51. Nada va a salir bien

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Dante.

—¿En serio crees que es su culpa? —le pregunté en voz baja.

Mi padre se tardó en hablar y no necesité que me diera una respuesta. Ya lo había entendido.

Recién había recibido la invitación de la boda de Dorian, y me había dado impotencia que mi hermano se estuviera haciendo eso a sí mismo, y aún más que mi padre lo estuviera orillando a eso. ¿No se suponía que como padre solo querías la felicidad de tus hijos? Si Dorian se casaba con Estella no iba a ser feliz nunca.

—Dile que no es necesario, papá —le pedí—. Si necesitas a alguien que maneje el hospital podemos resolverlo, pero...

—No lo estoy obligando a nada, Dante. Él está haciendo eso porque quiere.

—¡No! —mascullé, empezando a perder la paciencia—. Tú eres el que lo está martilleando con la culpa. ¿No crees que sí lo perdonaras podría ser diferente? Que además no fue su culpa, carajo.

—Te recuerdo que estas hablando con tu padre, modera tu tono —habló fríamente.

El silencio le siguió tan pesado como una roca, el desacuerdo era tan fuerte en mi que estaba agarrando el celular más fuerza de la debida.

—Chiara está muerta, y nada que ninguno de nosotros haga va a cambiar eso.

Esas palabras supieron acidas en mi boca. Tan poco familiares y dolorosas.

—No hables de ella —musitó en tono filoso.

—Era mi hermana y la de Dorian, y la hija de nuestra madre. No eres el único que sufrió esa pérdida.

—No voy a hablar de eso contigo, Dante.

—Perdiste a un hija, nadie tuvo la culpa de eso. Sin embargo, si pierdes a Dorian; otro de tus hijos, el único culpable vas a ser tú.

—Ese es uno de tus tantos defectos, Dante —suspiró, conteniendose—. Quieres intentar hacer de bueno con todos aunque sabes que no lo puedes ser, y cuando puedes; no haces lo correcto. Todo esto sería distinto si tú hubieses estudiado medicina, y decidido ser alguien de verdad, no estar jugando a escribir y decir que es una profesión. Si hubieses hecho lo que tenía planeado, Dorian no estaría en esta posición. Si quieres buscar algún culpable, mírate al espejo, hijo.

La pesadez en mi pecho abundó, y sentí los ojos húmedos. Sabía que él estaba decepcionado de que me convirtiera en escritor, pero cada vez que lo escuchaba decirlo, me destrozaba por dentro. Finalicé la llamada, apagando las luces de mi oficina y saliendo de ahí. En ningún momento dejé de repetir su voz en mi mente, diciéndome lo decepcionado que se sentía de mi; el reproche.

Había sido un día difícil, uno de esos en lo que lo único que quería era llegar a casa y descansar. Y pude hacerlo finalmente a las doce de la madrugada, debido a que me había tenido que quedar en la editorial, trabajando.

Me encontraba escribiendo mi próximo lanzamiento, y últimamente había estado lleno de ocupaciones que trataba con mi equipo. Al llegar a mi hogar, tenía que proceder a revisar las evaluaciones de mis alumnos y luego mis ojos no me dejaban permanecer de pie, a pesar de la cafeína ingerida, el sueño acababa conmigo. Por si fuera poco había terminado con la desagradable llamada a mi padre.

Las cartas de Dante © Where stories live. Discover now