The light behind his eyes

By AlizKirsch

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Dicen que el Erasmus es el año más especial de la vida de un universitario. Para Vitto, realizar sus práctica... More

II: The world is ugly.
III: You'll never walk alone.
IV: Carry on.
V: That Green Gentleman
VI: The sharpest lives.
VII: Summertime
VIII: Come what may.
IX: Asleep
X: Chasing cars.
XI: Smells like teen spirit.
XII: Oh, Fiorentina.
XIII: Dare I Say
XIV: Vincent.
XV: Your song.
XVI: Always.
XVII: Trade mistakes.
-Interlude-
XVIII: Last night on earth.
XIX: Quédate.
XX: Veré la estrella.
XXI: Distance.
XXII: Amores imposibles.
XXIII: Sotto il cielo di Roma.
XXIV: Creep
XXV: Fix you.
XXVI: Sin que se note.
XXVII: Kiss the girl.
XXVIII: Tonta.
XXIX: Say something (I'm giving up on you)
XXX: Follia d'amore.
XXXI: Keep holding on.
XXXII: The only exception.
XXXIII: But for now.
XXXIV: Con trocitos.
XXXV: Take my hand.
XXXVI: Se me olvidó todo al verte.
XXXVII: The end of all things.
Epílogo: The death of a bachelor

I: Lo que te hace grande.

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By AlizKirsch

Advertencia:  Para facilitar la comprensión del texto sin necesidad de que el lector baje continuamente a consultar el glosario, los diálogos en italiano han sido traducidos al castellano y diferenciados del resto con letra cursiva. 

Recordamos, de la misma forma, que los flashback o saltos al pasado están señalizados con letra cursiva y enmarcados entre los símbolos « y ».

Lo primero en qué pensó cuando bajó del tren fue en el maldito frío que hacía en aquel país. Demasiado acostumbrado al cálido clima romano, las bajas temperaturas que ya se habían afincado en Brighton a principios de septiembre le abofetearon apenas pisó el andén.

Cerró la cremallera de la chaqueta y salió de la estación tirando de su maleta. Por suerte, había llevado la mayoría de sus cosas en el viaje anterior, cuando aún era verano (si es que el verano existía como tal en Reino Unido, aunque él mantenía que, en realidad, era un pseudo verano, por llamarlo de alguna forma) y esta vez sólo cargaba con una maleta de ruedas que le permitió correr hacia la parada del autobús, evitando así una buena espera hasta el siguiente.

Estaba tan cansado que sólo quería llegar a la casa y tirarse en la cama hasta conseguir fundirse con el colchón, aunque sabía de sobra que eso no sería posible.

Apoyó la cabeza en el cristal de la ventanilla y sujetó con las piernas la maleta. Había conseguido alquilar una habitación en una casa compartida con otras cuatro personas a unos quince minutos en autobús desde la estación, veinte o veinticinco desde el centro de la ciudad. Aún no conocía a todos sus compañeros, y por lo que le habían dicho era posible que no los conociera, ya fuera por la incompatibilidad de horarios o por la marcada asociabilidad de alguno de ellos. Eso sólo había conseguido que añadiese su magnífica relación con sus compañeros de piso a la lista de cosas que echaría de menos durante su erasmus en Reino Unido.

Llegó a la que sería su nueva casa tras luchar con todas sus fuerzas por no dormirse en el autobús. El recibidor estaba tan silencioso como la primera vez que entró. Las puertas estaban cerradas, a excepción de la de la cocina, que conectaba también con el salón, y en la mesita blanca de la entrada las cartas estaban apiladas en completo desorden.

Subió las escaleras hasta el segundo piso, cargando con la maleta tras desistir de que esta se deslizase por la vieja moqueta gris que cubría el suelo. Su puerta era la última de un largo pasillo donde había dos pequeños baños (uno de ellos sin bañera o ducha) y otra habitación más, cuyo inquilino aún no había aparecido ante él. Giró la llave, empujó la puerta y entró en la habitación. Tenía poco más de hora y media para arreglarse, coger el autobús y presentarse en la clínica. No podía llegar tarde el primer día.

Dejó la maleta de mala manera a los pies de la cama y descolgó el teléfono móvil que había comprado para poder comunicarse con Italia sin pagar demasiado. Tras unos tonos, escuchó como descolgaban, y la voz de Andrea le saludó alegremente mientras él buscaba en el armario algo decente que ponerse.

 Buenos días, princesa.

—Capullo.

—Me alegro de que hayas llegado sano, salvo y en plenas facultades mentales.

—Me muero de sueño— se quejó. Lanzó una camisa blanca sobre la cama y buscó con la mirada los zapatos—. Pero mucho.

—¿Tienes que irte ya?

—En un rato— dijo—. ¿Qué tal por allí?

—Bien, ¿qué tal tus prácticas? ¿Sabes que vas a hacer?

—Sí, voy a sentarme en recepción a coger cita a los pacientes— explicó con amargura. No le había sentado demasiado bien. Sabía que iba a empezar desde abajo, pero eso era demasiado abajo para su gusto.

—Si no tuvieras más media que yo me reiría, pero esto me augura un futuro negro.

—Es lo único que me consuela ahora mismo.

Andrea rió y Vitto no pudo evitar sentir algo de nostalgia con ello. No es que se arrepintiese de haber decidido cursar las prácticas fuera del país pero, joder, apenas llevaba un día y ya echaba de menos a sus amigos.

Durante los siguientes veinte minutos mantuvo una conversación absolutamente banal con Andrea, a la que se unió la novia de éste a los diez minutos. Mientras hablaban caminó de un lado a otro de la estancia, ordenando con rapidez lo que podía, vistiéndose y asegurándose de que llevaba todo lo necesario para comenzar con su trabajo.

Tras colgar a Andrea, lo que le costó más trabajo del que esperaba, se aseguró de cerrar su puerta con llave y corrió escaleras abajo, hasta la calle, sin cruzarse absolutamente con nadie, e intentando no sentirse desalentado por ello.

Miró el plano de paradas de autobuses y, tras un par de vistazos a las líneas, encontró la suya calle arriba, llegando justo a tiempo para montarse antes de que arrancara de nuevo. Si hubiese tenido alguien que le oyese habría comentado que a ese ritmo le darían un trofeo por su brillante labor de coger los autobuses en el último segundo, pero era consciente de que no había nadie con quien poder reír la gracia, de modo que se mordió la lengua y repasó los horarios de la línea para aprenderlos y poder dejar ese molesto papel en la habitación.

La parada más cercana se encontraba a dos calles de la clínica en la que había conseguido una plaza para hacer sus prácticas. En un primer momento le había parecido el sitio más adecuado. No era una institución pública, por alguna razón había decidido que no quería hacer prácticas en una institución que dependiera del gobierno, y dentro de las privadas no era ese tipo de sitio donde el trato al paciente quedaba totalmente alejado. No estaba seguro, no del todo, pero parecía un sitio en el que podría ejercer con cercanía al paciente y sin los problemas que las instituciones públicas presentaban, como la ralentización constante a pesar de conocerse el problema del paciente. ¿El problema? Bueno, ahora que lo pensaba fríamente, seguramente el tener una de las notas más altas de su curso le había hecho subirse un poco a las nubes y olvidar que, tal como había ocurrido, lo más seguro era que directamente no ejerciera como psicólogo. Y coger citas bien las podía haber cogido en la clínica del doctor Fraccio, sin tener siquiera que salir de Bracciano.

Llegó a la clínica exactamente tres minutos antes de lo debido, por lo que se permitió remolonear un poco en la entrada antes de presentarse ante la chica que le había recibido la última vez y le había explicado lo que tendría que hacer. La mujer le saludó con más alegría de la que él encontraba normal para alguien que se pasaba el día sentada en una silla apuntando citas en un ordenador o imprimiendo informes para que los doctores los firmaran antes de enviarlos. Sí, iba a pasar unas prácticas maravillosas.

 —Buenos días —intentó apartar los malos pensamientos de su cabeza y saludó educadamente a la recepcionista mientras echaba un vistazo a su alrededor. Había dos salas de espera y cuatro consultas, pero desde su posición no podía ver gran cosa.

