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Chippin' around, kick my brains around the floor.
Under Pressure - Queen

El viaje de regreso transcurrió en un silencio ofensivo. En otras circunstancias Chris hubiera dejado que sus emociones se desborden gritándolas todo el camino. Pronto se dio cuenta que no tenía nada que hablar con Trevor. No necesitaba que se lo dijera, ya lo sabía.

Trevor lo llevó a ese remoto paraje del infierno para acabar con lo poco que en él quedaba. El Chris que regresaba a la ciudad no era el mismo.

Mató a dos hombres. Hizo lo que tenía que hacer. Nadie más osaría cruzarse en su camino sabiendo que era uno de los más cercanos al Trébol.

Dos muertos más él mismo.

Chris guardó dentro de sí todas aquellas emociones y las enterró en el fondo de su mente. El dolor de su cuerpo y el cansancio extremo le echaron más tierra encima.

Trevor lo dejó bajar en un cruce de calles a pocos bloques de su departamento. Chris se alejó sin mirar atrás. Sucio y exhausto, llamaba la atención de la calle, aunque no por su vestimenta.

Nadie lo miraba de frente, nadie se le acercaba. Un par de peatones cruzaron la pista para evitarlo. ¿Ya todos lo sabían? Se preguntó. ¿Lo de Bracco? Seguramente era noticia vieja.

La puerta de su departamento lo recibió ominosa. Oscuridad y silencio; ni idea de la hora, menos d cuanto tiempo estuvo ausente.

Tenía un teléfono móvil sin batería, dentro de un bolsillo. Lo encontró buscando la llave. Le perdió en interés al móvil y su atención se enfocó en su revólver. Llegó a sus manos antes de que pudiera darse cuenta.

Estaba solo, nadie se atrevería a emboscarlo en su propio espacio. Nadie en su sano juicio. Chris ignoró ese pensamiento e ingresó sigiloso como un animal salvaje.

No se molestó en encender las luces. Su departamento se iluminó de la calle, los faroles de los autos le dejaron dar un vistazo del desorden que había dentro.

Avanzó un poco más, en penumbras hacia las habitaciones que faltaban. El revólver en la mano. ¿Para qué lo necesitaba? Preguntó una voz en su mente.

La respuesta llegó en un susurro y era la que esperaba. Su mente estaba de acuerdo. Una bala sería para él.

Encontró la puerta de su recámara abierta. Al asomarse se dio de lleno con el caos que desbordaba hasta el corredor. Esa imagen le resultaba tan familiar que lo condujo de la mano a un pasado ya lejano.

De pronto podía sentir la humedad en el ambiente, las habitaciones calientes, el crujir de la madera al recorrer los pasillos de la casita en la que vivió gran parte de su infancia. El desorden, la suciedad trepaba por las paredes. El sonido de música de la radio siempre encendida formaba parte de la atmósfera.

La habitación del fondo era la más grande. La más sucia, la más olorosa a alcohol barato, a perfume de marca desconocida.

Ella no estaba en la recámara, ni sobre el suelo o la cama; bailando torpe hasta caerse o acostada semidesnuda entre las sabanas.

No, ella estaba en el baño, tan solo cruzando el corredor. Tirada en el suelo, ahogándose en su propio vomito. Trató de llegar al retrete, falló en el camino y ahora yacía casi sin vida, retorciéndose suavemente.

La llamó por su nombre, siempre en el tono neutro que usaba con ella. Reprimiendo su ira, la miró desde el umbral de la puerta. Ella prometió que sería la última vez, pero ambos sabían que no sería la última vez que mentiría.

Pensó en apartarse, en marcharse por donde vino, en sentarse a observar como ella perecía. Le faltó valor para hacerlo. Le faltó valor para detenerla.

Rapsodia entre el cielo y el infiernoWhere stories live. Discover now