Capítulo 34: Por un camino infinito

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—Mich, yo

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—Mich, yo... —Traté de encontrar las palabras adecuadas. Necesitaba explicar lo que había visto, pero no pude.

Edward colocó una mano en mi pecho, pidiéndome que me calmara. Michelle se hallaba confundida; sus ojos negros nos observaban con impresión, pero solo hizo eso por algunos segundos, ya que después se lanzó a correr sin decir nada.

—¡Espera! —vociferé, y me preparé para ir tras ella. No obstante, Edward me tomó por los hombros, impidiendo mis movimientos—. ¡Tenemos que detenerla, no debe decir nada!

Él negó con la cabeza.

—Cálmate, Joshua. —Se movió, de modo que quedó delante de mí, y pasó sus manos a mis hombros—. Ella no tiene por qué decirlo. Lo está asimilando; es la primera vez que nos ve.

Tomé una larga bocanada de aire y desistí de esa idea. Quise mirar al suelo, porque era incómodo tener enfrente a Edward después de lo que había pasado, pero él fue más rápido: movió sus dedos hasta mis mejillas y me dedicó una sonrisa que trató de inspirarme confianza, lo que odié, porque me hizo pensar en otra que me gusta mucho más.

Eran demasiadas cosas las que me estaban sucediendo y mi mente entró en un cortocircuito, convirtiéndome en un ente maleable que se limitaba a dejarse llevar. Y lo sé porque cuando Edward volvió a acercarse para besarme, no puse resistencia ni dije nada. Tras ese beso hubo más y más que yo seguí. Aunque en realidad no recuerdo mucho de cómo me sentía, nada más sé que sucedió.

Que estuviese besándome con tanta confianza significaba una sola cosa: le había dejado a Edward el camino libre para estar conmigo. No lo quería, en verdad no; ese primer beso se lo di porque deseaba volver a sentirme amado. Mi subconsciente me gritaba que me moviese y le dijera algo, porque estaba traicionando la memoria del chico que tanto amo; sin embargo, mi anatomía no me respondía.

—El descanso está por terminar, Josh —informó al mismo tiempo que me acariciaba el rostro—. Te llevo a tu salón.

—Pero...

—Deja de preocuparte, no va a decir nada. —Me dedicó una sonrisa ladina y movió su mano hasta la mía—. Podemos confiar en ella.

Lancé un prolongado suspiro.

Permití que Edward me llevase por buena parte de ese solitario aparcadero, pero cuando llegamos a la zona concurrida lo solté al instante. Al menos esa alerta mía de no dejarme ver continuaba encendida. Anduvimos codo con codo por el patio y los pasillos, mientras él me hablaba de su banda y la música que interpretaban, pero no le presté atención porque había dos voces peleándose en mi cabeza: la que me decía que era un traicionero por aceptar sin querer los sentimientos de Edward y la otra que me exigía despertar del letargo, prestarle atención a mi amigo y buscar a Mich porque necesitábamos dialogar sobre lo que había visto.

Cuando llegamos a la entrada del salón, nos recargamos en el muro. Edward continuaba diciendo cosas de guitarras y grupos de música, y yo solo escuchaba a las voces de mi cabeza peleándose entre sí. La campana sonó, lo que me despertó un poco. Él me deseó suerte en clases tras darme una palmada en la espalda. De ahí se perdió en la multitud que entraba en sus salones y atiborraba los pasillos.

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