Capítulo 32: Black Sunrise

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Su llamado me sacó de mis cavilaciones, casi espabilándome, y volteé hacia donde venía su voz

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Su llamado me sacó de mis cavilaciones, casi espabilándome, y volteé hacia donde venía su voz. Lo encontré corriendo para acercárseme, con una sonrisa amistosa y el estuche de su guitarra detrás. Resoplé por lo bajo. Quise verle el lado positivo: al menos ya no me sentiría como un vagabundo en la nada.

Edward colocó su mano encima de mi hombro e inhaló y exhaló varias veces para regular su respiración. Creo que me estaba persiguiendo.

—Te imaginaba con Mich y los demás —mencionó una vez se compuso. Me quitó su mano de encima y la guardó en su bolsillo.

—Tenía algo que hacer por aquí —mentí, y empecé a balancearme sobre mis talones—. ¿Y tú? Te desapareciste después de clases...

—Tengo que presentarme a una tocada a las siete. —Me mostró una sonrisa amplia. Aunque no era perfecta, sí que resultaba contagiosa—. Es nuestra primera vez presentándonos en vivo y estoy que me cago de los nervios.

—Lo harás bien. Nunca te he oído tocar, pero pienso que así será. —Le di un par de palmadas en la espalda.

Nos quedamos en silencio un rato. Creí que la conversación había muerto y que tendría que volver a la casa de mi padre pronto a recibir un regaño por decirle a Caroline sus verdades.

Empecé a considerar la opción de quedarme a dormir en un parque y no volver a aparecer hasta que la preocupación de mi partida fuese mayor que su nivel de enfado hacia mi persona.

—¿Quieres venir a verme, Joshua? —preguntó Edward, dubitativo.

—¿Qué? —Alcé las cejas debido a la sorpresa.

—Estoy muriendo en ansiedad y creo que, si alguien de confianza me observa tocar, se me quitará... Al menos un poco.

Edward no era de llenarme de preguntas como el resto del grupo; por el contrario, él los callaba cuando pensaba que era suficiente de interrogantes al pobre extranjero que lidiaba con el cambio de horario. Me metería en más líos por llegar tarde a casa, ya que imaginé que de una tocada como la que él daría saldría por lo menos hasta medianoche; no obstante, eran más mis deseos de mantenerme lejos de los regaños y mis pensamientos.

Y era mejor que dormir a la intemperie.

—Vale —musité—. Espero no quedarme sordo con el desastre que dará tu banda.

—Para eso necesitarás unos tragos —vaciló—. Hablo en serio. Me urge una cerveza si no quiero enloquecer.

—Edward, es tan fácil como ir por unas. —Puse los ojos en blanco.

A mí tampoco me apetecía mantenerme sobrio por esa noche. Tal vez algo de alcohol cauterizaría mis sentimientos, o al menos me proporcionaría un efecto placebo.

 Tal vez algo de alcohol cauterizaría mis sentimientos, o al menos me proporcionaría un efecto placebo

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