19: Una interesante noche.

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Jazmín.

¡Iba a tener una cita con Dante!

Sí. Una cita. Él y yo.

El subidón de adrenalina fue tanta que olvidé donde estaba. Olvidé que Javier estaba en coma y que mi interior estaba vuelto un caos. Sólo tuve presente que volveríamos a salir juntos, y que mi corazón no podía dejar se latir fuertemente.

—Jazmín —escupió alguien frente a nosotros, y no tuve que levantar la cabeza para saber de qué se trataba.

Sabía de quién era esa voz.

—¿Qué sucede? —repliqué. Mi cuerpo se tensó al instante.

Papá -aunque no era el título que merecía- tenía un aire de interrogación en el rostro. Seguí esperando a que siguiera hablando, me tomó unos segundos caer en cuenta de que no me miraba a mí, sino a Dante.

—Mucho gusto, señor. Soy Dante —se presentó, parándose y estrechando su mano.

—¿Tu novio? —replicó, sosteniéndome la mirada.

Mis cejas se fruncieron. ¿Desde cuándo le interesaba los detalles de mi vida? O, mejor dicho: ¿Desde cuándo yo le importaba?

En pocas cosas estaba de acuerdo con Meredith, pero la opinión sobre el que clase de persona era nuestro padre, era una de ellas.

Observándolo, vino a mi mente nuestro último encuentro. El día en que un video mío íntimo fue difundido por mi ex novio -antes de Dante-. Llegué a casa cansada, después de escuchar constantes burlas y comentarios asquerosos por parte de compañeros de la universidad en la que estudiaba, y sólo quería tranquilidad, apoyo. No lo tuve.

La culpa no era de quién se dejaba grabar o enviaba fotos, era de quién difundía. Porque era traicionar la confianza que te tuvo alguien para compartirte su intimidad. Y no sólo eso, también destruías su derecho a la privacidad y autoestima.

Una parte de mí nunca fue la misma luego de ese video. Ni siquiera había estado de acuerdo en que me grabaran, sin embargo, lo hizo y la rabia nunca despareció. Los meses previos, en caso de que fuera a estar con alguien y veía un celular cerca una ola de pánico me invadía, y no era hasta asegurarme de que estaba apagado que podía continuar.

Esa noche Carlos estaba en casa, me miró y supe que lo sabía. Que lo había visto, el sentimiento de vergüenza se fundió con mi piel. Antes de que pudiera explicarlo me echó la culpa, y levantó su mano estrellándola en mi mejilla. Desde entonces no nos hablábamos. El poquito respeto que le tenía ya no estaba.

—Con todo respeto, creo que los detalles de mi vida dejaron de ser de tu incumbencia hace tiempo.

En otras circunstancias me habría sentido culpable por sonar grosera. Al fin y al cabo, era mi papá, pero, ¿por qué le debía respeto si él no me respetaba?

—Jazmín, ¿desde cuando eres así? —me preguntó, escuchándose afectado—. Pensé que teníamos buena relación.

Fue obvio de quien heredó el descaro Meredith.

—Teníamos buena relación, hasta que dejaste de visitarnos. Hasta que las llamadas a Jorge pasaron de dos por semana a cero. Hasta que te divorciaste de mamá y pensaste que eso también significaba divorciarte de tus hijos.

Ahí estaba el alivio que sentías al soltar lo que venías guardando.

—Pensé que había sido desde lo del vid...—Lo interrumpí.

—No te atrevas a hablar sobre eso —lo frené.

No aquí. No ahora. No nunca.

Nadie había tocado ese tema jamás, una vez sucedió quedó claro que debía quedar en el entierro.

Las cartas de Dante © Where stories live. Discover now