32.- A fuego lento

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Cuando esa mañana Sybil Bennet abrió los ojos pensó que en realidad no quería levantarse para empezar el día

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Cuando esa mañana Sybil Bennet abrió los ojos pensó que en realidad no quería levantarse para empezar el día. Se quedó largo rato mirando el techo de su habitación, pensando que quizá era muy temprano. Ninguna de sus madres había llegado para avisarle que la hora de alistarse había llegado, así que se preguntó si acaso podría dormir un poco más. No tuvo una buena noche, de seguro que tenía unas enormes ojeras. De tanto pensar en eso no pudo ni pegar los ojos. Era el día de su compromiso con América Rolpher.

Si bien estaba convencida de que era lo mejor, que ayudaría a una hermana de aquelarre a escapar de su condena, y que además complacería a sus madres, Sybil se preguntaba si en verdad soportaría ese matrimonio el resto de sus días. Quería hacerlo, en serio quería ayudar a América. Y tampoco iba a negar que la chica era linda, quizá con el tiempo llegue a quererla. Quién sabe, aunque en esos días conversaron al respecto y América le dejó claro que no tenía intención de involucrarse con nadie, que si quería tener una pareja fuera del matrimonio ella no tendría ningún problema.

Aurea se dedicó esos días a insinuarle que estaba cometiendo un error, pero Sybil no quiso escucharla. Quizá lo que no quería era aceptar la verdad, por eso la mandaba a callar y no discutía al respecto. Porque si lo analizaba bien acabaría por sentirse entre la espada y la pared, consciente que pronto sería prisionera de sus decisiones. Casada con una bruja lastimada, viviendo para ayudarla, pero sin vivir realmente. Sin amor, sin cariño, en un hogar de ausencias, de silencio, de heridas. Esa iba a ser su vida, y aún sabiendo eso, no podía dar marcha atrás. Si se negaba, América tendría que volver a Castasur. No iba a permitir eso jamás.

Al escuchar que en la cocina de la casa ya había cierto alboroto, Sybil se puso de pie al fin. Cogió su bata y salió pesarosa hacia la cocina. No pudo dormir por culpa de la ansiedad, hace mucho que no vivía una de esas. Las palpitaciones no la dejaron en paz, la falta de aire no la ayudó a pegar un ojo. Y en ese momento, camino a la cocina, seguía sintiéndose pésima. ¿En verdad quería hacer eso? Ni siquiera se había comprometido y ya no lo soportaba. Se preguntó si quizá acabaría arruinándolo todo en medio de la ceremonia haciendo alguna estupidez.

Llegó a la cocina, olía delicioso. Daxa estaba preparando el desayuno, de seguro que Ranea andaba alistándose desde temprano. Ella tan minuciosa con su sensual apariencia. Las madres de Sybil insistían en que las llamara por sus nombres, ella lo hacía, aunque mentalmente las llamaba Madre uno y Madre dos. Sabía que fue Daxa quien se embarazó, y tanto trabajo les dio Sybil de niña con sus rabietas que acababan en incendio, que quedaron en que ya no tendrían más hijas. Mejor así, suficiente con encargarse de las estupideces de Aurea, no tenía humor para lidiar con una hermana menor más antipática que ella.

Las brujas solo se casaban por tres razones: Reproducción, instrucción y afinidad. Las dos primeras opciones solían ser matrimonios concertados entre dos muchachas del mismo aquelarre. En el caso del matrimonio por reproducción, las dos brujas tenían que comprometerse a embarazarse y criar juntas a las criaturas. El padre no era importante. Las brujas que lo hacían como instructoras tenían el deber se hacerse cargo de la educación y tutoría de varias brujas. Por ejemplo, sus maestras Grace y Amicia cumplían su cuota en la escuela. Y bueno, también se amaban. Eran muchas las parejas de brujas que se enamoraban y decidían unirse, a veces quedaban en embarazarse o en dedicarse a ser instructoras, era decisión de ellas. Para parejas dentro de un mismo aquelarre, o aquelarres afines, la cuestión no era complicada. Enamorase entre aquelarres pocas veces terminaba bien.

Memorias de Xanardul: Las escogidas [#1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora