Nadie duerme en Tokio |KageHi...

By LauArcher

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Hinata se va a Brasil y quiere despedirse. Kageyama se va a Tokio y odia las despedidas. Sus caminos se cruza... More

Capítulo 1. Finales y comienzos
Capítulo 2. Lo que pasa en Brasil...
Capítulo 4. Si lo quieres tendrás que sangrar por ello
Capítulo 5. Vóley en estado puro
Capítulo 6. Ganadores vs perdedores
Capítulo 7. Un lugar seguro
Capítulo 8. Hazme volar
Capitulo 9. Mi persona favorita
Capitulo 10. Mientras yo este aquí
Capítulo 11. El mordisco del chacal
Capítulo 12. Terapia
Capitulo 13. Shouyou, Shouyou, Shouyou
Capítulo 14. Suaveyama
Capítulo 15. Arruinador de alegrías
Capítulo 16. Para que hoy no ganen los malos
Capítulo 17. Aprender a vivir pese al miedo
Capítulo 18. A tumba abierta
Capítulo 19. Castillos en el aire
Capítulo 20. Dream Team
Capítulo 21. El escenario mundial
Capítulo 22. Lo que no sabes de tu padre
Capítulo 23. Demasiado bueno para este mundo
Capítulo 24. Brazilian Rhapsody
Capítulo 25. El lado dulce de la vida
Capítulo 26. La grieta
Capítulo 27. Un idiota naranja, un estúpido virgen

Capítulo 3. El ninja y el pibe

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By LauArcher

Notas al final del capítulo.
Nota permanente en todos mis fics: no me odiéis, os amo, juro que es kagehina.

Noticiasvóley. Kageyama Tobio, nominado por segundo año consecutivo como mejor colocador de Japón.

Todovóley. ¡Kageyama de los Adlers desbanca a Miya de MSBY como mejor servicio de la V-League!

—¡Woa! ¿A qué altura estamos? —preguntó, estirando el cuello para mirar a través del cristal. París recibía la noche a sus pies y las luces iban mostrándose, desordenadas, como las luciérnagas que abren paso al verano. Oikawa se había puesto las gafas y leía la carta del restaurante con la mano apoyada en la barbilla.

—Ciento veinticinco metros.

—¡Es más alto que el Cristo Redentor!

—Pues claro —contestó, indignado. Hinata se sonrojó y volvió a sentarse correctamente, mirando hacia él, con la espalda recta. Dios, si su madre le viese en un restaurante caro con esas pintas le perseguiría con una zapatilla hasta los confines del mundo—. ¿Vino blanco o tinto?

—Agua —murmuró, recordando la última vez que bebió con Oikawa.

—¿Agua? ¿Sos joda?  —Oikawa habló medio en japonés medio en castellano—. Estamos de vacaciones, podemos permitirnos una botella.

—Realmente no estoy de vacaciones, sabes —dijo, mordiendo un trozo de pan y masticándolo despacio, mientras intentaba leer la carta. Buscó la versión en japonés, pero sólo había en francés, español e inglés. Se fue a esta última y se concentró, pero los platos tenían nombres incomprensibles—. Voy a presentarme a las pruebas abiertas de la V-League.

Oikawa sonrió entre dientes.

—Entonces tinto. El blanco es traicionero, igual que las capirinhas, ¿ne, Shou-chan? —dijo, mirándole sobre la carta. Hinata agradeció que las ventanas estuviesen cerradas para no tirarse por ellas, mientras el rubor le subía por el cuello—. ¿Carne o pescado? ¿Te fías de mi criterio?

Hinata asintió rabiosamente, entregándole la carta. Cuando el camarero volvió, Oikawa habló con él en francés, pidió para los dos y de paso coqueteó sin rastro de vergüenza. Cuando se fue, volvió a mirarle con la cara apoyada en ambas manos.

—¿Entonces vas a presentarte a las pruebas abiertas? ¿Cuándo? ¿De qué equipos? Quiero saberlo todo.

Hinata se metió otro trozo de pan en la boca, sacó la cartera y desdobló un papel con manchas de té, tendiéndoselo.

—Es el calendario —aclaró, acercándose sobre la mesa—. He marcado a las que quiero ir.

—Sólo has señalado las de Primera División —. Hinata tragó saliva. Era cierto. Tsukishima le había avisado de que también se abrían las pruebas de los Sendai Frogs, y había tres equipos de Segunda que le hicieron ofertas durante su último año de instituto—. Estás jugando fuerte. Yo haría lo mismo.

De pronto volvió a respirar. Que el Gran Rey comprendiese su elección era algo así como la confirmación de que no estaba rematadamente loco, que todo tenía sentido.

—El viernes son las primeras, para los Red Falcons de Osaka.

—Buena, buena. Tienen uno de los mejores líberos, además de Igarashi-kun—. Mientras Hinata asentía, el camarero aparecía con el vino y les servía de la forma más ceremoniosa que había visto nunca. De pronto fue consciente de su sudadera llena de pelotillas y sus pantalones cortos y sus zapatillas de deporte. Como si pudiese leerle el pensamiento, Oikawa rió—. Daale, flaco. No pienses tanto.

Cuando se encontraron en Rio le resultó fascinante el hecho de que Oikawa pudiese estar tan integrado en San Juan que las expresiones argentinas le saliesen naturales. Dos años después, Hinata se veía a sí mismo maldiciendo en otro idioma. Nunca había sido malhablado en su lengua natal, y sin embargo la mitad de las palabras que decía en portugués habrían sido motivo de castigo si las oyese su madre.

Cogió la copa para beber, pero Oikawa extendió una mano, muy serio, entre ellos.

—Eh, ¿piensas beber sin brindar? ¿No tenemos nada que celebrar, Chibi-chan?

Hinata se mordió el labio, mirándole  a los ojos. No se le ocurrían demasiadas cosas, pero podía probar.

—¿Que te has reconciliado con Iwaizumi-san?

—¡Alerta, alerta, palabra prohibida!—. Hinata soltó una carcajada, consciente de que estaban siendo demasiado ruidosos en ese restaurante pijo—. ¿Cuál era el trato?

—Ni compañeros del pasado, ni antiguas lesiones —repitió las palabras que un Oikawa muy borracho había escrito en una servilleta en un local de fados en Rio, trazando las líneas rojas de la noche—. Podemos brindar por nosotros.

—Los exiliados están de vuelta, más fuertes que nunca —dijo Oikawa, con gesto perverso—. ¡El Imperio contraataca! ¡Kanpai, mi joven padawan!

—¡Kanpai!

Rieron mientras chocaban las copas suavemente. Fueron necesarias dos horas de discusión, paseando por Ipanema, para repartir los papeles de Star Wars entre sus conocidos del vóley. Oikawa se empeñaba en que Kageyama era Darth Vader, pero Hinata estaba convencido de que era un ewok grandote y gruñón, colocando bolas de pelo por toda la galaxia.

Oikawa insistía en que él era Han Solo, sexy y temerario. "¡Yo soy Obi wan, el mejor jedi de la galaxia!", añadió Hinata. Entonces Oikawa, incumpliendo las reglas, había dicho, con una sonrisa maligna patrocinada por la sexta capirinha: "No creo que Obi wan se acueste con ewoks".
Hinata fingió que no lo había oído. 

El vino era fuerte, pero se mantuvo firme. Brasil le dio un buen fondo en el asunto del alcohol.

—Espero que seas consciente de la bendición que es cenar con el hombre más sexy de San Juan.

—¿Sólo de San Juan? Oikawa-san, has bajado algunos puestos.

Oikawa rió, frunciendo el ceño y Hinata puso su mejor cara inocente mientras se llevaba a la boca otro trozo de pan.

—Bueno, volviendo a tu semana fantástica —dijo, poniendo un dedo en el calendario—. EJP, Green Rockets, Railway warriors... Todos la misma semana. ¡Ah, las joyas de la corona! Las águilas y los chacales, viernes y sábado. Tokio está a más de quinientos kilómetros de Osaka.

—El Hikari tarda menos de tres horas —dijo Hinata, dándole la vuelta a la hoja del calendario para mostrarle, escrito con su letra, en lápiz, sus cálculos horarios—. Podría ir a la prueba de los Adlers el viernes, dormir en Tokio, coger el Shinkansen de madrugada y estar en Osaka para el desayuno. No es una locura.

—Bueno, me estás hablando de unas siete pruebas para equipos de Primera División en una semana. Shouyou, no puedes ir a todas.

—No coinciden en los días...

—Ya, pero no te van a pedir que hagas un servicio. Esa clase de pruebas pueden durar dos o tres horas. Si intentas abarcarlas todas llegarás a las últimas muy cansado, y en esas estará la mayor competencia.

Hinata bufó, apoyando la barbilla en la palma de la mano, mirando su calendario con añoranza. Una parte de su cerebro sabía que era así, pero no había querido reconocerlo.

—¿Tú qué harías? —preguntó, agarrando la botella de vino. Oikawa le dio un manotazo y llamó al camarero, que vino corriendo y le rellenó la copa.

—Si estuviese al cien por cien, iría a la primera, de los Red Falcons, y a una sola de los dos grandes. Eso si estuviese al cien por cien. ¿Cómo estás de tu...?

—Alerta, alerta, palabra prohibida —le cortó Hinata, mirando el calendario—. Menos de tres pruebas es una apuesta arriesgada.

—Dos es la cifra ideal —insistió. Oikawa—. Red Falcons y uno de los grandes.

—¿Cuál?

Oikawa apretó los labios, se acabó la copa, llamó al camarero y coqueteó un poco con él. Se tomó su tiempo antes de volver a mirar el calendario y a Hinata.

—¿Tengo que justificar mi elección? —Hinata asintió con la cabeza—. ¿Puedo basarme en la combinación de colores de la equipación?

—¡Toooooto! —el apodo le salió tan espontáneo que abrió mucho los ojos mientras se sonrojaba, deseando que la Torre Eiffel se hundiese bajo sus pies. Oikawa sonrió con maldad.

