Drakhan Neé

By _eversinceale_

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«Somos poder, somos fuerza, somos la nación más poderosa que hay, no vengo a fingir que no tenemos un pasado... More

❂ Drakhan Neé ❂
❂ p a r t e u n o ❂
❂ prólogo ❂
❂ capítulo uno ❂
❂ capítulo dos ❂
❂ capítulo tres ❂
❂ capítulo cuatro ❂
❂ capítulo cinco ❂
❂ p a r t e d o s ❂
❂ capítulo seis ❂
❂ capítulo siete ❂
❂ capítulo nueve ❂
❂ capítulo diez ❂
❂ capítulo once ❂
❂ capítulo doce ❂
❂ capítulo trece ❂
❂ capítulo catorce ❂
❂ capítulo quince ❂
❂ p a r t e t r e s ❂
❂ capítulo dieciséis ❂
❂ capítulo diecisiete ❂
❂ capítulo dieciocho ❂
❂ capítulo diecinueve ❂
❂ capítulo veinte ❂
❂ capítulo veintiuno ❂
❂ capítulo veintidós ❂
❂ capítulo veintitrés ❂
❂ capítulo veinticuatro ❂
❂ capítulo veinticinco ❂
❂ capítulo veintiséis ❂
❂ capítulo veintisiete ❂
❂ capítulo veintiocho ❂
❂ capítulo veintinueve ❂
❂ capítulo treinta ❂
❂ capítulo treinta y uno ❂
❂ capítulo treinta y dos ❂
❂ capítulo treinta y tres ❂
❂ p a r t e c u a t r o ❂
❂ capítulo treinta y cuatro ❂
❂ capítulo treinta y cinco ❂
❂ capítulo treinta y seis ❂
❂ capítulo treinta y siete ❂
❂ capítulo treinta y ocho ❂
❂ capítulo treinta y nueve ❂
❂ capítulo cuarenta ❂
❂ capítulo cuarenta y uno ❂
❂ capítulo cuarenta y dos ❂
❂ capítulo cuarenta y tres ❂
❂ capítulo cuarenta y cuatro ❂
❂ capítulo cuarenta y cinco ❂
❂ capítulo cuarenta y seis ❂
❂ capítulo cuarenta y siete ❂
❂ capítulo cuarenta y ocho ❂
❂ capítulo cuarenta y nueve ❂
❂ capítulo cincuenta - final ❂

❂ capítulo ocho ❂

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By _eversinceale_






JAEKHAR





Iba a vomitar, estaba a punto de hacerlo, otra vez.

Él era un príncipe temerario que montaba un enorme dragón negro, experto en el combate con espada, heredero al imperio más poderoso conocido por el hombre... pero, extrañamente, sentía náuseas en alta mar.

El brillante Jaekhar Akgon se tornaba verde cada que el barco se movía a través de una ola particularmente alta, cuando se asomaba por encima de la madera y notaba la vasta plenitud del mar azul a su alrededor. Perdidos, moviéndose a través del mundo durante horas mientras no parecían llegar a ningún lado. Y luego, estaban las gaviotas. Se burlaban de él, estaba seguro. Había una, en particular, que llevaba una hora volando en círculos sobre su cabeza; si Riskhar estuviera ahí, la habría convertido en cenizas en la mitad de un segundo.

Jaekhar fulminó a la gaviota.

Entonces sintió que el barco daba una fuerte sacudida y el contenido de estómago entero amenazó con regresarle por la garganta mientras él se aferraba con su vida entera a los tablones de la popa, empezando los primeros versos de una antigua plegaria que su padre le había enseñado cuando era un niño, porque moriría ahí, en ese barco, en ese día, porque no había manera de que el sobreviviera a tan extremo viaje y sus ancestros los recibirían con respeto en el Otro Mundo porque-

—Esto debe de ser una broma, ¿verdad?

Jaekhar alzó la mirada bicolor a través de una mueca por la luz, intentando enfocar a la figura que se erguía frente a él con los brazos cruzados. Su delgada silueta se remarcaba a través del cielo gris con una fina línea de plata; Daerys tenía una ceja enarcada, sus labios formando casi una mueca de asco mientras lo juzgaba en silencio.

—¿Qué? —soltó él mientras levantaba el mentón y lo encaraba con toda la estabilidad que podía. Habría hecho una buena actuación de no ser porque el barco se removió de nuevo y una arcada le recorrió el cuerpo entero. Su piel volvió a tornarse verdosa.

—Estás siendo demasiado dramático —comentó el príncipe despreocupadamente mientras se acercaba a su hermano, agachándose para tomar asiento a su lado—, el barco ni siquiera se está moviendo tanto.

—La mitad de la tripulación está controlando las velas porque dicen que se acerca una tormenta —exclamó Jaekhar mientras miraba a su hermano con los ojos muy abiertos.

—Llegaremos antes de que eso suceda.

—¿Estás seguro, hermanito? Porque recuerdo a nuestra tía contándonos un montón de historias sobre barcos y tormentas, todas eran de terror.

Daerys le restó importancia con un delicado movimiento de su mano.

—Sobreviviremos —dijo este mientras una oleada de viento, a través del cielo cada vez más oscuro por las nubes encapotadas, les removía el cabello blanco.

Jaekhar apegó las rodillas al pecho y tiro la cabeza entre ellas intentando enfocarse.

—¿Montas un dragón y de pronto le temes al mar?

—¡El mar es poderoso, Daerys!

—Sabes nadar ¿no es así? Solo es un poco de viento, frath.

—Puedo nadar, pero no contra olas de varios metros de altura y no a la mitad de la nada.

—No estamos a la mitad de la nada.

—Estamos lo bastante lejos de casa para que el sol no se vea a través de las nubes.

—No pasará nada —murmuró el menor de los dos mientras el viento besaba su piel suave. Jaekhar lo miró por el rabillo del ojo, Daerys luchaba por eliminar la sonrisa de sus labios, su rostro elegante se las arregló para esconder su notable diversión—. Además, tienes que sobrevivir. Eres el miembro más importante de esta tripulación.

Su hermano había señalado el anillo dorado con sus ojos, la argolla que enroscaba su dedo anular en la mano derecha; una promesa, una encomienda. El ahora era un heredero, el rey de todo Goré lo había nombrado.

Frareh lo había hecho y si él lo hacía mal, si lo arruinaba...

Eso no ayudó a que las náuseas se marcharan.

Daerys tuvo que leerlo de su rostro porque lo siguiente que dijo fue:

—Lo harás bien, frath. Esto y lo que siga cuando volvamos a casa, cuando te sientes en el trono. Estaré ahí contigo —prometió, poniendo una delicada mano sobre su antebrazo. Jaekhar se giró y vio la mirada azul de su hermano, algo en sus ojos, en su mirada, logró convencerlo de sus palabras.

Y Jaekhar era acero, era oro sólido, pero en ese momento se sentía moldeable. Estaba derritiéndose todo en su interior y la seguridad que alguna vez creyó impenetrable, estaba tambaleando en su pecho.

—Esto... esto es de locos, frath. Por la luz... ¡Nivhas! —exclamó a través del viento—. De todos los sitios a los que Frareh podría habernos mandando, es a Nivhas a donde nos dirigimos. Con esas... brujas. ¿Es que ha perdido la cabeza?

—No, pero-

—Crecimos con las historias, como todos de vuelta en casa. Todo el mundo sabe lo que ellas son. Pero nosotros no solo tenemos los cuentos, ¿verdad? —dijo el chico de ojos bicolor, los rizos blancos saltando a través de la violenta brisa que atraía la tormenta. Jaekhar estaba frenético—. Porque lo vivimos, en carne propia. Estuvimos ahí cuando ella entró por la ventana y la habitación se llenó de frío. Cuando nos tomó y nos llevó, lejos de casa, frath, lejos de todo lo que éramos. Nos ocultó y nos usó.

—Jaekhar.

—¿Lo recuerdas, verdad? El día en que el cielo se tiñó de rojo y nuestro hogar ardió.

Daerys lo miró con los ojos llorosos de un momento a otro, pero aún cuando su hermano había sido tranquilo y calmo como el cielo, en ese momento el hielo se apoderó de su mirada.

—No voy a olvidarlo nunca, así como tú —dijo en un tono bajo, pero sólido—. No lo olvidaré, ni tampoco Frareh, ni papá, ni el resto de nuestra familia. Pero tampoco podemos aferrarnos a este odio y si te han encomendando a esto...

Jaekhar empezó a negar con la cabeza, la furia naciendo del centro de su pecho conforme su mente abrazaba la sensación y se olvidaba de sus náuseas. Ni siquiera el trueno en el cielo lo alejó de sus pensamientos.

—Jaekhar, mírame –le pidió Daerys, así que lo hizo.

Su hermano tenía una pizca de esa furia en sus ojos, había estalactitas, y flechas de metal en su mirada. El brillo de cien navajas que prometían guerra, pero el resto de su hermano permanecía en calma y suavidad. Aún así, había una promesa de batalla en esos ojos azules.

—Yo entiendo como te sientes, yo estaba ahí, yo recuerdo, nos llevaron y tú me cuidaste —murmuró Daerys, sabiendo que esas palabras habrían sido necesarias para calmarlo un poco—. Pero Frareh no te lo habría pedido si no fuera importante, hermano. Si nuestro padre no lo hubiera visto...

—¿Y por qué no nos lo dijo, por qué mandarnos hasta allá sin una explicación completa?

—Porque esa es tú tarea, es tú deber y tú debes descubrirlo.

—Ahora solo se trata de mi ¿no? —bufó el mayor mientras se cruzaba de brazos y estiraba sus piernas por la popa. Uf, empezaba a hacer frío.

—Eres el heredero, ¿sabes? Tu serás el siguiente-

—No lo digas —exclamó Jaekhar antes de que su hermano pudiera hacerlo temblar con esa palabra. Aún no podía procesarlo, no del todo.

—¿Qué? ¿Te asusta, frath?

—No te burles.

—Oh, lo lamento su real majestad, lo habré malentendido, pensé que usted era el dragón respirando fuego-

—¡Si tanto te divierte, deberías ser tú el heredero! —Jaekhar hizo el amago de quitarse el anillo, pero Daerys le golpeó la mano.

—Esto no es un juego, tarado.

—¡Eras tú el que estaba bromeado!

—¡Estás verde, intento distraerte! —exclamó el más joven mientras lo señalaba entero. Su nariz se estaba tornando rojiza por el frío y, oh dioses, el barco... otro relámpago cruzó el cielo y Jaekhar reprimió otra arcada mientras el navío se removía entre unas olas cada vez más despiadadas.

—Daerys.

—¿Qué?

—Noquéame —pidió, mirándolo con los ojos bien abiertos, intentando tomar las manos de su hermano mientras que Daerys las alejaba—. Con una espada. Dame un golpe muy fuerte y asegúrate de que no despierte hasta que lleguemos.

—¡¿Qué?! —Daerys se exaltó mientras se alejaba de su hermano, pero Jaekhar se abalanzó sobre él y se aferró a su estómago.

—¡Por favor, ten piedad, hazlo- por...tu- próximo, r-rey —Jaekhar empezó a tener más arcadas mientras Daerys luchaba por quitárselo de encima.

—Suéltame estúpido, vas a vomitarme encima y no me importa si eres el próximo rey ¡te lanzaré por la borda si manchas mi túnica nueva!

—Por la luz, creo que, voy a-

—¡¡Jaekhar, quítate!!

—Es mandato real, mi palabra es ley y te ordeno qué-

—Si crees que eso diría un rey, le pediré yo mismo a Kargem que reconsidere a su heredero.

Y esa no había sido la voz de Daerys; era grave y se habría perdido con el viento si no hubiera alzado la voz a través del viento y el choque de las olas contra el navío. Los hermanos Akgon levantaron sus cabezas de cabello blanco ante la figura de Lysander, que los miraba con el fantasma de una sonrisa entre sus labios. Sus ojos dorados bailaban con diversión.

Daerys fue el primero en recomponerse, de soltó de Jaekhar con rudeza antes de levantarse rápidamente y dejar al heredero de Dragonscale sobre el suelo, pálido y con una fina capa del sudor sobre su frente. Si, podría vomitar en cualquier momento.

—Te apoyaría en eso —murmuró Daerys, alisándose la túnica de cualquier posible arruga o mancha que pudiera haberse entre la tela—. Goré definitivamente necesita un monarca fuerte, no un debilucho que le tema al mar.

Jaekhar le sacó la lengua, Daerys lo imitó.

Su nariz se había tornado completamente roja y parecía estar moqueando por el clima. Sander no falló en notarlo, puesto que de un segundo a otro, ya estaba extendiendo una manta afelpada que había traído consigo desde el interior del barco.

—Nuestro primer día fuera de casa y la vida del heredero ya corre peligro. Algo debemos estar haciendo mal —murmuró mientras extendía la mano ante Jaekhar para ayudarlo a ponerse de pie. Este la rechazó.

—No, es peor si me levanto —dijo el príncipe, sus rizos blancos se le pegaban a la frente. Reprimió otra arcada, mientras Sander miraba a Daerys.

—¿Voy a tener que cargarlo? —le preguntó al menor de los tres, el príncipe de ojos azules lo miró fugazmente, ya envuelto en la manta, mientras suspiraba y los ojos se posaban en algo detrás de Lysander.

—Supongo.

—¿Qué? No, nadie va a cargarme, déjenme aquí para morir; ustedes escapen y lleven mi historia de vuelta a casa. Díganles que fui un héroe, mientan todo lo que deban. Háganme quedar bien.

—Si, ahm, ¿Héroe? Deja eso de morir para otro día —murmuró Daerys caminando hasta el extremo de la popa; la sola imagen de su hermano tan cerca del borde casi lo hizo palidecer de nuevo—. Ven a ver esto.

El cielo se había tornado oscuro, pero no por la noche, si no por la densa lluvia que se soltaría de un momento a otro. El viento era cada ves más rudo, pero Jaekhar pudo sentir que las olas se habían calmado casi del todo. Esta vez no rechazó la mano de Sander.

Cuando se hubo de pie, el príncipe dio un par de pasos antes de admirar el intrigante paisaje frente a sus ojos; un muelle enorme se alzaba entre la niebla, varios navíos de desperdigaban por toda la extensión de la costa atiborrada de edificaciones y lo que parecía ser una zona mercantil bastante atareada. La tormenta se pintaba sobre su cielo y esa... era la tierra de Nívhas.

Habían llegado.

(...)

Su tía les había hablado mucho de este lugar cuando eran niños.

Skyler Akgon nunca había estado en la Tierra de las Brujas pero se había casado con un nativo de ahí; ella era princesa de Goré y había sido una guerrera, pero su corazón había latido diferente por un chico que había vivido a la sombra de una poderosa hechicera, una que había atacado a su familia cuando Jaekhar solo tenía siete años. Pero aunque su tía había peleado contra aquella bruja, se había enamorado de su hermano, y él le había hablado de su antiguo hogar con tanto cariño, que ella se fascinó solo por sus palabras. Palabras que se tornaron en historias, cuentos que más tarde le contaba a sus preciados sobrinos, a sus adoraciones.

Jaekhar recordaba con detalle las tardes en las que su tía lo llevaba a los campos de entrenamiento para ver a los soldados practicar, mientras le contaba historias sobre aquellas tierras lejanas y siempre eran relatos de sus cielos de colores, cómo las auroras boreales se pintaban a través de las noches estrelladas. De cómo el bosque, frondoso y verde, albergaba plantas místicas y curativas que no se hallaban en ningún otro sitio. Cómo la magia se tejía entre la hierba y había poder en cada onza de su tierra. Las brujas reinaban y había poder dentro de su sangre.

Así que eso era lo que se había imaginado que vería cuando llegara a Nivhas. No... ese paisaje de niebla y oscuridad.

Ciertamente no un pueblo en decadencia.

Jaekhar se quedó de pie sobre el muelle mientras Daerys se asomaba detrás de su hombro y Lysander admiraba todo con una perfecta mueca de tensión; todo era gris, como si le hubieran succionado el color a todas las cosas. Los caminos, las casas, los rostros de la gente, todo era una bruma monocromática del mismo tono opaco y sin vida. Los aldeanos se movían con expresiones vacías y aburridas, se atendían a sus tareas sin una pizca de motivación. Había ruido, el constante trabajo alrededor de toda la bahía, embarcaciones llegaban y salían constantemente, mercancía se transportaba, cuerdas se enredaban, las fugas se reparaban y las cadenas hundían las anclas; el leve murmullo de las pocas voces que se oían, casi se perdía entre el resto de las tareas. Parecía que ningún marinero o mercante tenía ningún motivo para sonreír o hacer bromas. La amargura era casi palpable.

Y ellos, desentonaban como la brillante luna entre un cielo enteramente oscuro.

Los tres vestidos en túnicas repletas de bordados elegantes, con botas altas hasta las rodillas, la mejor calidad en todo el mundo. Armas se colgaban de los cinturones que Jaekhar y Sander portaban, un par de espadas blancas que valían diez veces su peso en oro. Eso sin mencionar la altura de ambos jóvenes; Jaekhar casi rozaba los dos metros, Sander no se quedaba muy atrás y tenían complexión de guerreros. Eso contrastaba mucho más con la figura de Daerys, delgado y mucho más pequeño. Pero los tres veían de las doradas tierras de la mítica capital de Goré y brillaban entre oro y plata. Parecían resplandecer a través del muelle y comenzaron a llamar la atención.

