiéndole regresar.

Bokuto iba con él al karaoke y se unía Akaashi cuando venía de visita. Hinata siempre se beneficiaba de esas tardes, porque Akaashi le hacía contrabando de mangas todavía no publicados, y sabía antes que nadie el final de Tokyo revengers

Con Atsumu montó por primera vez en moto, y descubrió que era lo más parecido a volar sin estar en la pista. Tenía una Kawasaki Z900RS negra a la que llamó Saeta de Fuego, y su único adorno eran dos pegatinas, el logo del Inarizaki y de los Jackals. Cuando le llevó a Kobe por primera vez, en una escapada improvisada, Hinata le prometió que cuando le llamasen para la Selección le regalaría una pegatina con la bandera de Japón.

El nombre de Atsumu llevaba semanas sonando en todas las apuestas, decían que Yamagawa-san en persona le quería allí, aunque él se mantenía cauteloso. No quería ilusionarse, pero estaba entrenando más duro. Era más exigente, hacía a Hinata correr más rápido, saltar más alto. Le empujaba a subir de nivel. 

—Puede que te llamen antes a ti, Shouyou —había dicho, dándole un golpecito con dos dedos sobre el casco, frente al puerto de la ciudad. En verdad el casco era de Osamu, pero Atsumu había dicho algo acerca de un préstamo que no resultó muy convincente. Hinata le bajó el visor, riendo.

—¿Te juegas tu Saeta de fuego? —le provocó. Pareció pensárselo unos segundos y después le pasó un brazo por los hombros, empezando a caminar.

—Tendrías que jugarte algo a la altura.

—¿Mi camiseta firmada por la selección de Brasil?

—¡Tu camiseta no me interesa! ¿Qué me dices de un fin de semana, el primero que tengamos libre? Podemos ir a las aguas termales de Akiu Otaki. Ya sabes, emborracharnos en una piscina termal viendo las estrellas y conspirando contra el mundo, especialmente contra mi hermano.

—¿Y Akiu está a la altura de tu Saeta? —Akiu estaba en Miyagi y aunque las cataratas eran geniales, tampoco  parecía que valiesen una súper moto.

—Depende de cuánta ropa estés dispuesto a quitarte —rió, dándole un empujón. Hinata se lo devolvió.

—Hecho. Iremos —contestó—. ¡Una carrera hasta el restaurante!

El verano terminaba, y Hinata habría querido poder atraparlo y que el tiempo se detuviese, tal vez en la risa de Omi-san cuando Atsumu se cayó al lago vestido por intentar tontear con unas chicas, o en el ramen que compartió con Udai cuando fue, como un fan loco, a la firma de su nuevo manga de deportes en Kobe.

Hinata miraba el móvil de noche, abría la conversación con Kageyama, enviaba alguna noticia de vóley y se esforzaba por olvidarse hasta el día siguiente, cuando obtenía una respuesta.
Más vóley.

Se había resignado. Su relación con él era así. Rivales. Vóley, si acaso un emoji con forma de pelota. Un meme de una bloqueadora haciendo el pino. Otra noticia sobre un niño de tres años que hacía saques con salto perfectos. ¿Pero por qué siempre estaba esperando más? ¿Cuándo iba su estúpido cerebro a aceptar la realidad?

Esto es lo que hay entre nosotros.
Siempre fue así.

A mediados de agosto, durante las breves vacaciones, los chacales le organizaron un “cumpleaños atrasado” y Bokuto le hundió la cara en una tarta de nata con fresas. Atsumu se acercó por detrás y lamió un pegote de su mejilla hasta la oreja, nata con Shouyou, puto vicio, había susurrando en su oído, huyendo después a molestar a Omi con una mano manchada.
Hinata se llevó la mano a la oreja, donde ardía la piel húmeda.

La vida con los chacales era una fiesta, y él quería bailar todo el tiempo.


Kageyama, Igarashi, Nishida, Takahashi:

Os adjunto la lista nutricional para que la coloquéis en la nevera. Os recuerdo que en el sobre están vuestras tarjetas de fichaje. Cada vez que lleguéis al apartamento debéis reportarlo pasando la tarjeta por el lectoR. Si salís también debéis pasarla. Todo quedará anotado en vuestra hoja personal para mejorar vuestro rendimiento y ayudaros a alcanzar la cima.

Recordad: no os relajéis, no os acomodéis. Si lo queréis, tenéis que sangrar por ello.

Yamagawa Yuu

Alimentos permitidos. Batidos proteicos del patrocinador, lechuga, col, tomate, pollo, pavo, carne de res a la plancha, pescado a la plancha o hervido, cebolla, espárragos, pepino, zanahoria, brócoli, calabacín, pimiento, marisco, ración diaria recomendada de arroz, agua.

Alimentos prohibidos. ALCOHOL, comida precocinada, legumbres, frituras, bollería, pasta, refrescos, fiambre, golosinas, azúcar blanco, chocolate, galletas, aperitivos salados, pizza, patatas, salsas, carne a la barbacoa (salchichas, chorizo, hamburguesas), yogur, leche (continúa en las dos siguientes hojas)...

El sofá del apartamento de Ushijima era la cosa más incómoda del mundo, con muelles de punta clavándose por todas partes y un hundimiento salvaje justo en el medio. Kageyama se acomodó como pudo, con el codo de Sokolov incrustado en las costillas. En el extremo contrario, Ushijima abría una lata de bebida deportiva, mirando el televisor con el que Hoshiumi llevaba veinte minutos perdiendo los nervios.

—No entiendo porqué tengo que pasar el viernes con vosotros —gruñó, golpeando las teclas del mando—. Y para ver un partido de los malditos Green Rockets, ¿no tenemos suficiente el resto de la semana?

Kageyama miró la bandeja de queso con melancolía mientras masticaba una zanahoria cruda, preguntándose si Aki habría sobrevivido a la charla con Yamagawa-san después de otro descenso en sus estadísticas. No tenía mensajes de él. Le habría puesto a entrenar hasta desmayarse.
Por lo menos ya no estaba solo. Takahashi y Nishida pasarían la semana en el apartamento.

—¡Tíos! —gritó Hoshiumi, moviendo el cursor hasta un vídeo recomendado—. Mirad esto.

—Son... ¿los chacales? —preguntó Toshiro, sosteniendo una bolsa de patatas fritas. Kageyama movió el cuerpo hacia delante, apoyando los codos sobre sus rodillas, con la zanahoria quieta entre los dientes. El corazón le bombeaba al doble de velocidad—. Venga, ponlo.

Hoshiumi canturreó mientras pulsaba el play. No era un vídeo de un juego. Las imágenes eran de JackalsFanClub, uno de los mil clubes que tenían por todas partes. Los favoritos de todos los jóvenes, como si eso significase algo en el vóley. Kageyama rumió su zanahoria con disgusto.

La previsualización mostraba a un Miya Atsumu muy feliz de haberse conocido a sí mismo, con una camiseta negra y el logo de Red Bull en el centro, sujetando un micrófono. El nombre del vídeo era “Presentación en la GHOST de los nuevos chacales, grrrroar

—¿La GHOST no es una discoteca de Osaka? —preguntó Sokolov—. ¿Por qué presentan a sus jugadores en una discoteca?

Eso digo yo. 

—¡Esta noche conoceréis a los cachorritos de esta temporada! —decía Miya, sujetando el micrófono para un público mayoritariamente femenino que coreaba su nombre. Hoshiumi lanzaba maldiciones al aire, y Kageyama las suscribía silenciosamente—. Traen las garras bien afiladas, ¿verdad, Inunaki-san?

A su lado estaba el líbero de pelo claro y sonrisa mafiosa. Se acercó demasiado al micro, haciéndolo pitar.

—¡Que tiemblen las palomitas!

Se atrevía a llamarles palomitas a ellos, el mejor equipo de la V-League, que los había machacado mil veces. 
Los siguientes minutos de vídeo mostraron la entrada de Sakusa Kiyoomi.

—No me puedo creer que el tío-no-me-divierto-nunca se haya prestado a esta mierda —dijo Hoshiumi. Ushijima observaba la escena con ojos curiosos.

—No parece feliz.

Sakusa iba de negro, con camisa, y llevaba una mascarilla FFP7 comercializada sólo en China, según se decía, eficaz incluso en caso de guerra bacteriológica. Atsumu le presentó con una sonrisa malvada.

—Aquí tenéis al MVP de la liga universitaria, con su giro de muñeca va a hacer llorar a unos cuantos. ¡Omi-kun, mueve esas caderas!

Movió la cadera contra Sakusa, que le miró con gesto de asco mientras se oía lejos del micrófono no me llames así en público. La canción siguió sonando, pero sólo bailaban Atsumu e Inunaki, completamente entregados a la causa. Sakusa esperaba en un lateral, resignado.

—¡Y la nueva incorporación, vais a morir por él!—gritó Atsumu, más fuerte. El corazón de Kageyama empezó a sprintar—. El Ninja, el mejor señuelo, el tío que va a volar para mí. ¡Hinata Shouyou!

El mejor señuelo. La sangre de Kageyama burbujeaba por todo su cuerpo. Yo le di ese apodo, yo lo inventé para él.

Antes de que pudiese seguir haciendo vudú con sus pensamientos, un relámpago atravesó el escenario, la sonrisa le ocupaba toda la cara, estaba moreno, estaba tan moreno, su pelo, dios, su pelo. Kageyama apretaba la zanahoria incrustándose los bordes en la palma de la mano.

Ha crecido. Ya no es un niño.

—¿Cuánto mide? —gritó Hoshiumi, poniéndose de pie y acercándose a la televisión—. ¡Exijo saber su altura ahora mismo!

—No aparece en ningún sitio —soltó Kageyama, sin darse cuenta de que hablaba en voz alta. Los ojos de Ushijima se clavaron en él y le sostuvo la mirada en un diálogo mudo en el que le estaba preguntando ¿estuviste buscando? Y Kageyama contestaba no, me lo han contado.

—Seguro que soy más alto —gruñó Hoshiumi, volviendo a sentarse—. Además, ¿qué son esas pintas?

—Los colores no pegan con su pelo —aportó Sokolov.

Kageyama quería mandarles a todos a callar de una jodida vez mientras en la pantalla Atsumu chocaba las cinco con Hinata. Después pasaba un brazo sobre sus hombros y le ponía el micrófono delante de la boca.

—¡Hola! —gritó Hinata. Tenía las mejillas sonrojadas. Kageyama memorizó el nombre del vídeo para buscarlo cuando estuviese solo—. ¡Soy Shouyou! ¡Estoy súper feliz de que me aplaudáis sin conocerme! ¡Voy a trabajar duro para que lleguemos a la cima! Huh, ¿alguien ha perdido estas bragas? ¡Puedo dejarlas en objetos perdidos!

Tenía unas jodidas bragas en la cabeza, ¿qué eran, deportistas o un grupo de k-pop? La gente aplaudía. Había música, y Miya Atsumu volvía a hablar pero Kageyama estaba perdido en un rizo naranja sobre una ceja más naranja y había algo en su oreja, una cosa brillante en el cartílago, con forma de aro...

¿Desde cuándo tienes un pendiente, idiota?

Una sensación oscura y desconocida le creció por todas partes.

—Hey, Ushijima-kun, ¿tú también quieres perrear con tu colocador? —preguntó Sokolov.

—No veo la necesidad.

—¡¡Aahhh!! —gritaba Hoshiumi, tirándose de los pelos—. ¿Por qué los chacales se lo pasan bien y nosotros presentamos a los jugadores en una rueda de prensa?

—Porque somos un equipo serio —dijo Kageyama, con los ojos clavados en la imagen de Hinata y Miya  bailando, acuclillados, como si compitiesen por quién podía llegar más abajo. La mano del jodido Miya estaba todo el tiempo en algún sitio, en un hombro de Hinata, en la espalda de Hinata, en su cadera, en el cuello, ¡en el cuello! Acababa de llegar y ya le estaba poniendo sus dedazos en el cuello. Kageyama había sido prácticamente su siamés durante tres años y jamás le puso una mano en el cuello, salvo durante alguna pelea un poco brutal y con finalidades puramente asesinas.

Es un compañero de equipo. Yo soy su mejor amigo.

No quería esa bola en el estómago, las bolas en el estómago no son buenas para jugar al vóley y no podía permitirse empeorar en sus estadísticas. No ahora que Miya estaba en la lista de la Selección, ahora que empezaría como suplente.

Aceptó mi botón y me dijo "espérame".

Bokuto-san apareció en escena, bailando de forma exagerada. Entre él y Miya atraparon a Hinata en el medio, como si fuese un jodido bocadillo, y siguieron haciendo algo parecido a restregarse al son de la música.

—Me pregunto qué opinará Meian-san de todo esto —dijo Sokolov, levantando las cejas.

—Creo que Meian les deja desfogarse —opinó Toshiro—. Míralos, son animalitos.

Kageyama se puso de pie, con las orejas coloradas. En el vídeo todos habían hecho un corro alrededor de Sakusa e intentaban que se uniese a lo que parecía una invocación de lluvia.

—Vamos a destrozarlos —dijo, muy serio. Pudo ver un atisbo de sonrisa en la cara de Ushijima.

—¿Cómo te sientes? —Hinata giró la vista hacia Atsumu, con un trozo de helado en la boca—. Debutas contra los Adlers. Es un momento importante.

Hinata apretó los labios, mirando el mar, apoyado en la barandilla de madera del paseo. La playa al atardecer empezaba a vaciarse, pero quedaban unas cuantas familias que luchaban por exprimir los últimos rayos del sol. Septiembre avanzaba sin piedad y el verano se escurría entre sus dedos, igual que los restos del helado de limón.

—Me siento... fuerte.

Atsumu soltó una risa y le pasó el brazo por los hombros.

—¿Cómo quieres celebrar la victoria?

—Primero hay que ganar —rió Hinata, dándole un codazo.

—Ganaremos —Una voz se formó en su mente. Mentras esté aquí, eres invencible. Cerró los ojos con fuerza para ahuyentarla—. ¿Te apuestas algo?

—Es mejor que dejes de apostar, Atsumu-san. Técnicamente ya has perdido tu Saeta de Fuego.

—¡Nandeyanen, Shouyou! ¡Dijiste que me lo perdonabas!

—Puede que Osamu-san me haya estado extorsionando —rió, moviendo el palito de madera con la lengua—. ¿Qué voy a hacer? Soy un pobre chico sin ahorros, recién llegado del extranjero...

—Eres un jodido demonio, no me pongas ojitos. No te ha extorsionado, seguro que te ha ofrecido algo a cambio—replicó Atsumu, mirando hacia otro lado; se había sonrojado un poco—. Habla, pequeño traidor naranja.

—Onigiri gratis hasta el fin de los tiempos.

—¿Vendes a tu amigo por unas putas bolas de arroz?

—No son unas bolas de arroz, es el mejor arroz de Japón. Pero todavía puedo decirle que no, si me llevas a las aguas termales.

—Ese era mi premio si te seleccionaban a ti antes —se quejó Atsumu. Hinata sacó el palito de madera de la boca y lo miró, moviéndolo entre los dedos—. Ganaste, así que...

—¿Te apetece que vayamos en octubre? Tenemos dos días libres después del partido contra los Adlers. La Saeta estará en Osaka, pero se puede alquilar otra moto.

Atsumu se giró hacia él, con las dudas pintadas en el gesto.

—¿Quieres celebrar así? ¿Estás seguro?

