63.- Los que no se fueron

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No imaginó que llegaría el día en que tendría que pasar por eso, y no sabía si le gustaba o no

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No imaginó que llegaría el día en que tendría que pasar por eso, y no sabía si le gustaba o no. Antes, cuando era una estudiante de magia cualquiera, y andaba por Etrica con el uniforme gastado, apenas volteaban a mirarla. Bueno, sí que volteaban algunos igualados, porque así marginal y todo siguió siendo guapa. Y en ese momento fue más de un transeúnte el que giró a verla, ya que su imagen había rotado en todos los periódicos. Y si bien al inicio le hizo algo de gracia sentirse como una celebridad, toda esa atención empezaba a molestarla.

Aurea optó por cambiar su peinado, pues tenía que seguir vistiendo el uniforme de la escuela y respecto a eso no podía hacer mucho. No llevaba el sombrero como siempre, cosa que le daba hasta pena, pues era la parte del uniforme que más le gustaba y pegaba con su estilo. Y así, tratando de esconderse, se movía por las calles menos transitadas de Etrica. Si bien los primeros días después del ataque la gente se negó a salir de sus casas, ya todo parecía volver a la normalidad. O al menos eso pretendían.

Ah, pero ellos podían intentar volver a su rutina. Para ella esa opción había quedado descartada. Siempre supo que no era una bruja normal, se esforzó por disimular y encajar junto al resto. Esos días habían acabado, y ser la única Asarlaí de Etrica la tenía nerviosa. No solo por el hecho de estar en el ojo público, sino porque sabía lo que esperaban de ella.

Faltaban apenas unos días para el ritual de iniciación, y al amanecer del siguiente día empezaría su preparación previa de ayuno y meditación. Estaba nerviosa por lo que iba a pasar en el ritual, y más por lo que podía pasar después. Las brujas dirigentes sabían de su naturaleza y de su deber con el Dán, pero era innegable que también tendría deberes con las demás. En el pasado las Asarlaí fueron las mediadoras, y todos los aquelarres respetaron su autoridad. Si ya en la escuela empezaban a preguntarle cosas como si fuera una eminencia, pronto empezarían a consultarle otro tipo de asuntos para las que no estaba preparada.

¿Qué iba a hacer? Antes de esa locura apenas se imaginó terminando la escuela y volviendo al País del norte para rescatar a papá, nunca imaginó otro futuro que no sea dedicarse a la simple sanación. La intimidaba saber que tenía que hacerle frente a responsabilidades que nunca pidió, y le asustaba más saber que, considerando su innata capacidad para arruinarlo todo, pues definitivamente acabaría mandándose alguna cagada de las buenas.

Su ánimo también estaba por el piso. Odiaba estar en la escuela. Odiaba levantarse cada mañana y ver la cama vacía de Sybil. Antes de dormir lloraba por su ausencia, y al despertar también. Tampoco toleraba ver a la maestra sustituta de Grace, que por más buena que fuera, jamás sería ella. Verla solo le recordaba que fue testigo de su horrenda muerte y que no pudo hacer nada por salvarla. También le torturaba ver a la sustituta de Amicia, pues su maestra favorita pidió una licencia por luto.

Todas asistieron a los funerales de Grace y la directora. Algunas lloraron por Grace, otras por Constance. Ella lo hizo por ambas, pues ninguna mereció la muerte que tuvo. El mal se llevó a dos grandes brujas, y esas muertes no eran otra cosa que un recordatorio de lo limitada que era. Seguía siendo una aprendiz de bruja, no importaba cuanto poder tuviese dentro. Apostaba que Aziza pudo hacerlo mil veces mejor, tal vez hasta su madre antes de convertirse en nigromante pudo ser mejor Asarlaí que ella.

Memorias de Xanardul: Las escogidas [#1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora