El fin de los Kent

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Desde entonces Bruce visitaba con más frecuencia los spa y los baños relajantes. Trataba de procurar su propia tranquilidad; la sola idea de no poder unir jamás a Damian terminaba por votar el último tornillo bien colocado que le quedaba.

En ocasiones le bailaba el ojo derecho, y por las noches el izquierdo, jamás imaginó que fuera posible, pero estaba seguro que era así. Las constantes quejas de los chicos, como de Lois, acerca del mal comportamiento de sus cinco críos le hacían constatar que en definitiva, su idea había sido un rotundo fracaso. Sumado a lo anterior, estaba frente a la cereza del pastel: ahora Ciudad Gótica sabía de su paternidad múltiple. Nuevamente se había convertido en portada de revista, de varias mejor dicho, e incluso se rumoraba que llegaría a ser nombrado como el papá del año.

Su único gran desahogo era su novia, Selina, a quien había tomado como terapeuta cuando más se sentía al borde del precipicio; pero con todo esto, lograr tener una erección decente se había convertido en una labor titánica.

Aquella noche tras el incidente del supermercado, Bruce no pudo dormir en toda la jornada nocturna, ni siquiera en la madrugada cuando nadie se escapa de caer en los sueños más profundos con la alarma sonando de fondo.

La ley, así como protección a menores, no tardarían en tocar a su puerta tras la posibilidad de que pudo haber ocultado al resto de sus hijos por años. ¿Y qué explicación podía darles? ¿Acaso sonaba convincente que la madre de los Damian's una noche y de la nada -de la semana pasada, por supuesto- los había dejado en su puerta? ¿Por qué no estaban registrados? ¿Por qué no tenían un nombre?

En medio de su interminable noche, entre vuelta y vuelta contra la almohada solo soñaba con darle unas cachetadas infinitas a Jon, y de paso también a Clark, pero mucho más a Jon. Se conformaba con darse el gusto de hacerlo dentro de su mente, e imaginando que no se trataba de un niño de acero que podría carbonizarlo en segundos.

Cualquier samaritano estaría horrorizado de poder leer su mente. Alfred había guardado la kryptonita bajo llave, pues por supuesto, tonto no era.

Del otro lado de la montaña, la granja Kent estaba a tan solo días de tener algunos extraordinarios bati-problemas legales.

Los días fueron una tortura para ambas partes. Damian se comportó de la misma manera que lo había hecho por años, sin embargo esta vez no recibió la aprobación de su abuelo, la sonrisa discreta de su madre o la reverencia de los soldados de la liga, o incluso la atención de sus hermanos. Había obtenido en cambio, un baño de lodo, de agua fría, manguerazos, castigos de aislamiento en el sótano, comida fría e incluso habían aplicado sobre él la ley del hielo. Lois no se quedaba atrás; pues había engordado cinco kilos desde la llegada de Damian, solía desquitar su frustración con la comida, sobretodo con los sándwiches de helado; Damian había quebrado tantos platos que la vajilla favorita de la reportera había desaparecido por completo; había hecho llorar a Jon de maneras casi sádicas y Lois estaba a punto de querer arrancarle los ojos al demonio de los Al Ghul, sin embargo se abstenía y en cambio redirigía sus pasos hasta el refrigerador, donde encontraba el fin a sus pasiones.

Y Clark odiaba tener que admitir que se sentía reemplazado, por piezas de helado.

Pero como todas las cosas, la paciencia de los Kent tuvo un límite, y Damian lo atravesó cuando entre jugueteos rompió la computadora de Lois, donde guardaba su mayor reportaje, ese que le había costado tres años de su vida.

Gritos, lágrimas, cinturones y un técnico inútil estuvieron presentes esa noche; Clark no tuvo más remedio que dar a Damian un afable ultimatum.

¿Qué podría salir mal al aceptar cuidar al niño malcriado y sobreestimulado de Batman? El hombre de acero persiguió por una hora, una terriblemente placentera hora al chico por los campos de maíz, y detrás de él fue derritiéndolo todo con su visión láser, siempre a un centímetro de quemar sus talones.