—Celebrar una victoria con un viaje siempre es genial, ¿no? —dijo Hinata, encogiéndose de hombros, volviendo a meterse el palito de madera en la boca.

—Sí, pero... Pensé que quizás querías ponerte al día con Tobio-kun.

La afirmación le pilló desprevenido. Hinata se giró hacia él con el ceño fruncido.

—¿Eh?

—Bueno, lleváis años sin veros, ¿no?

—Dos y medio.

En cuanto añadió el y medio se arrepintió. Sonaba muy desesperado, como si hubiese estado contando los meses. O los días. O las horas...

Estuvieron un rato en silencio. Una familia de unos diez miembros abandonó la playa dejando un hueco vacío, un espacio donde parecía que estaban de verdad solos frente al mar. Hinata cerró los ojos y aspiró el olor a sal marina. Así, sólo por el olfato, podía transportarse a Ipanema.

Ha sido un largo camino, ¿eh?

—¿Por qué rompisteis?

Estaba mordiendo el palito de madera y si no se jodió un diente fue de milagro. Pensó en lo diferentes que eran Oikawa-san y Atsumu-san. Atsumu era directo. Prefería el manejo circular de Oikawa, que siempre le daba una salida.

—¿A qué te refieres? —era mejor hacerse un poco el loco.

—Tobio y tú. ¿Por qué lo dejasteis?

De pronto tuvo el impulso de ser borde. De contestar ¿y a ti qué te importa?, pero era Atsumu, la persona con quien pasaba más tiempo. Su colocador. No podía estropear esa química con un comentario estúpido. Además, sólo era una pregunta, ¿no?

—No rompimos. Nunca hubo nada.

—Qué va.

—Es la verdad —contestó, seco. Cada palabra traía algo de vuelta. Un roce, una mirada. Todo lo que utilizó en su favor para construir su fantasía de un amor secreto correspondido, uno que debía esperar pero que tendría su momento, tal vez cuando volviesen a encontrarse...

Pura estupidez adolescente.

—¿No te gustaba? ¿O le rechazaste porque es asocial?

Hinata reprimió las ganas de defenderle. Tú no le conoces, quería decir. Kageyama quería tener amigos, sólo que no sabía cómo hacerlo. Un nudo empezó a apretarse en su pecho, uno viejo y conocido.

Kageyama-kun, ¿dejé algún hueco cuando me fui? Si lo dejé, por pequeño que fuese, ¿cómo lo llenaste?

Atsumu le pasó un brazo por los hombros, apretándole un poco.

Yo todavía estoy aprendiendo a llenar el tuyo.
Eres un gigante, así que el hueco que dejas también es como el maldito cráter de un volcán.

—Si no quieres contestar no importa —dijo, pasando los dedos por el rapado de su nuca, masajeando su piel. Hinata tarareó, mordisqueando la madera del palito.

—¿Por qué crees que yo le rechacé a él? —preguntó al fin. Atsumu le miró, Hinata lo notó, pero siguió con los ojos en el mar, fingiendo que no se había dado cuenta. Estaban demasiado cerca. Si se giraba hacia él no habría distancia.

—Porque nadie te rechazaría a ti, Shouyou—. La mano que estaba en su nuca se movió hasta su oreja, y le acarició el lóbulo y el cartílago, tocando suavemente el piercing. Hinata dejó que el aire saliese despacio.

Era extraño como antes todo era Kageyama, todo giraba en torno a él, como si fuese una coordenada, un punto permanente en el espacio, y Hinata una veleta, girando y girando, no importaba de dónde viniese el viento, su flecha siempre acaba apuntando hacia él. Entonces se encontró en otro país, descubriendo que tenía que ser su propia brújula, que su vida no podía girar alrededor de un tío. Aunque fuese Kageyama.

Nadie se merece que le esperes por siempre.

Le derrotaría, y así podría pasar página y comerían otra vez bollos de carne sin segundas intenciones.

—Hay muchos sitios bonitos cerca de Sendai —dijo, siendo consciente del cambio de conversación.

—¿Me llevarás a uno especial sólo para mí?

—¿Crees que lo mereces? —rió, bajando la rampa hacia la playa en una carrera—. ¡Me has traído a la playa de tus ligues!

—¡No es la playa de mis ligues! —protestó Atsumu, haciendo un puchero. Hinata le lanzó el palito del helado y lo cogió al vuelo, metiéndoselo en la boca. Hace años le habría hecho sonrojar, pero había pasado mucho tiempo en Brasil—. ¿Quién te dijo esa mierda?

Se lo había dicho Inunaki; al parecer Atsumu confesó todos los detalles en el transcurso de una borrachera bastante memorable.

—Tú lo dijiste, Atsumu-san —mintió, con su gesto más dulce. La puesta del sol teñía el cielo de naranja, un cuadro cálido—. Dijiste que aquí traías a tus ligues del instituto para tener sexo debajo del malecón.

—¡Mentira! —Atsumu estaba rojo.

—¿Mentira que lo dijiste, o mentira lo del sexo?

—¡Shimota, yo no dije nada de eso! —Hinata se quitó la ropa, quedándose en calzoncillos. Todavía había gente en la playa, pero no le importaba. Metió el móvil dentro de una zapatilla, y la funda imitando un tetrabrick le lanzó un destello. Sigo aquí, decía. Hinata apretó los labios y corrió hacia el mar.

Kageyama, pensó, con el agua cubriendo sus tobillos, sus rodillas, la cicatriz de su muslo, sus caderas, el agua me besa, quiero que me besen, quiero que me toquen, no puedo estar toda la vida esperando por un amor adolescente.

¡Shouyou-kun! ¡Voy a ahogarte, me importa una mierda que seas mi rematador porque eres un capullo!

La voz de Atsumu le perseguía. Sabía que se estaba desvistiendo para ir detrás de él, aunque no dejaría que le atrapase. Era rápido. Sólo le alcanzaría si quería que le alcanzase.

Kageyama-kun.
¿Por qué nunca dices mi nombre?
¿Por qué nunca me llamas Shouyou?

Se giró en el agua. Atsumu nadaba hacia él, era real.
Necesitaba algo físico, algo que pudiese tocarse con los dedos.

Tobio existía sólo en sus fantasías, pero todavía había un trozo de Shouyou que se resistía a soltarle.

Noviembre. Sendai.

Kageyama envió la foto casi sin pensar. Miwa le soltó, dando un saltito de alegría. Había conseguido su objetivo, llevaba una hora mareándole la cabeza.

—¿Qué harías sin mí, Tobibi?

No mandar fotos estúpidas a Hinata, por ejemplo.

Estaba en el piso nuevo de su hermana, probando una crema especial para cutículas que había llegado a su negocio en Tokio. A Kageyama le fascinaban todos los productos para el cuidado de manos y uñas, eran sus herramientas de trabajo y quería mantenerlas en buen estado. Mientras se untaba los dedos, ella jugueteaba con su pelo. Le hizo un pequeño moño e insistió en que Hinata necesitaba verlo.

Boke. 9.50 am
jajajajaja pareces un perrito!!
Dale un beso a Miwa-san, y mándame una foto sonriendo!!

Kageyama frunció el ceño, quitándose el moñito.

Kageyama. 9.51 am
Quieres una foto de Miwa sonriendo?

Boke. 9.51 am
Me refería a una tuya, Bakayama

Kageyama. 9.51 am
Mándame tú una, idiota, yo ya te he mandado esa mierda

Boke 9.53 am
(photo)

Era un selfie tomado en ese momento, en el autobús de los MSBY. La cámara enfocaba a Hinata, sonriente, haciendo la señal de la victoria. El jodido Miya estaba durmiendo en su hombro, con la boca cerrada y bastante digno. Ni siquiera podría mandársela a Hoshiumi para que hiciese el mal con ella. 

