Capítulo 25: Hasta pronto

2.6K 463 457
                                    

Pasé mi último mes en Inglaterra echado en mi cama, mirando el techo y pensando en que pronto esa dejaría de ser mi habitación y que mi casa ya no sería mi hogar

Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.

Pasé mi último mes en Inglaterra echado en mi cama, mirando el techo y pensando en que pronto esa dejaría de ser mi habitación y que mi casa ya no sería mi hogar. Ni siquiera conservaría mi nacionalidad. Quería llorar, pero no podía, porque daba la impresión de que, si me permitía soltarme, enloquecería en lágrimas y angustiaría aún más a mi pobre madre.

Admito que una de las razones por las que me la pasé encerrado fue para no verla, confrontarla y despedirnos en un asqueroso y conmovedor momento madre e hijo.

Solo salí de casa en contadas ocasiones, cuando mi padre iba para llevarme a las oficinas de la aduana. Como tenía diecisiete años, no debían preguntarme nada, solo había que constar mi presencia y sacarme fotografías para el pasaporte. No sé qué tanto trámite habrá hecho mi padre, lo único que tengo entendido es que acabé con una VISA que me permitiría vivir al igual que cualquiera en el continente americano.

Yo era un autómata que seguía órdenes y nada más; no replicaba, ni alegaba que era injusto lo que querían hacerme. Luego de que Charles me dejó botado en ese motel, la parte más rebelde de mí se secó. Estaba resentido con él y su miedo a enfrentarnos solos al mundo, pero también quería verlo de nuevo, abrazarlo y despedirnos como debimos haberlo hecho esa noche.

Tengo escasos recuerdos de lo que sucedió después de terminar de leer su nota; era como si hubiese estado caminando entre neblina y mi cuerpo se moviera por sí mismo. Llegué al pórtico de mi casa, tiré mi mochila al suelo y luego caí. No sé si me desmayé o no, solo tenía bien cerrados los ojos y la mente puesta en un umbral oscuro.

Reaccioné cuando escuché el grito de mamá y sentí sus manos cálidas y delgadas en mi mejilla. Ella evitó que papá me reclamara, me ayudó a ponerme en pie y, aprovechándose de mi maleabilidad y evidente vahído, me quitó la ropa y me metió en la ducha. Fue como si tuviera seis años de nuevo, porque incluso me puso el pijama y se quedó a mi lado hasta que dormí.

Si alguien sufría con todo esto era ella; y, a un día de mi partida a Connecticut, era imposible no imaginarla llorando en su habitación. Estella había vuelto a ser la chica de dieciocho años que había descubierto que había quedado embarazada de un hombre mayor y casado, la que había visto sus sueños truncados por mi culpa y que había tenido que enfrentarse al reto de ser madre sin apoyo de nadie. Por ese tipo de cosas me odio a mí mismo, porque siempre fui la mayor causa de su sufrimiento.

Harto de ignorar al elefante rosado que habitaba en casa, me dirigí a su cuarto y golpeé su puerta un par de veces. No tenía una puta idea de qué decirle, por lo que me arrepentí de haberlo hecho una vez ella abrió. Para mi sorpresa, mamá no tenía los ojos hinchados y tampoco se encontraba en fachas.

Miré por encima de su hombro y me di cuenta de que tenía montones de papeles sobre su cama, junto con algunos bolígrafos.

—¿Qué haces? —le pregunté al instante.

Ella suspiró, hizo hacia atrás su melena azabache y se retiró de la puerta para dejarme pasar. Sin decirme algo más, se sentó en la orilla de su cama. La seguí, porque no me quedaba otra. Era la primera vez en diecisiete años que no sabía cómo comportarme delante de ella.

La obra de un artista fugitivo | ✅ |Where stories live. Discover now