#26

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La cara de Peter apenas abrió la puerta era, a ojos de Sam, un completo poema. Observaba las mechas ahora rubias del muchacho en frente suya con ojos grandes y la boca abierta, claramente sorprendido ante el hecho de que hacía tan solo dos días lo había visto por última vez con el cabello negro. No es que no le gustara, más bien era al contrario; aquel tono casi dorado resaltaba su piel color canela y Peter creía que se adaptaba perfectamente a todo lo que él representaba. Nunca creyó justo que una persona tan llena de luz como Sam tuviese un color de cabello tan oscuro. Sin embargo, no fue hasta que el recientemente rubio rompió el hielo con una risita avergonzada que el menor pareció salir de su ensoñación.

—¿Te gusta? —cuestionó, girando en el lugar. De aquella manera Peter pudo notar su nuevo cabello desde todos los ángulos posibles, y cada uno le gustaba más que el anterior.

—Sí, mucho —se las arregló para responder sin trabarse. De manera inconsciente, alzó una de sus manos hasta la cabeza del mayor. Pensó que él retrocedería pero, en cambio, simplemente se quedó quieto, aceptando las caricias de Peter. En un principio aquel movimiento era para sentir más la textura, puesto a que él nunca se hubo teñido el pelo, le causaba curiosidad. Mas pasados los segundos mantuvo la mano en la misma posición, esta vez intentando transmitir más cosas que en la anterior. Sam inclinó levemente su cabeza ante el mimo y cerró los ojos por un par de segundos.

Ambos se adentraron en la habitación. Tan solo habían bastado un par de tardes detrás de aquel bar para que el cuarto donde ensayaban quedase completamente limpio, de modo que las cajas de alimentos vacías ya no ocupaban lugar y la tierra no se acumulaba en los rincones. El centro estaba liberado y en una de las paredes colgaba aquel espejo dorado de cuerpo completo para que Sam pudiese verse al momento de bailar, y el viejo y enorme piano se mantenía en el mismo lugar, con la diferencia de que ya era propenso a ser bien utilizado. También fue cuestión de pocos días el tener un número ya más o menos armado, lo importante ya estaba. Los dos estaban muy agradecidos con el alcalde por haberlos puesto a trabajar juntos ya que, de aquella manera, pudieron volverse cercanos y darse cuenta de que realmente se complementaban artísticamente. Lo que a Peter se le ocurría Sam lograba volcarlo en pasos de baile, y las notas musicales del más joven muchas veces fueron inspiradas en estos. No era una sorpresa que también fuesen rápidos para terminar de preparar su presentación, apenas eran unos detalles los que les faltaban.

—Falta poco para el gran día —mencionó en voz alta Sam con una sonrisa deslumbrante en el rostro. Había terminado de practicar su danza sin música, puesto a que Peter estaba más concentrado en escribir los arreglos a la pieza que había estado haciendo, y una gota gorda de sudor le tapaba la frente, a pesar de estar en pleno invierno.

—Se pasó rápido el tiempo —respondió de misma manera el castaño, cabizbajo —. Parece que fue ayer cuando te vi por primera vez.

—Es verdad. ¡Todavía me acuerdo la cara que pusiste! Se te caía la baba, casi —lo molestó riendo, y Peter sintió sus mejillas teñirse de rojo. Sin embargo, se las arregló para pasar desapercibido y carraspear.

—No es mi culpa que seas tan bonito.

Sam dejó de mirarlo a través del espejo para darse la vuelta y enfrentarlo de más cerca. No pudo evitar volver a reír y preguntar: —¿Me estás tirando los perros ahora?

—¿Tirar los perros? —frunció las cejas, evadiendo indirectamente sus palabras —¿De dónde sacaste esa frase?

—Mi tío latinoamericano me la enseñó. Cuando alguien te está tirando los perros, es porque te está coqueteando.

Peter asintió con las cejas elevadas. Se rascó la nuca pero detuvo sus nerviosos movimientos casi al instante, creyó que debía comenzar a afrontar sus sentimientos. —Sí, te estoy coqueteando —admitió.

moles 》hyunsung.Where stories live. Discover now