Las cartas de Dante ©

By FabianaavR

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Bilogía "Amor entre páginas". [Segundo libro] "El curso del verdadero amor, nunca corrió de manera fácil." ... More

SINOPSIS.
Carta uno.
1: Hora de soltar.
Carta diez.
2: Recuerdos.
3: Decisiones.
4. Un trabajo y plan fallido.
6: "¿Eres tú?"
7: "De vuelta".
8: En vez de uno, dos.
9: Excusas.
10. La realidad.
11: Un casi beso, un puñetazo y nada más.
12: Finjamos... solo por esta noche.
13: Ceder y perder.
14: Sucesos inesperados.
15: Te necesito.
16: Aclaraciones.
17: No es cierto, ¿o sí?
17: (Segunda parte)
18: Retomar.
19: Una interesante noche.
20: "Lo que no te dicen sobre ser fuerte".
21: Dilema.
22: El sol sale.
23. La memoria y sus cosas.
24. Valentía
25. Novedades
26. ¿Igual o distinto?
27. Prometida sorpresa
28. Estrellas
29. Una vuelta al principio.
30. Inconvenientes.
31. Realidad
32. Cartas.
33. Dejar el pasado atrás.
34. "Si te vieras como yo lo hago..."
35. Lo que pasa en las vegas, se queda en las vegas.
CAPÍTULO ESPECIAL #1.
CAPÍTULO ESPECIAL #2.
36. Seamos padres por un día
37. Los amigos no mienten.
38. Vestido blanco.
CAPITULO ESPECIAL #3.
39. Oportunidades.
40. Pertenecer
41. "Te dije que te traería a..."
42. Mi suerte.
42. Recuerdale.
43. Contigo.
...
44. Una "no" navidad.
45. Soltar.
46. La carta de Dante
47. Lo indicado
48. Lo tendremos todo
49. Invitaciones.
50. ¿Qué quieres?
50. (OTRO NARRADOR)
51. Nada va a salir bien
52. Giros.
53. "Por eso decidí quedarme"
54. ¿Culpa o amor?
55. Veinticinco
56. No estás solo.
57. Fallar es no intentarlo
58. Esperanza.
59. "Podemos"
FINAL.
EPÍLOGO.
EPÍLOGO ALTERNATIVO.
Nota final.
Extra #1.
Extra #2.
Extra #3.
Extra #4.
Extra #5
EXTRA ESPECIAL.
EXTRA SÚPER ESPECIAL. (1M en Los libros de Dante)

5: Diferencia entre recordar y extrañar.

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By FabianaavR

Dante.

Ciertamente no solía tenerle miedo a las alturas a la hora de tomar un vuelo, el pavor era el sabor amargo de volver a subir a un avión.

La última vez que lo había hecho mi sistema estaba lleno de resignación y una aceptación que pareció necesaria.

Extrañar, tal vez era el peor destino. Porque en ocasiones, por más que quisieras evitarlo, los recuerdos volvían como un huracán que arrasaba todo. Dejando consigo solo un desierto en donde la arena parecía querer tragarte para hundirte en lo que fue o no fue del ayer.

Junto a mí, Dorian me dedicó una mirada seca.

Sus opciones eran claras: O venía conmigo, o se olvidaba de tener mi dinero en su bolsillo.

Antes de darle el ultimátum sabía que Dorian era un aficionado al dinero, un ambicioso empedernido, lo cual podía resultar confuso, puesto que él no hacía nada por generarlo por sí mismo. De modo que era conocedor de la decisión que tomaría.

—Estos asientos son incómodos —se quejó Dorian, removiendose.

Aún no habíamos despegado, estábamos en los minutos previos.

Personas caminaban por los estrechos pasillos con los pequeños equipajes en mano, el bullicio suave de las voces mezcladas envolvía nuestro alrededor.

El aire ligeramente gélido me forzó a cruzar mis brazos cubiertos por una camisa de cuadros color naranja y negro.

—¿No podíamos ir en primera clase? —replicó, al notar que lo último que quería era hablar con él.

Solté una risa amarga, carente de gracia alguna.

—No voy a gastar mi dinero en dos boletos de primera clase solo para que tú estés cómodo —aclaré, sacando el libro que me encontraba leyendo.

Ni siquiera gastaba dinero cuando viajaba solo, y él pretendía que lo hiciera por él.

—Debes dejar de ser tan tacaño, Dante —dijo con seriedad, poniéndose el cinturón, tal y como lo decían las azafatas—. A nadie le agrada la gente tacaña.

—A nadie le agrada quienes meten la nariz en asuntos ajenos —refuté, recostandome del respaldar acolchado.

—No me importa —aseveró, dándole a la pantalla para ponerse a ver lo que parecía ser una película.

—¡No me van a creer a quien acabo de ver! —exclamó alguien, arruinando mis minutos de paz.

Pestañeé en dirección de Alessia.

Su ida era algo repentino. No era una empleada necesaria en ese viaje, pero no supe cómo convenció a nuestro jefe de que debíamos contar con su presencia.

—¿Y tú eres...? —inquirió Dorian, frunciendo el ceño. Sacándose los audífonos.

Alessia lo ignoró por completo, sentándose en el asiento contiguo al mío. Quedé en medio de ambos.

—De postre dan lo que pidas, ¿puedes creerlo? —preguntó Alessia, animada—. Es la primera vez que viajo fuera del país, es tan emocionante —expresó—. Aprendí unas palabras en español.

Levanté mis ojos hacia ella.

—¿En serio? ¿Cuáles? —espeté, intrigado.

—Buenas noches —dijo con orgullo.

Sonreí.

Dudaba que sabiendo solo esas dos palabras pudiera hacer gran cosa, pero se veía su esfuerzo, y después de todo era lo que importaba en realidad.

Ojalá fuera así de entusiasta cuando de arreglar su manuscrito se trataba.

—Buena frase —solté en respuesta—. Deberías aprenderla, Dorian.

Mi hermano volteó de golpe, molesto por la constante interrupción.

—No pienso hablar con nadie, ni siquiera contigo, así que no, no debo aprenderla —siseó, aquellos ojos marrones se volvieron piedras con llamas.

—Oye, viejo, deberías bajarle a tu temperatura —aconsejó Alessia, estirando sus extremidades. Dejó caer sus brazos con languidez.

—Sigo sin saber quién eres —repitió Dorian, rascando su mejilla.

—Y seguirás sin saberlo —aseguró ella, sonriendo divertida.

Quizás me equivoqué, ya que el pasatiempo favorito de Alessia era sacar de quicio a cualquiera que se le cruzara.

—¿Saben que seria grandioso? Que hicieran silencio, para que pueda leer mi libro sin escucharlos —murmuré, dejando el libro sobre mis piernas.

Alessia bufó, y Dorian rodó los ojos con hastío.

Las azafatas recorrieron el módulo indicando que debíamos ponernos los cinturones para así poder partir.

El vacío en mi estómago al instante en que el avión empezó a dejar el piso metros abajo.

Despegar me producía un vértigo profundo, colándose por mis nervios.

Tomé una profunda inhalación, aferrandome al hilo de pensamientos que me alejaban de donde me encontraba.

Sentí un agarre fuerte en mi brazo izquierdo, Alessia se pegaba como si de no hacerlo solo podríamos caer y cerraba sus ojos con fuerza ante el movimiento violento del avión. Entendí el por qué lo hizo, era su primera vez, era normal sentirse así.

Cuando nos estabilizamos Alessia dejó mi brazo libre con lentitud.

Ninguno dijo nada el resto del vuelo, enfrascados en comer, ver películas o en mi caso leer.

Casi dos horas después estuvimos a las afueras del aeropuerto internacional de Barcelona. El primero en recibirnos fue el aire suave y el sol intenso.

