Epílogo

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Ellas giraban alrededor

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Ellas giraban alrededor. Pronto tendrían que irse, o llamarían mucho la atención. Ardis tenía un plan para ellas, pues se consideraba maestra, o maestro, de la improvisación. Nunca supo cómo referirse a sí misma, puesto que ninguno se adaptaba a su ser. Esas cosas no pasaban en el plano astral, o en el viejo mundo. Pero en el viejo mundo de verdad, no la época de la unificación, de los grandes reinos. No, se refería a esos tiempos del Xanardul primitivo. Tiempos salvajes, dirían unos, pero en aquel entonces nunca tuvo problema para adaptarse al lenguaje hablado del mundo físico. Las palabras para definir a alguien que no era femenino ni masculino habían desaparecido, como si decidir ignorar que existían otras realidades fuera a borrarlas.

Pero Ardis sabía que ellas eran las sombras. Con otros nombres las conocieron en el pasado, y Ardis sabía cada uno de ellos, por eso mismo las llamó. O fue la fuerza de la atracción de su energía tal vez, pues apenas escaparon de la influencia de las sombras de Nigromante, encontraron pronto a un ser supremo al que servir. Para algo tenían que servir aquellas sombras, aquellos espectros que siempre andaban juntas recorriendo el mundo en busca de un cuerpo ideal al que poseer. Ellas eran de las que servían más actuando en conjunto, en especial cuando encontraban a alguien de quién alimentarse. Por eso escogieron a la directora Constance, alguien lo suficiente fuerte para soportarlas en su interior, y lo bastante poderosa para sentirse invencibles actuando a través de ella.

—Encontraré pronto un cuerpo ideal para ustedes —les dijo mientras ellas rodeaban el espejo—. Uno fuerte, poderoso, el que se merecen. Pero deben esconderse ahora, pues no quiero inconvenientes. Y, sobre todo, no deben interferir en mis asuntos.

No lo haremos.

No, jamás.

Queremos el mejor cuerpo.

Seremos fieles a usted.

Solo necesitamos un cuerpo para servir.

—Lo sé —les cortó rápido. Era hasta fastidioso escuchar tantas voces a la vez—. Ya tengo a alguien en mente, y pronto lo sabrán. Voy a disponer todo, ustedes saben muy bien cómo hacer el trabajo.

—Por supuesto.

—La destruiremos poco a poco.

—Nos apoderaremos de su alma.

—De su voluntad y de sus sueños.

—Vivirá para nosotras.

—Vivirá para servir al mal.

—Será nuestra...

—Si, si. Ya cállense —les pidió. Las sombras podían resultar muy pesadas para su gusto. Las prefería encerradas dentro de un cuerpo que dando vueltas por allí.

Ardis ya tenía bastante trabajo que hacer. A pesar de que el espejo no era un impedimento para sus propósitos, sí que le daba pesares. Que una parte de ella viviera de forma permanente escondida detrás de Clemence era un gasto de energía constante, pero muy necesario. Ni hablar del resto, de su red de influencia por todo Etrica, y un poco más allá. Era un trabajo duro, pero alguien tenía que hacerlo. Ah, y cómo lo disfrutaba.

Memorias de Xanardul: Las escogidas [#1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora