Capítulo 1: Aceite de oliva

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Mamá hacía un movimiento perenne con su cuchara mientras yo miraba el televisor y comía cereal de chocolate

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Mamá hacía un movimiento perenne con su cuchara mientras yo miraba el televisor y comía cereal de chocolate. La casa en la que vivíamos era pequeña, lo suficiente para que el comedor estuviera a pocos metros del mueble de la tele. No necesitábamos más, solo éramos ella y yo, y con suerte una vez cada seis meses venía mi padre de Estados Unidos a ver cómo estábamos.

Siempre supe que no volvía por gusto, más bien por obligación.

Pasar tiempo con nosotros o preguntarnos si hacía falta dinero, no era muy diferente a cuando yo sacaba la basura o limpiaba la mierda del jardín que dejaba el perro del vecino.

Esa mañana estaban pasando un programa cualquiera de concursos, uno donde una familia tenía que responder preguntas de cultura general para ganar cien mil dólares. Tengo una relación de amor odio con estos concursos, ya que me da dolor de cabeza pensar en todas las oportunidades perdidas. Si yo fuera a uno, saldría victorioso y adinerado.

—¿Cuál es el equivalente del premio Nobel para los arquitectos? —preguntó el conductor del programa, un tipo con un bronceado exagerado y dientes tan blancos que parecían tintados.

—¡Pritzker! —exclamé. Golpeé la mesa e hice que un poco de la leche de mi cereal saliera del plato—. ¡Vamos, no es tan difícil! —les dije a las personas del concurso, como si estas fuesen capaces de escucharme.

El cronómetro comenzó a contar en reversa, señal de que quedaba poco tiempo para responder y que, de no hacerlo, perderían sus puntos y, de paso, el dinero. Veía impaciente las caras de los participantes, y sentía su dolor y desesperación. Un miembro de la familia miraba al cielo en busca de una respuesta o de un milagro que de la nada cayera a arreglarles la vida.

—¡Se acabó el tiempo! —pronunció el presentador. Él mostró una mueca de decepción, que hizo que su rostro se arrugara de manera inorgánica. La falsedad de sus facciones me hacía pensar en el horrible Valle Inquietante.

—¡Malditos estúpidos! —Metí una cucharada de cereal a la boca y dejé de observar a la pantalla.

—¡Joshua! —me llamó mi madre.

Sin decirle nada, me volví a mirarla. Ella clavó sus ojos azules en mí y esperó a que me disculpara por haberles dicho «malditos estúpidos» a los malditos estúpidos concursantes de ese maldito y estúpido programa.

Como no me apetecía responder, me metí otra cucharada de cereal en a la boca.

—Apaga esa cosa, ¿quieres? —Me pidió al ver que no pensaba pedir perdón.

De mala gana estiré la mano para coger el control y presioné el botón rojo de apagado. Igual, ya no podría seguir viendo el programa, pues tenía veinte minutos para lavarme los dientes e ir a la escuela. Era la única ventaja de ir a ese colegio anglicano; y gracias a eso me acostumbré a no viajar mucho, lo que tiempo después me trajo aversión a las travesías largas.

La obra de un artista fugitivo | ✅ |Where stories live. Discover now