Boke. 10.30 am
Ahora quiero la tuya!!

Kageyama forzó una sonrisa y se hizo un selfie. Era horrible, pero le dio a enviar, porque por mucho que lo intentase no lograría nada mejor.

Boke. 10.31 am
Prefiero con el moñito! En esta eres menos perrito!!
Nosotros estamos llegando a Sendai!! Nos alojamos en el hotel ese del centro sabes?? Al lado del casino

Kageyama. 10.32 am
No te quedas en tu casa?

Boke. 10.33 am
Prefería estar en el centro, supongo que iremos a tomar algo después del partido. Dónde te quedas tú?

Kageyama. 10.35
Hoy con mi madre. Mañana en el piso de mi hermana.

Boke. 10.37
escribiendo...escribiendo...
Gwaa pensé que seguía en Tokio
Quieres comer un bollo de carne para ponernos al día? Esta noche?

Kageyama frunció el ceño. Llevaba años sin comer un bollo de carne, ¿qué atleta profesional come cosas grasientas un día antes de su debut en la V-League?

Kageyama. 10.45
Después de derrotarte. Mañana?
El que pierda paga.

Boke. 10.47
Yo voy a derrotarte a ti! Y vas a tener que invitarme a todos los bollos de carne que pueda comer

Kageyama. 10.50
Acabarías vomitando en un callejón como aquella vez

Boke. 10.55
Teníamos quince!! Y me intoxiqué con ese huevo pocho, idiota!!

Después le envió tres gifs de animales haciendo gilipolleces. Kageyama rió y envió un sticker de un águila cazando un chacal. Lo había creado Hoshiumi y parecía muy apropiado.

Esa noche volvió a casa. Hacía tanto tiempo que Kageyama no se acostaba en su propia cama que el tacto de las sábanas se sintió diferente, más suave. Su madre no estaba, pero dejó preparados un montón de platos, sus favoritos de niño. Ninguno estaba en la dieta de Yamagawa-san.

Sacó su tupper, sin encender las luces, a oscuras en el sofá de su salón. La televisión también estaba apagada. Comió despacio,  en silencio, imaginándose a Hinata allí, llenando el aire de palabras.
Intentó llamar a Aki, pero no contestaba. Seguro que estaba triste. Kageyama le mandó la foto del moñito, consiguiendo al menos una frase de respuesta, un jajaja pareces una idol que le dejó más tranquilo.

Kageyama. 22.30 pm
Qué tal con Nishida y Takahashi?

Aki. 22.33 pm
Yamagawa-san ya les ha amenazado
dice que Nishida tiene mucho cuento con lo de su tobillo, ya sabes
Takahashi corre más deprisa q tú!!! vas a flipar con él en serio no quiero que se note mi fanatismo pero es que kjfgdkhfg, tú crees q se nota?
Ah y hoy me saludó tocándome el pelo!! dios Ka-kun no voy a lavarme la cabeza nunca más

Kageyama sonrió. Se moría de ganas por contárselo a Hinata. 

Todo giraba alrededor del mismo punto. Hinata. Hinata. Hinata.
¿Hasta dónde podría saltar? Era su debut en la V-League, no había vídeos de él en Internet, ni siquiera pudo encontrarle jugando vóley playa. ¿Habría mejorado sus reflejos? Seguro. ¿Su velocidad? ¿Su capacidad atlética? ¿Cómo estaría su resistencia?

Acababa de cenar pero se lamió los labios, hambriento.

Joder, cómo me apetece un bollo de carne.

El Kamei Arena Sendai estaba decorado con los colores de los Adlers. Era territorio amigo, todos les adoraban. Hoshiumi hablaba con dos chicas, indicándoles de forma poco sutil el sitio donde irían a cenar después.

Kageyama se escaqueó hacia uno de los pasillos exteriores del lado contrario a su equipo. Sus pies se movieron solos, casualmente cerca de la zona reservada a los chacales.

