Medicine

Da evabetancortg

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Después de tantas mentiras, es hora de contar la verdad aunque con ello le cueste vida. A cada paso suyo es u... Altro

Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45

Capítulo 1

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Da evabetancortg

Juega con esa absurda pelota de goma roja que pidió hace dos días, la tambalea y rebota varias veces contra la pared mohosa y el frío suelo. Se oyen murmullos en el pasillo, voces lejanas, incluso creo pensar que son voces dentro de mi cabeza. Masajeo la cien repetidas ocasiones para convencerme de que no es así, el ala Norte se ha metido en un lío hace poco con este lado del psiquiátrico y nos están interrogando uno por uno, a eso se debe tanto jaleo desde por la mañana.

Niall Horan, un falso rubio irlandés con antecedentes penales por múltiples robos con armas blancas del ala contraria decidió que era buena idea pedir prestada una horquilla de punta afilada a una madre soltera con problemas de ira a cambio de un favor sexual para clavarla en la frente de Darrek, un politoxicómano del ala Oeste que había violado a más de once mujeres mayores de cincuenta años. Nadie en el patio se escandalizó o intentó evitar que sucediera, solo se formó un coro de alabanza hasta que llegaron los enfermeros y la alta seguridad, que como siempre, culparon en un inicio al ala Sur.

El rubiales no quiso hacerse cargo, antes de que pudiera ser visto desapareció entre su grupo de amigos dedicando una mirada nada sutil a los presentes. Cuando me enteré de su nombre entré en confusión, ¿Dónde lo había escuchado antes? Pero aunque su rubio estaba oxidado y una enorme cicatriz rosa se dibujaba desde su ceja izquierda hasta la comisura de su labio derecho, también podría jurar haberle visto fuera de estos barrotes.

Salgo del trance sin mirar a la dirección donde un segurita poco considerado se burla de mi posición dentro del centro mientras con su porra golpea el metal provocando un estruendo junto a su sonora risa. Sabe que estoy despierta, al ignorarle se molesta y aporrea con más ganas hasta que giro un poco la cabeza sin cambiar la expresión indiferente que me invade. No es que me interese delatar a un rebelde causa perdida, a nadie le interesaba, la palabra del ala Sur era poco confiable para los trabajadores del lugar pero les bastaba para castigarnos con electrocuciones, golpes y torturas que saciaban su sed de sangre, lo cuál es irónico si contamos todos los presos y pacientes que se encuentran aquí por esa misma sed insaciable.

- ¿Te vas hacer de rogar? -Dice dirigiéndose a mí bastante harto de esperar.

- Si es lo que quieres -Alzo las manos sobre mi cabeza como si me fueran a esposar, me arrodillo frente a la cama y esto provoca una carcajada de mi vecino.

- ¿Y tú de qué te ríes? -Espeta el hombre golpeando ahora los barrotes frente a los míos-. ¡A callar!

Se hace un silencio inquietante, otro compañero entra hasta aproximarse a mí y me ata las manos detrás de la espalda con una soga que corta un poco mis muñecas. Empuja mi cuerpo con una bota de cuero bastante pesada haciendo que mi cachete quede pegado al asqueroso suelo, gruño un poco por la molestia pero no tardan en alzarme para sacarme del pasillo. Paso frente a varias estancias como la mía, no dejo de mostrar esa sonrisa maliciosa que se me escapa cada vez que proceden a arrastrarme hasta la silla de interrogatorios. Bob el lechoso se estampa contra su puerta, agarra las columnas forcejeando como un animal y me saca la lengua con diversos movimientos atrevidos soltando alguna barbaridad que solo me provocan risa.

Nos detenemos frente a la puerta metálica esperando que la doctora dé el pase, me introducen una pastilla amarilla amarga a la fuerza, uno me abre la boca con brutalidad mientras el otro introduce sus dedos hasta la garganta para que se desplace por ella sin esfuerzo, así se aseguran que la he tomado. Un sonido similar a una alarma de corta intensidad retumba un segundo junto a una luz roja que les indica la bienvenida a la nueva sala. Me sueltan en la amplia silla reforzada de pieles y cuero, desatan mis manos para colocarlas a cada lado con otro amarre más grueso, similar a una cadena de perros, pegan mi espalda al respaldo para colocarme una cadena alrededor del cuello y quedar inmóvil. Desaparecen los seguritas dejándome a solas con la doctora la cual aún no me ha mirado, inspecciona los papeles sin mucho interés y me habla desde ahí.

- Hemos conseguido borrarte la memoria después de varias electrocuciones y diversas inyecciones, además tu medicación ha ayudado mucho el avance -Deja una carpeta con brusquedad, entrelaza sus dedos y sonríe-. ¿Lo sabes?

- Sí.

- ¿Sabes porqué lo hemos hecho?

- Para que no sea un peligro -Una amplia sonrisa sale mis labios, se incomoda con eso y carraspea dando un corto sorbo al amargo café encima de su mesa.

- Exacto, tus alucinaciones puedes regresar, evitamos eso a toda costa y si logras recordarlas puedes dejarte llevar por ellas.

- Lo sé, ¿No sería divertido? -Mi tono sarcástico no la asusta, está acostumbrada a tratar con nosotros.

- No te he traído para hablar sobre tu expediente -Vuelve a optar por su antigua postura dedicando una mirada serena-. Hoy ha ocurrido algo horrible en el patio superior.

- Y quiere saber si he tenido algo que ver.

- Para nada -Niega con la cabeza repetidas veces, frunzo el ceño por su contestación y se adelanta a aclarar-. Queremos saber si viste al responsable.

Suelto una mueca desigual, elevo los hombros hasta lo que me permiten las ataduras y me desatiendo rápido del tema, una rápida descarga eléctrica recorre toda mi espina dorsal provocándome un grave dolor. Aprieto los dientes entre sí, mantengo los ojos cerrados con fuerza y tenso el cuerpo reprendiéndome de lo sucedido.

- Si sigues mintiendo el ala Sur continuará con su peor fama -Prende la televisión de la izquierda mostrando una cámara de seguridad.

Se ve en blanco y negro, estoy apoyada en una pared comiendo una manzana mientras observo la escena de la agresión comenzando a formarse, ellos ya sabían quién fue el culpable pero nos están poniendo a prueba. Aprieto los puños tanto que mis nudillos rojos con costras de antiguas heridas están a punto de abrirse.

- ¿Conoces al rubio? -Niego sin ganas, apenas la estoy viendo-. ¿Sabes su nombre?

- Niall Horan.

- ¿Ala?

- Norte.

- ¿Cómo sabes su nombre, Atenea? -Usa un tono de autoridad, me está desafiando.

- Solo pregunté a Bob -Dejo escapar una risa descabellada, recuerdo el momento en que empezamos a gritarnos cosas de una punta a otra para entablar la conversación de lo sucedido, yo estaba tumbada en el suelo lanzando el tenedor de plástico al hueco de la ventana y él me explicaba cosas sobre el agresor dejando salir su doble cara de desquicio soltando alguna frase aterradora que me provocaba risa-. Es un buen tipo sabe.

Bob el lechoso, así se autonombró cuando ingresó, yo llevaba dos años cuando él entró. Nadie sabe exactamente de qué se trata aunque ha dejado caer la indirecta sexual de que se debe al espeso líquido que expulsa su pene, repugnante pero no esperaría menos. Bob es un hombre viejo, arrugado, peludo, encorvado, casi obseso, desprende un olor apestoso debido a que se restriega en el musgo desnudo cuando pasa alguna enfermera y luego no se toma las molestias de ducharse. Es una persona desagradable, nadie le habla a excepción de mí, sufre trastorno de doble personalidad, realmente su mejor faceta muestra alguien inteligente, capaz de enterarse de todo, es astuto, sabe cómo tratar y engañar a las personas, su apariencia te distrae en ocasiones y caes en la inocencia pero su peor cara de la moneda es babosa, tiene un problema con el cuerpo femenino y con tocarse sus parte indebidas frente a todo el que está al frente, por eso nadie ocupa la celda vecina.

- ¿Sabes que ahogó a su mujer en la piscina del jardín mientras le tapaba la nariz y le introducía su pene en la boca? -Arruga la nariz como si estuviera tratando con una niña ignorante-. No creo que eso sea de un buen tipo.

- No se fije solo en nuestras cosas malas, doctora -Digo entre una sonrisa burlona-. Al final todos somos como una moneda, usted seguro no es ningún santo de devoción.

- Merecéis estar encerrados por bien de la humanidad.

- La única diferencia entre usted y el resto es que tiene una casa fuera de aquí -Río imaginando esa mansión de la que tanto presume al teléfono cuando se olvida de que estoy presente-. Pero recuerde que tan temprano como canta un gallo usted se encierra aquí, con nosotros, hasta que cae la noche ¿Qué son unas horas de libertad? -Reflexiono con lo que digo, pienso en ese sentimiento lejano dentro de mí-. Quizás usted también se esté encerrando por el bien de la humanidad.

Su mano cae con pesadez sobre el botón rojo de la mesa sin apartar la mirada clavada en mí, los seguritas vuelven a entrar para quitarme las ataduras y ahora acomodarme unas esposas plateadas al frente. Me inclino hacia delante siendo detenida antes de poder estar demasiado cerca y hago un ademán de ataque, como si fuera a morderle mostrando todos mis dientes y transformándolo en una amplia sonrisa. Se fija en mis ojeras casi negras, en mi pelo algo descontrolado por salir de la cama, mi uniforme demasiado escotado para gusto de algunos retenidos pero aún con esa horrenda imagen me devuelve el gesto.

En el salón de encuentros distingo las diferentes consultas de enfermeros, médicos y doctores, la estancia donde duermen los de seguridad, el almacén de objetos, la habitación de cámaras y al fondo una puerta blindada oculta sin ninguna luz que la muestre al completo, ahí es donde se divierten con nosotros. Hay personas mezcladas en el amplio lugar, de diferentes alas, unos dibujan, otros solo pasean con ticks nerviosos, algunos se arrastran por la estancia e incluso vuelvo a presenciar una pelea esta vez solo con las manos.

