Me puse de pie de inmediato.
—¿Qué me hiciste anoche cuando me tenías drogada? —inquirí, temiendo lo peor. Madre mía... si me había hecho algo...

Nicholas entornó los ojos y me miró cabreado.

—De todo —me contestó haciendo que se me fuera todo el color del rostro.

Y entonces se echó a reír y yo le di un golpe en el pecho.

—¡Imbécil! —lo insulté notando cómo la sangre subía a mis mejillas por la rabia.

Nicholas me ignoró y se puso de pie.

Entonces alguien entró en la habitación; un ser peludo y tan oscuro como su dueño y aquella maldita habitación.

—Eh, Thor, ¿tienes hambre? —le preguntó este mirándome con una sonrisa divertida—. Tengo aquí un regalito muy apetecible para ti...

—Me largo —le solté emprendiendo la marcha hacia la puerta. No quería volver a ver a aquel idiota, nunca más, y el hecho de saber que eso era imposible me puso de peor humor aún.

Nicholas me interceptó en mitad de la habitación. Casi me di de bruces contra su pecho desnudo.

Sus ojos buscaron los míos y le mantuve la mirada con desconfianza y también desafío.

—Siento lo que pasó anoche —se disculpó y por unos segundos mila- grosos creí que me estaba pidiendo perdón; qué equivocada estaba—, pero no puedes decir absolutamente nada, o se me puede caer el pelo —continuó y supe entonces que lo único que le importaba era salvar su culo, al mío podían darle por saco.

Solté una risa irónica.
—Dijo el futuro abogado —comenté con sarcasmo.
—Mantén la boca cerrada —me advirtió ignorando mi comentario. —¿O qué? —le contesté desafiándolo.
Sus ojos recorrieron mi rostro, mi cuello y se detuvieron en mi oreja derecha. Un dedo suyo rozó un punto muy importante para mí.

—O este nudo puede que no sea lo suficientemente fuerte para ti —susurró y di un paso hacia atrás. ¿Qué sabía él sobre ser fuerte o sobre mi tatuaje?

—Ignórame y yo haré lo mismo... así soportaremos los poquísimos momentos en los que vamos a tener que estar juntos. ¿De acuerdo? —le propuse rodeándolo y apartándome de él.

Thor me observó meneando la cola.

Por lo menos el perro había dejado de odiarme, me dije como consuelo cuando salí de aquella habitación.

Lo primero que hice después de salir de allí fue irme directamente a mi dormitorio. No me gustaba no poder recordar nada de lo que había pasado. Que Nicholas pudiese haber visto algo en mí que yo nunca hubiese querido enseñarle era lo que me hacía odiarle tanto en ese momento. No compren- día cómo en tan poco tiempo había podido formar en mi interior un rechazo tan grande hacia él, pero si lo pensaba no era de extrañar puesto que Nicholas Leister representaba absolutamente todo lo que yo odiaba en una persona: era violento, peligroso, abusón, mentiroso, amenazador... todos los rasgos que me hacían salir corriendo en la dirección opuesta.

Culpa mía © (1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora