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Hace media hora que Bonnie y yo escapamos de The Storyteller. Alrededor de nosotros solo había casas con personas durmiendo, ya que en ese momento eran las dos de la madrugada. En cuanto estuvimos afuera, tuvimos que correr hacia la montaña de esquí más cercana y, de esa forma, poder perdernos entre los pinos alrededor de esta. Juraría que algunas personas lograron vernos correr hacia allá, ya que todavía hubo algunos pasando por las calles y personas asomándose por las ventanas para ver The Storyteller sacando humo por la puerta de enfrente en la superficie. Algunos minutos después los bomberos llegaron y terminaron con lo que empezó quién sabe quién.
—¿Ya estamos cerca? Ya no siento mis orejas —susurró Bonnie a mi lado mientras caminábamos por el bosque de pinos con nieve.
—No te preocupes, solo unos minutos más y ya. —Traté de convencerlo para que se tranquilizara.
Era difícil tener que relatar todo lo que pasó si no teníamos nada de ropa para cubrirnos del frío. Pero no me rendí. Una vez que tuvimos tiempo para pensar en una forma de volver a resguardarnos en cualquier lugar, recordé que Mangle me entregó algo antes de despedirse: una hoja de instrucciones. En ella venía, tal y como ella dijo, una serie de pasos a seguir para que llegáramos sin ningún problema a L’enfant gâté. Aún no termino de leerlos, pero el primero decía que nos dirigiéramos a una estación de camiones cerca de una montaña para esquiar; esos camiones son rentados para las personas que emprenden viajes por la carretera Trans-Canadá, por lo que solo tendremos que tomar uno y esperar a que nos dejen en Mont-Tremblant. De acuerdo a este mapa, el viaje no debería ser tan largo como la anterior vez, a menos que las personas que manejen el camión hagan paradas turísticas. Espero que ese no sea el caso para nosotros una vez que lleguemos. El camino hacia allá hubiera sido más sencillo si tuviéramos chamarras o algo para cubrirnos. Tal como Bonnie, siento que mis orejas ya no están en mi cuerpo. Aunque… tengo que admitir que este sentimiento frío ya lo conozco muy bien, ahora sé cuándo estoy llegando al borde de la hipotermia, pero no estoy seguro de que Bonnie sepa lo que es lidiar con temperaturas como estas de forma forzosa. Me acerqué a él y, con mi brazo derecho, comencé a frotar su brazo, su hombro y su cabeza un poco para que conservara algo de calor, así como también el de mi cuerpo contra el suyo. Estaba seguro de que ambos ya no sentíamos nuestros pies.
—Freddy… —dijo mientras temblaba—, t-t-tengo fr-frío…
—Yo también, Bon. Pero ya casi llegamos. —Continué con mi actitud segura.
En efecto, en el fondo de este bosque logré ver una casita roja con un poste de luz sobre esta, justo como lo describe el mapa.
—Mira, ya llegamos, esa es la casa.
Entonces ambos comenzamos a caminar un poco más rápido, pero después Bonnie me detuvo jalándome del brazo.
—Espera. ¿Cómo s-se supone qu-que… entraremos s-sin ser vistos?
—Tendremos que improvisar. Vamos. —Lo tomé de la espalda y lo ayudé a continuar su andar.
Tenía mucha práctica en escabullirme dentro de los camiones y esperar a que el viaje comenzara, pero en esta ocasión tendríamos que escoger uno que llevara algo de comida o accesorios de acobijo para nosotros. Si la situación se dificulta para nosotros, tendremos que entrar a esa casa en busca de comida.
Cuando estuvimos afuera del bosque, justo en el espacio donde las personas esquían, corrimos hasta estar detrás de uno de esos camiones grandes y de mejor calidad que el de Springtrap. Las luces dentro de la casa estaban apagadas; no era tan grande para que una persona pudiera vivir ahí, así que era probable que solo se usara en el día para rentar los camiones.
—¿Ya viste? No hay nadie. Ven.
Mi concentración en obtener un camión y alimento era tan grande que olvidé el dolor de mi cuerpo por el frío. Bonnie en cambio todavía lo parecía, pues le costaba mucho trabajo articular palabras y seguir mi paso. Llegué hasta estar afuera de la ventana. A través de esta pude ver que solo había una mesa en el centro, cajones hacia los lados, una pequeña nevera y otro cuarto pequeño. ¡Perfecto! Tiene que haber algo ahí.
—Mira, Bonnie, ahí hay una nevera, puede ser que hayan dejado algo.
—Sí, p-pero ¿cómo va-vamos… a entrar-r? —preguntó a mi lado.
Verlo enfriarse más me orilló a tomar medidas rápidas para salir de aquí, así que, sin esperar la autorización de Bonnie, con mi puño destruí la ventana enfrente de nosotros. Bonnie exhaló fuerte cuando vio eso, pero no dijo nada para impedir que entrara a la casa; sabía también que nadie iba a venir a esta hora. Una vez adentro abrí la nevera para encontrar frutas, agua mineral, atún enlatado y demás condimentos. Bonnie no entró a acercarse y ver lo que podíamos tomar, así que solo agarré todo lo que pensé que nos serviría. Le pedí ayuda a Bonnie para que guardara esas cosas en mi espalda. Mientras lo hacía, me interesé un poco en seguir explorando el alrededor de la casa de madera; algunos muebles alrededor estaban más empolvados que otros. Uno en particular llamó mi atención, el cual era el más cercano a la persona que estuviera sentada en ese mostrador. Me acerqué y traté de abrirlo, pero estaba cerrado con llave.
—¿Qué h-haces?
—Trato de abrir esto; tengo la corazonada de que aquí están las llaves de los camiones.
Me desesperé un poco mientras volvía a sentir el dolor del frío regresar a mí. Pateé con coraje el mueble pero nada lo abrió. En eso, algo que estaba sobre este cayó al suelo: fueron unas llaves, pero no podría saber de qué camión eran.
—E-esas son llaves p-para… un carro, no un ca-camión —decía mientras se abrazaba a sí mismo.
—¿Un carro? —pregunté, así como salí de la casa para ver el único carro azul que estaba aquí.
Sí, había uno al fondo del estacionamiento. Lo único que restaba ver era si estas llaves eran de este. Por fortuna estas llaves contaban con un botón para abrir las puertas de forma automática, de esa forma no se activaría ninguna alerta. Me acerqué, así como Bonnie vino detrás de mí con pasos cortos. Presioné el botón y había logrado abrir las puertas.
—No puedo creerlo, ¡podemos irnos en este! —Corrí emocionado a abrirlo.
—Pero, Freddy, es-estaríamos… robando. —Entonces cerró los ojos; no supo soportar más el dolor.
—Bonnie —. Corrí hacia él—. Sé que no es la mejor manera para viajar, pero yo sé cómo se siente viajar en un camión como estos; en tan solo minutos nos congelaríamos mientras manejamos porque no tenemos ropa. Vámonos en este, tal vez aquí podamos conservar nuestro calor.
Ahora era incapaz de hacer alguna expresión, solo bajó la mirada mientras traba de cubrirse. Entonces no esperé una respuesta y lo cargué para llevarlo al asiento del pasajero. Seguía temblando y abrazándose. Después de eso cerré la puerta y me interesé en saber si la cajuela tenía algo de utilidad: no había nada. Maldita sea. Entré rápido al auto y cerré la puerta. ¡Era cierto! Cuando la puerta estaba cerrada ya no sentía tanto frío como afuera, ni siquiera se escuchaba la forma en que nevaba y el viento soplaba con fuerza, solo podía escuchar nuestras respiraciones un poco cortadas por el frío. Tenía ansias de compartir este buen momento con él, pero preferí que el calor de nuestros cuerpos se encargara de acobijarnos y quitarnos los cristales formados en nuestro pelaje. Cerré mis ojos y recargué mi cabeza en el asiento. Me sentía de nuevo tranquilo de que nada impediría que las cosas volvieran a empeorar para mí y para Bonnie; él también comenzaba a respirar de forma normal.
Cuando volví a sentir que mis dedos funcionaban de nuevo, pude ver que Bonnie se había quedado dormido en su asiento. Su asiento estaba un poco mojado, lo cual era normal por los cristales que se habían formado en él. Duré algunos segundos solo observando la manera pacífica en que se veía, aunque sé que ninguno de los dos se siente del todo cómodo con lo sucedido hace algunas horas. Era difícil estar en el lugar de Mangle, pero era necesario si quería que Bonnie y yo lo lográramos. Acaricié su mejilla tibia y sonreí un poco. No lo desperté, pero sí comencé a manejar. De acuerdo con el mapa de Mangle, podemos ir por una avenida poco transitada directo hacia la carretera, así que tomaré esa ruta para practicar un poco la manera en que Springtrap manejaba el camión. Arranqué el carro y salimos por la primera calle bajando la montaña. La ciudad estaba oscura.
El silencio en el auto ahora no era del todo cómodo, ya que sentía que podía volver a escuchar el fuego del restaurante, las órdenes de Mangle, las suplicas del Cupcake, todo ello. Era tan doloroso como estar congelándose en la punta de una montaña deshabitada. Derramé algunas lágrimas mientras en mi mente se volvía a proyectar todo lo vivido. Ya estaba amaneciendo.
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