—Los pajaritos blancos son el equipo más fuerte de Japón, tienen al mejor jugador de todos los tiempos, el grandísimo Romero, con el que podrías compartir tus maldiciones sexis en portugués —Hinata rió, aún sonrojado—. Por otro lado, Wakatoshi-kun y tú haríais un buen combo, quizás hasta te acabe diciendo que deberías haber ido a Shiratorizawa. Y bueno, tienes a ese pibe de ojos azules que te conoce como las líneas de la palma de su mano.

Hinata le evitó la mirada, de pronto muy interesado en el contenido de su copa.

—Ha pasado un tiempo. Y muchas cosas.

—No importa. Se ajustará. Peeero, hay un problema —dijo, abriendo los brazos—. Uno así de alto y tan bueno como insoportable.

—Hoshiumi-san.

—Exacto. Hoshiumi ocupa la posición a la que tú podrías aspirar. En los Adlers dificilmente serías titular. Además, ¿no estás cansado de ser un pajarito? ¿Por qué no pruebas algo más salvaje? Tienes unos buenos colmillos, podrías ser uno de esos chacales.

—En los Black Jackals también tendría problemas para ser titular. Además, mi ataque súper rápido...

—Ya no dependes de tu ataque súper rápido —le cortó Oikawa, al tiempo que llegaba el camarero con los platos. Había pedido carne para ambos—. Ahora eres fuerte para pelear por ti mismo. Y si quieres usarlo, tienes a Miya-kun. Es tan bueno como Tobio-chan, y también os ajustaréis. Lo hizo con su hermano, y por lo que parecía ni lo tenían practicado.

—Entonces viste ese partido —dijo Hinata, sonriéndole mientras cortaba su solomillo. Oikawa chistó.

—No. Me contaron cómo fue, eso es todo.

Mentiroso, pensó, pero no dijo nada.

A veces Oikawa le recordaba a Kageyama. Su mismo orgullo, su misma cabezonería. Su mismo amor por el vóley. Otras veces -demasiadas- se encontraba creándose una ficción patética, una en la que el chico que cantaba mentías cuando me decías que yo era solo para ti, mientras le llevaba por la pista en una lección improvisada de cumbia, con el cabello sudado y su mano, sin miedo, en el límite de su espalda, tenía otra voz, otro olor, otro tacto.

A veces, simplemente, Hinata prefería cerrar los ojos e imaginar lo que no podía tener.

—Aunque el argumento definitivo se llama Kodaira. ¿Quién quiere vivir en Kodaira? No hay nada en ese lugar. Quizás algunos perros salvajes que huyeron de Tokio. Puede que Tobio se sienta en su hábitat.

Hinata agitó la cabeza, riendo. En verdad había estado buscando bastantes fotos de Kodaira cuando supo que Kageyama empezaba a entrenar con los Adlers, y parecía un sitio tranquilo. Estaba seguro de que él debía sentirse mucho más cómodo allí que en la inmensidad del centro de Tokio. Sabía que a Kageyama no le gustaban las ciudades muy grandes, donde tienes que correr de un lado a otro para llegar a todos los sitios, hay contaminación y olor a gasolina y ruido en todas partes.

Kageyama disfrutaba de cosas simples. Comerse un bollo de carne de camino a casa, con el sonido de las cigarras como música de fondo. Una carrera hasta el riachuelo de detrás de su casa, mojarse los pies si llevaba suficiente agua mientras discutían sobre los posibles finales de One Piece -si es que llegaba a terminar algún día-. Era posible que Kageyama hubiese encontrado algo de eso en Kodaira, y el pensamiento le hacía sentir bien, pero también un poco celoso. Porque si Kageyama estaba mojándose los pies en un río y salpicándose con alguien, no era él.

Pensó en Igarashi-kun. Era guapo. En cierta forma se parecía a Kageyama, pero con los ojos oscuros. Alto, pelo liso, en la tele nunca estaba sonriendo. Seguro que le gustaban los bollos de carne.

—¿Cómo se organizarán con la Selección? —se encontró pensando en voz alta. Oikawa le miró sobre la copa, y Hinata volvió al mundo real—. Quiero decir, Kageyama está al lado de Tokio pero algunos jugadores están en la otra punta de Japón. Algunos juegan en Italia o por el mundo... ¿Cómo entrenan?

—Hacen concentraciones de vez en cuando, y aprovechan las competiciones donde participa la Selección. Además, Yamagawa es el entrenador asistente esta temporada. Por lo que se dice, Tobio-chan e Igarashi-kun son sus niños mimados. Dicen que les hace ir todas las semanas al menos dos días a Tokio a entrenar con él. Incluso les ha puesto un piso allí.

Hinata no tenía ni idea de todo eso.

—¿Dos días a la semana? ¿Todo ese viaje?

Lo que sí sabía es que Igarashi-kun jugaba como titular en los Red Falcons, así que su viaje sería algo más largo que el de Kageyama. Oikawa se encogió de hombros.

—Eso dicen. Parece que también quiere meter en ese club de elegidos a Nishida y Takahashi, pero no sé qué dirán sus equipos. Yamagawa tiene fama de ser tan bueno como exigente —ese eso dicen sonaba a lo dice Iwaizumi, que está enterado de todo lo que se cuece—. Es el precio de la gloria, supongo.

Tras la cena, Oikawa pagó la cuenta. Pelearon un poco mientras intentaba ocultar el coste, pero Hinata logró verlo mientras Oikawa se distraía tecleando el PIN de su tarjeta de crédito. Más de doscientos euros. Hinata se esforzó por hacer una conversión a dólares y de ahí a yenes.

—¡Oikawa-san, eso ha sido súper caro! ¡No puedo aceptarlo! —exclamó, traumatizado, mientras Oikawa les arrastraba a él y a su maleta hacia fuera.

—En San Juan nos pagan bien, y esto no es algo que se haga todos los días.

—¡Pero es demasiado!

El viento del exterior les recibió batiendo fuerte y Hinata se quedó mudo, olvidándose de todo lo demás.

—Increíble, ¿ne? Da igual cuantas veces estés aquí arriba, siempre se siente como la primera.

Hinata avanzó hasta la barandilla y se asomó al vacío, experimentando el tirón del vértigo, emocionante, llenándole hasta los topes.

¿Así es como se siente, Kageyama-kun? ¿La vista sobre la cima?

El cielo de París estaba en calma, y la voz de Oikawa contándole anécdotas eróticas parisinas le mecía suave a más de cien metros sobre el suelo. Había como un millón de estrellas ahí arriba. Se preguntaba si los sentimientos cuentan en el espacio. Si en Saturno, o en alguna de las lunas de Júpter, donde no existía el sonido, podría vivir con las paredes de su mente intactas, sin un nombre escrito por todas partes.

"¡Japón destroza a Francia, la mejor noche de Nishida y Kageyama!"

"Yamagawa mantiene su entrenamiento especial con sus dos pupilos, Kageyama e Igarashi, los cachorros del combinado nacional"

"Igarashi, recuperado de su segunda lesión de la temporada,  jugará otra vez con los Red Falcons".

"Las negociaciones de los Adlers por traer a Igarashi no resultan. El rematador continuará una temporada más con los halcones de Osaka". 

—Es una pasada, pero prefiero la noche de San Juan —dijo Oikawa, rompiendo el silencio. Hinata le miró. Estaba sonriendo con maldad hacia las estrellas, como si hubiese una legión de franceses ancestrales a los que pudiese tocar las narices—. Deberías haber venido a conocerlo. Lo habrías amado y ahora no estarías regresando como loco a Japón.

Oikawa le invitó en varias ocasiones, pero siempre había una excusa. La mayoría de las veces eran argumentos reales, el trabajo, el circuito de vóley playa... Otras era simplemente el miedo a sumergirse demasiado.

—Por eso es mejor no ir.

—¿Tiendes a rechazar las mejores ofertas de tu vida?

—Tiendo a encariñarme con las cosas que no puedo conservar —dijo, mirándole y encogiéndose de hombros. Oikawa le devolvió una sonrisa de comprensión.

Hinata había perdido algunas cosas importantes en Rio. Algunas se las robaron, otras las dejó allí porque quiso hacerlo, otras no estaba seguro de si quería prescindir de ellas, pero lo hizo igualmente. Le gustaba pensar que cuando algo queda atrás es porque lo que viene será mejor, pero la única certeza en su vida era que ya no pisaba arena, mullida, adaptable, sino suelo firme y duro, como el de la pista de vóley.

Siempre duele más cuando te caes contra el suelo... Aún así, estaba emocionado. No tenía miedo. Había esperado mucho tiempo este momento.

—Entonces tú seguirás en Argentina.

—Yo ya soy argentino, mi dulce Chibi-chan. Si quieres que te machaque tendrás que llegar a la Selección.

—Llegaré.

—Por supuesto —rió, revolviéndole el pelo. Hinata luchó contra su mano, entre risas, y acabó con un brazo de Oikawa sobre los hombros y la vista otra vez en el cielo. Se acordó de su última visita al Cristo Redentor, también con él. Se hicieron el mismo selfie unas treinta veces hasta que Oikawa consideró que salía bastante bien como para compartirlo con sus seguidores.

—¿No te has enterado?— preguntó Oikawa de pronto—. Iwa-chan está prometido. Una chica de Kioto con un apellido samurai.

Oh.

Hinata se pasó la lengua por los labios. No quería hacer preguntas que pudiesen venirle de vuelta, pero tampoco podía quedarse en silencio. Al fin y al cabo, no era él quien había pronunciado las palabras prohibidas. Antes de que pudiese decir nada, Oikawa volvió a hablar.

—Iwa-chan adora París, porque es el prototipo de guapo idiota de las películas malas. Vinimos con dieciocho, después de graduarnos. Eso también fue bastante mainstream. Él ya lo conocía. Su padre le contaba que si le gritas tus secretos al cielo en este sitio, se cumplen tus deseos —Hinata nunca le había oído hablar de Iwaizumi de forma tan directa. Todo lo que sabía eran pequeñas pinceladas, un enfado, una llamada no contestada, una foto en la cartera, un nombre susurrado por error cerca del oído—. Aquí le dije que me iba a Argentina. Se enfadó tanto que desapareció toda la noche. Apareció a la mañana siguiente con un kilo de croissants y una promesa que obviamente ya no va a cumplir.

El cielo de París les observaba, abrazando sus secretos.

¿Qué estás haciendo ahora mismo, Kageyama-kun?

—Puede que no la haya olvidado —dijo, recordando el botón dorado. Había perdido muchas cosas en Rio, pero ninguna le dolió tanto como cuando perdió el segundo botón de Kageyama.

Oikawa le dio un codazo, sin mirarle, en un gesto de camaradería. Está bien tener a alguien que te entiende. A fin de cuentas, no hay nada más universal que el amor no correspondido.

—Todo el mundo olvida las promesas adolescentes. Es así como te haces adulto. Sólo unos pocos se quedan atrapados ahí, como en uno de esos tangos, con una rosa en la boca y la lengua llena de espinas.

Hinata soltó una risa inconsciente. Cuando Oikawa se ponía en modo poeta depresivo es que la noche iba cuesta abajo.

—Eso ha sonado dramático incluso para ti, Toto

Esta vez dejó que el apodo cariñoso se escapase sin retenerlo y se vio recompensado por una sonrisa sincera.

Oi, Chibi-chan, estoy en mi turno de confesión, puedo ser dramático si quiero. Mira, ya me siento más libre. Ah, tengo que decir algo más —se volvió de nuevo hacia el cielo—. La prometida de Iwa-chan es perfecta. Es inteligente, guapa y sabe combinar los colores, así que existe la posibilidad de que haya confundido a Iwa-chan con otra persona y descubra el día de la boda que es capaz de llevar a la vez algo rosa y algo rojo. Seguro que eso es motivo de nulidad.

—¿Qué pasa con el rosa y el rojo? —preguntó Hinata, confuso. Le parecía que juntos quedaban bien, eran súper alegres, como el amarillo y el naranja. Oikawa se tapó la cara con una mano.

—¡¿Pero, dioses, qué he hecho mal en este mundo para que me castiguéis así?!

Hinata soltó una risa y se fijó en las estrellas, brillantes sobre el fondo oscuro. Convirtió la sonrisa en un suspiro, mordiéndose la punta de la lengua.

Tengo algo que decirte, Kageyama, pero seguramente sea un poco tarde.

¿Quién confiesa con veintiún años? No hay botones dorados en las chaquetas deportivas ni en las equipaciones de vóley, el mundo de los adultos no está hecho para sonrojos vírgenes o voces tartamudas o dedos temblorosos.

—Robé su colonia hace tres años. La huelo a veces, cuando tengo un mal día. Me gusta olerla cuando las cosas se turcen... —dijo, tocándose el muslo—. Y me gusta olerla antes de los partidos.

No hacía falta dar nombres. Oikawa tampoco preguntó.

—Eso suena muy chibi. ¿Qué piensas hacer cuando se acabe?

—Es un bote bastante grande.

—Pero algún día se acabará.

—No tengo ni idea —murmuró, con los ojos en la luna—. Tal vez pueda volver a su casa y robar otro bote.

Los dos rieron. Hacía frío y Hinata tenía las mejillas heladas. Entonces, a su lado, Oikawa le soltó, apoyó las manos en el apoyabrazos de la Torre Eiffel y, mirando hacia el cielo, gritó con todas sus fuerzas.

—¡No quiero que Iwa-chan se case!

Después soltó aire. Miró a Hinata, con la nariz roja, y soltó una carcajada mientras una pareja que parecía estar viviendo un momento romántico les miraba con horror y salía huyendo.

Hinata le dedicó a Oikawa su sonrisa más real y después, imitando su gesto, apoyó las manos en la barandilla y apretando los párpados, gritó al cielo, desde lo más profundo de su pecho, más allá de su voz.

—¡Quiero ser tan bueno como Kageyama!

—¡Quiero aplastar a Japón con la Selección argentina!

Hinata rió. Las parejas enamoradas huían masivamente de la Torre Eiffel y era posible que pronto les echasen a patadas, pero estaban en pleno ritual de confesión y ese es un asunto bien serio.

—¡Quiero vencer a Kageyama!

—¡Quiero demostrarles a todos mi fuerza!

—¡Quiero ganar, ganar y ganar, ganarlo todo y ser el mejor del mundo!

Oikawa le lanzó una mirada divertida antes de centrarse otra vez en el cielo. Ahora estaban solos en ese piso de la Torre, con sus gritos locos en japonés y el viento despeinándoles sin remedio.

—¡Quiero que Iwa-chan cumpla su promesa!

—¡Quiero saber cuál es la promesa que hizo Iwa-chan!

Oikawa soltó una carcajada y movió la cadera, dándole un pequeño golpecito. Hinata se mantuvo en su sitio, bien anclado al suelo. Oikawa volvió a coger aire.

—¡Hajime, imbécil, no voy a estar toda la vida esperándote!

No sabía si reír o darle un abrazo.

Espérame, recordó. Él había pedido eso, una vez. A lo mejor lo soñó, como ese sueño en el que Kageyama sujetaba su mano en la oscuridad la noche de la peor derrota.

Ahora fue él quien cogió todo el aire de Francia.

París era mágico, pero no tanto como Miyagi. No tanto como esa noche de tormenta. Los dos jugando al vóley mientras el mundo que conocían se descosía por las costuras, cansados, empapados, sudando, con el único sonido de la lluvia, sus respiraciones, la pelota chocando contra el suelo. Hinata estaba seguro de que en ese juego privado había más intimidad que en cualquier cama de Rio, de París, del mundo entero.

¡Otro saque as de Kageyama Tobio! ¡Y solo tiene diecinueve años!

—¡Estar enamorado apesta!

Y después se echó a reír de sí mismo, porque era idiota, estúpido, y en verdad sabía que lo suyo no tenía remedio. Ah, así se sentía soltar una carga pesada de la espalda. 

Dos guardias estaban ya corriendo hacia ellos. Oikawa cogió a Hinata de la mano y tiró de él, más rápido, escaleras abajo, sin parar de reír. No dejaron de correr mientras descendían los más de seiscientos escalones, esquivando a las pocas personas que se cruzaban. Hinata sostenía su maleta en alto con un solo brazo, sin aliento, y la mochila, pesada, rebotaba tras él.

Siguieron corriendo después, sin rumbo. La maleta de Hinata les ralentizaba, haciendo un ruido terrible sobre el suelo, como si estuviese aterrizando un avión.

—Shouyou —jadeó Oikawa, deteniéndose a respirar—. Tenemos... doce horas. ¿Qué quieres hacer?

Hinata le sonrió, recuperando el aliento.

—Sorpréndeme.

—Mi hotel está a diez minutos.

Llegaron en siete. Dejaron la maleta de Hinata en recepción y aprovechó para ir al baño y lavarse la cara. Miró el teléfono móvil. Sabía que Kageyama jugaba en Oita, un amistoso a las once de la mañana hora japonesa.

Oikawa consiguió alquilar dos bicicletas en la recepción del hotel. Hinata se sentía como en un sueño, medio dormido por el jet lag, borracho, hablaba de vóley, de Argentina, de Luke Skywalker. Pedalearon por el centro, pararon en un antro de mala muerte donde una chica bailaba medio desnuda en una barra, y Hinata invitó a los cubatas más caros de su vida. Bebió despacio, preguntándose si esa chica de ojos azules habría tenido también un amor imposible inmune al tiempo y la distancia.

Al final fueron cinco cubatas. Entraron en la habitación de hotel de Oikawa tambaleándose, conteniendo la risa, shh, mis compañeros de equipo, dijo, tropezando con una mesilla de noche y cayendo sobre la cama con poca elegancia. Al día siguiente tenían una rueda de prensa y luego iniciaba oficialmente sus vacaciones. Hinata se quitó la sudadera y la lanzó contra la pared, después las zapatillas y saltó sobre la cama, tumbándose a su lado, también boca arriba. No había humedades en el techo, era un sitio bonito, caro e impersonal, y se acordó de Pedro y de su lucha permanente contra las cucarachas.

Oikawa giró hacia él, se acercó un poco más y le miró, apoyando la cabeza en mano y el codo sobre la cama.

—No quiero que se case —dijo, extendiendo los dedos de la otra mano y acariciando el pelo desordenado de Hinata—. ¿Qué se supone que debo hacer? ¿Irrumpir en la boda gritando que no por favor esta boda no puede celebrarse?

Eso sería muy genial —murmuró, borracho, sonriendo. Oikawa le hizo unas cuantas cosquillas para callarle—. Puedes pedirle que se case contigo.

—No debiste tomarte esa última copa —dijo, riendo con el ceño fruncido—. El matrimonio gay no es legal en Japón.

—Pero en Argentina sí.

Oikawa volvió a acariciarle el pelo con una sonrisa perversa.

—¿Te has estado informando, Shou-chan? ¿Piensas casarte con un ewok? Dicen las malas lenguas que no tienen polla.

Ahora fue Hinata el que le hizo cosquillas. Empezaron una pelea sin fuerza, intentando agarrarse las manos, hasta que Oikawa invadió su espacio sin pedir permiso.

No era la primera vez que le besaba. La mayoría de esos recuerdos tenían el sabor del alcohol, pero sería injusto decir que todos. Algunos simplemente eran agua salada del Atlántico, cumbia y lambada y reggeaton del viejo y lo que pasó pasó entre tu y yo, kilos de arena en el pelo y crema solar en los labios.

Toruu era impaciente al besar. Hinata tenía que esforzarse para llevarle a su ritmo, lento, y a veces necesitaba un rato, pero al final se rendía y entonces todo cobraba sentido. El calor de su rostro, el viaje de sus manos hasta su pelo, Shouyou abría suave la boca para él, le ofrecía su aliento, su consuelo, y esperaba lo mismo de vuelta, porque no se estaban besando, se estaban reanimando. Era un pacto tácito, un contrato firmado con caricias.

Yo te doy oxígeno, tú me das oxígeno. Los dos seguimos respirando.

La gente lo llamaba aventura. Hinata lo entendía en términos de supervivencia.
Y por el medio, risas, vóley, competiciones de palabras sucias en castellano y portugués.

Toruu lo apretaba más cerca, aceptando lo que le diese, aunque no fuese mucho. No se quitarían la ropa. Era una barrera estúpida, parte del pacto. Hinata no era un mojigato, y precisamente por eso. Aún así, había piel desnuda en los brazos, caricias bajo la camiseta, piernas enredadas y una pequeña lucha entre risas por ponerse encima.

Mientras pasaba los brazos tras el cuello de Tooru, dejando que le tumbase y volviese a besarle hasta el fondo de su boca, sabor a gin tonic con lima, le oyó susurrar, casi un espejismo, Haji. Sólo oía ese apodo entre las sábanas, como si tuviese un mundo paralelo en el que existir, donde él era un intruso, pero uno al que habían invitado.

Los pantalones chinos, de marca, encontrándose con los suyos, cortos, usados, un roce hacia arriba, la tela crujiendo con el movimiento, otra vez, y otra más, Hinata jadeó con la cabeza hacia atrás, encontrando un ritmo.

Haji, Haji, Haji.

Sería más fácil que él también hiciese eso, otro nombre en su boca, un espejismo con todas las letras, pero ni borracho era capaz. El olor era importante, y el que estaba entre sus piernas, vestido y desnudo al mismo tiempo, besándole, aplastándole con su peso, no olía como el bote de colonia escondido en su maleta. Aún así, estaba bien. Era bueno. Era físicamente liberador. Quizás poco para Tooru, pero no se quejó cuando Hinata marcó los límites. Sólo un placer conocido y fácil, nada que pudiese romperse entre sus dedos.

Hajime.

Hinata robó el nombre con la lengua y se preguntó si Kageyama también cerraría los ojos cuando besaba.

Se despertó con la vibración del teléfono. Palpó las sábanas, intentando librarse del agarre de pulpo de Oikawa. Chasqueó la lengua al darse cuenta de que se había dormido con la ropa puesta, pringoso debajo del desastre.

Bakayama. 06.37
Photo

Una imagen de su mano, un puño cerrado. Habían perdido. Se frotó la cara mientras Oikawa, dormido, murmuraba algo sobre un perro salchicha. Iba a dejar el teléfono a un lado cuando volvió a vibrar.

Bakayama. 06.45
Photo

Hinata abrió el mensaje frunciendo el ceño. La foto era una entrada.

Kageyama Tobio y acompañante.
Viernes, 22h. Tokio, Sala Ryu, Shibuya.
Presentación oficial de la Selección de Japón.
Confirmar asistencia. Se ruega etiqueta.

Se dejó caer hacia atrás, sobre la almohada, con el corazón en la boca.

Bakayama. 06.47
¿Vienes?

No había humedades en el techo, y su vuelo salía en cinco horas. Oikawa estaba roncando, aunque después negaría que alguien tan bello pudiese emitir sonidos horrendos de noche.

Llevaba más de un año sin contestar los mensajes de Kageyama. ¿Por qué le mandaba eso? ¿Cómo sabía que estaría en Japón? ¿Vio su inscripción a las pruebas de los Adlers? Ni siquiera estaba seguro de si iría. Oikawa tenía razón, tenía que optar entre ellos y los MSBY.

Bakayama. 06.50
Estará toda la Selección
escribiendo... escribiendo...
Puedes quedarte en mi piso
escribiendo... escribiendo...
escribiendo... escribiendo...

—¿Qué mierda borras todo el tiempo, Bakayama? —susurró para sí, molesto. De pronto se sentía otra vez como un adolescente idiota arrancando el segundo botón de su uniforme con dedos fríos.

Miró durante mucho rato la pantalla. Kageyama seguía online. Maldijo para sí las tecnologías, Japón, París, la Selección, Tokio, los trenes, los aviones y deseó estar en la playa de Ipanema y que le picasen siete medusas gigantes antes de seguir leyendo mensajes de...

Bakayama. 06.55
Puedo presentarte a Aki

Hinata soltó el móvil y le cayó sobre la cara.


Era un partido amistoso, pero habían perdido. Derrota. Derrota. Derrota.

Aki estaba limpiando uno de los dos dormitorios vacíos cuando llegó, pasada la media tarde. El vuelo había sido puntual. El taxi desde el aeropuerto también, aunque no le extrañó. Su coach había encargado uno de esos que te esperan con un cartelito con tu nombre, para que no te entretengas por el camino

Tadaima.

Okaeri —contestó Aki, con la fregona en las manos. Todo olía a limón y ya estaba listo para la llegada de Nishida y Takahashi. Kageyama se descalzó y se derrumbó en el sofá, sintiéndose culpable por no ayudar en la limpieza. Se suponía que debían repartirse las tareas, pero Aki siempre hacía el doble. Kageyama suspiró. Todavía llevaba el chándal de los Adlers, fue al aeropuerto directo desde el partido—. Yamagawa-san dijo que tardaría media hora, que fuésemos poniéndonos las zapatillas.

Cerró los ojos, asintiendo. Sentía el cuerpo tan pesado como si tuviese cien años.

—¿Te pregunto por el partido?

—No —Aki no insistió—. ¿Cuándo vienen Nishida-san y Takahashi-san?

—No estarán en Tokio tanto como nosotros, pero me imagino que traerán sus cosas el viernes que viene, después de la presentación. Por cierto, ¿al final le invitaste?

Kageyama asintió y miró el teléfono. Le mandó los mensajes a Hinata a mediodía y, como siempre, los vio pero no contestó. Aki se quitó los guantes de fregar y se sentó despacio a su lado, echando la cabeza hacia atrás. Kageyama vio cómo sobresalían por la manga de la camiseta las vendas deportivas. Le tocó el brazo, frunciendo el ceño.

—¿Otra vez? —Aki se encogió de hombros—. Tienes que parar hasta recuperarte.

—El vóley no para nunca, Ka-kun —dijo, sonriéndole con suavidad—. El mundo siempre está girando. No te preocupes tanto. ¿Y tú? ¿Podrás correr hoy?

—Sí —dijo, mirando el teléfono. Aki se apoyó en su hombro y se asomó a la pantalla.

—¿Te ha contestado? —Kageyama agitó la cabeza en una negativa—. Pero lo ha leído.

—No va a contestar —dijo Kageyama, dejando el móvil del revés sobre la mesa y levantándose en dirección a su dormitorio—. Voy a cambiarme.

Oi, Ka-kun —Kageyama se giró—. Llámale. Si entrenamos los servicios un millón de veces hasta que salen como queremos, pasa lo mismo con las personas. A veces hay que insistir un poco.

¿Tú con quién irás?

—Con Mugi-chan. Si no le llevo quemará todas las cosas que tengo en casa de mis padres.

Mugi-chan era su hermano pequeño. Tenía quince años y acababa de empezar a jugar de líbero suplente en el Kamomedai, en Nagano. Kageyama se puso una camiseta de manga larga y unos leggins. Aki seguía mirándole desde el sofá, como si esperase una respuesta.

Todavía era difícil contarle a alguien cosas de su vida. Cuando se fue de Miyagi descubrió que Hinata era el único amigo que había hecho en dieciocho años. Valoraba a sus compañeros del Karasuno, pero no era lo mismo. Hinata sabía lo que pensaba cuando las palabras fallaban. Con él no necesitaba filtros, y si no podía expresar algo, lo hacía el vóley. Era fácil acostumbrarse a eso.

Hinata era idiota, pero siempre sabía qué decir, así que si no había dicho nada en más de un año es porque él había hecho algo mal. Kageyama era consciente de su torpeza en las interacciones sociales, así que siguió esforzándose, enviando las fotos, preocupado por cómo contarían sus victorias si no sabía cómo iba la cifra de Hinata. ¿Las estaría anotando?

El último año había sido difícil, así que seguro que cometió muchos errores sin darse cuenta.

—Corre a mi ritmo. No te fuerces.

Aki sonrió suave, levantándose despacio, estirando los brazos hacia arriba.

Había buscado en Google "por qué mi mejor amigo no me habla" y también "mi mejor amigo no me contesta desde hace más de un año" e incluso "creo que mi mejor amigo me odia" y todas las respuestas llevaban a que había hecho algo horrible que desconocía.

Esperaba poder arreglarlo.

Se hizo una cuenta en Instagram y le pidió amistad. Hinata lo aceptó, pero no le siguió de vuelta. Kageyama veía sus fotos, aunque no actualizaba demasiado. Estaba entrenando duro. Estaba haciéndose más fuerte.

¿Qué hice mal?
¿Fue por llamarle? ¿Sería de madrugada allí y le molesté? 
No. Ya no me contestaba entonces.

Seguro que su abuelo podría haberle ayudado.
Ojalá las personas fuesen tan consistentes como el vóley.

Diez minutos después Yamagawa-san llamaba a su puerta. Tras la bronca reglamentaria de otros quince minutos, estaban corriendo por Tokio. Era de noche, pero todavía tenían tiempo para entrenar más, para esforzarse más, para avanzar más.

—Kageyama —dijo Yamagawa cuando regresaron, sudando, casi sin respiración—. Estas distraído. Tus tiempos son peores que la semana pasada.

—Lo siento, coach.

—Céntrate. Mañana harás el doble de vueltas. Ahora puedes ir a descansar si quieres.

—Sí, coach.

—Igarashi —añadió el entrenador, dirigiéndose al otro chico—. Tú no has terminado. Tres vueltas más.

—Sí, coach —miró a Kageyama y se encogió de hombros. Mientras empezaba a alejarse corriendo le hizo un gesto, uno de la mano sobre la oreja que significaba llámale.

Kageyama resopló y, sin pensar, echó a correr detrás de él. Todavía podía esforzarse un poco más.

Más rápido.
Más arriba.
Más fuerte.

Notas.

Gracias por leer, este capítulo fue demasiado largo, pero no podía cortarlo.
La siguiente publicación será la semana que viene, estos días voy a estar ocupada estudiando todo lo que no he estudiado cuando debía (horror y vagancia infinita).

¡Graciasgraciasgracias!

(El dibujo de Oikawa y Hinata es un garabato mío. Las fotos aparecían libres en Internet, sólo las recorté)

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