Gift.

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Su disfraz había sido un completo éxito entre sus hijos, la cuadra de por su casa y todos aquellos en su bella comunidad de Instagram. Es decir, era el maldito ¡Walter White!; los calzoncillos se los había comprado en una venta de garage del viejo Bobby Grown de la calle siguiente, su esposa le había conseguido aquella camisa y las mallas habían estado de oferta en el supermercado. Un par de calcetines de su guardarropa, unos zapatos de su cuñado, los lentes de utilería en todo por un dolar y ese bigote falso de la tienda de bromas. 

Jamia le insistió con gracia que saliera a con los niños, aún cuando el miedo ferviente le invadía por la situación actual de la pandemia, un cubrebocas y una careta solucionó momentaneamente el conflicto. Los acompañó y se llenó de virtuoso aire de dulce sabor a chocolate y caramelo, recogió uno que otro dulce, caminaron entre la distancia saludando a la poca gente que como ellos decidió aventarse al Halloween de ese año y volvió a casa con sus hijos unas dos horas después, justo a tiempo para la cena. Jamia había hecho su favorita: Lasagna con extra queso y champiñones. Bebieron un tinto de verano, a cortesía de ella, aunque en su mente solo pasaba el destapar aquella cerveza al fondo de la nevera, convivieron entre ellos como familia y abrieron una que otra golosina. Para cuando dieron las diez de la noche, sus hijos yacían en cama y su esposa le había dejado ir al sotano para seguir contestando llamadas mientras leía las felicitaciones de las fans. 

Muchos de sus amigos le habían llamado desde el medio día, Raymond mandó una canasta de cervezas caseras de un productor local, Mikey y Kristin le enviaron un video con sus disfraces de ese año junto a Rowan y Kennedy y se había divertido en un chat grupal con su banda mientras contaban anécdotas creepys y chistes bizarros. Ya era quince para las 11:00 p.m y la calma del silencio reinó en el sotano, solo él junto a su vieja guitarra que no le apetecía tocar. Su mirada estaba perdida en el celular. 

De repente, un deje de rencor y melancolía le invadió, gruñendo por lo bajo mientras se revolvía el pelo con fuerza y aguantaba las ganas de gritar. ¡Pero que demonios!, había sido su maldito cumpleaños, y eso que aún no acababa, pero ya no tenía esperanzas. Gerard no le había llamado, ni mandando un mensaje, ni un DM, ni un inbox, ni una carta-¿quién usaba correo de hoy en día de todas formas?- ¡ni siquiera un mail!-había revisado incluso el correo spam-; se supone que se verían en una reunión junto a los chicos pero la pandemía les había afectado deliberadamente y por obvia razón no podrían reunirse pronto. Incluso las fechas de sus encuentros habían sido cambiadas. Pero, de ahí a que ni siquiera se tomase la molestia de mandarle un maldito WhatsApp, era el puto colmo. 

Gruñó, guardo el celular en sus bolsillos traseros y subió a la cocina en busca de aquella cerveza del refrigerador. Vio de primera instancia las cervezas que Ray había enviado y tomó la primera botella, destapándola y bebiendo de un jalón un gran trago que le supo a gloria. 

Ya. Era fenomenal, y si Gerard no quería llamarle, ¡Que le den!

Para cuando se había tomado la quinta de estas-la canasta solo traía seis y su porcentaje de alcohol era mucho más alto que el de las cervezas comerciales- su visión de había vuelto cuestionable, y la soledad del sotano era dolorosa. Pensó en ir a dormir, pero entonces, su celular vibró como un loco, y no se tomó la molestía de ver el remitente antes de deslizar la opción de respuesta. 

—Hola, Frank—su voz hizo eco en sus oidos. Estaba tan perdido en sus propios pensamientos, que le tomó tiempo razonar acerca de la persona al otro lado de la línea, pero sabía quien era, lo supo desde la primera palabra. Jamás olvidaría el timbre de su voz. 

—Gerard—soltó como algo obvio. La risilla llena de diversión al otro lado de la línea le sacó un gruñido—. ¿Dije algo gracioso?

—Estás tomado. 

Smut.., FrerardTempat cerita menjadi hidup. Temukan sekarang