Tenía la piel erizada, mi corazón iba a mil, la tormenta se había vuelto más fuerte y las gotas de lluvia golpeaban sin clemencia el cristal de la ventana.
Amaia me tenía tomada la cintura, sentía una extraña sensación en el brazo pero sabía que en un rato el dolor pasaría a segundo plano.
Mi boca besaba la suya sin control, su torso semidesnudo estaba vibrando de calor, justo lo que necesitaba en medio de esta noche fría y tenebrosa.
Sólo sería sexo casual, no debía preocuparme por nada.
Mi respiración se hacía cada vez más agitada y mi cuerpo se sentía como en una nube.
Las manos de Amaia comenzaron a escalar por mi cintura hasta lograr encontrar mis pechos, su tacto era suave y ligero.
Pude sentirla amasar con ritmo una de mis tetas, era perfecto.
Decidí tomar un poco de control y me abalancé sobre ella arrojándola al suelo sin dejar de comer su boca. Mi dedos comenzaron a trazar un caminillo desde su cuello hasta la entrepierna.
Comencé a quitarle el pantalón el cual por suerte logró salir sin problemas. La castaña tenía un pequeño tatuaje en forma de mariposa a un lado de la pelvis, cerca de la marca casi invisible de aquella vieja cesárea fruto del nacimiento de su hijo.
Me acerqué a la cicatriz y dejé un corto beso sobre ella mientras la observaba a los ojos, luego dejé varios besos sobre su entrepierna aún con la braga puesta.
Sus manos se hundieron en mi cabello e hicieron presión invitándome a no detenerme.
Hice la tela de sus panties a un lado y observé su vagina. Estaba perfectamente depilada. Suspiré de felicidad y me lamí los labios. La castaña abrió las piernas lo suficiente como para permitirme explorar el área sin problemas.
Comencé a lamer desde abajo hasta arriba, fue así como tomé su clítoris y lo metí en mi boca. Procedí a succionar como si estuviera degustando una golosina. Me metí los dedos a la boca y los humedecí lo suficiente, luego comencé a acariciar el orificio de su vagina para irle notificando que en unos minutos sería penetrado por mis largos y gruesos dedos.
Un breve suspiro salió de la boca de Amaia haciendo que mis mejillas se sonrojaran, esa era la señal de que ella realmente estaba disfrutando mi trabajo.
Me llevé la mano a la entrepierna y por encima del pantalón comencé a masturbarme, seguido a eso comencé a intercalar mis dedos con mi lengua dentro de la vagina de la castaña mientras le comía el coño.
Aumenté la velocidad y a medida que lo hacía su vagina se iba colocando tan húmeda que podía sentirla tan lubricar como un motor de auto nuevo.
La tela de mi pantalones también estaba mojada y el líquido comenzaba a escurrir por mis piernas.
Me incliné y comencé a sacarme la parte de abajo del uniforme, estaba jodidamente prendida.
Subí nuevamente a la boca de Amaia y comencé a comerle la boca, luego acomodé mi entrepierna con la suya y comencé a frotarla lentamente. La fricción era deliciosa, mis pezones se habían endurecido y sólo deseaba que esa sensación de placer nunca llegara a su fin.
Mi clítoris palpitaba con fuerza y la única cura era frotarme contra el coño de la castaña.
Con mucho esfuerzo logré sacarme la braga y Amaia igual, ahora ambas nos encontrábamos semidesnudas.
Acomodé mis piernas de forma que ahora estábamos cruzadas, listas para una tijera perfecta.
Comencé a mover mis caderas de adelante hacia atrás, mientras lo hacía no me separaba de su boca y aunque estaba incómoda la sensación era tan rica que no quería detenerme.
La sangre se acumuló en el lóbulo de mis orejas así que aceleré el ritmo, la castaña disfrutaba tanto que gemía en mis labios y me tomó del culo incitando a que acelerara el nivel de fuerza.
Mi vagina estaba en fuego, el lugar estaba completamente húmedo, mis fluidos y los de Amaia estaban escurriendo por todo el lugar.
Mientras allá afuera el mundo se acaba yo estoy aquí teniendo uno de los mejores polvazos de mi vida.
La castaña me tomó de la cintura, hizo un poco de fuerza y me levantó hasta quedar encima de mi. Me tomó del cuello y en una posición similar al misionero comenzó a frotarme con fuerza, luego me tomó del cuello y aceleró el ritmo.
─No pares, por favor. ─le rogué en medio de gemidos ahogados.
La chica se tomó de los pechos y los presionó con fuerza mientras se movía sobre mi vagina como toda una diosa.
Pude verla abrir la mano y de repente soltarme una bofetada que me dejó atónita. Simplemente excitante.
Amaia me tomó de las mejillas y me observó directamente a los ojos con un rostro de chica mala, mientras lo hacía podía sentirla buscar nuevamente mis pechos bajo la camisa.
Me di la vuelta logrando quedar de rodillas, luego ella me siguió hasta quedar en mi misma posición. Abrí un poco las piernas de forma que nuestros muslos quedaban presionando nuestras vaginas.
Comenzamos a mover nuestras caderas de adelante hacia atrás mientras que nos masturbábamos mutuamente. Mi cuerpo estaba sudando debido a la actividad física.
Adelantamos el ritmo y éramos como dos perritas follando, simplemente exquisito.
Tomé su lengua en medio del beso y comencé a succionarla con fuerza, mis mejillas ardían en fuego debido a la excitación.
Deslicé mis manos y las acomodé en su trasero haciendo presión de adelante hacia atrás con rapidez, nos frotabamos mutuamente con mucho frenesí.
De repente la castaña me tomó de las caderas y me arrojó con cuidado al suelo, luego se giró y acomodó nuevamente su vagina en la mía para luego seguir con el movimiento de cadera.
Podía ver sus nalgas rebotar frente a mi rostro, Amaia se movía tan rico que simplemente lograba dejarme sin aliento.
Le di una nalgada y mi palma quedó marcada sobre su blanca piel.
La chica comenzó a gemir y luego se irguió dejando su espalda completamente recta, luego de unos segundos sus caderas comenzaron a moverse como locas y sus ojos quedaron en blanco mientras que la castaña tenía un placentero orgasmo sobre mi.
─¡Puñeta, me vengo! ─exclamó en español.
Suspiré con fuerza y decidí ayudarla a aumentar el ritmo, fue así como ahora ambas nos encontrábamos meneando nuestras caderas con frenesí.
De repente pude sentirla tomar mis piernas con fuerza y se inclinó hacia adelante.
─¡Coño, me vengo, me vengo! ─dijo entre gemidos.
De repente pude sentir esa sensación en mi pelvis que me hizo morderme el labio inferior.
─¡No te detengas! ─le exigí─. Me vengo también. ─finalicé mientras la tomaba de las caderas.
Luego de unos segundos pude sentir a la castaña clavar dos dedos en mi vagina y presionar mi punto g.
Abrí los ojos como platos ya que como por arte de magia ella había logrado encontrarlo de inmediato.
Mi pulso se aceleró y comencé a moverme aún más rápido, definitivamente a todo lo que me daba el cuerpo.
Su cabello suelto estaba esparcido por todo el lugar así que enredé mis manos en él mientras la sentía masturbarme y frotar su vagina con la mía al mismo tiempo.
Sin poder controlar el orgasmo mis pupilas se fueron hacia atrás haciendo que colocara los ojos en blanco. Mi espalda realizó un perfecto arco y de repente mi corazón se detuvo.
Mi vagina expulsó una gran cantidad de líquido y para mi suerte la de Amaia también, fue así como en un orgasmo mutuo terminamos dejando una laguna en medio de la celda luego de tener un polvo que me dejó completamente seca.
─¡Maldición! ─fue lo primero que pude exclamar en cuanto logré recuperar un poco de aire.
Mi respiración estaba acelerada y la de Amaia también, incluso era un poco difícil hablar luego de haber hecho algo así.
─Te dije que te daría el mejor polvo de tu vida. ─musitó agitada.
─No fue el mejor pero estuvo genial. ─respondí con sinceridad.
La castaña realizó un pequeño sonido de burla.
─¿Quién puede ser mejor que yo para follar? ─demandó saber.
Me quedé en silencio unos instantes mientras sentía mis piernas temblar.
─Victoria. ─contesté sin temor.
─Esa pobre chica... ─tomó aire─. Estoy loca por conocerla. ─añadió.
La observé confundida.
─Si puede lograr que tú la consideres como el mejor polvo de tu vida luego de que terminamos de echar uno como este entonces seguro esa chica coge muy bien. ─comentó.
─A lo mejor es porque estoy enamorada. ─respondí.
La castaña rió.
─¿Entonces crees que cupido es el culpable de que la chica te haga venir tan bien? ─dijo separándose lentamente de mi y observándome directamente al rostro.
Negué con la cabeza.
─No es lo mismo tener sexo y hacer el amor. ─resoplé.
Ella me observó confundida.
─Victoria me gusta desde la primera vez que la vi. ─tomé aire─. Nunca hemos tenido sexo, sólo hacemos el amor. ─finalicé.
─¿Entonces qué la hace tan especial? ─rió─. Dicen que cuando haces el amor todo es delicado y toda esa mierda de parejas de televisión. ─adjuntó.
Hice una pausa para tomar aire por la nariz y dejarlo escapar suavemente a través de mis labios.
─Es una chica mala. ─mencioné─. Si la ven directo a los ojos sólo visualizarán maldad. ─me detuve─. Es como coger con lucifer mientras te observa todo el infierno. ─seguí.
Amaia me miró confundida.
─Y cada vez que pienso en lo hija de puta que es sólo logro excitarme más y más. ─suspiré─. Y por eso siempre me hace venir. ─terminé.
La castaña frunció el ceño.
─Eres una loca de atar. ─soltó una carcajada mientras se burlaba de mi─. Deberías ir a terapia, puedo jurar que cien porciento normal no eres. ─bromeó.
─Cuando logres hacerme venir igual que ella quizás tengas derecho a tener un ego tan alto, Amaia. ─corté─. Pero mientras tanto limítate sólo a estar en mi top cinco de buenos polvos. ─hice una pausa─. O al menos en el top de las chicas que logré follarme dentro de la cárcel. ─sonreí con malicia.