Los ojos de cada obrero o trabajador en los muelles comenzaron a recaer sobre sus figuras, dedos que los señalaban y murmullos que no tardaron en extenderse por toda la costa. Jaekhar los miraba con esas expresiones de odio al mismo tiempo que un escalofrío lo recorría entero, pero se obligó a mantener el rostro imperturbable.

Sintió a Sander tensarse a su izquierda.

—Sería mucho mejor si se pusieran las capas —murmuró entre dientes mientras Daerys se mantenía a las espaldas de su hermano y se ponía de puntillas para ver la extensión del muelle. Todo a través de madera astillada y neblina densa.

—Nuestra visita está acordada con su reina, todo Nivhas debería estar enterada de que vendríamos —dijo Jaekhar, dejando de estar tan convencido de sus palabras mientras las pronunciaba.

—Esto... esto está mal —soltó Daerys en una voz bastante frágil. La sola nota asustada de su voz fue suficiente para que los mayores apretaran los puños a sus costados, Jaekhar se giró hacia atrás y empujó suavemente a su hermano entre él y Sander, asegurándose de que Daerys estuviera protegido.

—¿A qué te refieres? —preguntó Sander, sus rizos oscuros se removían con el viento.

—Esto...—ambos bajaron su mirada para admirar el suave rostro del príncipe—. Se supone que alguien debe estar esperándonos, somos una comitiva real, no-

Daerys se frenó porque un fuerte estruendo resonó detrás de ellos y este casi saltó por el susto. Los tres se giraron al mismo tiempo en que un de los lacayos de su tripulación dejaba sin mucho cuidado el poco equipaje con el que habían viajado; tres baúles de metal resaltaron a través de la vieja madera del muelle, uno solo de ellos valía más que la mitad de las embarcaciones a su alrededor.

—Esto es todo, alteza —murmuró el tipo que ahora se recargaba contra la plataforma del barco. Su tono había sido burlón y en su falsa sonrisa le faltaba un diente, pero había sido la única tripulación que había zarpado en dirección a Nivhas, la única en todo Goré y Frareh los había enviado con ellos... así que habían confiado. Jaekhar aún le parecía divertido la expresión ofendida de Daerys cuando habían subido al barco.

—Es- ah... le agradezco por sus servicios, buen hombre. Ruego que perdone... el pequeño percance.

El recuerdo de Jaekhar aferrándose a un barril en su primer día acribilló contra su mente. Las náuseas habían comenzado y el príncipe heredero había vomitado por primera vez dentro del artefacto de madera sin pensarlo dos veces. Había sido un cubo de pescado fresco que tuvieron que tirar por la borda. Esa noche habían cenando galletas.

—Lidiamos con eso todo el tiempo, alteza —murmuró el tipo con una buena mueca qué tal vez habría sido una sonrisa de no haber resultado tan mal actor—. Gajes del oficio.

Jaekhar le sonrió a través de su incomodidad y le tendió una mano a modo de despedida. Sabía que su viaje había sido pagado desde el momento en que zarparon de Dragonscale, pero vagamente recordaba las formalidades que había aprendido de niño. No quería decepcionar a su padre aún estando a un mar de distancia. El marinero aceptó su apretón sin mucho ánimo, pero las velas de su barco ya estaban alistándose de nuevo y la tripulación no se había detenido ahí arriba.

—Les deseo suerte, altezas. Si yo tuviera el cabello blanco y me adentraría en la tierra de las brujas, mantendría mi espada fuera de su funda —comentó soltándose de Jaekhar para avanzar por la plataforma de vuelta a su navío.

Sander se tensó de nuevo, pero esta vez fue Daerys quien dio un paso adelante.

—¿De qué está hablando, capitán? Hemos venido con un permiso —murmuró alzando entre sus pequeñas manos un pergamino enrollado cuidadosamente. El marinero pareció poco impresionado.

—Dudo que un pedazo de papel garantice su seguridad, alteza.

Jaekhar quiso gruñir por el tono que había dirigido ante su hermano. El capitán lo noto, por lo que se apresuró a completar:

—Estas tierras no están en su mejor momento. Mi mayor consejo es que anden con cuidado y no confíen en nadie, no hasta estar en el palacio, si es que de verdad los esperan.

—Lo hacen —exclamó Jaekhar con los ojos flameantes; los rizos blancos volando sobre su frente.

—Bien, pues mucha suerte, alteza.

El capitán del navío se despidió finalmente con una reverencia maltrecha y, antes de que Daerys pudiera decir otra cosa, la plataforma subió de un solo moviendo y el barco comenzó a alejarse del muelle.

—¡Pero...! —exclamó el menor de los tres.

Jaekhar le puso una mano sobre el hombro.

—Tranquilo, estaremos bien.

—Estaremos bien —repitió Sander con incredulidad—. Estaremos bien en una tierra lejana y desconocida en la que no somos bienvenidos y que ha sido enemiga de nuestro reino durante décadas enteras.

—No me importa nada de eso. Estamos aquí y venimos a trazar una alianza. Entre más rápido lleguemos con su reina, más rápido estaremos regresando a casa —murmuró Jaekhar en tono bajo mientras intentaba trazar un plan en su cabeza.

Estaban por su cuenta.

—¿Y cómo vamos a llegar con su reina? —preguntó Sander.

—Ya... encontraremos la manera.

—Deberían habernos estado esperando.

—Si, pero no creo que contemos con ese lujo.

—¿Sabes si quiera a dónde dirigirte?

—¿Por qué piensas que lo sabría?

—¡Eres el príncipe heredero, te han mandando a ti! —gritó Sander a través de susurros. Los ojos de Jaekhar brillaron con furia, le gritó en susurros también:

—¡Nunca he puesto un pie aquí!

—Eres el responsable de nosotros, ¡deberías haber estado tramando un plan en el camino en lugar de estarte vomitando por todo el barco!

—¿¡Y tú qué estabas haciendo!? ¿Intentando escribirle un poema a Daerys sobre cómo sus ojos parecen parte del cielo?

Sander se sonrojó.

—No sé de qué estás hablando.

—¡Encontré un pedazo de pergamino hecho bola en el cesto de basura!

—¿Qué hacías con el cesto de basura, buscabas otro lugar para vomitar?

—Si, y agradécelo porque mi siguiente opción era sobre tu-

—¡¡Ya basta, los dos, cállense ahora!!

Daerys los miró con el invierno de su mirada calándoles en el alma. Sus ojos barrieron de Sander a Jaekhar con la promesa de violencia mientras les tendía sus capas a los dos. Eran largas y oscuras, no había ninguna clase de bordado sobre la tela, algo que podría esconderlos y protegerlos de la fina capa de lluvia que empezó a caer flojamente sobre el muelle.

Estaban varados.

Y Jaekhar se puso la capa a regañadientes mientras intentaba armar en un plan en su cabeza; él era el líder entre los tres, él era el heredero. Muchas cosas se esperaban de él; tenía a todo el reino dependiendo de esta alianza, tenía a sus padres esperando mucho de él, no podía darles la espalda, no podía volver a casa con las manos vacías. Y él era oro, puro, sólido, en una tierra donde su brillo incandescente era odiado... él mismo había crecido contando las historias de las brujas a sus primos, a sus amigos. Su hermana se escondía detrás de la capa de Kargem cuando Jaekhar le contaba del día en que el cielo se había oscurecido y había comenzado la tormenta, los hermanos pequeños de Lysander habían tenido pesadillas los días siguientes, y Daerys... él no había dicho ninguna palabra. Estaba consciente de que Jaekhar no mentía, tal vez exageraba un poco, pero estaba hablando con la verdad.

Ellos habían estado ahí, juntos, lejanos a casa. Ella se los había robado... Hirió a su padre, su cuerpo sangró por todas partes y luego Frareh había luchado con ella, la habría matado si hubiera tenido oportunidad... Y ahora ahí estaban, en las costas de una tierra en la que contaban las mismas leyendas, las mismas historias de terror. Para estas brujas, los Akgon eran los malos en los relatos; una de sus hechiceras más poderosas había perecido en la tierra donde gobernaba el dragón, en donde la dinastía que se quemaba pero no ardía se sentaba en su trono de oro. Poderoso, invencible, respirando fuego.

Habían pasado trece años desde ese momento, Jaekhar ciertamente ya no era un niño y ya no sentaría en el regazo de frareh a escuchar las historias mientras él hablaba y la corona de oro descansaría entre sus rizos castaños. Ahora él se sentaría en el trono y la corona sería suya. Y si ellos querían que Goré se aliara con Nivhas... eso es lo que él iba a hacer.

El anillo en su dedo anular pareció calentarse con la promesa y él se giró ante sus hermanos; uno por sangre, uno por elección y la convicción se pintó en su mirada bicolor.

—Vamos, tenemos que reunirnos con esa reina bruja.

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