Dreamer.

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Era un enigma. Un total enigma. Ahí con la cabeza ladeada hacia atrás, el cuello expuesto tan pálido y brillante, los hombros tan finos que parecieran los de una chica, ese sostén relleno de encaje que le llegaba un poco antes del ombligo, esa linda ropa interior  que apretaba su virilidad, que le dejaba a desear, esas piernas esbeltas que se movían con facilidad, por que sabían que pasos dar para que todos los ojos se posaran en él.

Y sus manos siempre habían sido las de un artista, pero él ya no era más que un pobre intento de soñador.



Estaba harto. Siempre era lo mismo. Se le encogían las pelotas en cada junta escolar en la que los padres del presente solo se la pasaban quejándose de él en vez de sus mocosos mal educados y bien estúpidos que lo único que hacían era ir a la escuela a calentar el asiento.

Y luego estaba el director que decía ser amigo suyo más que se aseguraba de multarle en cada nómina por cada problema con algún alumno que tuviera.

Y como si eso no fuera suficiente, su esposa le traía harto de igual modo con sus estúpidas quejas acerca de que no tenía tiempo para ella y no sé qué más que realmente le daba igual. Ella quería un hijo y él, bueno... No es que no quisiera uno, pero había sido un buen estudiante y había empezado a ejercer muy pronto. Solo tenía veintinueve años, no estaba listo para un niño.

Si apenas y podía con los de la escuela que según eran ya adolescentes...

Estacionó el auto y suspiró mirando la entrada de ese bar. De casualidad había escuchado críticas de este por los pasillos por parte de algunos estudiantes y pues bueno, estaba demasiado harto, lo menos que quería era llegar a casa y escuchar a Jamia seguir quejándose.

Así que entró. Llevaba aún la corbata negra, arremangándose la camisa blanca para no verse tan formal y exponiendo así un par de sus tatuajes, revolviéndose un poco el pelo castaño y caminando hasta la barra. Ahí uno de los bartender lo saludó con la cabeza y este lo devolvió.

- Una cerveza.- Pidió. El chico se la entregó, dejando entonces un billete de diez dólares.- Extiende la cuenta.

- Te alcanza para unas tres más.- Solo asintió y se dispuso a tomar su cerveza cuando la música empezó a subir de tono.

Entonces notó como los hombres a su alrededor vitoreaban con sus vasos de cristal en mano, tirando sus cacahuates desde sus mesas. Un pequeño escenario en medio del local donde las luces enfocaron al centro. Una cortina roja.

Frank alzó una ceja apoyándose en una de sus manos mientras con la otra tomaba lo que restaba de su cerveza y agarraba la siguiente que le había sigo dejada.

- ¡Caballeros!- Una voz comunicándose por una bocina.- Se que han estado esperando esto toda la noche.- Los aplausos no se hicieron esperar.- Nuestras lindas chicas se han puesto guapas y los tacones ya han sido afilados. Con ustedes... ¡Las Babydoll's!- La cortina roja se abrió enseguida dejando pasar a muchachas vestidas con lencería de diferentes tonos.

Los gritos aumentaron y la música también. Parecía una pasarela donde los hombres se acercaban al borde nalgueando de vez en cuando a alguna y depositando un billete entre su ropa. Ellas sonreían sin más de manera falsa como si amaran aquel contacto profundo.

Frank frunció el ceño al ver como la mayoría de esos hombres eran viejos pervertidos. Tomó su tercera cerveza desinteresado volviendo a mirar aquella pasarela, cuando algo llamó su atención.

Tal vez fue el color, pues se acordaba perfecto de ello. Era electrizante al igual que sus ojos verdes y la nariz respingada.

Era uno de los últimos que salió, con un par de tacones de al menos más de quince centímetros que, bueno, le hacían ver mucho más alto de lo que era.

Smut.., FrerardWhere stories live. Discover now