Roma

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El despertador suena más temprano de lo usual a la mañana siguiente. Me despierto sola en mi habitación y suspiro melancólica. Lo de despertarme con Michele me estaba gustando demasiado y debía detener mis pensamientos que estaban volando demasiado altos de expectativas referente a lo "nuestro" que aún no existía. Me ducho y termino la pequeña maleta que he preparado para estos dos días de estancia en Roma. Está amaneciendo y estoy anticipada de un cuarto de hora para reunirnos en el lobby y tomar el autobus que nos llevará al aeropuerto así que me siento en la mesa dispuesta en mi pequeño balcón a contemplar la tranquilidad de la plaza a esta hora. El alba comienza a besar Palermo y me enamoro de los colores impresionantes que pintan el mar y a ésta mágica ciudad en general.

-¿Es un gran espectáculo, no es así?- Michele llama mi atención desde su balcón

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-¿Es un gran espectáculo, no es así?- Michele llama mi atención desde su balcón. Estamos separados por otra habitación de por medio pero por lo que sabemos está desocupada así que no me preocupa el molestar a nuestro vecino tan de madrugada.

-Impresionante.- le sonrío, respirando el fresco aire mañanero que es traído por la brisa marina, el aroma a café y pan que proviene de alguna cafetería y el silencio del alba.

-Te lo regalo. Es tuyo- me giro a su voz, sin entender del todo su comentario.

-No puedes regalar el amanecer, Michele.- él se encoge de hombros, apagando el cigarrillo en el cenicero de su mesa.

-Claro que si. Dicen que cada amanecer es un regalo de Dios ¿No? Pues yo quiero dárte el mio.- me quedo en silencio, asimilando y tejiendo el hilo del discurso porqué es demasiado temprano para mí y éste tipo de cortejos.

-¿Amaneciste cursi?- me siento estúpida después de decirlo. ¿Era tan difícil un simple gracias, Anna Maria? Me reprendo internamente. Él sonríe, incluso a las tantas de la madrugada su belleza se puede comparar sólo con el hermoso amanecer que nos rodea. Y es así cómo paso a ser la cursi de la situación en menos de un minuto. Regreso al presente cuando realizo que está saltando de un balcón a otro. Corro cerca del extremo que casi une mi lado con el vecino -¿¡Qué rayos estás haciendo, Michele!?- mi voz sale cargada de miedo y enojo sin entender a dónde quiere llegar cuando cae como un gato en el balcón de junto. Las piernas me tiemblan por la imagen de él en el filo de mármol a seis pisos de altura un segundo atrás y estoy a punto de gritarle en su cara que qué es lo que pasa por su cabeza cuando tiene su boca estampada en la mía, propio como la escena que quise recrear en el teatro de Bari. Romeo y Julieta. Es un beso inocente, sólo un roce de labios que termina con una caricia delicada en mi oreja que me enciende como un árbol de navidad.

-No, no amanecí cursi. Es que con éste amanecer, próximamente Roma y Tu ¿Quien no sería cursi?- apenas me estoy recuperando de la montaña rusa de emociones cuando él me roba otro beso y cómo un gato experto en saltar balcones regresa al suyo. Me guiña un ojo cuando se gira luego de la caída - Nos vemos abajo- dice y se pierde dentro con una sonrisa en los labios.

Behind the scene 365DNIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora