40.- Provocación

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Recibir el primer informe del día era algo que solía esperar con ansias

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Recibir el primer informe del día era algo que solía esperar con ansias. Ethel sabía que otros como él no se tomaban tantas molestias. Por ejemplo, el inútil de Nevell prefería dedicarse a sus pasatiempos banales y por eso Castasur era un caos donde los vampiros no lograban dominar todas las esferas de poder. En el norte, Iosnar y otros parientes lejanos lo dejaban todo en manos de las clases dominantes. Solo intervenían cuando era necesario, al punto que Ethel consideraba eso una especie de subordinación. Patético. En lugar de tomar el poder ellos mismos, tal como los Seymur hacían en Etrica, preferían desentenderse de todo sin ser reyes verdaderos.

Él no. Él amaba el poder. Él necesitaba tener todo bajo control, no podía permitir que las cosas se escapen de sus manos. Por eso siempre escuchaba a Kazimir con atención, pues a pesar de su actitud aparentemente despreocupada el vampiro sabía muy bien cómo hacer su trabajo. ¿Y cuáles eran las novedades del día? Pues se podría decir que las aguas estaban agitadas en Etrica.

La bruja mentalista que buscó en la mente del vampiro que capturaron averiguó que, aparte de él, había otros tres escondidos en la ciudad. Tenían sus rostros y pronto los encontrarían para liquidarlos. Ethel ya sabía que fueron tres brujas quienes practicaron nigromancia para obligar a esa horda de clase D a salir a plena luz del día.

Sabía también que en la Academia estaban enterados, que la maestra Margaret apareció por ahí a constatar el hecho, que luego llevó el informe a la líder de su aquelarre, que hubo un concilio secreto y que pronto empezarían a registrar a varias sospechosas del aquelarre Faistine por encubrimiento. Las brujas de la ciudad se movían sigilosamente en busca de aquellas tres brujas oscuras, así que Ethel ordenó que les dieran una mano. A nadie le convenía tener a tres representantes de la nigromante sueltas.

Había otras cuestiones más simples, como Noah acechando la librería de Etrica. Obviamente buscaba hacerse con el libro de Blake Ormavus, y Ethel sospechaba la razón. ¿Estaría bien dejar que los licántropos aprendan cómo liberarse de la magia de las sombras? ¿Y dónde quedaban los vampiros? Pues en desventaja, y eso no podía ser. Nadie hacía lo que quería en su reino, por eso Velimir dejó claro que serían ellos los que comprarían el libro.

Y hablando de licántropos, el doctor Morton habían conseguido un inquietante trato con la familia Sharman. Esa información se la dio Nate, pues en su papel de amigo de Candem se apareció por la residencia de esa familia. Si, los Sharman permitieron que su hijo se transforme, pero este se encontraba bajo custodia de la Academia, quienes lo usarían para experimentar con él alguna forma de curarlo. Y como Wolfgang había estado rondando el hospital donde Candem agonizaba, le quedó claro que por ahí iba el interés del lobo. Ellos también querían usar a aquel tipo.

—¿Algo más? —preguntó Ethel cuando terminó de escuchar todas las novedades y dar las órdenes necesarias.

—Si, Jaaran partió ayer hacia la costa. Estimo que en menos de siete días tendremos novedades del norte. —Ethel asintió tranquilo. Jaaran era otro de sus hijos, menor que Kazimir y bajo órdenes de este. Por lo general se encargaba de llevar sus mensajes a sitios lejanos y negociar en su nombre. Confiaba en él lo suficiente para encargarle el asunto del norte.

Memorias de Xanardul: Las escogidas [#1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora