Capítulo 48

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NICK

Cuando verificamos que, en efecto, el coche aún seguía con el chip de seguimiento activo, solo fue cuestión de tiempo saber dónde estaba Noah. Temí poder equivocarme, ya que había muchísimas posibilidades de que Ronnie no se hubiese llevado el coche a donde tenían a Noah encerrada, pero no dejé que eso me frenara. Sabía que Ronnie había estado yendo a todas partes con mi coche las últimas semanas, por lo que había muchísimas posibilidades también de que estuviese en lo cierto y Noah se encontrase en la discoteca de mala muerte que había salido en el GPS.

Mi padre estaba hablando con los policías, que estaban planeando cómo proceder a continuación. El despacho de mi padre se había convertido en un hervidero de gente y un grupo de policías junto a Steve estaban analizando los planos de la discoteca. Según los planos lo más probable es que tuviesen a Noah en el sótano de la parte oeste del edificio. Si los acorralábamos, dejándoles las puertas principales sin salida, solo había una forma de que el cabrón de su padre pudiese salir, y era por la puerta de incendios que daba a la parte trasera. Ahí sería donde le esperarían con todas las pa- trullas, no había forma de que pudiese escapar si decidía salir, y no iban a dejarle escapatoria... Si de verdad estaban allí, ese hijo de puta iba a terminar en la cárcel mucho antes de lo que creía.

—Cabe la posibilidad de que decida no salir, que se quede encerrado dentro —apuntó un policía, señalando la habitación donde seguramente estaba Noah en aquel instante.

—¡Pues derribáis la puta puerta, joder! —le solté. Quería salir en su busca de inmediato, podían estar haciéndole de todo, y nosotros seguíamos allí, charlando, mientras Noah podía estar herida, o algo mucho peor.

—Señor Leister, déjenos trabajar a nosotros —me frenó el policía con autoridad.

Me jodía cómo me hablaban y cómo tomaban decisiones sobre la vida de Noah, pero no había nada que yo pudiese hacer.

Salí del despacho y me llevé creo que el cigarro doscientos a la boca. Fuera, en el porche, se habían aglomerado todo tipo de personas; en la puerta, junto a la fuente redonda, había por lo menos siete coches patrulla y el perímetro de la casa estaba bordeado por decenas de agentes. Habían acudido los medios, que ya empezaban a instalar sus cámaras frente a la puerta cerrada de la casa. Me volví sintiendo náuseas.

—¡Es capaz de matarla, William! —escuché entonces que gritaban dentro.

Entré casi corriendo para ver cómo los policías salían del despacho de mi padre y salían apresurados hacia los coches patrulla. Miré desesperado y fui hasta Raffaella, que lloraba aferrándose a sus brazos.

—No lo hará, tranquilízate, ya sabemos dónde están, Ella, te prometo que no le va a pasar nada —decía mi padre intentando tranquilizar a su mujer.

—¿Qué ocurre? ¿Adónde van? —pregunté con temor.

—Hemos podido acceder a las cámaras de la discoteca, está ahí, Nicho- las, van a ir a buscarla.

Culpa mía © (1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora