Nadie duerme en Tokio |KageHi...

By LauArcher

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Hinata se va a Brasil y quiere despedirse. Kageyama se va a Tokio y odia las despedidas. Sus caminos se cruza... More

Capítulo 1. Finales y comienzos
Capítulo 3. El ninja y el pibe
Capítulo 4. Si lo quieres tendrás que sangrar por ello
Capítulo 5. Vóley en estado puro
Capítulo 6. Ganadores vs perdedores
Capítulo 7. Un lugar seguro
Capítulo 8. Hazme volar
Capitulo 9. Mi persona favorita
Capitulo 10. Mientras yo este aquí
Capítulo 11. El mordisco del chacal
Capítulo 12. Terapia
Capitulo 13. Shouyou, Shouyou, Shouyou
Capítulo 14. Suaveyama
Capítulo 15. Arruinador de alegrías
Capítulo 16. Para que hoy no ganen los malos
Capítulo 17. Aprender a vivir pese al miedo
Capítulo 18. A tumba abierta
Capítulo 19. Castillos en el aire
Capítulo 20. Dream Team
Capítulo 21. El escenario mundial
Capítulo 22. Lo que no sabes de tu padre
Capítulo 23. Demasiado bueno para este mundo
Capítulo 24. Brazilian Rhapsody
Capítulo 25. El lado dulce de la vida
Capítulo 26. La grieta
Capítulo 27. Un idiota naranja, un estúpido virgen

Capítulo 2. Lo que pasa en Brasil...

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By LauArcher

¡Hola!
Gracias por seguir leyendo esta nueva historia. Espero que estéis preparadas para sufrir xD
Este capítulo tiene un poco/bastante introspección, pero pronto empieza la marcha.

Besos, os amo.


Todovoley. 22 de abril. Kageyama Tobio, el último fichaje de la Selección nacional, destroza a Canadá con siete servicios as.

SPORTS Japan. 24 de mayo. Igarashi Aki y Kageyama Tobio, el nuevo dúo imparable de los japoneses, pupilos de Yamagawa Yuu, seleccionados para los Juegos Olímpicos.

24hVoley. 30 de mayo. Igarashi Aki y Kageyama Tobio, dos jovencísimas estrellas que llevarán los colores de Japón en los Juegos de Río.

Cuando su madre o Natsu o Kenma le preguntaban cómo era Rio de Janeiro, Hinata siempre respondía lo mismo.

Distinto. Caluroso (no cálido). Húmedo. Lleno de vida.

Guardaba para sí otros adjetivos, respuestas que intentaba empujar a la parte trasera de su cerebro con el deseo de que el tiempo las suavizase, quizás hasta borrarlas.

Porque allí, entonces, Río era solitario. Incluso en el bullicio que se colaba en su dormitorio cuando dejaba la ventana abierta, también en el medio de una calle abarrotada de música y gente y olor a sal marina. Río era, todo el tiempo, lejano, como si se hubiese colado en una película donde él era el extraño, el intruso. Siempre difícil, como ese alfabeto formado por letras y no por sílabas, como el idioma que no se parecía en nada al que había estado aprendiendo en los cursos por Internet sus últimos meses en Miyagi. Cuando alguien te hablaba no había una tecla para parar y volver atrás, no podías usar el comodín del libro de refuerzo. Sólo sonreír, balbucear un desculpe mas não percebo y esperar lo mejor.

El primer mensaje de Kageyama llegó un día especialmente difícil, a las dos semanas de su llegada.

Su compañero de piso, Pedro, no le hablaba, y aunque siempre cocinaba el doble para que pudiese servirse cuando llegaba de la facultad, nunca tocaba su comida. Kenma le había aconsejado que se comprase un candado para el interior de su dormitorio, por si era algún tipo de loco que intentaba apuñarle de madrugada.

El día fatídico se había torcido tres dedos jugando al vóley playa, redescubriendo de forma miserable lo que era no tener ni idea en un deporte. Cuando se bañaba en el mar para aliviar las quemaduras solares, una medusa le picó en el brazo, a la altura del bíceps y llegando hasta el hombro. Al salir del agua descubrió que no estaban sus zapatillas de deporte. Sólo había conseguido evitar el robo de su teléfono, escondido en una bolsa en la arena.

Al llegar al apartamento, cansado y dolorido, con los pies agrietados y las mejillas quemadas, descubrió con horror que no llevaba llaves. Pedro no estaba en casa. Era un primero, así que podría haber trepado, pero la perspectiva de romperse las piernas era muy realista, de modo que se sentó en el suelo, en la calle, y cogió su teléfono móvil.

Un mensaje de Kageyama.

El primero desde diciembre, el primero en más de dos meses.

Era absurdo, estúpido, infantil, pero en ese momento le pareció que, de alguna manera, había podido sentir su desesperación en la otra punta del mundo, como esas historias de hilos rojos que atraviesan el espacio y el tiempo. Kageyama despertándose y pensando en él mientras su mundo se movía bajo sus pies parecía una buena tabla a la que agarrarse.

Bakayama. 22.50
Photo

La imagen se cargó despacio mientras Hinata soplaba sobre su hombro, intentando aliviar el escozor de la picadura. Cuando se despixeló se encontró con la mano izquierda de Kageyama, sus dedos formando el número tres. Frunció el ceño, contrariado. Fuera de plano, algo borrosas por el desenfoque automático, veía sus zapatillas de vóley y el pantalón blanco de los Adlers.

Hinata. 22.51 pm
Q es eso?

Bakayama. 22.53
escribiendo... escribiendo...
Los sets que hemos ganado hoy

Hinata. 22.54 pm
escribiendo... escribiendo... escribiendo...

Hinata se mordió el labio, borrando y reintentando, porque todo lo que escribía le parecía idiota, o insuficiente, o demasiado.

En realidad sólo quería escribir te echo de menos, pero no podría hacerlo sin esperar una respuesta, un y yo a ti que sabía que no iba a tener, así que se limitó a apreciar la mano de Kageyama, y extendió la suya al lado para ver si seguía siendo la misma que una vez, hacía mucho tiempo, había sujetado la suya en silencio.

Parecía en otra vida, la tarde en que su cuerpo dijo basta durante el partido del Kamomedai.

De noche, tras el disgusto y la sopa caliente, mientras dormía con mascarilla, con fiebre, en una habitación separada del resto, Kageyama había entrado con cuidado y se había tumbado a su lado, cara a cara. También llevaba mascarilla. Se habían mirado a los ojos durante mucho tiempo. Hinata ya no estaba llorando, pero sentía el peso de la derrota como propio, sobre los hombros.

Esperaba una bronca, un insulto que se merecía, pero nunca llegó. Kageyama buscó su mano bajo las mantas y la sujetó tan suave que podría haber sido un sueño, y después cerró los ojos.

Sus dedos no estaban entrelazados, sólo sus palmas juntas, y el pulgar de Kageyama se movió en su muñeca, en algo que si fue real, tuvo que ser una caricia. Hinata se durmió con el sonido de su respiración tan cerca, el calor de su mano tan nítido, el roce suave de sus dedos tan íntimo. Cuando se despertó al día siguiente no estaba allí.

Tal vez nunca estuvo. Tal vez le subió tanto la fiebre que su mente obsesionada creó un Kageyama para él, uno suave y de toque cálido que le acompañase en su peor noche.

No contestó el segundo mensaje, pero Kageyama envió otro igual una semana después, y empezó un extraño ritual consistente en que ambos se mandaban mensajes mostrando en una mano el número de sets que habían ganado en un partido.

En vóley playa Hinata solía jugar varios sets, así que mandaba tres o cuatro fotos de sus dedos, casi siempre vendados o quemados o llenos de rasguños, y Kageyama le recordaba que sólo contaban un máximo de cinco sets, llevas ciento cincuenta victorias y yo ciento sesenta y tres.

Esos días le contestaba con el emoji de la caca. Si se ponía muy pesado le mandaba cuarenta cacas seguidas y Kageyama se relajaba por un tiempo, hasta el siguiente partido.

No se perdía ninguno de sus juegos. Cuando estaba trabajando veía las repiticiones de noche, con los auriculares, para no molestar a Pedro.

Al marcar un punto sus compañeros de los Adlers le abrazaban, y Kageyama forzaba una de esas sonrisas siniestras con toda su voluntad. Hinata sonreía entonces con él, aliviado de ver que no había cambiado, que no era otra persona.

También veía los partidos de la selección, donde ya jugaba minutos. Formaba lo que llamaban el dúo invencible con otro chico de su misma edad, Igarashi-kun, bloqueador central de metro noventa. Cuando coincidían en la pista con Nishida-san o con Takahashi-san, eran un combo indestructible.

Fue así los primeros meses.

Luego todo se puso del revés.

"¡Kageyama, otro saque as, impresionante!"

"¡Cómo puede ser tan bueno siendo tan joven!"

"Si sigue esta progresión, es posible que en un par de años sea el mejor jugador de la Selección. ¡Incluso de los mejores del mundo!"

A veces, cuando estaba en su habitación, incapaz de dormir por el calor y la humedad, se imaginaba a Kageyama bajo una lluvia torrencial. En esa imagen mental estaba con él, rodeados de truenos, como si ellos, los dos, estuviesen destinados a ser algo épico, dos guerreros desenvainando la espada a vida o muerte, caminando entre el fuego, mano a mano contra los monstruos.

Hazte fuerte.
Todavía no es suficiente.

Más fuerte.
Sigue esforzándote.
No te quedes atrás.

Otras veces, cuando el peso de la comida para llevar hundía la rueda trasera de la bici y las rodillas le pesaban dos toneladas, Kageyama no era su compañero, ya no era su socio. Entonces era el jefe final del videojuego, la pantalla que siempre te aplasta y te envía al inicio, el dragón que sobrevuela todos los castillos.

Otro mensaje con tres dedos.
Otro partido ganado tres a cero.

Hinata aprendió varias cosas en Brasil.

Que la arena es amable si sabes tratarla.
Que el sol quema a los pelirrojos incluso con protección 50.
Que los dos primeros minutos de su meditación mañanera en la playa consistían en pintar con brocha blanca el nombre propio que se esforzaba en decorar las paredes de su mente, grande, con la misma intensidad que aquel rayo de primavera que se llevó la luz de Miyagi.

Kageyama.
Kageyama.
Kageyama.

¡El joven futuro de Japón!
¡El dúo invencible que arrasa!

¡Kageyama Tobio y Igarashi Aki, el trueno y el relámpago!

Hinata repartía comida.
Jugaba al vóley playa.
Veía One Piece.

¡Otro set donde el dúo invencible enseñó los dientes!

¡Y los Adlers se llevan otra victoria! ¡Wakatoshi decide el partido con una colocación magistral de Kageyama!

Kageyama a veces era una tormenta, inconsciente de su poder de destrucción. Entonces, como hacía su profesora de secundaria, Hinata pasaba el borrador despacio hasta los márgenes de su pensamiento y se liberaba del flequillo picudo, de la nariz pequeña y recta y salpicada por cinco pecas diminutas. Luego de las pestañas, mejillas, orejas, barbilla, línea de la mandíbula. Borraba sus labios, deprisa, y se detenía en sus ojos, siempre abiertos en su recuerdo, mirándole, brillando, desafiándole, aún no es suficiente, un azul que no había dejado de buscar en las aguas del Oceáno Atlántico, hazte fuerte, una colocación perfecta que Igarashi-kun remataba con la potencia que él aún no podía alcanzar aunque tenía su misma edad, todavía puedes ser más fuerte.

Bakayama. 04.30
Voy a ir a Rio

Hinata 09.50
escribiendo... escribiendo...
Felicidades Cacayama
Machácalos

Y tres semanas después.

Bakayama. 12.30
Estoy en Rio con Aki
Photo

La foto, por primera vez en meses, no era su mano. Eran él e Igarashi-kun, posando frente al cartel de su apartamento compartido en la Villa Olímpica.

Hinata lanzó el móvil contra la cama, tirándose de los pelos.

Aki.
¿Cómo qué Aki?
¿Qué mierda...?

Opa, Bakayama!— gritó en portugués, siempre era mejor maldecir en portugués—. Foda-se!

No contestó a ese mensaje.
Kageyama jugó en Rio defendiendo los colores de Japón y, por supuesto, le mandó fotos de sus dedos.
Y, por supuesto, Hinata contestó con más fotos. Jugó el doble de partidos, quizás el triple, entrenó hasta que le sangraron los pies y después de entrenar, siguió entrenando.

Así fueron los primeros meses.

Saque as de Kageyama Tobio, ¡y sólo tiene diecinueve años!
¡Impresionante! ¡Kageyama e Igarashi dominando la pista!

Después, pasado un tiempo, Hinata dejó de contestar las fotografías que Kageyama enviaba. Aún así, siguió mandándolas. Él las miraba, pero no contestaba. Sabía que aparecía el doble check azul, pero no podía no mirarlas. Simplemente esperaba que Kageyama se cansase de enviar cosas a alguien que no contesta nunca, pero él seguía enviando foto de sus manos. Incluso cuando perdía. La imagen estaba siempre, absolutamente siempre, después del partido.

Y una tarde (en Japón debía ser madrugada), Kageyama llamó.
Una sola vez. Su nombre en la pantalla del teléfono.
Tuvo que ser un error.

Hinata lo vio al salir del trabajo y decidió no devolver la llamada.

¡Gana el premio al mejor colocador de Japón a los veinte años! ¡Impresionante!

Kageyama
Kageyama
Ka ge ya ma...

Un botón dorado. Un hechizo  que atrapa años de vida en un bote de colonia.
Dedos girando una pelota.
Más fuerte.
Más fuerte.
Más fuerte.

Y mientras Kageyama gobernaba la pista, Hinata abría los ojos al mundo.
Había vida ahí fuera, y no estaba tan mal.

La arena era amable.
(El Gran Rey no era un monarca déspota. Sabía perrear hasta abajo. Bebía algo llamado mate)

Brasil era difícil.
(La cicatriz de su muslo derecho medía un palmo)
(Kageyama siguió mandando sus fotografías unilaterales durante otro año)
(Lo que pasa en Brasil se queda en Brasil)

Hinata se estaba ajustando.


2 años después.

Todovóley. La baja de Igarashi desinfla el dúo invencible. ¿Podrá Kageyama sincronizarse con Nishida y Takahashi?

Noticiasdelvóley. Igarashi y Kageyama duplican sus entrenamientos pese a las lesiones del rematador. ¡El dúo enseña los dientes!

Las luces del Charles de Gaulle rompían la exhibición de un cielo rosado y salvaje en el corazón de Francia. Parecía imposible haber estado allí arriba, entre las nubes, sólo una hora antes. Hinata aplastó la nariz contra el cristal, aguantando el aire.

En portugués dirían fermoso.

Ushukushi, pensó en su lengua materna, dejando la palabra crecer en su boca, a medio camino de casa. Sus ojos seguían fijos en el cielo cuando una mano de dedos largos se hundió en su pelo, arrastrándose entre los mechones enredados.

—¿Necesitas música dramática para acompañar tus pensamientos? Tengo una lista en Spotify. Se llama demasiado salvaje para ser amado, demasiado caliente para ser olvidado.

Hinata se giró, sin contener la sonrisa que le ocupaba toda la cara. Se separó del cristal y cogió su maleta.

—¡Oikawa-san! No hacía falta que vinieses a recogerme.

—No podía arriesgarme a que acabases perdido por París— replicó, levantando los brazos. Llevaba una camisa de color hueso y unos pantalones chinos, de esos que uno tiene que saber planchar si no quiere ir como un desastre. Hinata le tendió la mano, un saludo al estilo occidental, preguntándose qué curioso par parecerían con sus propias pintas de un viaje de doce horas, pantalones cortos, zapatillas deportivas un poco sucias, camiseta negra de manga corta y una sudadera abierta, verde. Oikawa tiró de su mano hasta estamparle contra su pecho, abrazándole—. ¿Has crecido desde diciembre?

—Un poco —contestó, recibiendo el abrazo y devolviéndolo con una sola mano, la otra sujetando el asa de su maleta amarilla, cubierta con pegatinas de One Piece—. Tengo... quince horas antes del vuelo a Tokio. ¿Pondremos una alarma?

—¿Es que tienes pensado dormir? —rió Oikawa, guiñándole un ojo, tirando de su brazo hacia los taxi, prácticamente arrastrándole.

—Bueno, no sé si podré aguantar sin...

—Vas a conseguir que vuelva a llamarte Chibi-chan —le cortó, casi empujándole dentro del taxi. Le entregó la maleta de Hinata al taxista y le dio indicaciones en un perfecto francés, para después sentarse a su lado y sacar el teléfono móvil. Hinata se fijó en el fondo de pantalla. Había vuelto a poner la foto con Iwaizumi-kun, esa en la que estaban los dos abrazados con las camisetas del Aoba Josai, pese a que la última vez que le vio juró perdidamente borracho que la borraría—. ¿Dónde está tu hotel?

—Es un hostel, en la zona de...

—¿Un hostel? ¿Te refieres a esos sitios donde la gente duerme en literas con desconocidos que roncan y les huelen los pies y tienen piojos?

Hinata nunca había estado en un hostel, pero deseaba con fuerza que estuviese exagerando. Torció el gesto, algo asustado.

—Los hoteles eran caros —dijo en su defensa, casi en un murmullo. El atardecer les alcanzaba mientras entraban en el centro de París, con la Torre Eiffel, a lo lejos, mirándoles por encima del hombro.

—Bueno, ahora vamos a cenar. ¿Cómo estás de cansado, del uno al diez?

Hinata apretó los labios, pensando.

—¿Un dos y medio?

—¡Ese es mi Chibi! —rió, ahogándole un poco con un brazo—. Voy a llevarte al mejor sitio de París.

—¡Pero me toca invitar a mí! —exclamó, un poco asustado. Apenas tenía ahorros, el dinero que ganaba trabajando a media jornada como repartidor alcanzaba sólo para el alquiler en Rio, y si no fuese por la ayuda de Kenma, no habría podido subsistir dos años—. Además, con la maleta...

—Te recordaba más divertido, Shouyou —dijo, dedicándole la mirada con la que debía romper corazones en el instituto. Hinata frunció el ceño, sonrojándose—. Sé un chico bueno y haz caso a tu senpai.

Veinte minutos después estaban subiendo los seiscientos setenta y cuatro escalones que llevaban a la base de la segunda planta de la Torre Eiffel. Oikawa iba delante, tirando de su mano.


Seguimos.
No me odiéis tan pronto xD Yo os amo pero aquí se viene a sufrir, como cuando vemos los partidos de Japón.

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