—Qué puntual —el chico sonrió. La mujer se puso en pie y le hizo un gesto para que pasara tras el mostrador —. Bueno, vamos a explicarte otra vez como va esto, ¿vale? —hablaba despacio, a veces tanto que Vitto se preguntaba si creía que les dejaban irse a otro país sin tener ni idea del idioma o simplemente hablaba así siempre —. La idea es que al menos las primeras semanas te familiarices con el trabajo de la clínica a nivel más administrativo —Vitto asintió mientras pensaba que si hubiese querido dedicarse a secciones administrativas habría estudiado la pertinente carrera —, que además te va a servir para hacerte más con el idioma. Tu tarea consiste principalmente en anotar las citas, tanto las que se pidan por teléfono como las que los doctores te comuniquen cuando salgan con los pacientes, o también es posible que alguien venga directamente al mostrador a pedirlas, aunque ya suelen utilizar el teléfono.

—De acuerdo.

—Luego está todo el tema de los documentos —se inclinó sobre el ordenador y cliqueó sobre un icono —. Los doctores te enviarán los documentos que tengas que imprimir o bien al ordenador si tienes que añadir algo, adjuntarlo a algo que ya tengamos guardado aquí como citas o informes anteriores, etcétera, o directamente a la impresora que —se giró y señaló por encima del hombro del chico —está allí. Los coges, revisas que está todo correcto, los grapas y o bien se los llevas si tienen que firmarlos o se los entregas directamente al paciente.

Sophie hizo una pausa y se alzó para mirarle. Vitto ladeó la cabeza y le sostuvo la mirada esbozando una sonrisa.

—¿Alguna duda?

—Ninguna, muchas gracias.

—Perfecto, pues ya puedes empezar —Vitto se movió hacia el ordenador para tomar asiento cuando Sophie pareció recordar algo. Le tendió una agenda negra de cuero que a Vitto le recordó a la que usaba su abuelo para apuntar los movimientos de dinero de la caja de la tienda —. Se me olvidaba, tienes que apuntar las citas en el ordenador y en la agenda, ¿de acuerdo?

—De acuerdo —el chico cogió la agenda y la abrió por el día correspondiente. La chica le pidió que llamase al siguiente paciente del doctor Cameron y, entonces, el italiano entendió que quizás no supiese tanto inglés como creía en un principio —Ah... —parpadeó un par de veces tras leer el nombre —. Creo que no sé cómo se pronuncia esto.

La joven se echó a reír ante su sinceridad. Vitto intentó quitarle hierro al asunto riendo con ella y movió la agenda para que Sophie pudiese ver el nombre de paciente.

—Birdwhistle —dijo —. Killian Birdwhistle.

—Por supuesto. No sé cómo lo he dudado siquiera —la chica negó con la cabeza, divertida. Vitto alzó la voz e intentó afanarse en pronunciar correctamente —. Killian Birdwhistle, pase a consulta.

Bueno, era consciente de que podría haberlo pronunciado mejor, pero cuando un hombre de edad media cruzó el pasillo hacia la consulta del fondo, él se dio por satisfecho.

Unos minutos después, y mientras intentaba aprender a pronunciar el nombre de alguno de los otros pacientes apuntados ese día, escuchó como un par de personas se acercaban y la voz de una de las doctoras que había conocido la primera vez que se presentó en la clínica.

—Ahora te darán cita para la semana que viene —explicaba la doctora Janis al paciente que le acompañaba  —. No te olvides de traer el autorregistro.

El hombre respondió con una ligera afirmación mientras se acercaban al mostrador. Al llegar a su altura, la doctora Janis emitió una suave risa. Era una mujer joven, aunque no tanto como él y Sophie, con el cabello rubio recogido en una coleta que, a pesar de no ser la mayor muestra de elegancia en cuanto a peinados femeninos, no restaba un ápice de sobriedad y formalidad a la imagen, demasiado estirada para el gusto del italiano, de la doctora.

—¿Ya lo has puesto a trabajar, Sophie? —bromeó.

—Tendrá que aprovechar su tiempo con nosotros, ¿no?

Vitto tamborileó con el bolígrafo sobre la agenda. Era cuestión de encajar con arte el humor inglés y salir airoso del primer día. Luego podría criticar un poco con Giancarlo el que le tuvieran de recepcionista con una media superior a nueve muerta de risa en su expediente.

 —En ese caso, apunta a James para el martes a la misma hora que hoy, Vittorio.

"Vittorio". Cinco años esmerándose en que sus profesores le llamasen Vitto y ahora tenía que comenzar a lidiar con el mismo problema en la otra punta de Europa y con un inglés que, estaba claro, dejaba mucho que desear.

—De acuerdo, veamos —pasó las páginas de la agenda bajo la atenta mirada de la doctora, la recepcionista y el paciente (aunque este no parecía muy interesado) —. Martes 23 —echó un vistazo a la última cita del paciente y apuntó el nombre para una cita a la misma hora —. Perfecto.

—No te olvides de tomar nota en el ordenador.

El chico asintió y se apresuró a tomar la misma anotación en el programa de ordenador con tal fin. Tras grabarla, se giró hacia la doctora y el paciente y les dedicó una sonrisa, satisfecho consigo mismo.

—Todo en orden —concluyó —. Nos vemos el martes a la misma hora.

El paciente se despidió y Vitto le siguió con la mirada hasta que salió de la clínica, momento en el que se giró hacia las dos mujeres. Sophie le había entregado unos papeles a la doctora, que procedió a leerlos tranquilamente, con la mano apoyada en el mostrador de recepción mientras daba pequeños golpecitos con la punta de sus tacones en el suelo. El chico le observó en silencio, con paciencia, y luego volvió la vista hacia la agenda.

—De acuerdo —dijo al fin la doctora tendiendo los papeles al chico —. Toma, envía esto, por favor. Y dile al siguiente paciente que pase.

Keighley. Vitto se rascó la mejilla con el bolígrafo mientras releía el apellido e intentaba decidir cuál era la forma correcta de pronunciarlo. Tras unos segundos, que a él le parecieron horas, se aventuró.

—Ethan Kigley... —se volvió hacia Sophie, que le miraba con una sonrisa burlona —. No te ofendas pero deberíais considerar renovar vuestros apellidos. Los italianos son preciosos, suenan muy bien, y se pronuncian tal como se escriben – la chica rió.

—Ya te acostumbrarás —dijo. Vitto desvió la vista por encima del mostrador, en dirección a la sala de espera que había justo frente a ellos, por cuya puerta acababa de aparecer quien supuso que era el paciente cuyo nombre acababa de destrozar.

Le observó con curiosidad. Era un niño, más bien un adolescente de aproximadamente dieciséis años. Tenía el cabello rubio y los ojos tapados por unas gafas de sol. Llevaba en la mano un bastón blanco y el italiano sintió una punzada en el pecho al verle tan joven y privado de visión.

—Se pronuncia Keighley, en realidad —Vitto sonrió cuando el chico le corrigió.

Perdona—rió ligeramente —. Lo siento, nos hacen creer que sabemos más inglés del que realmente conocemos.

—No te preocupes, en realidad hablas mejor que muchos de aquí —bromeó, y Vitto se preguntó cuándo los críos habían pasado a aprender modales en esa generación perdida. Al menos en Italia estaba perdida. Antes de que pudiese darle las gracias por el comentario, la doctora apoyó su mano sobre el hombro del niño.

—¿Vamos, Ethan?

—Claro... —Vitto miró primero a la doctora y luego volvió a centrar su atención en el chico —. Hasta luego, ehm... —titubeó, dudando. Claro, no le había dicho su nombre.

—Vitto —se presentó —. Encantado, Ethan. Y no te preocupes, me has caído bien, esperaré aquí para cogerte nota.

—Tampoco te queda otra. Hasta luego, Vitto.

Sonrió. Le hacía gracia lo extraño que sonaba su nombre pronunciado por extranjeros. Aunque, a decir verdad, el extranjero era él.

—Es majo —comentó a Sophie cuando la puerta del despacho de la doctora Janis se cerró.

—Sí —el teléfono comenzó a sonar y la chica le hizo un gesto para que lo cogiera—. Coge el teléfono, anda.


Hablar por teléfono le costó menos de lo que esperaba tras su problema con la pronunciación, aunque había sido precavido de pedir que le deletreasen los apellidos por si había cometido algún error.

Durante la siguiente hora no tuvo demasiado trabajo. Un par de llamadas, dos pacientes a los que dar una nueva cita para la semana siguiente y algún que otro documento que imprimir y llevar a firmar. Lo más costoso había sido entenderse con la fotocopiadora, pero había conseguido manejarla sin mayores problemas.

Estaba terminando de ordenar y archivar unos papeles cuando Ethan salió de la consulta de la doctora Janis y se acercó hacia el mostrador. Parecía algo más decaído que cuando había entrado, lo cual le resultó extraño. ¿Quién iba al psicólogo y salía de la consulta peor que cuando entró?

—Alegra esa cara —le pidió alegremente —. Ya casi tengo controlado tu apellido, pero si me vienes con esa tristeza dejo de esforzarme.

El chico esbozó una sonrisa que le hizo sentir satisfecho.

—Lo siento, ha sido un día un poco com...

—¡Por fin! —Vitto se giró hacia la puerta de la sala de espera por la que acababa de entrar un chico rubio, aproximadamente de su edad, que revolvió alegremente el cabello de Ethan. Por un momento se acordó de su hermano y sintió una repentina nostalgia —. ¿Cómo ha ido?

—Bien —respondió el chico antes de girarse hacia él —. Vitto, ¿me das cita para la semana que viene? —le pidió —. Con la doctora Janis.

—Menos mal que has recalcado que era con ella —bromeó mientras abría la agenda con una sonrisa —. ¿Qué día te viene bien? Te dejo elegir.

—El que sea, me da ig...

—El jueves —interrumpió el mayor. Le miró con curiosidad. Parecía un poco mandón. Definitivamente debía ser su hermano mayor—. He quedado con Matt y así puedo venir a por ti después.

—El jueves entonces —dijo finalmente el pequeño, suspirando.

—De acuerdo — abrió el programa de ordenador y copió el nombre del chico, pronunciándolo en voz alta conforme escribía—. Ethan Keghli... Keigh... —No, definitivamente aun no lo tenía controlado. Alzó la vista hacia ambos y sonrió, aun sabiendo que era inútil —. Menos mal que al menos sé escribirlo —bromeó, y miró primero al mayor y luego nuevamente a Ethan.

—Bueno, en eso no te puedo corregir —bromeó también el chico —. Es Keigh-ley —Vitto asintió repitiendo mentalmente la pronunciación. Al menos le había arrancado una sonrisa, con eso se daba por satisfecho.

—Apúntalo lo más tarde que puedas —pidió el mayor. Vitto le miró de soslayo y buscó el hueco más tardío en la agenda.

—¿A las...? —suspiró. El cansancio que había sentido antes de ir a la clínica le golpeó de nuevo, recordándole que aún estaba allí y que le quedaban varias horas de trabajo —. ¿Cinco?

Miró al mayor. A fin de cuentas era él quien tomaba las decisiones. Volvió a mirar la agenda. Cerraban demasiado pronto. Nunca dejarían de sorprenderle los horarios de ese país.

—Perfecto —el mayor aceptó y Vitto cogió el bolígrafo para apuntar el nombre del pequeño.

—Sabes que mamá no puede traerme tan tarde.

El italiano levantó la cabeza y observó en silencio a los dos chicos, esperando que se pusieran de acuerdo.

—No te va a pasar nada por esperar aquí un rato, quejica —se limitó a contestar el mayor.

— Yo te entretengo si tienes que venir antes —se ofreció, no muy seguro de que realmente le dejasen hacer eso —. A ver si entre los dos conseguimos que aprenda a pronunciar. Puedes divertirte durante un rato escuchándome destrozar apellidos.

Ethan rió alegremente y él no pudo reprimir una sonrisa.

—¿No te da vergüenza, Chris? —Vitto apartó la vista del pequeño y la dirigió a su hermano mientras Ethan le regañaba en tono bromista—. Tendré que pasarme buena parte de la tarde oyendo a un extranjero pelear con nuestro idioma sólo para que tú puedas estar más tiempo con tu novio.

—¿Y quién eres tú, ya que estamos? —le preguntó el mayor, y la hostilidad de su voz no le pasó desapercibida. A fin de cuentas había pasado los últimos años conviviendo con Giancarlo, su simpatía intermitente y selectiva, y, ante todo, con su imposibilidad para disimular la hostilidad hacia los demás.

—Supongo que el recepcionista en prácticas, —bromeó, aunque en realidad era justo lo que era en ese momento —, aunque debería ser el psicólogo en prácticas — sonrió al mayor, educadamente—. Me llamo Vitto Giordano, encantado.

—Christian Keighley —se presentó. Vitto ensanchó la sonrisa. Definitivamente había encontrado a la media naranja de Giancarlo.

—¿Has venido de erasmus? —volvió a centrar su atención en el chico.

— Eso es — se cruzó de brazos, apoyándose sobre la agenda ya cerrada —. He venido a term...

—¡Ethan! —la voz de la doctora Janis llamó la atención de los chicos—. ¿Qué habíamos hablado de las gafas?

Vitto miró de soslayo al chico. Se había puesto repentinamente tenso, como si le molestasen las palabras de la doctora. No le parecía nada extraño. Debía ser incómodo para una persona invidente descubrirse los ojos ante los demás.

—Mucho mejor — comentó la mujer satisfecha cuando el chico se deshizo de las gafas.

Vitto sonrió a la doctora y cogió los papeles que ésta dejó sobre el mostrador. Les echó una mirada rápida y volvió a mirar de reojo a Ethan.

—No agaches la cabeza —murmuró, colocando bien los papeles antes de graparlos —. El mundo está frente a ti, no en tus zapatos.

Pero Ethan no alzó la cabeza en la forma en la que él había querido que lo hiciera, sino que lo hizo con desgana y claras muestras de incomodidad, mientras empujaba ligeramente a su hermano para que salieran de la clínica.

—Nos vemos el jueves —se despidió, y salió casi sin darle tiempo a despedirse.

—Hasta el jueves —dijo. Permaneció mirando unos segundos en la dirección en la que ambos chicos habían desaparecido.

—¿Todo bien, Vittorio?

Parpadeó, saliendo de sus pensamientos y girándose hacia la doctora Janis.

—Todo bien, doctora.

—Perfecto —la mujer tamborileó con los dedos en la superficie de madera del mostrador. Finalmente dio un pequeño golpecito con la yema de los dedos y le hizo un gesto —. Llama al siguiente paciente, por favor.

Vitto asintió y se giró hacia el ordenador, donde el programa permanecía abierto, buscó el siguiente paciente de la doctora y le hizo pasar a consulta. Sophie le preguntó si quería un café pero él declinó la invitación educadamente y la chica se fue asegurandole que no tardaría en volver.

Cuando estuvo solo, el italiano golpeó ritmicamente con el bolígrafo sobre la mesa mientras notaba la presión en más músculos de los que creía que debía ser sano sentir doloridos.

—Joder —susurró para sí mismo mientras abría la agenda y pasaba las páginas hasta las del día actual —, voy a caer en coma cuando llegue a casa.

Se inclinó sobre la agenda cuando encontró la página que buscaba y buscó con la mirada el nombre del chico que acababa de marcharse. Tenía que aprender a pronunciar su apellido antes del jueves siguiente. Aunque sólo fuera porque había conseguido que incluso un día tan cansado tuviera algo bueno que recordar.

NOTAS

Lo sé. Soy consciente de que hacer esta locura sin haber acabado "Le cose che non dici" es eso, una locura, pero fue algo con lo que AEMint y yo bromeábamos continuamente y que al final nos ha vencido. Espero que os parezca al menos la mitad de curioso que a nosotros y que leáis en su perfil la versión de Ethan sobre este primer capítulo.

¡Hasta el próximo lunes!

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