Y allí está, caminando en saltitos hacia los baños de hombres, canturreando sus estúpidas canciones de pis. Como antes. Como siempre. Un volcán erupcionó en su pecho, y de pronto se sentía más fuerte que nunca. No importaba Yamagawa-san, ni las jornadas de entrenamiento hasta la extenuación. En su espalda, las letras MSBY serigrafiadas en dorado sobre la chaqueta negra, y Kageyama quería extender la mano y llegar, alcanzarle, comprobar que estaba ahí...

—¿No tendrás ningún problema intestinal hoy, no? —soltó, sin poder reprimir la sonrisa que crecía rebelde. Hinata se giró, también sonriendo. Todo su cuerpo era una amenaza, y no contuvo el descaro de mirarle de los pies a la cabeza, haciendo un repaso general. Lejos de parecer intimidado, Hinata permitió esa mirada, la hizo suya y la sostuvo con la barbilla un poco alzada.

Mírame bien, parecía decir.

—Ya no soy el mismo, Bakayama.

Su voz era distinta. Su gesto, la posición de su cuerpo, sus hombros. Rebosaba seguridad. Kageyama tenía ganas de relamerse.

—Eso ya lo veremos.

—Mira mi brazo. ¡Podría ganarte a un pulso!

—También lo veremos.

—¡Gwoa! No me estás gritando ni has intentado agredirme. ¿Estás haciendo mindfullness?

Kageyama lanzó una mano hacia delante para atraparle, y Hinata se echó hacia atrás, esquivándole, así que empezaron a correr en círculos. De pronto Hinata desapareció de su alcance, y al girarse vio a Miya Atsumu, su mirada altiva, su brazo sobre Hinata, abrazándole.

—Tobio-kun, ¿estás intentando provocar a mi rematador?

—Él me estaba provocando a mí —contestó, serio.
Hinata cambió su gesto de sorpresa por una sonrisa llena de dientes, y Kageyama se la devolvió. Habían esperado demasiado tiempo por esto como para que nadie pudiese estropearlo.

Pronto estaban rodeados por todos sus compañeros de equipo, pero cada vez que le buscaba, Hinata le estaba observando. Sus ojos gritaban voy derrotarte, voy a vencerte, por fin voy a ganarte. Kageyama podía leer en ellos como si no hubiese pasado el tiempo.

Esperaba que Hinata pudiese leer todo lo que sentía en los suyos.


Ese partido, esas horas, habían sido la más emocionantes de la vida de Kageyama.
Ni los Juegos de Río estuvieron a la altura del encuentro, aunque eso jamás lo admitiría delante de él.

Es tan jodidamente bueno.
Quiero colocar para él, ahora mismo, ahora ahora ahora ahora

Kageyama apretó su mano, deseando tirar y abrazarle. ¿Lo había hecho alguna vez? Nunca le he abrazado. Hinata le soltó, sonriendo. Le gustaría poder leer su mirada, saber qué esperaba. ¿Esperaba algo?

Su altura de salto. Sus recepciones. Su velocidad. Sus pases.
El cabrón hasta sabe colocar.

Hinata es vóley. Vóley en estado puro.

—¡Kageyama-kun! —. De pronto ahí estaba, otra vez, sonrojado, sudando, con el pelo pegado a la frente. Se acercó más, agarrándole del codo. Su nariz seguía siendo pequeña y graciosa. Sus manos. Las había visto en las cientos de fotos de sus dedos, pero quería coger la derecha y comprobar que todo fuese como cuando golpeaba sus pases—. Vamos a cenar y luego a tomar unas cervezas al Ceskoya. ¿Os venís? ¡Me debes un bollo de carne y un pulso!

Kageyama pensó en los veinte mensajes que tenía de Yamagawa-san, sin leer. En sus treinta llamadas perdidas. En la lista de alimentos prohibidos, en el tupper que empezaba a pudrirse en su mochila...

A la mierda.

—Nos vemos en el Ceskoya.

Notas
Gracias por leer, siento el slow burn xD

Continua llegint

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