Me llevan agarrada por los brazos, casi no rozo el suelo para poder caminar y me arrastran hasta mi encantador pasillo. Bob parece más tranquilo, está bajo las sábanas mirando al techo haciendo un gesto desagradable con las manos, dejando poco a la imaginación de sus actos. El resto de compañeros parecen no percatarse de que he entrado, nuevamente me dejan caer de rodillas al pasar la puerta de mi cuarto, me quitan las esposas y poco les falta para dedicarme un escupitajo en la cara. Desaparecen de mi vista mientras masajeo la zona rojiza, mojo mi cara y cabello para tomar asiento en la fina cama provocando un chirrido.

Como de costumbre, mi vecino mantiene su estancia en la penumbra. Intento enfocar para saber si está ahí, veo una silueta moverse rápido de arriba abajo, con pesadez. Parece que alguien ya ha tenido su primer castigo.

- No me digas -Coloco las manos hacia atrás disfrutando de la escena-. Pediste una cepillo para el pelo y te dieron una paliza por pesado.

Me permito reír por las insistencias del nuevo, desde que ha llegado ha exigido de todo como si estuviera en un hotel y por cada cosa no he podido evitar esbozar una sonrisa pensando en qué castigo estarían pensando para él. A nadie se le permite dirigirle la palabra a la gente de seguridad, eso lo aprendí yo sola, te dejan bastante claro que no son tus criados y que esto no son unas vacaciones.

- Ríete -Espeta escupiendo a un lateral-. Ya he escuchado que te han dado una buena descarga.

Ahora es él quien ríe, tiene malicia en la voz, ese tono cargado de sonidos roncos. Enciende la luz, me imita en la pose y puedo admirar que tiene la camisa salpicada de sangre, un ojo morado oscuro y mantiene una absurda sonrisa cuando me ve.

- Me leí el libro -Observa el estante donde contengo más-. ¿Me pasarás otro?

- A cambio de que no intentes matarme cuando nos suelten en el patio.

- Un libro por un día de salvación -Queda pensativo con mi propuesta, en realidad me daba igual pero si podía evitarle mejor-. Trato hecho.

Me levanto con dificultad, viajo con mi mano por todas las portadas que destacan pero que no recuerdo ni una sola palabra de su interior. Finalmente agarro el más grueso, él me lanza sin previo aviso el que le di cuando llegó, poso el nuevo contra el suelo y lo impulso de una patada hasta su lugar. Lo agarra con el ceño fruncido, sé que me está mirando de nuevo pero me he decidido por darle la espalda y seguir trazando mi plan en la pared de piedra.

- El príncipe cruel -Parece sorprendido mientras lee el título-. ¿Es una indirecta?

- Dímelo cuando te lo leas.

- ¡Atea! -El grito proviene de Bob al principio del pasillo, es un grito casi en susurro, solo quiere charlar-. ¡Atea!

- ¡Atenea! -Le corrijo con un grito alto que parece sobresaltarle por el silencio que forma, sigo observando la pared que rasco con mis cortas y mugrientas uñas.

- ¿Te gusta el nuevo? -Se ríe como si un niño pequeño hubiera dicho una barbaridad frente a los adultos-. ¿Qué cuchichean?

- ¡No, a mí solo me gustas tú!

- ¡Atea! -Dice exaltado, pero sé que se ha excitado, escucho la cremallera de su pantalón blanco bajarse y unos suspiros jadeantes-. ¿Te gusto, Atea?

Algún enfermero le ha retenido por lo que me dejan oír sus gritos, le están colocando una anestesia para que se tranquilice ya que al parecer se ha excitado más de la cuenta y se ha enrojecido la zona mientras escupía a la celda de Verónica, su vecina de al lado y esta ha empezado a llorar. Me giro hacia el pasillo quedando inmóvil al percatarme de que Harry todavía me observa con serenidad, sigue con esa desquiciada sonrisa de blancos dientes, parece que se ha pintado la línea de agua del ojo y ahora es negra algo uniforme, dándole un toque aún más psicópata. Está sentado en el suelo con las piernas estiradas, las manos las apoya detrás y así se permite estar algo recostado.

- Parece que te gusta sembrar el caos.

- No me importa quién pague el precio -Le miro de reojo-. Mientras no sea yo.

- ¿Y qué harás cuando se te acaben los libros y te saque el ojo derecho con una cuchara? -No tiene un tono diferente, lo dice como algo cotidiano, le divierte la situación pero yo no me altero, ni siquiera me incomoda, solo sonrío y eso le basta para quitar su estúpido semblante.

- Te recuerdo que yo he hecho un trato contigo, pero tú estás indefenso -Me río al ver que no le ha gustado la letra pequeña del contrato-. ¿Qué harás tú mañana cuando consiga algo tan punzante que te raje el interior de la pierna hasta los tobillos?

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