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  These are the days it never rains
but it pours 
Under Pressure. - Queen

Hacía frío allá afuera. La vitrina escarchada bajo las luces brillantes de la pizzería al paso, un par de mesas vacías y el empleado tras el mostrador atendía sin ganas. Un plato de papel y un trozo de pizza se enfriaba frente a los ojos cansados de Dominick. Hacía un buen rato estaba sentado frente al matón de Trevor y no estaba seguro de lo que debía hacer.

Dijo que se llamaba Christian. También le puso el plato delante y le ordenó que comiera. Pero no se atrevía a hacerlo, más por sorpresa que por hambre. Otro plato gemelo reposaba frente a con quien compartía la mesa, pero ninguno de los dos se animaba a dar el primer bocado.

Christian se dedicó a ignorarlo por un rato mirando su teléfono y revisando la pantalla una y otra vez. Pero parecía aburrido de lo mismo y ahora lo miraba fijamente. Dominick bajó los ojos y se dedicó a examinar el queso derretido pegado a la superficie de papel.

Tenía hambre y en otras circunstancias seguro devoraba la comida con todo y plato, pero no ahora. Ese tipo Christian no sólo apareció en su departamento a aterrorizarlo, si no que no contento con ello, lo llevó arrastrando hacia ese pequeño restaurante, lo lanzó contra una silla y le ordenó que comiera.

Pues no lo iba a hacer. No, gracias. Nada bueno vendría de las manos de ese tipo. A esas alturas de la noche, Dominick prefería morirse de hambre a recibir algo de la gente de Trevor.

El tal Christian resopló fastidiado. Ahora que lo miraba bien, pero bien, ese tipo le asustaba más que antes. No eran los tatuajes de su cuello y dedos, tampoco la ropa que llevaba, por demás vistosa. Era quizá la expresión amarga y el brillo asesino en sus ojos verdes. Quizá las pronunciadas ojeras lo hacían ver más amenazante, pero quien sabe. Dominick intentó desviar su atención del color tan vivo del cabello de ese sujeto.

Rojo incendio, pensó el chico torciéndose los dedos para aplacar sus nervios. Lo hacía bajo la mesa para no ser visto, era una costumbre que Anelka odiaba. Le decía que se iba a lastimar los nudillos y nunca más iba a poder tocar el violín.

Christian finalmente perdió la paciencia y estrelló un puño contra la mesa. Tanto el plato de papel, como Dominick saltaron en su asiento.

—¡Te dije que comieras! —exclamó casi seseando.

Eso era, ese tipo le traía a colación las serpientes que una vez vio en el zoológico del Bronx. Una vez cuando fue de niño, las vio de cerca. Tenía esa misma expresión malévola en los ojos y se movía con la misma rapidez. Christian lo sujetó de la chaqueta, levantándolo un poco de su asiento. Ahora que estaban casi cara a cara, sí, tenía ojos verdes de serpiente.

Quizá debía responderle usando su voz, pero no lo hizo. Dominick dejó que por fin lo soltara y se animó a tomar la pizza de las orillas. Estaba seguro que, si intentaba comer, se iba a atragantar y morir ahí mismo. Quizá no era tan mala idea después de todo, ¿no?

¿No?

—¡Cuando alguien te invita a comer, tú comes, perra malagradecida! —siguió rezongando el tal Christian y se animó a levantar la pizza de la orilla.

El trozo que les sirvieron era el clásico tamaño de Nueva York. Enorme y lleno de calorías. Para poder comer una tajada, tenía que doblarla y encajarle una mordida. Anelka regresó a su memoria, ella siempre se quejaba que esos trozos eran ridículos. Demasiado grandes para una sola persona, decía. Ella no era muy amiga de la comida rápida, decía que no alimentaba y que sólo era para la gente ociosa que no quiere cocinar. Pero de vez en cuando, compraba una tajada para él y se la daba de cenar, porque sabía cuánto le gustaba.

Rapsodia entre el cielo y el infiernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora