36.- El libro del lobo

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No podía hablar, su boca estaba ocupada

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No podía hablar, su boca estaba ocupada. Placenteramente ocupada. Saborear aquellos labios se había convertido en una adicción, y sospechaba que nunca podría rehabilitarse. No había pasado mucho desde que descubrió ese nuevo vicio, y desde entonces se sentía presa de sus deseos. En las nubes, como decían. Más que eso, en un limbo de placer que no tenía cuando acabar. Se sentía atrapada entre sus labios y caricias, presa de su cuerpo. Y cómo lo disfrutaba.

Él se ofreció a acompañarla a la zona restringida, y ni siquiera entendía cómo terminó aceptando. Ni Marcio entraba ahí, apenas ella y algún especialista cuando lo solicitaba. Nunca hacía eso, y por un momento sintió algo de culpa. Era una empresaria, no podía dejarse llevar por sus pasiones y hacer locuras. Pero en cuanto empezó a besarla ya no pudo resistirse ni pensar en nada más.

Noah y Sarenne se veían constantemente. Él iba a visitarla al trabajo, la animaba. Salían juntos cuando la librería cerraba, y eso ya era bastante inusual. Sarenne siempre le tuvo miedo a la noche, apenas se iba el sol y cerraba su negocio. Solo salía al bar de Alistair de vez en cuando y siempre pedía que la acompañaran, pues el terror de sufrir algún ataque nocturno de parte de vampiros la angustiaba. Solo que con Noah eso de pronto dejó de importarle. Él no le temía a la noche, y con él se sentía extrañamente protegida. Disfrutaba de su compañía, le fascinaba cada cosa que hacía con él.

Un día llegaron los besos, las caricias cada vez más atrevidas, y luego lo otro. La cereza del pastel. No, tampoco así. Decirle cereza era menospreciar la maravilla que era estar con él. Noah se sentía exquisito, y Sarenne no creía haber disfrutado tanto el sexo hasta ese momento. Así que si Noah se ofrecía a acompañarla a la zona restringida donde estaban los libros del viejo mundo, ella no se iba a negar. Más si la iba a premiar de esa manera. Haciéndolo en un escritorio.

Sabían que nadie los iba a escuchar ahí, podían disfrutar sin preocuparse del ruido. Aquel escritorio temblaba, y ella se aferró fuerte a él mientras lo sentía de esa forma. Tan íntimo, cada vez más intenso. Más rápido y placentero. Nunca lo había hecho en un escritorio, y vaya que lo estaba disfrutando. Cuando acabó respiraba agitada, apenas podía pensar en acomodarse la ropa cuando todo su cuerpo le gritaba que lo hicieran otra vez. Pero no podía, maldita sea. Tenía a un cliente esperando una respuesta, y además era hora punta en la librería. Marcio se iba a dar cuenta y se la iba a pasar molestando el resto del día. No se arrepentía de nada, y a pesar del exquisito orgasmo, llegó la hora de centrarse y volver al trabajo.

—Al final no hice nada, contigo no se puede trabajar —bromeó ella. Noah le sonrió, y en lugar de soltarla besó su cuello lento. Sarenne suspiró, si seguía así nunca iba a terminar. Lo apartó despacio, él mantenía su sonrisa.

—No me pidas que me contenga, eres irresistible —susurró a su oído. Esa voz gruesa la hizo temblar. Aún tenía las bragas abajo, y muchas ganas de seguir.

—Vamos a casa luego, tendremos toda la noche —le pidió, y él asintió de inmediato—. ¿Me dejas trabajar?

—No lo sé, ¿en verdad tengo que soltarte?

Memorias de Xanardul: Las escogidas [#1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora