Capítulo 8: Primeras veces

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—Ya sé lo que se siente que un autobús te pase por encima, y que además se detenga justo en tu cráneo —mencionó de repente Charly.

Me asomé para mirarlo, ya que seguía tirado en el colchón y este se encontraba al pie de la base de mi cama. No usaba sus gafas, lo que hacía que sus ojos se vieran más chicos, y estaba ojeroso.

Algo más cercano a mí y no al perfecto hijo de los Stonem.

—¿Tienes lagunas mentales? —le pregunté, aunque después me arrepentí; eso podría dar cabida a hablar del beso.

—No recuerdo cómo llegué a tu casa —contestó, alarmado—. Lo último de lo que me acuerdo fue que dejamos a Ashley en el cuarto de Elizabeth.

Quise suspirar de alivio; y aunque mi parte racional me decía que debía saltar de felicidad porque solo yo lo recordaría, también me indisponía que olvidara lo que me mantuvo en vela casi toda la madrugada.

—¿Hice algo vergonzoso delante de tu madre? —preguntó, ansioso.

—La gente borracha hace muchas cosas humillantes. No te mortifiques con eso.

También me lo decía a mí mismo.

—Quiero saber con qué cara debo presentarme cuando la vea.

—Solo le dijiste que era muy guapa y que te agradaba.

Aunque más bien le expresó algo como «Señora Beckett, usted es hermosa. A veces pienso que mi mamá la odia porque le tiene envidia; ella es muy aburrida. Además, usted es amable por dejar que me quede aquí a dormir. Haré lo posible por no vomitarme en sus pasillos. Buenas noches».

Charly se levantó del colchón; seguía teniendo problemas con el equilibrio, ya que se tuvo que sostener de mi esquinero. Una vez se pudo erguir, alzó los brazos, se paró de puntas y estiró el resto del cuerpo. La playera de su pijama se subió y quedó al descubierto parte de su abdomen. No fui capaz de controlar mi mirada: esta se clavó en esa zona de su piel. Sentí cómo la sangre llegó a mi rostro, seguro tornándolo colorado. Con la intención de evitar verme tan obvio, usé el edredón para cubrirme y me insulté por fantasear con imposibles.

Los muñecos de tiza azul en la pizarra debían mantenerse tachados.

Los muñecos de tiza azul en la pizarra debían mantenerse tachados

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Pocas cosas calmaban mi resaca mejor que una ducha de agua fría. Y aunque el clima estuviese helado, tenía que hacerlo si quería quitarme la sensación de que algo me aturdía el cerebro, dejándolo más ineficiente de lo que ya era.

Después de haberme bañado, ya sentía como si nunca me hubiese excedido con el alcohol.

Ojalá el agua a baja temperatura también limpiase mis errores.

Cuando salí de mi habitación después de haber terminado de alistarme, me encontré con Charly; ocupaba el único sillón que poseíamos. Tenía la cabeza agachada. Estaba concentrado en su teléfono, borrando y escribiendo con ahínco. Imaginé que trataba de inventar algo coherente a sus padres y la falta de experiencia lo volvía voluble.

La obra de un artista fugitivo | ✅ |Where stories live. Discover now