Damian comenzó a correr, primero por juego, pues sabía que Clark no sería capaz de hacerle daño. Por unos instantes rió, pero cuando elevó su mirada y lo vió, supo que Kent no estaba jugando. Quería parar, quería detenerse y descansar, pero Superman no tenía intenciones de perdonarlo. Cuando ya no pudo más, Damian gritó y pidió auxilio, le suplicó que lo dejara en paz, que ya cambiaría, pero él jamás se compadeció. Estaba harto. Damian sintió que ese era su final. Gritó como nunca lo había hecho en su vida, ni siquiera cuando unos parademons estuvieron a punto de comérselo hacía unos años antes. Rogó a Alá por que oyera sus rezos en caso de no librarla; su sentido de supervivencia se activó como la sirena de un camión de bomberos, el calor de la visión infrarroja que lo perseguía hizo de él una gallina asustada. Fue cuando Damian lloró como un niño asustado que Superman finalmente se detuvo... después de 48 minutos y veinte segundos.

Si al inicio Jon reía y disfrutaba del espectáculo con frituras en la mano, al ver esto no lo hizo más.

Clark se plantó frente a Damian mientras sus ojos rojos como fuego poco a poco volvían a la normalidad. El chico estaba tan exhausto que cayó de rodillas, apenas podía con sus pulmones que ardían como brasas encendidas, y con sus piernas que temblaban como las de un cervatillo recién nacido. Damian rompió en llanto.

-De mil maneras intentamos disciplinarte -aseveró Clark -y de mil maneras colmaste nuestra paciencia. Espero que esta sea la última vez que esto suceda.

-Yo... yo no quería romper la computadora de Lois, fue un accidente, un accidente.

-Ohg, Damian-. Clark llevó ambas manos a su rostro y por un instante deseó que sus lágrimas de niño no le conmovieran, pero ya era demasiado tarde para eso. El hombre tendió su brazo hacia el menor con la intención de llevarlo cargarlo hasta la casa, pero Damian en el instante comenzó a gritar histérico, negándose a toda costa a ser tocado por el kryptoniano.

El pobre y desafortunado demonio de Bruce Wayne pasó la tarde encerrado en la habitación sin decir una sola palabra, sin hacer nada. No quería ver a nadie, mucho menos comer; y el día siguiente fue lo mismo. Cuando Lois entró para dejarle algo de comida, el chico estaba sentado en una silla y con la mirada perdida, casi como su su mente no estuviera allí; y a pesar de que Lane intentó reconfortarlo de mil formas, él sencillamente no contestaba a ninguna.

Fue entonces que Clark y Lois sintieron comprendieron que estaban metidos en serios problemas.

¿Qué tan si lo habían dejado traumado de por vida? ¿Qué iban a decirle a Bruce? Tomar el teléfono para llamar a Batman fue la peor proeza en la vida de Lois, hacía que la vez que viajó a oriente a hablar con los miembros de Al Qaeda fuera como una reunión de té con Pinkie Pie. Lois no podía evitar recordar la vez que Bruce se había disfrazado de Patrick Bateman en una fiesta de halloween. A su mente venía su imagen con el impermeable y el hacha en la mano... un hacha especialmente verde.

Pero si Lois y Clark habían enloquecido, Jon estaba peor; pues fue a él a quien obligaron a marcar el teléfono. El pequeño kryptoniano no tenía opción.

-Ho...la... ¿Mansión Wayne?-. La voz de pito le quedó corta. ¿Sus pequeñas bolas se le habían subido hasta la garganta?

-¡Qué gusto escuchar su voz, jovencito Kent! -contestó Alfred del otro lado de la línea.

Por unos instantes el niño respiró como un búfalo.

-¡Mi papá traumó de por vida a Damian al hacerle creer que iba a partirlo en dos con los láceres de sus ojos! ¡Adios!

Y colgó. Su corazón latía tan rápido que creía que estaría a punto de desmayarse. Jon se desplomó sobre el sillón, por un instante su mirada se nubló, y no supo más de sí mismo...

...hasta que el sonido de unas llantas sobre el asfalto lo despertaron. Bruce Wayne había llegado hasta ellos.

Jon volvió a desmayarse una vez más.

Lois ya había vaciado por completo el refrigerador en su estómago.

Clark tan solo se preguntaba si Bruce vendría con el impermeable transparente, o con la motosierra.

Los cristales de la personalidad de DamianWhere stories live. Discover now