—Es verano, así que espero que no hayan traído abrigos —habló Alessandro, luciendo impecable con su camisa de botones y unos lentes de sol.

Estuvimos en la acera, llenos de maletas, esperando a que llegara la camioneta que estaba contratada para recoger a todos los de la editorial y llevarnos al hotel. El primer lote había partido hacía una hora, porque habían tomado un vuelo antes que nosotros, de modo que ahí solo éramos Alessandro, Dorian, Alessia y yo.

Descansariamos y tendríamos el resto del día para recorrer la ciudad, o hacer lo que desearamos.

Los empleados que habíamos realizado el viaje éramos pocos, más de la mitad se había quedado en Roma, atendiendo la sucursal principal.

—Pensé que hacía frío en Barcelona —admitió Alessia—, eso dijo mi búsqueda en internet.

España, siendo un país turístico, no tenía ningún dificultad en el reconocimiento de extranjeros, los nativos a nuestro entorno no nos dedicaron miradas curiosas al escuchar el italiano hablado.

Llevaba un largo periodo de tiempo sin hablar español, y temía haberme olvidado del idioma.

Pasé la punta de mi lengua sobre el labio inferior.

—Me gusta el clima —dije en español, levantando la esquina derecha de mi boca.

—Buenas noches —contestó Alessia, soltando una corta risa.

El aeropuerto era increíble por dentro, pero por fuera lo era aún más. La vegetación se extendía como alfombras interminables, con el alto y azulado cielo lleno de nubes tenues y esparcidas por su extensión.

Nos cubría un techo curvado en el medio hacia abajo, blanco y luminoso sobre nuestras cabezas. Frente a nosotros estaba postrada una larga y ancha pista acondicionada para los autos y taxis estacionados en el borde de la calle, esperando pacientes por pasajeros en busca de transporte.

Alessandro aprovechó la espera para informarnos sobre lo que sabía de ciudad, como por ejemplo que en Barcelona tenías más de cuatro mil calles para visitar. También, nos hizo saber lo hermosas y grandes que eran las playas.

El transporte que nos llevaría llegó diez minutos después, siendo una camioneta Range Rover Sport, siendo incluso más alta que todos los presentes.

Cada uno se encargó de cargar su maleta a la parte trasera, subiendo luego a los asientos traseros.

De nuevo el camino se llenó del más uniforme silencio, ocupado por nosotros viendo a través del vidrio de las ventanas, observando el paisaje.

Las casas coloridas, edificios altos y angostos, las costas adornadas por mares tan azules como el cielo y tan profundos como el deseo de las aves de volar.

El tráfico era fluido, según por lo que nos dijeron, se debía a la hora, ya que al llegar la tarde no lo era tanto.

Por las calles caminaban personas con esa expresión de tranquilidad y comodidad que pocos tenían. A pesar de que caminar era algo cotidiano, parecían disfrutar de esa recurrente acción.

Los entendí.

Podía que siempre recorrieras el mismo camino, la misma ciudad, y pudieras pensar que era lo mismo, un ciclo idéntico que se repetía una y otra vez. No era así, tal vez era la misma calle; avenida, pero si te fijabas de las pequeñas cosas notarías la deferencia: El cielo más despejado que ayer, el toparte con personas distintas, escuchar el sonido de la brisa cálida mezclado con las voces de los niños jugando en la plaza, o el sol estando más radiante.

No eran grandes diferencias, pero aún así eran importantes, y de poner la suficiente atención entenderíamos que la razón por lo cuál lo cotidiano nos parecía aburrido era debido a que lo pequeño nos parecía insignificante, cuando en realidad era lo valioso del día a día.

Ese gesto, esa sonrisa, ese respiro; cosas que no tenían precio, pero sí peso en el alma.

La camioneta se detuvo frente al recibidor de un hotel que parecía ser cinco estrellas, con altos postes a los laterales y una alfombra directa a la entrada del lugar. Un arco color blanco, y decoraciones a juego en su borde.

—La reunión es mañana, así que pueden hacer lo que quieran por el resto del día. Hay un bar junto a la piscina y si necesitan que los lleven hablen con el recepcionista —anunció Alessandro, concentrado en la pantalla de su celular—. Aló, sí, a eso voy, mándame los detalles —dijo contestando una llamada. 

—Me voy a mi habitación —anunció Dorian, quitándose su chaqueta negra, quedando en una camisa y pantalón del mismo color.

Se despidió sin darnos ni siquiera una mirada de soslayo, entrando hacia el interior de la recepción del hotel.

—Yo iré a ver las piscinas —avisó Alessia, tomando su equipaje color  naranja—. Buenas noches —soltó en español, esbozando una gran sonrisa.

—¿Sabes que significa "Buenas noches"? —le pregunté haciendo lo posible por no reír.

Alessia se encogió de hombros.

—No lo sé, pero fue lo único que pude memorizar —confesó, haciendo una mueca.

Negué con la cabeza, tomando mi maleta para arrastrarla hasta donde se encontraba la recepción, tras recoger la llave de mi habitación caminé por un pasillo con luces en sus paredes de tonos claros, hasta dar con la puerta que tenía el número que me correspondía grabado en ella.

Introduje la llave en la cerradura y tras girarla abrió.

El lugar estaba ordenado a la perfección, con la cama, tocador y baño distribuidos entre sí.

En todo el frente las puertas abiertas dejaban a la vista un pequeño jardín al salir dos pasos, y más allá se podía divisar la arena que guiaba al mar.

Sonreí, sintiendo como venían a mi cabeza los días que con mis amigos había ido a la playa.

Alejé esos pensamientos, a sabiendas de como terminaría si me permitía acercarlos.

Al ser mediodía el clima estaba despejado, salí a donde estaba una pequeña mesa y silla, depositando la laptop que me había visto obligado a comprar.

Los meses que pasaría fuera de Roma no me despojaba de mis responsabilidades. Todavía tenía que mantenerme en contacto con la editorial de Londres, y hablar con el equipo que me ayudaba a corregir mis libros.

Debía hacer una videollamada con la jefa de la editorial, para hablar sobre mis avances en la saga de fantasía.

Tomé asiento, prendiendo el aparato. Algo que tenía que agradecerle a Dorian era que me había enseñado como hacer las videollamadas de trabajo, ya que sabía hacerlas, pero no conectarlas.  A veces entraba a ver las noticias, aunque seguía comprando el periódico.

Mi hermano era bueno en todo lo tecnológico, podía configurar una computadora en todas las maneras posibles. En la adolescencia había aprendido a hackear, motivo por el cual, al hacerlo en el colegio a la laptop de una profesora para configurar sus notas finales en el programa había estado suspendido por dos semanas.

En algún momento también logró entrar a la carpeta del director en donde estaban los modelos de los exámenes y el veinte asegurado era inevitable. En vez de estudiarse todo el tema, solo lo hacía con las preguntas de la evaluación.

Dorian tenía un cerebro lleno de números, códigos y estrategia. Aunque mala suerte en los juegos.

La conversación que mantuve con la representante de la editorial duró poco más de una hora, entre hablar sobre negocios y publicaciones.

Pedí servicio en la habitación, comiendo mi almuerzo observé cómo las hojas de las palmeras se movían al compás de la brisa suave, terminando con el sonido de las olas rompiendo en la orilla.

Moví el lapicero entre mis manos, deslizando la punta sobre el papel de la libreta que descansaba sobre la mesa. Solía usarla para anotar mis ideas repentinas de próximos libros.

La casta presencia de distracciones me permitió escribir.

Las palabras fluyeron como agua, corriendo hasta que la hoja estuvo llena.

Escribir mis emociones me ayudaba a sentirme más ligero, era la mejor manera de desahogarme. Plasmaba mis sentimientos porque decirlos no era suficiente ni correcto, y mucho menos fácil.

Eché la cabeza hacia atrás, tomando una lenta bocanada de aire.

La opción de quedarme en el hotel, solo admirando lo hermoso que era el panorama me tentó, pero era un desperdicio no salir a dar un paseo, a conocer de la ciudad de Barcelona, que visitaba por primera vez.

Así que salí de la habitación rumbo a la salida. No quise tomar un auto, por lo poco que había divisado no estábamos muy lejos del centro de la ciudad.

Tras caminar por diez minutos di con la primera tienda, en donde compré un llavero para Francesco. Más adelante me topé con una librería, entré sin pensármelo dos veces, y así fue como terminé con tres libros nuevo en mi mochila.

Memorice mis partes favoritas, lo colorido de sus calles y lo tranquilizante que era recorrerlas.

El sol comenzó a bajar de intensidad, siendo reemplazado por un tenue color y el cielo se cinceló de suave tonos naranjas, desde lo claro hasta lo más oscuro.

De vuelta en mi habitación del hotel tomé un baño relajante.

No tenía idea por qué lo pensé, pero las cosas íntimas que había compartido con ella se estrellaron contra el muro puesto en mi cabeza, derribandolo.

Mis mejillas se sonrojaron al ver la reacción que tenía ante eso.

El único cuerpo que había estado dispuesto por adorar y complacer era el suyo, y tan solo pensar en eso me causó una sacudida en mi entrepierna.

Genial.

No había tenido sexo con nadie después de ella. Poseía la creencia de que al acostarte con alguien no solo gozabas del placer, sino de la compañía.

Era sincronía, y cariño.

Tener relaciones de solo una noche no iba conmigo.

Acostarme con alguien me parecía un hecho relevante.

Por ello había tenido que comenzar a ocuparme de mis asuntos con mis propias manos.

Dejé que la derecha descendiera un poco más y tiempo después mi espalda se relajó, dejando mi mente despejada.

Sin nada más que una toalla atada a mi cintura salí del baño, cerrando la puerta que daba hacia el pequeño jardín. Al asegurarme de que todo estuviera en orden giré mi cuerpo,  cayendo en el colchón envuelto en sábanas de seda.

Cerré los ojos, sumiendome en un sueño profundo.

Horas pasadas un sonido seco y retumbante me hizo soltar un quejido, me desperté notando que alguien tocaba mi puerta sin parar.

—¡Voy! —bramé, dando grandes zancadas hasta llegar a la puerta.

Alessia rodó los ojos, cruzándose de brazos. A su lado posaba un Dorian con expresión seria.

—¿Qué hacen aquí? —pregunté, queriendo correrlos para ponerme ropa, o al menos un bóxer.

—Vamos a salir —explicó Alessia—. Hay una discoteca, conseguí a tu hermano en el casino.

Entorné mis ojos hacia Dorian, reprochandolo.

—¿Cuánto perdiste?

—¿Por qué asumes que perdí? —refutó con amargura.

Porque siempre pierdes.

—Voy a cambiarme, esperen aquí —dije, tomando rápido unas prendas de vestir de mi maleta y entrando al baño.

—¿Listo? —inquirió Alessia, saltando en su lugar.

Mi respuesta al estar vestido fue clara y concisa:

—Listo.

Nota de autora:

Como podrán notar estos capítulos están siendo un tanto cortos, peeero quería explicar que están siendo así porque apenas está comenzando, pero pronto prontito tendremos más drama y cosas divertidas -unas no tanto-.

¿Qué creen que pase esa noche en Barcelona?

Habrá que esperar el próximo capítulo para saberlo ;). [Se subirá pronto]

Mis redes sociales:
Instagram: @fabianaaver
Twitter: @FabianaavR
¡Los espero por allá!

Besitos.

Capítulo dedicado a esta perfecta lectora: esbeidysv

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