1: Hora de soltar.

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Actualidad.

Dante.

Mi vista cayó sobre la hoja en blanco en mi escritorio. Pretendía estar concentrado, moviendo el lápiz entre mis dedos.

Fui inhábil de finalizar de escribir el capítulo en el que llevaba trabajando alrededor de una semana.

Aunque normalmente prefería la máquina de escribir, durante los últimos meses se me había hecho imposible agregar algo más que el número del capítulo, y hube pensado  que cambiar de método era lo que necesitaba para poder continuar.

Estaba frustrado, me engañaba intentando convencerme de que mi frustración se debía a mi falta de inspiración, pero sabía que era una completa falsedad.

Solía creer que los años borraban el rastro que dejaban las decepciones, y que con cada día se volvería más llevadero esa hueco infinito que sentía a diario, y de alguna manera estaba en lo correcto. Ya no dolía como hacía dos años, pero seguía ahí, clavandose profundo de vez en cuando.

Mencionar su nombre había quedado prohibido, incluso para mis pensamientos. Era demasiado doloroso pronunciar el nombre del que creía la persona de mi vida y terminó destrozandome. Porque sí, me había destrozado.

Había escrito muchas veces sobre situaciones similares. En donde debías dejar a alguien para que fuera feliz, tal vez ella me amó y sus decisiones se basaron en ese solo sentimiento, pero al escribirlo no era más que un narrador omnisciente; ajeno, en ese momento estando del lado protagónico no comprendía cómo las acciones que hacía alguien por tu bien podían despedazarte con tal fuerza.

Una parte de mí se quedó junto a ella, porque era imposible que ese fragmento tan lleno de veracidad y pureza pudiera marcharse de donde había tenido los momentos más felices.  La otra residía en la tierra desértica.

Recordé las palabras que me había dicho María alguna vez, (la novia de mi mejor amigo y la amiga de ella) en aquel momento no le creí, ¿quién era ella para hablar de mi cuando no me conocía? Pues vaya que resultó tener la razón.

Aunque había escrito tantas veces sobre el amor, desconocía gran parte del significado de la palabra o de los actos que te llevaba a cometer.

Un ruido a través de la madera de la puerta captó mi atención, logrando que mi mente dejara de divagar y volviera a la realidad.

Mi oficina era espaciosa, lo suficiente para estar equipada con un enorme librero y un ventanal embelleciendo el panorama de la ciudad de Italia; Roma.

En los años que tenía trabajando ahí no había socializado más de lo necesario, y cuando celebraban algo me encerraba en mi oficina, asegurando que tenía trabajo por hacer. Un año llevaba de haber terminado de escribir los libros de literatura para niños, y al salir de la editorial impartía clases en un colegio a dos cuadras de mi apartamento.

Una mujer de cabello cobrizo se asomó en la apertura de la puerta, dejando su nariz sobre el material.

Esa era Alessia.

El puesto que ocupaba en la editorial era de escritor permanente, y mi jefe afirmó que también podría instruir a los escritores principiantes, así que de vez en cuando acudían a mi para mostrar lo avanzado en su manuscrito o requiriendo un consejo u opinión.

Las cartas de Dante © Where stories live. Discover now