26. ¿Igual o distinto?

11.7K 1.1K 386
                                    

Levanté la mirada, pegándola en Raphael. Me encontraba expectante, queriendo saber su opinión. Había preparado una propuesta más completa para el proyecto de la terraza, agregándole más detalles e ideas que sabía que podrían sacar a relucir el concepto de la editorial.

—El silencio me pone nerviosa, Raphael —indiqué, mordiendo de la uña de mi pulgar.

Por fin habíamos dejado los modismos a un lado, y eso de tratarnos de usted había quedado atrás, claro que seguía teniéndole un enorme respeto debido a que era mi jefe, pero también era una relación cercano a algo parecido a una amistad.

—Es ingenioso, y refrescante el ambiente que quieres darle —dijo finalmente—. Tienes mi aprobación, pero recuerda que más importante que eso, necesitas la de Dante.

Resoplé. Había pasado un día desde que nos habíamos visto por última vez, en donde nos quedamos accidentados y tuvimos que esperar a que fueran por nosotros. En el transcurso de vuelta a casa una punzada de incomodidad se encargó de permanecer. Me costaba creer que horas antes habíamos estado disfrutando de esa conexión dentro y fuera de la cama, y solo bastaron segundos para que ese sentimiento hermoso se eclipsara por uno menos agradable.

Y aquí venían los celos de nuevo. Odiaba sentirlos, al fin y al cabo no tenía sentido. Él había sido honesto al respecto, esa mujer lo había besado, pero él se había alejado, además en ese tiempo no estábamos juntos. Entonces, ¿por qué era tan jodidamente molesto? Se clavaba con una estaca en mi corazón.

—Iré a hablar con él ahora mismo —dije, recogiendo mis pertenencias, incluyendo la laptop con las imágenes digitales de como quedaría la terraza luego de los nuevos detalles, si me garantizaban hacerlos.

Raphael asintió distraído con algo en el contrato frente a su escritorio. La puerta de madera se cerró con un suave clic, y casi me recosté en ella. Si no hubiera estado en la empresa rodeada de personas lo habría hecho. En cambio me enderecé, caminando de vuelta a mi escritorio, una presencia -no querida- estaba desplomada en mi silla, con las piernas cruzadas y buena postura.

—¿No has pensado en decorar tu mesa? Le hace falta color, estilo —dijo Meredith, dándome una sonrisa ladeada.

—No, tengo cosas más importantes que hacer —La rodeé, llegando a la jarra de agua, llenando mi vaso y bebiendo.

Meredith ni siquiera tenía ojeras, ni esa ligera hinchazón propia de cuando te levantabas temprano.

—¿Cómo qué? —replicó.

—Eso no te incumbe.

—Somos hermanas, claro que me incumbe —corrigió con enorme descaro.

—Eres mi media hermana —corregí.

—Como sea, venía a proponerte algo —masculló.

—La respuesta es "no".

—Ni siquiera sabes que voy a decir —sostuvo.

—Sea lo que sea, mi respuesta sigue siendo la misma —repuse—. Además, no estoy de humor para soportar a alguien que no sea yo misma. Es muy temprano.

—Si te soportas a ti misma puedes soportar a cualquiera —Rio—. ¡Vamos! Era una broma.

Fingí carcajearme.

—Sí, Meredith eres tan graciosa —solté con sarcasmo.

—El sarcasmo es malo para la salud.

—Gracias por el dato, lo necesitaba demasiado.

Meredith rodó los ojos, poniéndose de pie.

—Vine a invitarte a almorzar —admitió.

—¿Tú y yo?

Las cartas de Dante © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora